miércoles, enero 31, 2007

 

Habla el pasado...

"La escaramuza entre Hugo Chávez y Felipe Calderón no es un enfrentamiento entre la izquierda y la derecha. Quien eso diga incurrirá en simplista simplificación. El conflicto es más bien resultado de dos visiones distintas de la política, y aun de la realidad. De un lado el estatismo populista fincado en la figura de un caudillo y en su voluntad omnímoda. Del otro la aspiración a una modernidad fincada en la libertad individual, la democracia y el respeto a la legalidad.

Contrariamente a la idea común los regímenes a la manera de Chávez o de Castro no son revolucionarios: son profundamente reaccionarios, pues van a contrapelo de la Historia y miran al pasado. Lejos de ser populares, esos modos de ejercicio del poder son de corte monárquico, aunque en el caso de Chávez el gobierno personalista adopte apariencia democrática. Crear estados insulares, negar la globalización, pretender cerrar las puertas al libre mercado, fomentar el nacionalismo patriotero, todo eso equivale a cerrar los ojos al tiempo actual, y al mundo. Una y otra vez se ha visto cómo los totalitarismos acaban por caer, y cómo prevalece al fin la libertad, permanente vocación del hombre. Cuando Chávez se dirige a Calderón no es la izquierda la que habla: es el pasado... "

Armando Fuentes Aguirre, Catón, El Norte 31 de enero 2007

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martes, enero 30, 2007

 

Inflexión democrática

En Davos, Felipe Calderón enfrentó un punto de inflexión: democracia plena o justificaciones autoritarias. Tal la disyuntiva. Lula fue su principal interlocutor. En su afán de quedar bien con todo mundo trastabilló: cuando de justicia social se trata, todo se vale. Habla Lula: "Fue elegido tres veces", se refiere a Chávez, "todas de la forma más democrática posible..." (cursivas mías). Lula sabe que no es cierto, que en Venezuela el control sobre los medios es total. Sabe que el Judicial y el Legislativo han sido doblegados. Lula sabe de los alcances de control político del "dictador constitucional". Pero, como es de "izquierda", todo se le justifica. En esto Lula salió más de izquierda que demócrata.

"Latinoamérica vive un momento de tranquilidad y paz...", dijo Lula en Suiza. No habla un estadista, habla un maromero que no quiere reconocer que en el horizonte hay por lo menos tres dictaduras en ciernes: Chávez y Morales ya han planteado modificaciones a normas fundamentales que les permitan la reelección indefinida. Ortega sondea ¿es esa la concepción de democracia de Lula? ¿Entonces no estará totalmente de acuerdo con la democracia brasileña? No se puede estar de los dos lados. Calderón estuvo acertado: la región debe cuestionarse si "...es capaz de avanzar o retroceder, si apostamos por la democracia o permitimos que regresen las dictaduras vitalicias". No hay fuego de artificio. Lula aceptó o justificó tácitamente la manipulación de las normas democráticas. Calderón dijo no.

Latinoamérica no cabe en un solo molde, lanzó el Presidente brasileño. Calderón siguió la misma línea: "...mientras más invocamos la unidad latinoamericana, estamos generando más tensión entre los países...". Es cierto, sobre todo en lo económico. No hay fórmulas universales. Los mercados abiertos pueden provocar desajustes muy diversos. Las privatizaciones tienen efectos distintos en cada país. Pero también pueden dar resultados asombrosos. No se valen los dogmas, ni el estatismo ni la privatización. Pero por ese camino pareciera que no hay forma de medir los resultados. Falso, sí las hay y muy precisas: cuánto se reduce la pobreza, cuánto se incrementa el ingreso, cuánto sube la productividad, cuánto crece el pastel nacional. Lula lo sabe, tan es así que ésos son sus argumentos internos. Sin embargo cuando sale a la defensa de sus colegas de izquierda se acomoda en el fácil relativismo del todo se vale. No, no todo se vale.

Todos los países tienen mecanismos de expropiación y nacionalización. Pero no es lo mismo una nacionalización en condiciones democráticas, con respeto a la legalidad establecida, que con todo el aparato de poder encima. Ésa es la pequeña diferencia. Pero ése no es el punto central. Plantear las diferencias entre, por un lado México y por el otro Venezuela, Bolivia y Nicaragua (veremos Ecuador) como una cuestión de estrategias económicas es desviar el debate. El dilema central es si esas estrategias fueron decididas, implementadas y sostenidas en forma democrática. El éxito económico viene después. Por supuesto que las inversiones también van a los sistemas autoritarios: Singapur o China son ejemplos. Sin embargo, a la larga, democracia y crecimiento están trenzados. Los capitales buscan las ganancias y están dispuestos a apostarle a regímenes autoritarios, a la corta les paga. Pero llegada la zozobra se refugiarán en las democracias. "...si se habla de socialismo y al mismo tiempo de presidencias perpetuas, a mí me genera una desconfianza gravísima". Habla Sergio Ramírez, ex vicepresidente del sandinismo de los 80 que ahora ve regresar a Ortega, quien ya sondea las aguas hablando de "elecciones sucesivas" que le permitan implantar su modelo de justicia social. Ésos son los demócratas que defiende Lula.

Hay en todo esto un síndrome común: necesitamos tiempo extra que la democracia no nos concede. Porque la democracia está mal, el tiempo extra es a la mala. "Ha de instaurarse así el reino de la burocracia del Estado en nombre de la justicia social", escribió Aguilar Camín refiriéndose al tema. Allí está una América Latina desmemoriada que pasea a Menem como legislador, que regresa al poder a Alan García, que quiere reinstalar a Fujimori, que ya no recuerda al golpista Chávez, que aplaude de nuevo a Ortega sin acordarse de la "piñata" sandinista. Allí anduvo Ríos Montt en Guatemala como amenaza. La crisis es de fondo: hay una flacidez ética que raya en el cinismo.

Frente a esta desmemoria el Presidente mexicano estuvo firme. Latinoamérica debe cuestionarse "...si es capaz de avanzar o retroceder, si apostamos por la democracia o permitimos que regresen las dictaduras vitalicias". México se mira lejano a esas discusiones. Mal que bien en México las reglas del juego se han ido asentando. La mayor prueba fue la cerrada elección del 2006. Es malvado decirlo, pero mientras en el sur varios parecieran caminar hacia atrás en lo político y en lo económico, el Gobierno mexicano ratifica una apertura económica y política. Ese simple anuncio vale oro. La vulgar respuesta de Chávez lo retrata.

Insisto, las diferencias de estrategia económica son un asunto secundario: Bolivia está en todo su derecho de reclamar usos para la producción de coca o mejores condiciones para la extracción de sus hidrocarburos; Venezuela en el suyo de buscar una fórmula de desarrollo estatista, etc. Cada quien su camino, ya se medirán los resultados. Pero todo tiene un límite y ése se llama democracia. Ésa no es negociable. No se trata de una diferencia criterios para el desarrollo. Es un asunto de principios: democracia o maromas autoritarias.


Federico Reyes Heroles, El Norte, 30 de enero 2007
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Estamos viendo un neo-fascismo populista escondido bajo una piel de izquierda democrática que recorre latinoamérica. Al tiempo.

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lunes, enero 29, 2007

 

Ebrard: ¿Transparencia o tapadera?

El punto de partida para Marcelo Ebrard en materia de transparencia no es cero.

Su administración inicia con saldo deficitario porque ahora no basta con ofrecer nuevas herramientas de acceso a la información pública. Además, está obligado a dar, cuanto antes, muestras de que al final no terminará con la tomada de pelo que López Obrador recetó a los capitalinos por seis años.

Hasta la fecha, el ex candidato presidencial sigue sin entender de qué se trata el tema. En la presentación de su nuevo programa de televisión lo defendió como una forma de "garantizar el derecho a la información".

Su comprensión del tema nunca pasó de ahí. Para él, derecho a la información tenía que ver con que sus arengas tuvieran difusión, no con hacer disponibles las cuentas de la construcción del segundo piso del Periférico.

Ésta es la herencia que Marcelo Ebrard tiene la oportunidad de corregir. Si Felipe Calderón ha crecido a partir de aprovechar la desidia y la incapacidad de Fox para tomar decisiones, la oportunidad de Ebrard es la misma con respecto al nulo interés de AMLO por la apertura informativa.

La estrategia que hasta ahora ha seguido el gobierno capitalino ha sido presentar y difundir nuevas herramientas de acceso a la información: el sistema electrónico de solicitudes (Infomex) y la construcción de espacios públicos para asistir a los solicitantes de información y capacitar a los funcionarios obligados a entregarla.

Lo anterior es útil, pero insuficiente. Lo medular para el relanzamiento creíble del tema está en revertir dos prácticas.

La primera tiene que ver con cambiar las evasivas, demoras e intimidaciones ("¿para qué la quiere?") para solicitudes de información que ni siquiera están cerca de la frontera que define lo reservado o confidencial y que son la inmensa mayoría.

Para lograr esta transformación ayuda el crecimiento en la demanda de documentos públicos que se ha dado a partir de la instalación del sistema de solicitudes electrónicas. En los primeros dos meses y medio -noviembre, diciembre y parte de enero- se han recibido alrededor de 900 solicitudes.

Esto es más que lo recibido durante todo el año previo a la implementación de Infomex.

Pero este indicador de éxito, que es el crecimiento de la demanda, será efímero si no es correspondido con nuevas prácticas de entrega. InfoDF todavía no da a conocer el porcentaje de estas solicitudes que fueron resueltas positivamente.

El otro elemento para una transparencia creíble en el DF tiene que ver con la falta de claridad en el manejo de los proyectos más importantes de la Ciudad durante el sexenio pasado. En esto, todo está por hacerse.

Ya se anunció la liquidación del Fideicomiso para el Mejoramiento de las Vías de Comunicación del DF (Fimevic), pero no se ha dicho nada sobre cuándo se van a transparentar sus cuentas a cabalidad.

Esto es doblemente necesario por estar alimentado el fideicomiso de dinero público, pero, además, porque habiéndose construido algunos de los tramos de la gigantesca obra por asignación directa, sólo se disiparán las sospechas abriendo todas las cuentas.

A las autoridades en funciones del Fimevic no se les ven muchas ganas de transparentar su actuación. Ante una solicitud amplia de documentos planteada por uno de los comisionados de InfoDF, Salvador Guerrero, le fue negada la información en su totalidad, entre otras razones, por una insólita: ser servidor público.

Esto quiere decir que, en el rebuscado razonamiento de las autoridades del Fimevic, el funcionario pierde derechos fundamentales al tomar una responsabilidad pública.

Las mismas exigencias de transparentar aplican para otro fideicomiso que también recibió cuantiosos recursos públicos: el creado para el Rescate del Centro Histórico.

Hace unos días, el Jefe de Gobierno decidió que se disolvería, pero, ¿dónde están las cuentas de este fideicomiso que gastó seis mil millones de pesos de recursos públicos en proyectos inmobiliarios?

