domingo, febrero 24, 2019

 

Contrapuestos

Los números no mienten, pero cuentan dos historias muy distintas.

 

Por un lado, el Presidente goza de un nivel de aprobación sin precedente; un indicador paralelo, el de la confianza del consumidor, alcanza cifras no vistas en casi dos décadas.

 

Lo paradójico es que estas cifras no guardan relación con el consumo, que disminuye tanto en automóviles como en las ventas en general. El entusiasmo que manifiesta la ciudadanía no es producto de una mejoría en su situación personal, sino en su percepción del Presidente y en las expectativas que éste ha generado.

 

Por otro lado, el índice de confianza empresarial, del Inegi, entró en terreno negativo en enero, en tanto que 75 por ciento de los inversionistas considera que el País está en condiciones peores que hace un año. La gran pregunta es si estos dos grupos de personas viven en el mismo país.

 

No me cabe ni la menor duda de que el factor nodal se encuentra en el liderazgo que ejerce el Presidente, mismo que ha adquirido dimensiones casi míticas en ciertos segmentos de la sociedad. La combinación de un anhelo de liderazgo con una esperanza de que se resuelvan problemas cotidianos y ancestrales resultó ser una combinación excepcional que ha sabido aprovechar de manera brillante el Presidente.

 

Quienes están llenos de esperanza guardan una vinculación casi religiosa con él; quienes ven el futuro con preocupación, si no es que con temor, tratan de explicarse ese fenómeno de manera racional.

 

En el corazón del desencuentro entre la prosperidad que se experimentó en las pasadas tres décadas y la desazón que llevó al resultado electoral se encuentra la incapacidad e indisposición de todos los Gobiernos de ese periodo por explicar y convencer a la población de la complejidad inherente al mundo de la globalización, que sigue siendo nuestro principal motor de crecimiento.

 

AMLO ha pretendido desacreditar toda esa etapa con el mote de "corrupta", obviando la necesidad de plantear un programa alternativo.

 

Llegará algún momento en que el descrédito del pasado resulte insuficiente para preservar la legitimidad del Gobierno, pero nadie puede negar la astucia y excelencia del manejo político y mediático que AMLO ha interpuesto. De hecho, lo impactante es que no tuvo, ni está teniendo, competencia alguna en la narrativa que, desde el 2000, ha venido enarbolando.

 

Esto se acentuó luego de Ayotzinapa, cuando el hoy Presidente tomó control de la narrativa y nunca enfrentó respuesta o resistencia alguna por parte del entonces Presidente o su Gobierno.

 

Las dos historias que caracterizan al País en la actualidad se contraponen, pero inexorablemente se retroalimentan: ambas acaban dependiendo del progreso del País.

 

Las expectativas pueden ser manipuladas por un buen rato, encontrando nuevos chivos expiatorios cada vez que se atora el carro, pero lo que cuenta, al final del día, es una mejoría sensible en los niveles de vida. Paliativos como los subsidios que el nuevo Gobierno está dispersando a diestra y siniestra atenúan la urgencia de entregar resultados, pero, en el largo plazo, no lo resuelven, simplemente porque no hay dinero que alcance.

 

Con todo, como demostró Fidel Castro, es posible lograr un empobrecimiento sistemático de todo un país por muchas décadas con puros chivos expiatorios.

 

Por su parte, la economía no puede prosperar sin inversión y para eso se requiere la disposición de las empresas y de nuevos inversionistas. En contraste con la era y geografía de Fidel Castro, la mexicana es una economía abierta y totalmente integrada con Estados Unidos. La receta de la polarización tiene límites reales.

 

La inversión depende de factores muy claros, como son el mercado, las oportunidades, el contraste entre el dinamismo de México frente a otras economías y cómo se comporta la demanda estadounidense, pues, a través de las exportaciones, es nuestro principal motor de crecimiento. Sin duda, nuevos proyectos de infraestructura ayudan, pero no son suficientes.

 

Sin embargo, al final del día, lo más importante para la inversión es la confianza que genera el Gobierno hacia los empresarios nacionales y extranjeros y ésta depende, casi en su totalidad, de que haya reglas del juego predecibles y estables.

