miércoles, agosto 14, 2013

 

Saqueo a PEMEX

"Pemex necesita autonomía presupuestal". Cuauhtémoc Cárdenas

¿Y si el Gobierno dejara de saquear a Pemex? ¿Sería suficiente para obviar una apertura a la inversión privada? Es una pregunta interesante e importante.

Pemex tuvo en 2012 ventas por un billón 647 mil millones de pesos en lo que algunos consideran el mejor negocio lícito del mundo. Su costo de producción de crudo fue todavía de 6.84 dólares por barril. La mezcla de exportación se vendió a 101.90 dólares. Es difícil perder dinero en un negocio así... a menos de que la Secretaría de Hacienda meta mano.

En 2012 Pemex logró un rendimiento operativo (utilidad) de 905 mil 300 millones de pesos, un saludable 54.9 por ciento de las ventas. Éste no fue consecuencia de la productividad de la empresa, ya que casi todos los indicadores productivos muestran su ineficiencia. Pero mientras el producto pueda extraerse a 7 dólares y venderse a 100, Pemex será nominalmente rentable.

Los problemas surgen cuando la empresa se ve obligada a cubrir 902 mil 600 millones de pesos en impuestos y derechos como en 2012. Esta confiscatoria carga fiscal, 54.8 por ciento de las ventas o 99.7 por ciento de la utilidad, hace imposible que la empresa funcione normalmente. Pemex debe ser liberada, obtener autonomía de gestión y retener una utilidad similar a la que conservan otras empresas del mundo en la actividad petrolera. Si esto obliga a una reforma fiscal de fondo, cuánto mejor.

Pemex invierte mucho a pesar del saqueo que sufre. En 2012 lo hizo con 310 mil 400 millones de pesos, 18.8 por ciento de sus ventas o 34.3 por ciento de su rendimiento operativo. Son cifras altas para cualquier empresa. El problema es que no son suficientes ante los requerimientos de un momento en que la industria petrolera está sufriendo una revolución tecnológica que ha impulsado la producción de Canadá y Estados Unidos y agotado la de México y Venezuela.

Vamos a suponer que Pemex retuviera el 30 por ciento de su rendimiento operativo, unos 300 mil millones de pesos más que en la actualidad, y que dedicara íntegramente este dinero a proyectos productivos. Esto duplicaría su inversión. Pero los especialistas dicen que es insuficiente. La empresa tendría que invertir un billón de pesos anuales o más para empezar a mover la aguja en la producción de crudo en los próximos años. Este monto, sin embargo, está simplemente fuera de la capacidad de Pemex.

No se trata de invertir en cualquier actividad dentro de la industria. Si bien la producción de crudo es rentable, Pemex pierde sistemáticamente dinero en refinación: 102 mil 100 millones de pesos en 2012. Invertir más en este negocio es un desperdicio de recursos, especialmente en un momento en que el crudo es tan rentable.

Aun si Pemex pudiera multiplicar el dinero con el que se queda, tendría sentido abrir la industria a la inversión privada, no sólo en aguas profundas y suelos de lutitas, donde Pemex no tiene experiencia o tecnología, sino también en pozos que han dejado de ser productivos para Pemex, pero que podrían serlo para firmas más pequeñas y ágiles. La gasolina es mejor dejársela a firmas que saben manejar este negocio de bajo margen, pero alto volumen.

Por supuesto que hay que liberar a Pemex. No es posible que una empresa pague 99.7 por ciento de impuesto sobre sus utilidades. Pero la liberación de Pemex es independiente de la apertura. Ésta puede generar inversión productiva, acelerar el ritmo de desarrollo de la industria petrolera y dar nuevos recursos al erario. Quizá lo más importante es que generaría más empleos para los mexicanos.


Cárdenas y las drogas
Lázaro Cárdenas cambió también la forma en que se trataba a los adictos a las drogas. El 17 de febrero de 1940 publicó un Reglamento Federal de Toxicomanías que derogaba la prohibición al consumo dictada en 1931. A los adictos los buscó tratar como enfermos y no como criminales. Los precios de las drogas bajaron, pero la presión de Estados Unidos obligó pronto a dejar atrás el experimento.

Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

lunes, agosto 05, 2013

 

Judas y el Tata

"Dicen que hay en el mundo demasiadas bocas que alimentar; olvidan que por cada boca hay dos brazos". Joao de Castro

Para muchos mexicanos el tema es religioso. Nada tiene que ver con la razón. Es cuestión de dogmas y emociones.