La situación es similar para una amplia variedad de órganos cuya naturaleza jurídica variada (fideicomisos, descentralizados, empresas de participación estatal) ha sido usada como pretexto para evitar la entrada del escrutinio ciudadano. No puede haber transparencia creíble para el Gobierno de Marcelo Ebrard si antes no hay la determinación de renunciar a ser tapadera de la administración que lo antecedió.

Resucitar el tema de la transparencia tras un gobierno que se empeñó en desencantar a la ciudadanía exige mucho más que marketing.

Juan Ciudadano, El Norte, 29 de enero 2007
juanciudadano@juanciudadano.com

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Otro rasgo característico de los regímenes populistas es la falta de transparencia. Como sus finanzas no soportarían ningún análisis objetivo, prefieren ocultar la información para que no los "balconeen". Pero aún así hay gente que les cree todo...

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sábado, enero 27, 2007

 

Todo tiempo pasado... ...ya se fue

Todo tiempo pasado fue mejor, dice el adagio. Aunque así fuera, el pequeño problema es que ya no puede regresar.

Algunas personas que hoy tienen 40 años o más están nostálgicas del mundo que teníamos cuando empezaron su vida productiva en las épocas en las que Salinas llegaba al gobierno o incluso antes.

Hay muchos que tienen la sensación de que la vida era mejor antes de que nos embarcáramos en la aventura de la apertura económica y comercial que comenzó en 1985, cuando el Gobierno de De la Madrid decidió abrir la economía mexicana unilateralmente.

Quisieran que regresáramos a esa economía en la que el Estado era protector y fijaba los precios de tortilla y muchos productos más; cuando los chinos estaban lejos de ser una amenaza para los productores nacionales; cuando el Muro de Berlín estaba en pie y muy pocos esperaban que cayera pronto; cuando los trabajos eran seguros y para toda la vida, entre muchos otros ingredientes del pasado.

Con frecuencia, estos nostálgicos nos recuerdan que en la etapa del desarrollo estabilizador, con la economía cerrada y alejada de la globalización, crecimos a tasas promedio de 6 por ciento al año, las que ahora parecen inalcanzables.

El pequeño problema con el que nos enfrentamos es que el reloj sólo camina en un sentido.

El mundo en el que hoy vivimos tiene a China con todo lo que ello implica; el Muro de Berlín cayó hace muchos años y... la globalización no es una opción que podamos elegir. Se trata de un hecho que no tiene vuelta de hoja.

Como dice Joseph Stiglitz en su libro más reciente: en todo caso, hay que hacer que funcione.

Para garantizar que la economía mexicana pueda crecer a una tasa suficientemente elevada para generar cerca de un millón de nuevos empleos cada año no se requiere colocarse en un pasado que ya no va a volver aunque lo quisiéramos, sino, por el contrario, avanzar hacia el futuro.

La reflexión anterior no tendría sentido si no estuviera presente en América Latina esa tentación. No sólo se trata del reiterado caso de Chávez sino de otros regímenes, como el de Bolivia o Ecuador, y algunos más que pueden verse tentados a dar un golpe de timón como el de Argentina, Uruguay, Brasil, Perú y Nicaragua.

No es una broma. Hay una parte del mundo que pretende moverse hacia el pasado y otra muy importante que puede verse tentada a hacerlo.

No es imposible que, resultados electorales al margen, haya muchos que así quieran hacerlo en México.

El primer problema es que no se puede. Y el que segundo es que no nos conviene.

Ojalá que en su primer visita al Foro Económico Mundial de Davos, en su calidad de Presidente de México, Felipe Calderón pueda percibir con más claridad las direcciones en las que se está moviendo el mundo, en especial las naciones que han logrado éxitos económicos y que asimile las lecciones que nos dejan esos casos.

Hay que moverse en el único sentido que es posible hacerlo en el tiempo: hacia delante.

Inflación

Quizás algunos pensaban que el índice de precios al consumidor de la primera quincena de enero tendría que ser extremadamente elevado y resultó que apenas fue del 0.33 por ciento.

¿Se trata de un truco del Banco de México o de lo que realmente aconteció?

No hay truco. Las mediciones son transparentes. Lo que, en todo caso, puede haber, es una inadecuada ponderación de los ingredientes que componen el índice de precios pero eso habría que discutirlo.

De acuerdo con los datos que tiene el banco central, en promedio, los hogares mexicanos destinan el 22.7 por ciento de su gasto a alimentos, que es lo que ha aumentado de precio en mayor grado en lo que va del año.

El incremento quincenal de los alimentos fue de 0.46 por ciento y la tasa anual se ubicó en 6 por ciento. Sólo por contraste, por ejemplo, la ropa aumentó a una tasa anual de 0.9 por ciento o los muebles lo hicieron a un ritmo de 1.5 por ciento.

Desde luego que los hogares que destinan una proporción mayor de su gasto en alimentos son los que más resintieron este impacto.

En el controvertido caso de la tortilla, el incremento es de 4.75 por ciento en promedio nacional durante la primera quincena de enero. Si el cálculo se hace respecto a la cifra de hace un año, entonces el aumento es de casi 20 por ciento en promedio.

Del otro lado, hubo alimentos cuyos precios bajaron en la primera quincena del mes. El jitomate redujo sus precios en promedio en 14 por ciento.

Quienes destinan una proporción elevada de su gasto a tortillas, desde luego que habrán resentido una mayor pérdida de su poder adquisitivo que en el promedio.

Lo que, sin embargo, es un hecho, es que no hay una erupción inflacionaria, como podría anticiparse por la impresión de las últimas semanas.

Esperemos que las cosas sigan así.

Enrique Quintana, El Norte, 26 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com

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Esos tiempos ya se fueron, pero aún hay muchos populistas tratando de revivirlos.

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viernes, enero 26, 2007

 

Lo que la tortilla nos dejó

En poco menos de dos semanas los legos aprendimos qué son los cupos de importación de maíz; la diferencia entre el grano blanco y el amarillo; de qué está hecho el etanol y para qué sirve; cómo se balancea la alimentación de los mexicanos; entramos al debate de si el Estado debe subsidiar o no a los pobres, y nos enteramos de que la política energética de Bush virará en busca de combustibles alternos y, de paso, afectará los precios internacionales de la tonelada de maíz. Todo, a propósito del incremento del precio de la tortilla.

Un problema que comenzó como una calamidad -el alza en el precio de este alimento básico más allá de los 10 pesos por kilo-, abrió las puertas de un tema mucho más complejo, con múltiples aristas, que permite revisar varios asuntos interrelacionados que son vitales para concebir el futuro económico de México.

De la ruta que va de la tortilla al zurco, lo primero fue tratar de contener a los acaparadores y a quienes monopolizaban la comercialización agrícola; lo segundo, entender que los precios internacionales del maíz, impactan a nuestra cadena productiva. Simplemente no somos una isla en el mundo, la globalización de los mercados no es una hipótesis teórica, sino una necia realidad que se impone sobre los aislacionistas.

Lo que ha seguido son los esfuerzos por hacer que el impacto de ese mercado mundial, distorsionado, porque nadie puede seguir defendiendo el credo de que los mercados son perfectos, no deje sin alimento a los mexicanos, sobre todo a los que menos tienen.

Por delante está la tarea de definir qué queremos hacer con nuestro agro que, de acuerdo con la agenda del TLCAN, en 2008 tendrá que enfrentar la apertura comercial con Estados Unidos y Canadá, en condiciones de franca desventaja.

También parece que estamos a tiempo de definir si le entramos como país a la generación de etanol a partir de maíz o de caña de azúcar, que al parecer será una de las fuentes renovables de energía más solicitadas en un futuro cercano, una vez que economías como la estadounidense estén dispuestas a quitarse de encima la dependencia del petróleo. Actualmente no producimos gran cosa de etanol, pero una política de fomento a dicho sector debe analizarse por sus méritos, no por los mitos, aquellos de si somos o no un pueblo de maíz

Además, lo sano del debate democrático es que también podamos ponderar las atribuciones del Estado para intervenir en determinados mercados en favor de la población. Controles de precios y subsidios volvieron a adquirir vigencia en el contexto de estas dos semanas. Hay quienes plantean que no debe ser política sistemática; a otros les parece lo contrario. En lo que nadie puede estar en desacuerdo es en el reto más profundo: ¿qué hacemos con la pobreza? La estamos simplemente sobrellevando o realmente se trata de resolverla.

El debate del maíz y la tortilla, con todas sus implicaciones, es tan complejo que debe partir de consideraciones técnicas, sin partidismos. Se necesitan soluciones realistas, pragmáticas y con alto sentido social. No hay espacio para el dogmatismo. La pobreza no es propiedad de nadie, es responsabilidad de todos; eso es lo que debería recordarnos la tortilla.

Editorial de El Universal, 26 de enero 2007

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Soluciones pragmáticas, eso es lo que requerimos. Los campesinos necesitan ganar más, son de los más pobres entre los pobres en México. ¿Cómo pueden ganar más sin afectar a los consumidores? Porque la fácil, como muchos demagogos y populistas han hecho y propuesto, es subsidiar al campo. Pero eso no resuelve nada, prueba de ello es que el campo sigue igual. ¿Y si se aumenta el precio del maíz? Tampoco es una solución viable, pues como ya vemos afecta a los consumidores, y no todos los pobres son campesinos que siembra maíz. ¿Entonces? Que los campesinos siembren lo que más les reditue, con mayor eficiencia. Los dogmatismos, paradigmas, de que somos el pueblo del maíz, ya no tienen cabida en el siglo XXI.

Si hoy en día la tonelada de maíz se paga por arriba de los 2000 pesos, pues que siembren maíz, pero de manera eficiente, produciendo más de 8 toneladas por hectárea. Y si no es redituable por la orografía, el clima, o la extensión de tierra pequeña, pues ahí están las hortalizas. Y si México no es autosuficiente en un alimento no importa. Lo que importa es que la población tenga los suficientes ingresos como para comprar sus alimentos, sin importar donde hayan sido producidos. Por eso hay que producir, sembrar, fabricar, lo que nos deje más dinero, para lo que somos buenos, lo que sea más rentable.

¿Lo entenderán los populistas?

Dany Osiel Portales Castro

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miércoles, enero 24, 2007

 

El encanto populista de los controles de precio

En mi columna del 23 de agosto del año pasado, "La importancia de los precios", señalé que esperaba "que el gobierno de Felipe Calderón utilice estándares muy rigorosos a la hora de evaluar las políticas públicas y los programas sociales, de manera que evite introducir distorsiones adicionales en la economía mediante la manipulación innecesaria de los precios..." Es una decepción, por tanto, que apenas transcurrido mes y medio desde el inicio de su administración haya tomado decisiones en función de presiones políticas, mostrando con ello un claro desdén por las señales económicas.