 

Esto último es precisamente lo que el Presidente quiere alterar: quiere imponer nuevas reglas del juego y sujetarlas a cambios cuando así lo determinen sus consideraciones políticas. En este escenario, la inversión no se materializará. Tarde o temprano, este factor chocará con el apoyo masivo con que hoy cuenta el Presidente.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


 

AMLO: astucia Vs inteligencia

La inteligencia es, por definición, la "facultad de la mente que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones y formarse una idea determinada de la realidad".

 

Por otro lado, la astucia se define como la "habilidad para comprender las cosas y obtener provecho o beneficio mediante engaño o triquiñuelas. Es la acción hábil con que se pretende engañar a alguien o conseguir algo".

 

Siempre he pensado que los mexicanos frecuentemente confundimos "astucia" como sinónimo de "inteligencia".

 

En este sentido, estoy convencido de que el Presidente de la República es un individuo con una gran carencia de inteligencia, pero inmensamente astuto. Nada bueno para México.

 

Esta semana, el Presidente López se reunió con la crema y nata de los empresarios mexicanos donde se produjo el relevo en la presidencia del Consejo Mexicano de Negocios (antes denominado Consejo Mexicano de Hombres de Negocios).

 

En el escenario, en la mesa de honor, estaba el Gran Astuto de la Nación, es decir, el Presidente López, acompañado de la cúpula de ese organismo empresarial, todos sonrientes, sin reclamos, como si el pasado hubiese sido borrado mágicamente y el presente no tuviera desafíos graves, vistos los despropósitos de la acción gubernamental desde el pasado 1 de diciembre del 2018.

 

Digo lo anterior porque, durante la campaña, el Presidente López tuvo serios distanciamientos con los empresarios de ese Consejo Mexicano de Negocios, organismo que, en un desplegado periodístico titulado "Así No", acusó al entonces candidato presidencial de difamar a varios de sus miembros, entre ellos a Alberto Bailleres (presidente del Grupo Bal, dueño de Industrias Peñoles); Germán Larrea (Grupo México); Eduardo Tricio (Grupo Lala); Claudio X. González (presidente de Kimberly Clark México) y Alejandro Ramírez (Cinépolis y máximo responsable entonces del propio CMN); cuando AMLO los acusó de haber urdido un plan para que el tercer contendiente en la carrera electoral declinase en favor del aspirante panista Ricardo Anaya, quien tenía más opciones de imponerse a López Obrador en las urnas.

 

En aquel desplegado, el CMN se dirigió a Andrés Manuel López para recriminarle "categóricamente" las "expresiones injuriosas y calumniosas" contra varios de sus miembros.

 

En respuesta, el entonces candidato presidencial de Morena respondió al desplegado del Consejo Mexicano de Negocios con estos agresivos términos: "Estos empresarios se sienten dueños del País, tienen confiscadas las instituciones. Es una minoría rapaz; un pequeño grupo que hace y deshace. Le han hecho mucho daño al País, porque son responsables de la tragedia nacional. No quieren que haya un cambio de régimen".

 

Qué cosas. Ahí estaban esta mismísima semana el Presidente López, feliz, compartiendo mesa con esos señores ("que se sienten dueños del País").

 

Ahí estaba el Gran Astuto de la Nación, rodeado de los empresarios a los que hace un año acusó de ser esa "minoría rapaz, responsables de la tragedia nacional".

 

Al ver el desarrollo de esta reunión entre el Presidente de la República y los empresarios del CMN, vinieron a mi memoria Joan Manuel Serrat y algunos párrafos de su canción "La Fiesta":

"Hoy el noble y el villano,/ el prohombre y el gusano/ bailan y se dan la mano/ sin importarles la facha.

 

"Y con la resaca a cuestas/ vuelve el pobre a su pobreza,/ vuelve el rico a su riqueza/ y el señor cura a sus misas.

 

"Se acabó,/ el sol nos dice que llegó el final,/ por una noche se olvidó/ que cada uno es cada cual".

 

Pues así es: cada uno es cada cual.

 

Del Presidente López (el Gran Astuto de la Nación) no hubo nada que deba de extrañarnos.

 

Del empresariado mexicano (de quienes dependen el 90 por ciento de los empleos formales en México) todo qué desear.

 

Como resultado de un partido de futbol: Astucia 1, Inteligencia 0.