No importa que ningún país del mundo, ni siquiera los comunistas, prohíba la inversión privada en petróleo. Ni que Pemex sea la única petrolera del mundo que pierda dinero. Ni que el mercado internacional del petróleo esté cambiando y requiera una mayor diversificación en inversión y tecnología. Ni que Estados Unidos, nuestro principal comprador de crudo, esté en camino de convertirse en exportador de petróleo. Ni que la producción mexicana esté estancada después de haber caído fuertemente desde el 2004. Ni que México importe gasolina, gas natural y petroquímicos. Ni que los líderes sindicales se enriquezcan con Pemex. Ni que Pemex tenga de tres a cinco veces más el personal que necesita.

Cuando se discute el futuro de la industria petrolera en México salen a relucir expresiones como "vende patrias", como el "hereje" de otros tiempos. Los grupos de izquierda defienden posiciones de derecha, "Ni una coma de cambio a la Constitución", en defensa del monopolio y el saqueo de Pemex.

Los políticos se envuelven en la bandera nacional y con lágrimas en los ojos recuerdan las joyas y las gallinitas que las mujeres mexicanas de todas las clases sociales llevaron al Zócalo para pagar la expropiación. En recuerdo de Tata Lázaro debemos rechazar los contratos de riesgo, nos dicen, sin saber que fue el general quien los inventó.

La inversión privada en petróleo ni siquiera debería ser el tema fundamental de discusión. El debate debería centrarse sobre cómo sacar el mayor provecho al petróleo para incrementar la prosperidad nacional. Pero no se discute cómo incrementar la renta petrolera, el ingreso de los mexicanos por la explotación del petróleo, sino si la inversión privada es buena o mala por sí. La verdad es que de todos los esquemas que actualmente se utilizan en el mundo para la explotación de petróleo, desde la propiedad privada de los yacimientos de Estados Unidos, la propiedad colectiva y explotación privada de Canadá o la operación de una compañía gubernamental no monopólica como Statoil de Noruega o Petrobras de Brasil, el peor para maximizar la renta petrolera es entregar la operación a un monopolio gubernamental.

Al final es poco probable que se apruebe una reforma energética suficientemente profunda para incrementar al máximo la renta petrolera. El prejuicio se ha convertido en naturaleza o en dogma de fe. Preferimos dirigentes sindicales con aviones privados que inversión privada abierta en petróleo, y digo abierta porque esa inversión ya existe sólo que en las peores condiciones para los mexicanos.

Somos un país paradójico. Creemos en la Lotería Nacional como el instrumento para sacarnos de la pobreza, pero prohibimos los casinos. Rezamos a San Judas Tadeo para resolver las causas difíciles, pero no pretendemos solucionarlas con trabajo y perseverancia. Culpamos a los españoles y a los gringos de nuestra pobreza, pero mantenemos leyes que dificultan la inversión y la creación de riqueza.

El "petróleo es nuestro" está tatuado en la psique nacional como la Virgen de Guadalupe o los cohetones que hacemos tronar en las fiestas patronales sin importar las tragedias que provocan. Por eso los políticos organizan cruzadas de defensa del petróleo ante la privatización y los cruzados mismos se pelean por demostrar que su cruzada es la única legítima y verdadera. El pueblo se une a la letanía con la misma fe con la que se encomienda a Juditas o acude de rodillas a la basílica. "Mañana me sacaré la Lotería", "Mañana la Virgen me concederá el puesto en Pemex que me permitirá vivir sin trabajar".


Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

 

Ser un Salinas

Ser un Salinas -Raúl, Carlos, Adriana- implica formar parte de un enjambre de dramas, asesinatos, violencia, corrupción, mentiras, traiciones, amantes, cuentas ocultas, pasaportes falsos, la búsqueda del poder y el precio que se paga por conseguirlo.

Ésas son las historias que acompañan a la familia Salinas por dondequiera que va. Ésas son las palabras que la definen. Una familia que parece que logra exoneraciones, perdones, reinserciones en la vida social del País como si nada hubiera pasado. Una familia que muestra cómo ha funcionado la política en el país y la podredumbre de ese funcionamiento. Una pequeña mafia mexicana. Allí en el sótano, allí en el subsuelo, allí operando en las sombras y con jueces a su lado, como el Juez 13 de Procesos Penales Federales del DF.