Los gobiernos han tratado de fijar precios mínimos o máximos en todas partes y desde tiempos ancestrales. En México está muy arraigada la idea de que las decisiones burocráticas sobre la asignación de recursos solucionarán nuestros problemas económicos. De hecho, al ver la reacción del público ante las intromisiones gubernamentales, uno podría decir que somos víctimas del encanto de los controles. Ello no justifica, sin embargo, que una de las primeras acciones del gobierno de Felipe Calderón haya sido la interferencia con la operación del mercado en el caso de la tortilla y el maíz, ante el escándalo que se suscitó con el aumento del precio de esos productos.

El alza se debe, en gran parte, al incremento de precios internacionales del maíz por su uso creciente en la producción de etanol, y en menor medida a la política oficial de entorpecer la importación libre del grano. Nada tiene que ver el argumento fantasioso de las autoridades y del Congreso que culpa de ello a los especuladores y acaparadores del producto; pero si bien esos señalamientos carecen de sustento económico, tienen en cambio un gran contenido político, por lo que no extraña la decisión de anunciar un programa que incluye, entre otras acciones, el acuerdo de un precio tope a la tortilla.

La dimensión política de esta intromisión en el mercado del maíz y la tortilla se aprecia mejor cuando la comparamos con la inacción de las autoridades ante las oscilaciones del precio del tomate durante el año. Maíz y tomate son productos del campo y su cotización depende, entre diversos factores, de las condiciones climatológicas y la producción global, pero hasta ahora nadie se ha avocado a señalar cuando sube de precio el tomate que ello es resultado, como ahora en el caso del maíz y la tortilla, de especuladores y acaparadores del producto.

La tortilla subió de precio porque el maíz subió de precio. Y esto sucedió porque la cotización internacional del grano se elevó, como mencioné antes, al demandarse para la producción creciente de etanol. La liquidez que existe en la economía debido a la política monetaria laxa de Banco de México facilitó la transferencia de precios a los consumidores.

La solución económica es dejar que los mercados acomoden los nuevos precios relativos, mientras que la solución política, que no confía en los mercados, se inclina por leyes que controlen "la especulación y el acaparamiento", que le establezcan topes a los precios que se pueden cobrar con el supuesto fin de simbolizar la oposición a la escasez que existe. La escasez duele, ya que significa que no puedo tener todo lo que deseo. Sin embargo, lo único que logrará el gobierno con estas medidas es acrecentar las distorsiones que ellos mismos crearon en el mercado de maíz y, por tanto, en el de la tortilla.

El atractivo político de los controles de precios es fácil de apreciar. Aun cuando fallan en proteger a muchos consumidores y perjudican a otros, los controles prometen proteger a grupos de consumidores que encuentran particularmente difícil pagar los incrementos de precios. A pesar del uso frecuente de controles de precios, y a pesar de la lógica superficial de su atractivo, los economistas nos oponemos por lo general a ellos. La razón es que los controles de precios distorsionan la asignación de recursos y cuando se introducen en mercados donde la demanda no se satisface con la producción existente a los precios anteriores, como sucede ahora con el maíz y la tortilla, sólo hacen que las cosas empeoren.

En los sectores donde se aplican controles se debilitan, por un lado, los incentivos para que los consumidores disminuyan su consumo, mientras que por el otro, se desalientan a los proveedores de hacer inversiones adicionales para aumentar la capacidad de producción que, en última instancia, es lo que aliviaría en definitiva la escasez.

Cuando el problema es la ausencia de mercados competitivos, la solución no son los controles de precios, sino atacar las causas de que no exista la competencia. En el caso del maíz y la tortilla, es una tontería afirmar que no existe un entorno de competencia para que el precio refleje adecuadamente las condiciones del mercado. En todo caso, el problema está en los controles arbitrarios a la libre importación del grano y no en el precio de la tortilla, que sólo refleja las condiciones del mercado internacional del maíz.

La reacción del Presidente Calderón es preocupante no sólo porque no resuelve el problema, sino porque nos hace creer que los políticos, en vez de la competencia en el mercado, son mejores para determinar el precio de los productos, lo que en la práctica es una fórmula segura para el desastre. Además, los techos "temporales" de precios tienen una forma muy curiosa de ser finalmente no tan temporales. Los techos a los precios deben verse como lo que son: parte del problema y no la solución.


Salvador Kalifa, El Norte, 24 de enero 2007
salvadorkalifa@prodigy.net.mx
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Hay que decirlo con todas sus letras, la decisión de un pacto para el precio de la tortilla es una medida populista. Y como tal aquí lo denunciamos. Que se habran los cupos de importación de maíz, pero sobre todo que se promueva el uso de mejores variedades y más tecnificación en el campo. Si todas las hectáreas que hoy se siembran con maíz produjeran 8 toneladas c/u, no tendríamos este problema. Pero ojo, el precio del maíz estaría por abajo de 1000 pesos la tonelada en perjuicio de los campesinos. No hay lonche gratis, ni para un lado ni para el otro.

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martes, enero 23, 2007

 

Grupo de resentidos

"En desvergüenza incurren los perredistas derrotados que proponen una nueva Constitución para el País. Dichos señores se han caracterizado por su absoluto desprecio de la ley, y ahora se erigen en sumos legisladores, y además constituyentes. Eso es desfachatez, por no decir cinismo.

¿No se han apartado acaso en modo sistemático de la juridicidad? ¿No atentaron contra los ciudadanos al invadir y ocupar ilegalmente el Paseo de la Reforma y el Zócalo de la Ciudad de México? ¿No impidieron al entonces Presidente la lectura de su último Informe? ¿No intentaron en modo demencial evitar que el nuevo Presidente tomara posesión de su cargo, lo que equivalía a dar un golpe de Estado? ¡Y son ahora esos constantes violadores de la ley quienes proponen que haya una nueva Constitución!

Tal cosa daría grima si no es porque en verdad da risa. Pretenden esos malos políticos que se suprima la actual ley máxima y se haga otra a la medida de sus ambiciones. Reformas se necesitan, sí, que eliminen de la norma constitucional todo aquello que aún estorba la modernización económica y política de la Nación. Pero esos cambios no deben provenir de la insidiosa labor de un grupo de resentidos que no están trabajando por el bien de México, sino que buscan a toda costa el poder para usarlo en su provecho y perpetuarse en él."

Armando Fuentes Aguirre, Catón, El Norte, 23 de enero 2007

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lunes, enero 22, 2007

 

La demagogia salarial nos amenaza


En las próximas semanas, la pretensión de un aumento salarial de emergencia va a estar en el primer plano.

A lo largo de los últimos días se ha demandado una revisión de emergencia de los salarios mínimos y más aumentos en los contractuales.

¿Está justificada desde el punto de vista económico esta demanda?

Nuevamente voy a ser impopular, pero creo que el planteamiento es básicamente demagógico.

Si hay preocupación por el poder de compra de los sectores más pobres, la opción es aumentar los subsidios directos con objeto de compensar temporalmente el efecto del mayor precio de la tortilla y de otros alimentos.

En las últimas semanas se ha dicho que la tortilla es esencial en el consumo de la población.

Para poder observar qué tan esencial es, hay que ir a las cifras. Las únicas disponibles respecto a lo que pesa la compra de tortillas en el gasto de las familias son las de la Encuesta de Ingreso-Gasto de los Hogares.

De acuerdo con la información del último estudio, que se realizó en 2004, gastan en la compra de tortillas de maíz el 80.8 por ciento de los hogares mexicanos, lo que significa que compran tortillas aproximadamente 21 millones de familias.

La que come más tortillas en México es la clase media.

Entre la población que se encuentra en los deciles 4 al 8, es decir, a la mitad de la tabla de la distribución del ingreso, en 9 de cada 10 hogares se compran tortillas.

El gasto promedio diario por cada hogar era de 4 pesos con 60 centavos cuando se hizo el estudio. Considerando el incremento promedio del kilo de tortilla, ese monto era de 5 pesos con 50 centavos al final del año pasado.

En las primeras semanas de enero, con el aumento promedio que se ha dado y que anda en el 25 por ciento, para comprar la misma cantidad de tortillas, el gasto llegó a 6.90 pesos al día en promedio.

En los sectores medios, el desembolso adicional que ha tenido que realizarse en este mes es de 1.40 pesos diarios, lo que equivale a 42 pesos adicionales al mes.

Las estimaciones de la misma Encuesta señalan que el gasto total que realizan los hogares ubicados en esos segmentos es de alrededor de 6 mil 200 pesos mensuales en promedio.

El impacto específico del aumento reciente en la tortilla en el gasto total es de 0.7 por ciento.

En el caso del 30 por ciento de los hogares más pobres, el impacto es mayor porque de su gasto total, poco más del 3 por ciento se realiza en tortillas y el gasto que efectúa cada familia es apenas del orden de 2 mil 900 pesos.

Sería muy bueno que los salarios mínimos pudieran incrementarse en términos reales en una proporción mucho mayor y que los salarios contractuales también se pudieran revisar muy por arriba de la inflación.

Dar tales aumentos sin que haya efectos inflacionarios es posible si la productividad del País crece.

Pero para que la productividad crezca, se requiere que tengamos un crecimiento del PIB de más de 5 por ciento anual de modo sostenido.

De acuerdo con la información disponible, la participación de los asalariados en el ingreso total del País ha tenido poca variación en la última década.

En 1995, el 29 por ciento del ingreso del País correspondía a los asalariados y en 2004 (último año con información disponible) esa proporción era del 28.8 por ciento.

Aunque en términos reales, el salario promedio de cotización del IMSS ha tenido un ligero crecimiento en los últimos años, ha sido poco significativo. Sin embargo, al menos desde los últimos años de la Administración de Zedillo y a lo largo del sexenio de Fox, se logró detener la caída de los salarios reales.

Hay dos realidades que a veces resulta difícil asimilar, pero que si somos honestos, debemos reconocer.

La primera es que hay un alto porcentaje de la población mexicana, alrededor de la mitad, que sigue bajo la línea de la pobreza, y a la cual cualquier incremento en los precios de los alimentos le implica una pérdida sensible.

Es a este sector al que se deben canalizar más apoyos, entregados de manera directa y transparente.

Pero, al mismo tiempo, la realidad es que el alza en los precios de la tortilla (todavía no hay información para valorar el impacto de todas las alzas) está lejos de justificar una revisión de emergencia en los salarios en 40 por ciento, como lo ha planteado el PRD.

Hay una obvia intención política en esa demanda, que tiene el propósito de ganar popularidad y restarla al Gobierno de Calderón, que, por supuesto, se va resistir a ella.

El Gobierno tendrá que enfrentar el reto de lograr que no se salga de control la conducción económica del País, aun si ello implicara una pérdida de puntos en las encuestas, como seguramente va a ocurrir.

Lo que sí debe cuidar Calderón es que no vaya a perder la legitimidad necesaria para emprender cuanto antes las reformas que por tantos años han quedado pospuestas en el País.

Enrique Quintana, El Norte, 22 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com

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domingo, enero 21, 2007

 

Tiranía de arribistas

Amicus Platonis, magis amica veritas. Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Así dijo Aristóteles cuando los discípulos del maestro lo exiliaron de la Academia por no compartir sus dogmas. Nadie que negara la posibilidad de crear una sociedad perfecta como la expuesta en "La República" tenía cabida entre los incondicionales del gran Platón. No pudiendo reconciliarse con las ideas de su amado maestro, el "discípulo incómodo" agarró sus chivitas, se encogió de hombros e hizo la mencionada declaración de independencia intelectual.