 

Qué cosas.

 

El autor es analista político.

 

Bernardo Graue Toussaint

graue.cap@gmail.com


domingo, febrero 17, 2019

 

Seguridad y gobierno

Groucho Marx lo dijo con absoluta claridad: "La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos por todas partes, diagnosticarlos de manera incorrecta y luego aplicar los remedios equivocados".

 

El Gobierno tiene una gran claridad sobre varios de los problemas que aquejan al País, pero es crítico preguntarnos: ¿qué pasa si su diagnóstico es errado?

 

Desde luego, el Gobierno de López Obrador no sería el primero en errar en el diagnóstico para luego aplicar una estrategia equivocada, pero lo que sin duda lo caracteriza es su arrogancia moral: no sólo posee la verdad absoluta, sino que todo el resto es corrupto, es parte interesada o es conservador. Su riesgo de errar es por lo tanto mayor.

 

En materia de seguridad llevamos décadas dando palos de ciego. Unos Gobiernos intentaron construir Policías nuevas, otros procuraron centralizar el mando; algunos recurrieron al Ejército, otros prometieron regresarlo a sus barracas. Algunos pretendieron comprar a los miembros del crimen organizado, otros desmantelaron las Policías existentes.

 

En una palabra, ha habido de todo en los últimos 30 años, excepto claridad sobre lo que se buscaba o continuidad en las políticas. Más ocurrencias que estrategia y lo nuevo no es distinto.

 

El asunto de la seguridad surgió en paralelo al deterioro que, poco a poco, fue experimentando el régimen postrevolucionario; el orden y respeto a la autoridad que existían se debían a la naturaleza autoritaria del régimen, es decir, al miedo que la ciudadanía le tenía a las Policías y al Gobierno en general. No era la fortaleza de las instituciones, sino una estructura muy eficaz de control lo que lo hacía funcionar.

 

El Gobierno central mantenía un estrecho control sobre todos los factores clave de poder y funcionamiento de la sociedad, lo que le permitía administrar la criminalidad con efectividad, subordinar a los Gobernadores (y usarlos como instrumentos de su mando) y dictarle reglas del juego al crimen organizado que, en aquella época, eran esencialmente colombianos cuyo interés se limitaba a transitar por el País para llegar al mercado objetivo.

 

El Gobierno mexicano no negociaba con los narcos, sino que establecía reglas del juego, en concordancia con la naturaleza del régimen.

 

La seguridad era producto de la naturaleza del régimen y no de la existencia de un sistema policiaco y judicial profesionales. Es ese control autoritario el que AMLO pretende recrear.

 

En la medida en que aquel régimen se fue resquebrajando -por el crecimiento de la población, la lógica de la economía global, la incipiente apertura política- su capacidad de control se fue mermando. Es decir, nunca hubo una decisión explícita que modificara la naturaleza del régimen: su deterioro fue producto de su agotamiento gradual y de decisiones en otros ámbitos que impactaron su fortaleza.

 

Y ahí yace el problema de fondo: mientras que el País ha ido cambiando en todos sus ámbitos, el Gobierno se quedó atorado en sus mismas estructuras de antaño.

 

El problema de la seguridad (como tantos otros) surge del agotamiento de un sistema de gobierno que no se ha transformado en los últimos 50 años y que ya no empata con la realidad del País de hoy. Involucrar al Ejército en asuntos de seguridad fue una decisión desesperada para enfrentar un problema real, pero sin que mediara un reconocimiento de la naturaleza del fondo del asunto.

 

En este contexto, es absolutamente legítimo y meritorio el debate sobre la Guardia Nacional: encumbrar al Ejército como factótum en este asunto no es solución, es tan sólo otra medida desesperada.

 

El problema de fondo es la inexistencia de gobierno -mucho más grave en algunas latitudes que en otras, como ilustra Tamaulipas vs. Querétaro, por citar dos casos prototípicos- y no las drogas, la corrupción o la violencia por sí mismas.

 

El Gobierno del Presidente López Obrador tiene que enfocar el problema correcto para poder resolver el asunto que aqueja a toda la población y que consume recursos, ánimos y vidas como ningún otro.