Ser un Salinas es ser un arquetipo. Representan algo más que a sí mismos. Plasman la forma en que la clase política se ha comportado y quiere seguirse comportando. De manera sórdida. De manera torcida. Con amantes en México y cuentas en Suiza; con partidas secretas y testigos ejecutados; con millones acumulados y juicios que ganan en circunstancias cuestionables. Rodeados de fiscales que se suicidan, países que los investigan, colaboradores que desaparecen, cargos que no se pueden comprobar. Al margen de la ley, al margen del interés público.

Ser un Salinas entraña la experiencia aterradora de asomarse a la cloaca de un clan. De presenciar las actividades de personas esencialmente amorales. De contemplar la vida que viven, los abusos que cometen, las mentiras que dicen, en vivo y a todo color. Presidida por Carlos Salinas de Gortari. Ahora de vuelta e intentando influenciar la política nacional. Y tan lo logra que obtiene la absolución de su hermano Raúl por el delito de enriquecimiento ilícito a pesar de todas las cuentas con nombres apócrifos y la conversación grabada entre Raúl y Adriana -desde la cárcel- en la cual sugieren que Carlos, el entonces Presidente, orquestó todo.

Ser un Salinas implica vivir al frente de un imperio subterráneo que empieza con la clase empresarial, abarca a los medios, constriñe la conducta de muchos periodistas, incluye a sectores del PRI, toca a Los Pinos y termina en los tribunales, que se lavan, y le lavan las manos a Raúl.

Ser un Salinas implica vivir en el esfuerzo cotidiano de limpiar el apellido ensombrecido. Ganar legitimidad social para la familia. Ser admirado, buscado, reconocido, aunque partes del imperio salinista estuvieran construidas sobre los cimientos de la corrupción. Una corrupción facilitada por empresarios, avalada por amigos, ignorada por tecnócratas, permitida por las autoridades, exonerada por los jueces.

Año tras año. Cuenta tras cuenta. Millón tras millón. Inmueble tras inmueble. Una corrupción fácil de tapar y difícil de comprobar, como lo argumentaron durante años los fiscales suizos que se ocuparon del caso.

Pese a la indagación -y la farsa de la PGR que "apela la resolución"- hay algo inocultable. Eso que queda, eso que permanece. Lo que huele mal de 48 cuentas congeladas a lo largo del sistema financiero suizo. Lo que huele mal de compañías fantasmas en las islas Caimán. Las transferencias multimillonarias de bancos en México, Estados Unidos, Luxemburgo, Alemania y Francia. Las acusaciones de lavado de dinero. El total de 130 millones de dólares. Acumulados por una persona que siempre fue un funcionario menor, un bon vivant. Que cuando conoció a María Bernal, su amante, le dijo que era multimillonario, con la suerte de ser "el hermano del Presidente".

Ser un Salinas le permitió a Raúl incorporar un "fondo de inversión" fuera de México, le permitió recibir y enviar transferencias secretas de empresarios que compraron concesiones públicas, le permitió acumular pasaportes falsos, le permitió ser "el señor diez por ciento" por las comisiones que cobraba, que le permitió mentir una y otra vez. Esa suerte que el sistema político le provee a quienes están cerca del poder.

Ser un Salinas es la personificación de lo peor del PRI y cómo gobierna, ni más ni menos. La avaricia incontenible y la irresponsabilidad rampante. Sentir que los recursos del país eran suyos y podía hacer lo que lo quisiera con ellos. Allí fotografiado en un yate con su amante sobre las piernas. Allí con su casa en Acapulco y su chalet en Aspen y sus caballos en El Encanto.

Ser un Salinas implicó apropiarse de recursos que pertenecían -directa o indirectamente- al pueblo de México. El crimen, actualmente "absuelto", fue utilizar su posición privilegiada para hacer negocios tras bambalinas, a oscuras, sin firmas, sin contratos, con sólo un apretón de manos. Negociar acuerdos y facilitar franquicias y canalizar recursos y transferirlos de cuenta en cuenta. A espaldas de la población. De la mano de leyes que lo permitieron porque para eso fueron creadas.

Y por eso en México el enriquecimiento ilícito ha sido un delito "no grave". Y por eso en México, el trato hacia los poderosos ha sido siempre reverencial. Y por eso la familia Salinas se ha salido y se sigue saliendo con la suya.
 
Denise Dresser

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