La bronca entre los dos grandes filósofos no fue menor, este desencuentro corre a lo largo de toda la cultura occidental. A partir de este pleito, el espectro filosófico y político se rompió en idealistas y realistas. Los primeros, con Platón, creen poder crear el reino de los cielos en la Tierra por medio de instituciones perfectas, leyes inflexibles y una élite de gobernantes intachables (cualquier semejanza con la Iglesia y/o el PRD no es mera coincidencia). Los segundos, con Aristóteles, no podemos sino advertir que la naturaleza humana es frágil, mezquina, egoísta y que "ante el arca abierta hasta el justo peca" por lo que, así se trate de un santo, hay que someterlo al imperio de la ley.

Ambos bandos le apuestan a la gestión política para lograr la mejor de las sociedades posibles discrepando más en método que en ideología. Donde los idealistas proponen volver a empezar de cero -dictar nuevas leyes, modificar constituciones, derrocar a los gobernantes actuales-, los realistas nos inclinamos por la aplicación de las leyes vigentes, el perfeccionamiento progresivo de las instituciones existentes y la creación de convicciones democráticas por vía de la ley y la educación. Unos tienen fe en la virtud de un líder esclarecido o un partido insobornable; los otros, incrédulos de buena fe que somos, buscamos hacer de la isonomía (aplicación pareja de la ley) el más eficiente magisterio democrático.

Para el próximo 5 de febrero, Andrés Manuel López Obrador y el PRD están preparando el proyecto de una nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Dicen, y con razón, que la de 1917 es obsoleta y requiere enmiendas para adecuarla a los retos que viven el País y el mundo.

Pero antes de meterle mano a la Constitución, cabe preguntarse -con Aristóteles- si conviene que ése sea nuestro primer paso hacia una reforma del Estado. Porque si la modificación va a ser sólo de papel y, si quienes proponen una nueva Constitución no están dispuestos a respetarla y hacerla respetar, ya lo dijo "Ari", modificar la Carta Magna puede hacer más daño que bien (Política, 1269ª22).

No abogo por leyes eternas talladas en piedra. Sin duda todas las leyes, incluida la Constitución, responden a una realidad sociopolítica cambiante y por lo mismo han de ser flexibles. Pero no conviene confundir la flexibilidad del Legislativo con la del Ejecutivo o el Judicial. Donde el legislador tiene la facultad de ser flexible al crear la ley, el Poder Judicial, si aspira a ser justo, no puede serlo en su aplicación. Dicho de otro modo: una vez dictada con todo su rigor (o falta de), la ley debe aplicar para todos los ciudadanos, al margen de si nos gusta, nos late o nos conviene. Por eso, antes de dictar nuevas y más rigurosas leyes (y máxime un pacto constitucional) es preciso que los legisladores -en este caso, AMLO y el PRD- consideren si como ciudadanos están dispuesto a someterse (y a someter a sus líderes, cuates y familiares) a dichos principios, sin excusa o excepción.

Porque volviendo a Aristóteles y su pugna con Platón: antes de andar buscando crear repúblicas perfectas con constituciones ideales de derecha o izquierda, quizá convendría ser más modestos y empezar la "reforma del Estado" por aplicarle a todo mundo -incluidos Presidentes "legítimos" y "espurios", partidos políticos y ONGs, ricos y pobres, funcionarios y ciudadanos- las leyes imperfectas que ya tenemos. De nada sirve tener la mejor Constitución de papel, si de facto hay individuos, partidos o tribus que, por razones políticas, ideológicas, económicas, religiosas o de estatus gozan de impunidad o se eximen de cumplirla cuando no les conviene.

A 24 siglos de distancia, la objeción aristotélica sigue vigente: en tanto cumplir la ley no sea igualmente obligatorio para políticos y ciudadanos, la República seguirá siendo gobernada por oportunistas y tiranos.

Claudia Ruiz Arriola, El Norte, 21 de enero 2007
sherpa01@gmail.com

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Antes que una nueva Constitución, que AMLO respete la que tenemos. ¿Cómo puede alguien que poco ha respetado la ley proponer otra?

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sábado, enero 20, 2007

 

Pecados capitales

Karl Popper define, con razón, a la democracia como un régimen político que le permite a un pueblo (o a una sociedad) deshacerse de sus gobernantes sin recurrir a la violencia. Y agrega, además, algo que resulta fundamental en los tiempos actuales: los políticos, lejos de ser hombres (o mujeres) superiores, suelen estar por debajo de la media moral e intelectual de una sociedad.

De ahí la pertinencia de hacer un inventario de los principales pecados de nuestra clase gobernante. Este listado no es exhaustivo ni debe entenderse como la suma de males que encarnan todos y cada uno de sus integrantes. La distribución de estos males es azarosa, desigual y combinada. Y sin embargo, esta patología es propia de ellos, es decir, de la clase política que nos gobierna. Veamos, pues:

-La corrección política. Son los lugares comunes que se repiten y que casi ninguno se atreve a cuestionar por temor a quedar mal con sus compinches o con la opinión publicada. Menciono tres particularmente ilustrativos: 1) la definición del uso de la fuerza pública como una forma condenable de represión política; 2) la identificación del consenso como el estado perfecto de la democracia; 3) la vinculación directa de los índices de criminalidad y violencia con la pobreza y la marginación social.

-La ambigüedad. Los políticos abominan la claridad y la precisión en el lenguaje. El viejo dicho de Luis Echeverría sigue siendo ejemplar: ni sí ni no, sino todo lo contrario. Los priistas, qué duda cabe, son doctores en esta materia. Pero no son los únicos. La práctica se ha extendido a los perredistas, los panistas y los partidos pequeños. El mecanismo siempre es el mismo: ¿está usted a favor de una reforma fiscal? Sí, pero... En tiempos electorales este mal endémico se agudiza: ¿Es usted candidato a la Presidencia? No, qué esperanzas; a mí denme por muerto.

-La demagogia. Prometer, dice el dicho, no empobrece. Y es cierto. Sin importar el color o la ideología se puede ofrecer un crecimiento del 7 por ciento anual, aun a sabiendas de que es materialmente imposible; o se puede anunciar ahorros de 100 mil millones de pesos con algunos recortes de personal, la reducción de teléfonos celulares y el uso de tsurus blancos. La demagogia camina de la mano con el simplismo.

-El doble lenguaje. Este globo de oro le corresponde a los perredistas. Nadie como ellos encarna el doble lenguaje y la hipocresía. Todo aderezado con una fuerte dosis de cinismo. Camaleones que cambian de color y humor al paso de los días y, a veces, de las horas. Los aguerridos detractores de las instituciones, que proponían violentar el orden constitucional para impedir la toma de protesta del Presidente electo, votaron por unanimidad el presupuesto de la Federación 15 días después y no tienen empacho en cobrar sus dietas regularmente. Su mano izquierda, alzada como puño en la manifestación, ignora a su mano derecha tendida y presta a recibir sus emolumentos.

-La mentira. Casi todos los políticos mienten o han mentido. Pero hay casos extraordinarios: Roberto Madrazo es uno de ellos. Recuérdese la forma en que embarcó a Esther Gordillo en el proyecto de las reformas estructurales para luego defenestrarla justamente por esa razón. Otro que merece estar en el récord de Guinness es AMLO: la lista de sus mentiras es enorme. Las últimas fueron grotescas y estridentes: voy 10 arriba de Calderón; gané por 500 mil votos; me hicieron un fraude cibernético y otro a la antigüita. Y antes del proceso de desafuero: no sabía nada de las acciones de Ponce y Bejarano; me fallaron.

-La estrechez de miras. Faltan liderazgos, inteligencia y generosidad. Los políticos y sus bancadas en el Congreso no ven más allá de sus narices. El País está urgido de reformas. En el contexto de la caída de los precios y de la producción de petróleo, la fiscal es más que urgente. ¡Y qué decir de bola de nieve que constituyen las pensiones en el IMSS y el ISSSTE! Sin embargo, los diputados reaccionan con mentalidad de tenderos y se comportan como cuentachiles. ¿Qué me das a cambio de que te apruebe tal ley o tal inciso? Pero no sólo eso. Impera la mezquindad: por eso redujeron en diciembre el presupuesto del IFE, poniendo en riesgo el programa de renovación de credenciales de elector, pero no eliminaron un solo peso de la partida asignada a los partidos.

-La intolerancia. En la época de oro del priato el culto al Presidente de la República volvía intocable e inatacable a un solo hombre por seis años. El Tlatoani omnipotente decretaba la hora y el clima. Con el paso del tiempo las cosas cambiaron. Bastaba la crítica o la denuncia pública -documentada- contra un funcionario para que fuese removido. Los vientos llegaron hasta los procesos electorales: inconformidad, protesta, revisión, anulación de la elección-negociación. El cambio culminó el 2 de julio con la derrota del PRI. Pero la intolerancia surgió bajo una nueva modalidad: la izquierda en el poder se asumió como la encarnación de la Razón histórica y moral. Descalificó cualquier forma de crítica y demonizó a las oposiciones. En un universo de complots y conjuras contra los representantes del pueblo había y hay una sola consigna justa: ¡No pasarán!

-Vida pública igual a vida privada. No se debe confundir el confesionario con el laboratorio, decía don Jesús Reyes Heroles. Fox lastimó algunas formas, pero entendió lo esencial. La moral y la convicción religiosa, completa y absolutamente respetables, no se pueden imponer por decreto en el espacio público al conjunto de la población. Ése es el principio de la separación Estado-iglesias. El Secretario de Salud, José Ángel Córdova, no lo entiende así. (¿Y el Presidente?)

Todos los mencionados son pecados capitales. Cabe, sin embargo, una aclaración. Entre los pecados capitales hay, parafraseando a Orwell, unos que son más capitales que todos los demás: el mesianismo y el populismo, señaladamente. AMLO los encarna a la perfección. Dios nos libre de los iluminados que quieren purificar la vida pública y quemar a los herejes. Porque no hay nada más temible que un político ramplón metido a redentor.


Jaime Sánchez Susarrey, El Norte, 20 de enero 2007

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viernes, enero 19, 2007

 

La reforma fiscal o el idioma de Babel

Aunque se ha desatado el optimismo por la posible reforma fiscal, creo que todavía hay muchas razones para ser escéptico.

El lunes por la noche, los coordinadores parlamentarios del PRI, PAN y PRD se reunieron con el Secretario de Hacienda para empezar el camino hacia la reforma fiscal que presuntamente debe quedar lista en el primer semestre del año.

Aquí le hemos hablado varias veces de que Agustín Carstens es mil veces mejor negociador que el ex Secretario Gil Díaz y que ese solo hecho incrementa la posibilidad de que la reforma salga adelante.