 

Por supuesto que el Ejército tendrá que ser parte de la solución, pero no puede ser la solución en sí misma: no está capacitado para funciones policiacas ni le responde a la ciudadanía.

 

De la misma forma, meramente tratar de reconstruir el viejo gobierno todopoderoso de los 60 es absurdo porque no es posible: las condiciones que lo hacían viable dejaron de existir cuando creció y se desarrolló la sociedad y no hay nada que el Gobierno pueda hacer para recrear aquel esquema, a menos de que pretenda imitar a Pinochet.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


 

Postsovietismo

“El materialismo ha abolido la materia. No hay nada que ponerse y nada que comer.” Andréi Bely, 1920

La historia ya pasó por ahí. Y no funciona.

 

López Obrador es tan sólo el último de los líderes políticos estatólatras que han emprendido versiones, blandas o duras, asiáticas, árabes y hasta tropicales del experimento soviético.

 

La tentación del marxismo a la rusa ha tenido una larga vida porque es una respuesta preparada y aplicable a cualquier circunstancia cuando un régimen, democrático o no, empieza a hundirse en el caos político y económico y acaba en lo que parece ser un callejón sin salida.

 

Muchos críticos han equiparado a López Obrador con los líderes populistas que encabezan ahora democracias iliberales en países como Turquía, Polonia o Hungría. Pero el nuevo régimen que el Presidente está tratando de establecer a marchas forzadas tiene un sabor a viejo, mucho más parecido al orden soviético del pasado que Cuba y Venezuela reprodujeron a su manera.

 

Por supuesto que López Obrador no es el primer político en la historia que ha buscado establecer un régimen de un solo partido, una vertical del poder y concentrarlo en el Gobierno que encabeza.

 

Tampoco es el primero que persigue consolidar una base de apoyo que le asegure la permanencia en el poder. Para eso no se necesita ser marxista. Pero él y muchos de los que lo rodean padecen una inflexibilidad ideológica que habla de otra versión del neosovietismo.

 

López Obrador parece creer genuinamente que la propiedad privada, la riqueza individual y la innovación empresarial son "inmorales". Eso sí es marxismo soviético.

 

Ha emprendido su propia lucha de clases, donde el "pueblo bueno" representa al proletariado y el resto, a una burguesía rapaz y explotadora que se opone al cambio: la sociedad civil y sus organizaciones que insisten en mantener su autonomía.

 

En esta lucha de clases sui géneris, todos los organismos autónomos, incluyendo las organizaciones no gubernamentales (ONG), son el enemigo, porque escapan al control del Estado rector, que en el neosovietismo debe dominar no sólo la política, sino la economía.

 

Estatizar la economía y el apoyo a las empresas paraestatales -como lo quiere hacer López Obrador con Pemex- eran dos de los puntales del sistema económico de planificación central soviético.

 

El Estado acabó por fijar los precios, las cuotas de producción y los modos de distribución en función de criterios que nada tenían que ver con los costos o la demanda -el libre mercado prácticamente desapareció-.

 

Mantenía la ficción del pleno empleo con sueldos muy bajos ("ellos fingen pagarnos, nosotros fingimos trabajar", decían los obreros) y repartía subsidios e inversiones a los sectores prioritarios para el Estado.

 

Durante décadas el grueso de la inversión se dirigió a la industria pesada, especialmente la militar, a costa de los consumidores urbanos y los campesinos, porque el régimen alimentaba también, como nuestro Presidente ahora, una utopía autárquica que ni siquiera un país tan rico como la URSS pudo sostener.

 

Cuando a mediados de los 60 el Gobierno soviético cayó en la cuenta de que el descuido y la ideologización de la política agrícola, montada en el dogma de la colectivización, habían provocado una caída del 50 por ciento de la productividad en el campo, ni el más gigantesco subsidio agrícola en la historia de la humanidad pudo resolver el problema: la URSS empezó a importar de Occidente millones de toneladas de granos anuales.

 

Pero eso era sólo parte del problema: la planificación había oxidado los mecanismos económicos. El crecimiento se había desplomado, abundaban los cuellos de botella, la baja productividad y la corrupción, y un mercado negro del 10 por ciento del PNB.