Pero también debe reconocerse que los primeros indicios hacen pensar que el camino va a estar lleno de piedritas y... de rocas, y que no va a ser suficiente la habilidad negociadora de Carstens.

De acuerdo con lo que trascendió de la reunión referida, otra vez se quiere hacer una revisión integral del sistema tributario mexicano y se quiere resucitar parte de lo que se fraguó en ese gran circo que se llamó "Convención Nacional Hacendaria".

Pero también se pondrán sobre la mesa los temas de la elusión, la evasión, la economía informal, la competitividad, la simplicidad, el trato discriminatorio, los impuestos locales y la mayor recaudación. Nada más para abrir boca.

Si la pretensión es reinventar el sistema tributario mexicano, le apuesto a que al final de este año vamos a estar explicando por qué falló nuevamente "la reforma fiscal integral".

La posición del Ejecutivo es que van a dejar que las iniciativas se gesten en los propios legisladores y sólo van a ayudar a dar coherencia a las propuestas.

Si le habla de reforma fiscal a la Secretaría de Hacienda, sin embargo, lo que no puede estar ausente es el incremento de la captación de impuestos. Se haga lo que se haga, para el gobierno la reforma fiscal va a tener sentido si lleva más dinero a las arcas públicas, pues se visualiza el riesgo de déficit a la vuelta de unos cuantos años.

Si le pregunta a los gobernadores o secretarios de finanzas de los Estados, le van a decir que la reforma fiscal es pertinente, siempre y cuando aumenten las transferencias de recursos a los estados y municipios.

Si es a los líderes empresariales a quienes les pregunta, le van a responder que la única forma de entender la reforma fiscal es poniendo en México impuestos más competitivos, simplificando el pago y dando seguridad jurídica.

Si es a los profesionistas independientes, lo que van a demandar es que los esquemas de deducciones fiscales de México se parezcan a los de Estados Unidos, ya que nos queremos parecer a ellos en otras cosas.

Si le pregunta a los contribuyentes cautivos, le van a decir que la reforma lo que requiere es meter en cintura a los informales que usan los servicios públicos pero no contribuyen a su financiamiento.

Si el cuestionamiento es a los asalariados de clase media que pagan tasas hasta del 20 por ciento o más, entonces van a decir que lo que se requiere es que bajen las tasas de impuestos tan elevadas que merman su quincena.

Cada sector entiende de manera diferente el significado de la reforma fiscal y siempre hay el riesgo de que a la hora de entrar en los detalles y dejar de lado los grandes propósitos, la discusión se convierta en un laberinto del cual no hay manera de salir... o en una Torre de Babel.

Si en el plazo de las próximas semanas no se define un mínimo común denominador entre los diferentes sectores, aunque el resultado no implique la gran reforma, sino algunos cambios que le den orden al sistema, entonces lo más probable es que de nuevo nos atoremos.

Hay algunos elementos que pueden formar parte de ese denominador común.

Muy pocos pueden estar en contra de simplificar el pago de impuestos. Quizá se opongan algunos contadores que viven de las complicaciones de los contribuyentes o algunos funcionarios que han encontrado en la complejidad de los impuestos su razón de ser o que hacen en ella su agosto. Pero la mayoría va a estar a favor.

Son pocos los que podrían estar en contra de que haya más contribuyentes. Bueno, toda la economía informal estaría en contra de pagar, pero me parece que no habría que preguntarles su opinión, sino diseñar castigos fuertes para quienes no paguen e incentivos buenos para quienes lo hagan.

La mayoría también estará a favor de que el manejo de los impuestos sea más transparente. Y, si en este caso algunos funcionarios se oponen, pues tampoco a ellos habría que preguntarles su opinión.

Que los estados dependan menos de la federación y se hagan cargo en mayor grado de sus propios ingresos no debe ser tampoco un tema que encuentre demasiada oposición.

Con que hubiera reformas sustantivas y no cosméticas en los puntos anteriores, tendríamos una verdadera revolución fiscal.

Ojalá me equivoque, pero creo que vamos camino a Babel.

Enrique Quintana, El Norte, 18 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com

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Ojalá en ésta ocasión no ganen los populistas y si se logre una reforma fiscal integral. Los populistas son buenos para exigir que todo este subsidiado, que se aumenten los salarios, que el gobierno "invierta" más en gasto social, etc. Pero son ellos quienes se han opuesto a una reforma fiscal que podría darle recursos al Estado para precisamente tener mayor gasto social. Tiene que ser una reforma fiscal que promueva la generación de la riqueza, mayor inversión productiva. Si le aumentan los impuestos a los ricos, bajo la consigna de Robin Hood, lo único que se causará será mayor pobreza. Los ricos dejarán de invertir, se llevarán su dinero a otro país (TELMEX, CEMEX, Bimbo, Maseca, Femsa, y un largo etcétera) y seguiremos igual. El mejor impuesto que se les puede cobrar a los dueños del capital es por medio de los salarios de sus trabajadores, es decir, al crear empleos, generar valor agregado, los ricos ponen a trabajar su capital y la pobreza disminuye. ¿Lo entenderán los populistas?

Dany Osiel Portales Castro


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jueves, enero 18, 2007

 

AMLO: La mentira como ideología

El célebre asesor político Dick Morris, escribió en su libro Juegos de Poder que "utilizar un periodo fuera del poder -tras una derrota- para recuperar la propia esencia y modelar su mensaje, es una experiencia clave en la carrera de muchos que se han mantenido firmes en su principios y han triunfado". Eso es lo que se esperaba de Andrés Manuel López Obrador: nadie le pedía que renegara de sus principios, sino que la derrota le permitiera redescubrir su esencia política y modelar su lenguaje aprendiendo de la derrota.

Lamentablemente ha ocurrido todo lo contrario. López Obrador no ha aprendido nada del proceso pasado o, quizás su esencia siempre fue la que estamos viendo ahora. El ex candidato ha demostrado ser un mentiroso: durante meses dijo que tenía una encuesta que lo tenía diez puntos arriba y ahora sabemos, por quien fue su propia encuestadora oficial, Ana Cristina Covarrubias, que esa encuesta nunca existió y que ella misma decidió no seguir divulgando los estudios de opinión que cotidianamente realizaba, porque los resultados de éstos demostraban que López Obrador iba cayendo en las preferencias electorales y ya estaba empatado con Felipe Calderón. Poco después, el mismo día de la elección, el tabasqueño aseguró que había ganado, según sus datos, por 500 mil votos. Pero ahora también sabemos que esa misma noche, sus propios conteos rápidos le decían que había perdido por un uno por ciento de los votos, lo que más adelante se confirmó. Después habló, primero, de un fraude cibernético; cuando se demostró era mentia, dijo que había sufrido un fraude "a la antigüita"; cuando se volvió a comprobar que también era falso, se escapó por la tangente y lisa y llanamente reemplazó cualquier intento de explicación por los insultos para sus adversarios y su decisión de autoproclamarse presidente legítimo. Hoy, sus actividades, con mucha mayor transparencia que ayer, lindan con el golpismo, con la única diferencia respecto a un Chávez o un Humala, que no hay fuerza armada que lo avale o respalde. Sus apoyos sociales, por otra parte, son cada vez menores, aunque haya redoblado su apuesta por la polarización del país.

Ahora, con el informe final de las elecciones 2006 del IFE, comprobamos que nos dijo otra gran mentira. No sólo el PAN y su candidato Felipe Calderón no fueron los que más gastaron y más acceso tuvieron en medios, sino que quien más gastó en medios fue quien terminó en tercer lugar, la alianza PRI-PVEM, con poco más de 444 millones de pesos. En segundo lugar estuvo López Obrador y la alianza PRD-Convergencia- PT que se gastó 384 millones de pesos, nada mal para un candidato, López Obrador, que había prometido que no haría publicidad en los medios electrónicos y que hablaba de un cerco informativo y de falta de acceso a la radio y la televisión. Si quitamos distintos gastos de publicidad y nos concentramos exclusivamente en prensa escrita y medios electrónicos, Madrazo y López Obrador gastaron casi lo mismo: 367 millones el primero y 359 el segundo. La diferencia de ambos con Felipe Calderón y el PAN es notable: el ahora presidente gastó en esos aspectos 221 millones de pesos, casi la mitad que sus competidores. Mientras sólo en televisión López Obrador gastó 295 millones de pesos, Calderón pagó en la pantalla chica 127 millones. Mientras López Obrador invirtió en prensa escrita más de 20 millones de pesos, Calderón gastó dos millones y medio. Sí hubo diferencia en radio: mientras que Calderón invirtió en ese ámbito 91 millones, López Obrador compró espacios por 52 millones. Entonces, al revés de lo que ha dicho, el candidato de la coalición gastó cifras altísimas en televisión y prensa escrita y las canalizó hacia pocos espacios, mientras que Calderón gastó mucho menos pero con un equilibrio mucho mayor entre los distintos medios de comunicación, lo que hizo mucho más efectivo su mensaje.

Pero lo importante en esto es que, una vez más, resultó una falacia que hubiera un cerco informativo en torno a López Obrador: fue el que mayor cobertura, mayor tiempo y espacio en radio, televisión y prensa tuvo de los tres principales candidatos; gastó mucho más que Calderón en los espacios que compró en televisión, radio y prensa escrita. En todos esos ámbitos, en la cobertura independiente de los medios y en los espacios comprados, Calderón estuvo muy abajo de López Obrador. Nadie le cerró puertas, él escogió con quién ir, que espacios ocupar y donde invertir sus millonarios recursos. Sus acusaciones posteriores, por ende, no tienen fundamento. Se trata de una mentira más de un candidato que no ha sabido perder y que ahora está provocando una serie de derrotas en cadena de su propio partido, el cual no parece ser ya, tampoco, su prioridad.

La especialidad de López Obrador es y ha sido la provocación. Llega a acuerdos, pero no los respeta, busca ser víctima y no duda en mentir descaradamente. En el futuro inmediato habrá nuevos intentos de victimización: son necesarios porque el movimiento se ha desinflado, su discurso no genera atención pública ni de los medios, mientras los sectores más lúcidos de su partido han comenzado a tratar de apostar en un juego diferente que no sea el de perder-perder. Por eso, más temprano que tarde tratará de explotar un nuevo escándalo, de descubrir un nuevo enemigo común. Esa es su verdadera esencia.

Por: Jorge Fernández Menéndez
Publicado en: Periódico ExcelsiorFecha: Miércoles, 17 de Enero de 2007


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Desde mucho antes de llegar Jefe de Gobierno del DF AMLO siempre se ha manejado con mentiras. Y sigue mintiendo. Lo más triste no es eso, pues que político no miente, lo más triste es que mucha gente confía ciegamente en él, realmente lo ven como un salvador "del pueblo". Esa enajenación de algunos es lo que entristece.
Dany Osiel Portales Castro

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miércoles, enero 17, 2007

 

López propone desde su "presidencia" subsidiar consumo de maíz

Mario Di Costanzo, colaborador del ex candidato a la presidencia Andrés Manuel López Obrador, propuso que el gobierno federal subsidie el consumo de maíz e implemente un programa de reactivación del campo que incluya financiamiento, capacitación y actualización de padrones, además de incentivos.

Expresó que para enfrentar la situación que el país vive por el aumento a productos básicos es urgente que se implemente un esquema de subsidio al consumo de esos productos, fundamentalmente el maíz, que es lo que genera las alzas en otros bienes básicos.

Di Costanzo, "secretario de la Hacienda Pública" del autodenominado "gobierno legítimo" de López Obrador, indicó que el subsidio consistiría en apoyos monetarios directos a la gente, como se hace en el caso de la leche Liconsa en el Distrito Federal con el gobierno de Marcelo Ebrard.

Señaló que el maíz que será importado es caro, cuando lo que debe hacerse de inmediato es establecer una política de subsidio al consumo y un programa de reactivación a la producción en el campo, en especial de dicho grano.

Recordó que en el proyecto de presupuesto para 2007 que propuso López Obrador se asentó una partida especial de nueve mil millones de pesos para atender el problema del maíz, con miras a la apertura de 2008 contemplada en el Tratado de Libre Comercio.

Agregó que la leche Liconsa, cuyo precio bajará de 4.50 a cuatro pesos, tendrá en realidad un incremento cercano a 15 por ciento y "si comparamos este aumento, aunque sea parcialmente subsidiado, es un alza de casi cinco veces más que el salario mínimo".
Por Notimex
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A ver, quiero ver que con los fondos de su "presidencia legítima" cubra ese subsidio. Digo, si la presidencia de Calderón es espuria, falsa, de ahí no podría venir ese apoyo, ¿no? Que le "brinque" el PG y que del Erario de "la legítima" pague ese subsidio.
Por cierto, ¿por qué exigen la renuncia de Sojo a la Secretaría de Economía? ¿No se supone que no reconocen al gobierno de Calderón? ¿Entonces, lo reconocen o no?
Hipócritas, populistas.
Dany Osiel Portales Castro

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Primero los hábitos populistas


Gobernar, el ejercicio verdadero del gobierno, supone modificar hábitos. Parafraseo a John Locke para quien toda acción humana repercutía en una manifestación externa. El entendimiento se formaba allí, en la posibilidad de ir a los hechos. No modificar hábitos, costumbres, convierte a quien pretende gobernar en un esclavo de la tradición. Por supuesto que defender las tradiciones -buenas o malas- siempre será más popular que enfrentar a los ciudadanos consigo mismos. Pero las consecuencias de esa esclavitud pueden ser la tumba de las naciones.

En México con frecuencia caemos en la tentación de exigir cambios para que nada cambie. Repitiendo la sentencia de Don Edmundo O'Gorman queremos la modernidad, pero no ser modernos. La actitud desnuda un profundo conservadurismo popular. Este País que nombra a diestra y siniestra a la Revolución como su sentido de vida lo que muestra en los hechos es un tradicionalismo de espanto.

Ahora bien, si estuviéramos en la gloria el conservadurismo tendría la defensa de los logros pasados. Pero no es el caso, de hecho, nuestras lacras y miserias conforman una larga lista. Lo más grave es que nuestros gobernantes, de uno y otro bando, parecieran ratificar la esclavitud frente a los hábitos. En las últimas semanas hemos tenido varios ejemplos de ello.

México es un país con un severo y creciente problema de obesidad. Los datos para los jóvenes e incluso niños son verdaderamente dramáticos. Por supuesto, la diabetes se dispara. Las consecuencias y costos los habremos de pagar todos. La explicación radica básicamente en los malos hábitos alimenticios, entre otros ser el país número uno en consumo de refrescos por habitante.

Llegamos a la discusión sobre la Ley de Ingresos; se plantea la posibilidad de gravar especialmente esas bebidas. La industria lanza una fuerte campaña de lobbying, están en todo su derecho. Los legisladores se amilanan y dejan que argumentos insostenibles frente al interés de las mayorías prosperen y ganen la discusión. La izquierda mexicana -que a diferencia de la mayoría de las izquierdas pugna por bajar impuestos- termina apoyando los argumentos de la industria. Resultado: un triunfo de las costumbres, de las malas costumbres. Un país de millones de potenciales diabéticos es incapaz de gravar un producto cuyo consumo excesivo es una realidad que daña la salud de buena parte de la población.

Se trataba de un típico punto de acuerdo en el cual las diferencias entre unos y otros debía subsumirse al interés de salud pública en este caso. A consumir azúcar en exceso, a generar diabéticos cuyo tratamiento tendrá que ser afrontado por el Estado, por los contribuyentes. Del indebido impuesto a la fructuosa para beneficio de unos pocos y perjuicio de millones de consumidores mejor ni hablar.

Segundo caso, la tortilla. Muchos países tienen en su dieta básica alimentos derivados de cultivos tradicionales que son protegidos por el Estado. El arroz en Oriente o la cebada y el trigo en el centro de Europa. En la mayoría de ellos, la explicación de la popularidad del alimento se encuentra en la prosperidad natural del producto original. En México el maíz y la tortilla son sin duda parte de nuestra cultura, con un pequeño problema: nuestra productividad por hectárea es en lo general muy inferior a la de otros países. O sea que para mantener barata la tortilla hemos tenido que subsidiar por mil formas a los productores.

De pronto -debido a una nueva fórmula de producción de etanol a partir de grano- el precio del maíz se eleva. Es una excelente noticia para los productores mexicanos que desde siempre pugnan por mayores ingresos. Por supuesto, el precio de la tortilla debe elevarse o se deben buscar importaciones de grano de zonas con mejores índices de productividad. Vienen las reacciones: lo principal, mantener la costumbre. ¡Cómo va a ser que el consumidor tenga que repensar su compra o buscar alternativas! Nada de eso. Lo primero es la costumbre y ésa habla de tortilla barata a como dé lugar. No importa que buena parte del subsidio se lo lleven las productoras de forraje, entre otras grandes empresas. Hay que garantizar la continuidad del hábito, así se fomente mayor injusticia y se traspase dinero público a los pudientes.

¿Qué va a ocurrir con la próxima apertura de fronteras a la importación de maíz? Hemos tenido 12 años para reconvertir el agro mexicano. Poco, nada hemos hecho. En unos meses más tendremos que darle la cara a la cruda realidad. Nuestra costumbre, el tótem del maíz y por ende de la tortilla como producto 100 por ciento nacional es insostenible.

Otro ejemplo. Somos el país de la OCDE que menos recauda por vía fiscal. Alrededor del 40 por ciento de los ingresos de la Federación provienen del petróleo. No pagar impuestos o no pagar los debidos es una vieja costumbre nacional. Que paguen las generaciones futuras, nosotros nos consumimos su petróleo, pero no pagamos impuestos. Como no les cuadraban los números los legisladores subieron la expectativa del ingreso petrolero y echaron a andar su alegría presupuestal. Dos semanas después viene el tropiezo. ¿Y ahora qué hacemos? Regresamos a los recortes al de por sí insuficiente presupuesto o cobramos impuestos. Que corran las apuestas. Primero muertos que cambiar nuestros hábitos entre ellos la evasión y la elusión fiscal.

El único problema con nuestras costumbres es que son parte de la explicación de nuestra tragedia. Primero mexicanos que prósperos; primero mexicanos que responsables; primero mexicanos que racionales. ¡Que vivan nuestras costumbres, nuestros hábitos, con la miseria y la injusticia incluidas!


Federico Reyes Heroles, El Norte, 16 de enero 2006


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martes, enero 16, 2007

 

Lecciones de economía básica

El alza en los precios internacionales del maíz, y sus repercusiones en
México –que los medios de comunicación han magnificado hasta la histeria-
encierran cuatro valiosas lecciones de economía que, mucho me temo, vamos a
desperdiciar.

Lección uno: La ley de la oferta y la demanda funciona, aun para aquellos
que voluntariosamente se afanan en negarla, atenuarla, distorsionarla,
aislarse de sus efectos, posponerla. Cuando los inventarios totales de maíz
en EUA han bajado nueve por ciento de diciembre de 2005 a diciembre de 2006
(ver reporte del 12 de enero de 2007, del USDA) y cuando la oferta mundial
de maíz cayó 0.9 por ciento en 2006 respecto de 2005, en tanto que la
demanda mundial de maíz aumentó 3.5 por ciento en el mismo periodo (ver
reporte de la Universidad Estatal de Dakota del Sur), ¿qué sucede? Sencillo,
que los precios suben.

Lección dos: Los mercados – la gente, alguien, algunos- reaccionan
inteligentemente ante los precios altos (en este caso del petróleo y de sus
derivados) y buscan alternativas para ajustarse a la nueva situación, por
ejemplo: generar combustibles mediante insumos diferentes al petróleo, como
el maíz. En los seis años que han transcurrido de este siglo (2001 a 2006
inclusive) el consumo de maíz en Estados Unidos para producir etanol se ha
más que cuadruplicado. Así pues, los precios del maíz seguirán creciendo a
menos que rápidamente la oferta se ajuste al aumento de la demanda (poco
probable) o que los precios del petróleo se desplomen, desalentando
relativamente la demanda de maíz para producir etanol (evento incierto). Lo
inteligente es entender y atender lo que sucede en los mercados; lo estúpido
es ignorar los mercados, para entretenerse en fantasías demagógicas.

Lección tres: La liberalización o apertura comercial es el mejor aliado de
los consumidores en busca de precios bajos. La globalización es benéfica
para quienes menos tienen. Los políticos mexicanos, salvo excepciones, han
estigmatizado durante diez años la apertura comercial plena al comercio de
maíz –entre otros bienes- que habrá de darse en 2008, gracias al TLCAN. Hoy
esa apertura es su mejor aliado para bajar los precios. Ojalá hubiésemos
tenido dicha apertura desde 1994.

Lección cuatro: Los precios bajan por productividad, no por decreto. La
productividad promedio por hectárea de maíz en México es ridículamente baja
respecto de la productividad en esa materia en EUA y en el mundo. Aún en un
hipotético escenario sin subsidios agrícolas en EUA, los productores
mexicanos -también generosamente subsidiados- seguirían en desventaja. Lo
que, por cierto, comprueba palmariamente la existencia y los efectos de las
ventajas competitivas y de las ventajas comparativas. Pregunta: ¿Estamos
aprendiendo estas lecciones básicas o estamos lidiando el problema
"políticamente", a periodicazos?....

Ricardo Medina Macías, DF.
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Bien, lo que tiene que suceder, ¿qué crees?: Siempre termina por suceder. La
inflación es un fenómeno que tiene que suceder porque los bancos centrales
lo provocan artificialmente de vez en vez con su emisión desbordada de
dinero y crédito, intentando evitar otro fenómeno que también es inevitable
(sólo que, en vez de artificial, éste es natural en el sistema capitalista
que nos rige): los descensos en la secuencia de ciclos económicos. Una y
otra vez, los políticos y financieros amos del pandero gritan que "¡No es el
momento!" de una baja en el ciclo.

Consecuentes, los bancos centrales obedecen a ese grito desesperado y "toman
medidas" que ellos, siguiendo a Keynes, llaman "contracíclicas". Esas
medidas, en realidad, es una sola medida: aumentar la "liquidez" del
sistema. O sea, inflan artificialmente el circulante y atizan el crédito vía
el sistema bancario; crean dinero de la nada (pues se supone que eso
estimula la demanda, que a su vez activa la oferta, etcétera, sólo que ese
chulada de proceso es más pura teoría que realidad sólida). Con eso los
macro-economistas manipuladores aprendices de brujo se sienten muy chichos
porque "vencen" la tendencia normal.

Pero, claro, con esa medida solamente retrasan (y agravan) el problema:
piensa en un resorte que ellos comprimen y comprimen hasta que a la postre
la fuerza es demasiada y el resorte avienta una patada de regreso más
potente según haya sido la fuerza que antes lo comprimió. En fin, de todos
modos ellos siempre creen que "resuelven" el problema, aunque sólo sea por
un rato. Entonces la economía recupera su crecimiento, al menos a la tasa
ranita a que nos acostumbró la tríada Gil-Ortiz-Fox. Luego viene el rebote y
otra vez se pierde la estabilidad. En esta fase de rebote
(inflacionaria-devaluatoria, genéricamente conocida como "crisis") estamos
entrando. Adelante, secretario Carstens, la señorita tortilla le extiende la
más cordial bienvenida.

Guillermo Fárber, SIN/DF.
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Pues son lecciones muy básicas de economía, lamentablemente en México esta
educación no se le da a la gente en general, sólo unos cuantos tenemos
acceso a esta información. Por eso muchos luego luego piden subsidios,
precios controlados y otras barbaridades que ya esta más que probado que no
funcionan. Al contrario, dichas medidas en el mediano y largo plazo causan
más pobreza, desabasto, inflación y por ende, empobrecimiento de la
población. ¿Hasta cuándo aprenderemos?

Dany Osiel Portales Castro

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lunes, enero 15, 2007

 

AMLO y los monopolios

El PRD, López Obrador y toda esa familia conocida como Frente Amplio Progresista preparan movilizaciones contra el alza al precio de la tortilla. Están en lo suyo. Es una buena causa. Y les encanta marchar. Lo que no se entiende bien es qué van a decir por el incremento al precio de la tortilla. Porque si se les hubiera hecho caso de cerrar la frontera a las importaciones de maíz o aumentar su gravamen, el precio hoy sería, seguramente, el doble o el triple. Lo que hay que hacer es exactamente lo contrario a lo que López Obrador proponía: importar más para frenar la especulación que se ha desatado en México.

A este problema no es ajena la existencia de un monopolio que la prensa de López Obrador no se atreve a llamar por su nombre. Y, hay que decirlo, López Obrador recorre el país con una súbita y febril actitud enemiga de los monopolios que no tiene un ápice de credibilidad. Está furioso contra los monopolios... ahora, ya que perdió las elecciones. Pero en campaña nunca los mencionó como un freno al desarrollo nacional. Y cuando gobernó la capital del país los consintió, coqueteó con ellos, les dio a ganar muy buen dinero público, se fotografiaba con las cabezas de esos monopolios y les hablaba de tú a los capitostes del sector monopólico de la economía para dar a entender que eran sus amigos. ¿De cuándo acá López Obrador salió muy gallo contra los monopolios? En cada discurso se lanza contra ellos. ¿Por qué ahora?

Duro está López Obrador contra el monopolio de la telefonía que encabeza el consorcio de Carlos Slim. ¿Y por qué nunca lo mencionó en campaña? Al contrario, durante su gobierno López Obrador le entregó el Centro Histórico de la Ciudad de México a Carlos Slim. Lo invitaba a todos su actos, a los que algunos de ellos efectivamente asistía el ahora aborrecido capitán de un monopolio impresentable. Sí, Slim tiene un monopolio que encarece los servicios de telefonía en México y por eso una llamada de teléfono fijo a un celular es 134 por ciento más cara aquí que en Estados Unidos. Apenas ahora se acuerda López Obrador que en México pagamos 260 por ciento más que en Estados Unidos por el internet de banda ancha. Que pagamos 230 por ciento más por llamadas de larga distancia nacional. ¿A poco no sabía eso López Obrador cuando estaba en campaña? ¿No tenía la menor idea de cómo Slim se ha convertido en el segundo hombre más rico del mundo, a "sólo" siete mil millones de dólares de distancia de Bill Gates? Cuando se reunía con él, cuando lo agasajaba, cuando lo presumía en sus caminatas por el centro, ¿no sabía con quién se paseaba para ser retratado? López Obrador montó en cólera contra Slim porque el empresario se deslindó de él cuando no aceptó el resultado de las elecciones, tomó Reforma y empezó a echar improperios con ventilador. Fue un rompimiento por motivos personales, y no porque Slim sea la cabeza de un monopolio.

En sus nuevos discursos, en que arremete contra los monopolios que efectivamente existen en el país, López Obrador se lanza contra Cemex de Lorenzo Zambrano. En todos los mítines se le va al cuello a Cemex. ¿Por qué? ¿Hasta ahora viene a descubrir que pagamos 223 por ciento más que los estadunidenses por el cemento gris? ¿De dónde le salió la ira contra el monopolio del cemento? En campaña nunca lo mencionó. Y como jefe de Gobierno le dio a ganar a Cemex con contratos considerados leoninos para la ciudad. A Cemex le hizo el favor de recibirle cemento para los segundos pisos, a cambio de predios en la zona dorada Santa Fe que valen oro. Así se comportó con los monopolios cuando fue gobernante y cuando fue candidato. Y ahora, de pronto, le subió la fiebre antimonopólica. ¿Se puede creer en su sinceridad?

A Televisa está duro y dale con el asunto del monopolio. En cada discurso les suena. Tremendo contra el consorcio de Emilio Azcárraga Jean. Pero cuando fue jefe de Gobierno les pagó hasta las ganas. La auditoría de la Contaduría Mayor de Hacienda de la Asamblea del DF detectó e hizo público que el gobierno de López Obrador pagó a Televisa por spots que nunca salieron al aire. Estaba feliz con "Emilio", como familiarmente le decía. Y desde luego tenía un trato de primera en Televisa. Entrevistas extensas, como a nadie. Y nunca dijo acuso de monopolio a esa empresa a la que, dicho sea de paso, debería tenerle gratitud. Además, Televisa dejó de tener el monopolio de la televisión comercial en 1993. López Obrador rompió con Televisa y se acordó del discurso anti monopolios, cuando la televisora no lo siguió en su aventura de desconocer al gobierno constitucional. Su ruptura no fue por la existencia de un monopolio, sino por una razón personal.

En su nuevo traje, López Obrador grita a todo pulmón contra el abandono al campo. Sí, claro que se ha abandonado al campo. ¿Y dónde estaba y con quiénes estaba López Obrador cuando se relegaba al campo. El sábado José Carreño publicó en estas páginas que en el gobierno de Ernesto Zedillo, entre 1995 y 2000 se desplomó el programa de apoyos al sector rural: el presupuesto de Procampo cayó de dos mil millones de dólares en 1994 a menos de 500 millones en 2000. Además -continúa Carreño-, se le quitó el apoyo a más de 600 mil campesinos y se redujo la superficie apoyada en 100 mil hectáreas. Recordemos también que en el gobierno de Zedillo quitó del padrón de beneficiarios de tortilla gratuita a un millón de niños. ¿Dónde estaba entonces el ahora indignado López Obrador por el abandono al campo? Era presidente del PRD, y como tal declaró que él y su partido serían soldados para defender al presidente Zedillo de fuerzas oscuras, según se registra en una memorable declaración suya hecha en Veracruz y recogida a ocho columnas por La Jornada. Nada dijo contra el desmantelamiento del apoyo al campesino. Ahora va a hacer una marcha a favor de los campesinos y en contra del alza a la tortilla. Que marche, pero... ¿qué va a decir?

Tal vez repita lo que dijo el sábado en Zacatecas: "el incremento al precio de la tortilla no tiene que ver con especulaciones ni nada parecido, sino con la dependencia que México tiene de Estados Unidos". Después acusa al monopolio de Maseca que "controla el 85 por ciento (sic) de la comercialización de la harina de maíz". Entonces, ¿el problema es la dependencia de EU o el monopolio de Maseca? No tiene la menor idea de lo que dice. En México la tortilla se hace con maíz blanco, del cual somos autosuficientes. Aquí se producen 20 millones de toneladas anuales de maíz, de las cuales 18.7 millones son de maíz blanco. Para consumo humano se necesitan diez millones de toneladas de maíz blanco al año. Hay de sobra. Por eso se han autorizado exportaciones. Y hay quienes lo destinan al consumo animal. Donde no somos autosuficientes es en la producción de maíz amarillo (1.3 millones de toneladas al año), que sirve para forraje de aves, ganado vacuno y otros animales de engorda.

Lo que tenemos, efectivamente, es un monopolio en la harina de maíz. Maseca controla el 80 por ciento (y no 85 como dice AMLO), mientras que el 20 por ciento restante es abastecido por 70 mil tortillerías de nixtamal. Ahí hay un problema severo, que lo sintetiza con precisión Jorge Medina Viedas en su artículo de ayer en Milenio: "si se protegen a los monopolios como ha ocurrido en este país, al presentarse una crisis mundial del precio del maíz, son éstos los que imponen localmente la política de precios, y los que a la corta y a la larga, van a reproducir los desequilibrios y las injusticias". ¿Sabrán algo de eso los que convocan a marchar contra el alza al precio de la tortilla?

Pablo Hiriart, La Crónica de Hoy, 15 de enero 2007
phiriart@cronica.com.mx

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Autoritarismos para el Siglo 21

Las autocracias en el mundo han encontrado una buena forma para perpetuarse: el voto. Han descubierto que la fachada de las instituciones democráticas obra maravillas para encubrir la concentración de poderes, la arbitrariedad y la permanencia del mando. Habría que decir que los nuevos autócratas no son particularmente imaginativos. Desde hace siglos se sabe que el vientre de la democracia puede ser una estupenda incubadora de tiranías.

Hace más de 150 años, Maurice Joly, un disidente del pequeño Napoleón, se percató de las posibilidad de torcer los dispositivos de la democracia liberal para levantar una plataforma despótica. Los mayores orgullos democráticos bien podrían usarse para aniquilar la moderación e instaurar un régimen dictatorial. El abecé de todo usurpador, hace decir Joly a un sabio Maquiavelo que despedaza a un ingenuo Montesquieu, es fundar su poder en el pueblo. Imaginándose como un golpista declara: "Haré ratificar por el voto popular el abuso de autoridad cometido contra el Estado; diré al pueblo, empleando los términos que juzgue convenientes: todo marchaba mal; lo he destruido todo y os he salvado. ¿Me aceptáis? Sois libres, por medio de vuestro voto, de condenarme o de absolverme". La astucia puede convertir cada uno de los mecanismos de control en recursos para la alabanza.

El régimen chavista es uno de los casos más exitosos de esta transformación del autoritarismo contemporáneo. En Venezuela no han desaparecido los partidos y subsisten las elecciones. No hay campos de concentración ni se sabe de desaparecidos políticos. De hecho, subsiste cierta prensa crítica y estructuras de oposición. Las elecciones se organizan con regularidad. Sin embargo, el régimen está muy lejos de ser una democracia. No existen las condiciones mínimas para la competencia y la moderación del poder. El Presidente Chávez ha logrado concentrar todos los poderes en su figura, fenómeno a todas luces incompatible con ese complejo artefacto de separaciones que debe ser la democracia liberal. Todas las instituciones del Estado, en lugar de actuar con autonomía para controlarse mutuamente, le son fieles. No hay instancias independientes. El legislativo le tributa aplausos; el judicial sigue su línea. Hace unos días inició su tercer mandato. Ha propuesto reformar su Constitución para eliminar cualquier restricción temporal a su gobierno y perpetuarse en el poder hasta la muerte.

El discurso que pronunció el pasado miércoles es una buena cápsula de su proyecto. Un hombre enamorado de su propia retórica utiliza la tribuna pública para defender su idea del socialismo del Siglo 21. La exuberante elocuencia del dirigente no se sirve del orden ni, mucho menos, de la coherencia. La anécdota familiar lleva a una cita bíblica para invocar después un pasaje de Bolívar e insultar al enemigo del día. El autócrata como cura y bufón; como camorrista y profeta. El socialismo bolivariano resulta ser una ensalada de materialismo dialéctico revuelto con el Eclesiastés, los diarios de Bolívar, la sabiduría de la abuela y las conversaciones con Castro. Un par de cosas resaltan de esta curiosa argamasa: el culto al pueblo y la devoción por su representante. El pueblo, dice Chávez en su discurso reciente, es "el sabio, el dueño, el soberano". Y yo soy su representante. Representante fiel de un pueblo infalible. Resulta pues que el socialismo del Siglo 21 no es más que la divagación retórica de un ególatra.

De acuerdo al antiliberalismo chavista, no tiene sentido desconfiar de la Presidencia. Si el Ejecutivo es el portador insobornable del Proyecto resulta urgente eliminar cualquier obstáculo a su actuar. Chávez pide poderes de emergencia y la legislatura, se adelanta a concederlos. La presidenta del congreso venezolano declaraba unos minutos antes de que el Presidente solicitara esas facultades: "Nosotros, desde la Asamblea Nacional, sabiendo que el Presidente Chávez requiere poderes para adecuar la legislación al proyecto político, al proyecto socialista... vamos a acordar por urgencia reglamentaria, otorgarle los poderes al ciudadano Presidente Hugo Chávez con una Ley Habilitante". Más que habilitante, el decreto parece abdicante. Un congreso que renuncia a su deber de servir como instancia de reflexión, debate y control.

La estrategia chavista no es una repetición de los viejos modelos autocráticos. Más que proscribir la oposición, el régimen la provoca y la hostiga sistemáticamente. La polarización, a nivel nacional o en el terreno "diplomático" resulta un combustible indispensable. El pueblo y su dirigente deben estar en constante pleito con la oligarquía nacional y el imperialismo. Se trata, ante todo, de dinamitar cualquier posibilidad de moderación. Atizar constantemente el discurso revolucionario es indispensable. Renovar la enemistad para colocar al país en una dinámica de guerra permanente. Las políticas distributivas son igualmente importantes. Se trata, como apuntó Javier Corrales en un interesante artículo para Foreign Policy, de un reparto selectivo: favores a los partidarios; insultos a los detractores. Los abundantísimos recursos de la bonanza petrolera destinados a la formación de una formidable clientela.

El éxito de Chávez no puede entenderse sin el desastre precedente. Si Chávez es hoy un Presidente popular es porque entendió la profundidad del desprestigio de la clase política venezolana que terminó por vaciar de sentido las prácticas y valores liberales de la democracia. Teodoro Petkoff describe el autoritarismo chavista como un "totalitarismo light". Sin necesidad de declarar el fin de las libertades, el poder central se ha encargado de minar paulatinamente todas las instancias de autonomía. El nuevo despotismo ha dejado de ser una profecía. Está entre nosotros.


Jesús Silva-Herzog Márquez, El Norte, 15 de enero 2007
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Cualquier similitud entre los discursos de Chávez y de AMLO, NO son mera coincidencia. AMLO también trató de erigirse como el verdadero y único representante del pueblo. Su demagogia giraba sobre lo mismo, que el pueblo mandaba, y que él era el único intérprete de ese mandato. Y aún así sigue su discurso. No hay que bajar la guardia.

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domingo, enero 14, 2007

 

La izquierda del PRD

Retobona y murmuradora. Así calificó Octavio Paz a la izquierda mexicana en 1976. Eran otros tiempos. El "socialismo real" estaba de pie y la veneración por Cuba y Fidel Castro era total. Cualquier crítica contra el Comandante, la URSS o China era descalificada como una patraña imperialista. Con igual vehemencia se condenaba a la democracia burguesa: igualdad formal, no real, al servicio de la clase dominante. Octavio Paz era el blanco de todas las agresiones e insultos. La quema de su imagen frente a la embajada de Estados Unidos en 1984 resume bien aquellos años de intolerancia y fanatismo.

Treinta años después las cosas han cambiado. Pero han cambiado, como en la fórmula de Lampedusa, para que todo siga igual. El socialismo real se colapsó con la caída del Muro de Berlín. Fidel Castro está al borde de la muerte y nadie, o casi nadie, define a Cuba como el paraíso de la igualdad y la hermandad. Y, sin embargo, ahí están Chávez, Evo Morales y Daniel Ortega en Nicaragua. En ese mismo lapso la izquierda mexicana apostó por la democracia y se organizó como el Partido de la Revolución Democrática. Y sin embargo, la convicción y las prácticas democráticas siguen brillando por su ausencia.

El PRD nació de dos tradiciones autoritarias: la socialista (marxista, en sus distintas variables: leninista, trotskista, maoísta, etcétera) y la nacionalista revolucionaria del PRI. Ambas tenían fe ciega en la intervención del Estado, condenaban o desconfiaban de la economía de mercado y no creían que el sufragio universal y el respeto del estado de derecho fueran la respuesta para los problemas de México. No sólo eso. La fusión y la organización se dio en torno a un solo hombre: Cuauhtémoc Cárdenas. Sin su liderazgo esa historia jamás se hubiera escrito. La izquierda seguiría hoy dividida y fragmentada en muchas corrientes.

Infancia, decía Freud, es destino. Y lo que es cierto para los individuos, también puede aplicarse a los partidos -o cuando menos al PRD. El perredismo nació en 1989 a la sombra de un hombre fuerte. Su liderazgo moral le dio cohesión y dirección. Diecisiete años después, las cosas lejos de haber cambiado han empeorado. Cárdenas ya no es la figura central. Su lugar, ahora, lo ocupa el Peje. Nada se mueve al margen de este Mesías de Macuspana. Los perredistas de todos olores y colores están postrados y aterrados frente al nuevo timonel. Con una agravante adicional: AMLO no tiene la mesura, la prudencia ni la estatura de Cuauhtémoc Cárdenas.

No hay, entonces, por qué sorprenderse. El PRD juega un doble juego. Se mantiene en la legalidad, pero descalifica a las instituciones. Emprende marchas y movilizaciones al margen de la ley, pero las financia con los recursos que le proporciona el Estado. Opera en sentido estricto con una "lógica revolucionaria". El fin justifica los medios. Todo se agudizó después del 2 de julio. La denuncia del fraude, la violación de la ley y la amenaza de impedir la toma de posesión del Presidente electo fueron la regla. Detrás hay un mar de fondo: las caídas y las recaídas de los perredistas no son casuales. Su temple y su convicción siguen siendo "revolucionarios". Por eso cayeron de hinojos ante el EZLN en 1994 y por eso, también, jugaron a la insurrección banquetera en el Paseo de la Reforma.

En suma, los perredistas no son confiables. Su compromiso con la legalidad y la democracia es muy frágil. No apuestan a las instituciones. Carecen de palabra y de memoria. A final de cuentas, la palabra del caudillo es la única que cuenta. Basta decretar que hubo fraude o que se violó la ley. No importan las pruebas. Se borra lo elemental. Ahí están los hechos: la reforma de 1996 fue modelada por el PRD. Ernesto Zedillo cedió ante todas y cada una de sus peticiones. Su intención era integrarlos en forma definitiva al pacto democrático. Poco duró el gusto. Bastó y sobró con una derrota y un personaje de pacotilla (ahora, presidente "legítimo" de cacahuate) para que todo se viniera abajo.

El drama de la izquierda mexicana es muy simple: no es moderna ni se ve cómo podría modernizarse. En términos económicos carece de proyecto. Peor aún. El programa de su ex candidato a la Presidencia de la República no tenía consistencia ni viabilidad. Era un regreso a las políticas populistas de los años 70: precios de garantía y desayunos escolares, amén de otras extravagancias como el tren bala del DF a Tijuana o la conversión de las Islas Marías en un parque ecológico. Lo más grave, sin embargo, está en los procedimientos internos. Que López sea un hombre limitado, inculto y rupestre es comprensible. A final de cuentas, nació y se crió en el Jurassic Park del PRI. Lo que resulta espeluznante es que este personaje haya impuesto ese galimatías como el programa del PRD sin que nadie, con la excepción de Cuauhtémoc Cárdenas, chistara.

Triste realidad, pero no hay otra. En el interior del PRD el diálogo y el debate son inexistentes. Hay corrientes (tribus) que pugnan por puestos y presupuesto. Nada más. El contenido del programa y la oferta a la población los tienen sin cuidado. Una política concentrada en la denuncia no demanda más. Como tampoco demanda más un partido sometido a un caudillo cuyo programa es el mismo caudillo. A eso se reducen las "prácticas democráticas" en el perredismo. Los entornos de López Obrador lo confirman ampliamente. Son los priistas (Camacho, Monreal, Díaz, Muñoz Ledo) marginados y derrotados en los últimos años. Todos respiran por la herida y tienen sed de venganza, no importa el costo ni las consecuencias.

Cómo esperar, entonces, el ejercicio de la autocrítica o el examen de conciencia en semejante organización. Lo que se puede esperar es lo que hay: complacencia, servilismo y ambivalencia. Los mantras del perredismo suenan y resuenan a todas horas: AMLO no perdió ni cometió errores, le robaron la elección. AMLO siempre tiene la razón. Hay que mantenerse en la nómina y estirar la liga para obtener todo lo posible. No hay que tocarse el corazón para romper el diálogo o cualquier entendimiento. En política no hay compromisos ni lealtades. Vamos por todo. El fin justifica los medios. AMMLO, AMMLO, AMMLO, AMMLO...

Jaime Sánchez Susarrey, El Norte, 13 de enero 2007

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