 

El sovietismo económico se convirtió en el reino de la carestía y el desabasto. Las palabras de Bely se volvieron proféticas medio siglo después: el materialismo había abolido a la materia. Lo mismo pasaría con el neosovietismo años después, en Cuba y en Venezuela.

 

Para colmo de males el sistema se volvió alérgico a las reformas: no había manera de cambiar un sector económico sin provocar una reacción caótica en cadena. Los rusos no han podido desmontarlo aún: el Estado reina supremo sobre la economía.

 

Y también sobre la política, porque el precio del neosovietismo es la libertad: la libertad para crear organismos autónomos -ésos que tanto le molestan a López Obrador- y fortalecer una sociedad civil plural que defienda las libertades democráticas y una prensa libre.

 

Isabel Turrent


 

Politizar la historia

La supervivencia de la democracia mexicana depende ahora, en no poca medida, de la defensa de la verdad.

 

Ése fue el propósito del ensayo "El presidente historiador" (Letras Libres, enero del 2019), en el que examiné los libros de historia que ha escrito López Obrador, en particular "El Poder en el Trópico" (su meritoria historia de Tabasco, comenzada hace más de tres décadas y finalmente reunida en el 2015) y "Neoporfirismo. Hoy como Ayer" (una historia crítica del porfiriato, publicada en el 2014).

 

En ese mismo sentido, quiero centrarme en un tema muy específico: la periodización de la democracia mexicana según López Obrador. Creo que está equivocada.

 

Tras mencionar apenas la lucha armada, "Neoporfirismo. Hoy como Ayer" aprueba someramente la obra institucional de los primeros Presidentes posrevolucionarios. Declara que el mejor de todos es Lázaro Cárdenas. Alude a los posteriores (de 1946 a 1982): "Pocos cumplieron con su deber. La mayoría se alejó de la moral republicana. Unos se enfermaron de ostentación y derroche, y otros de plano se dedicaron al saqueo del erario".

 

Todos pertenecían al PRI, sistema que describe con una fórmula extraída de Gabriel Zaid (a quien no cita): "administrar la corrupción y la impunidad para comprar lealtades".

 

En el epílogo del libro, López Obrador sostenía que el sistema político seguía intacto. En resumidas cuentas, nada había cambiado desde Madero: "la democracia sigue siendo una demanda que espera el momento de concretarse". Ese "momento de concretarse" no podía ser otro que su triunfo electoral en el 2018.

 

Esa visión esquemática del siglo 20 no obedece a una búsqueda de la verdad histórica, sino al objetivo político de identificar la etapa neoliberal con la porfirista en las tres dimensiones cardinales: económica, social y política.

 

En la obra de Daniel Cosío Villegas (el historiador que López Obrador admira sobre todos, y cuyos libros sustentan buena parte de su obra) hay elementos de sobra para refutar la equiparación de conjunto. Si de paralelos se trata, los Gobiernos recientes (populistas y neoliberales) palidecen frente al progreso material en tiempos de Porfirio Díaz.

 

Inversamente, y a despecho de los viejos y nuevos problemas que siguen gravitando sobre las mayorías mexicanas, la obra social construida desde 1920 hasta hoy es marcadamente superior a la porfiriana.

 

En cuanto al ámbito político, es imposible negar que -con todos sus vicios y limitaciones- los progresos democráticos de México en las décadas recientes marcan una diferencia abismal con la era de don Porfirio y la de su sucesora inmediata, la "revolución hecha gobierno".

 

¿Cuál es el origen del sesgo? López Obrador dio comienzo a su carrera política en tiempos de Echeverría. Había pasado el 68 y la matanza del 10 de junio de 1971. Permaneció en el PRI durante los sexenios de López Portillo y Miguel de la Madrid. Dejó de pertenecer a él después de las elecciones presidenciales de 1988. El libro se permite una crítica radical del PRI, pero omite esos importantes datos autobiográficos: el Presidente formó parte del sistema que critica.

 

Dada la inmensa relevancia de López Obrador en la arena nacional en este siglo y, sobre todo, su poder actual derivado de las urnas, la omisión puede derivar en una versión equivocada e injusta de la historia.

 

La democracia mexicana no "se concretó" el 1 de julio del 2018. El 1 de julio fue un capítulo más de una historia que -en su etapa contemporánea- comenzó en el movimiento estudiantil de 1968 y continuó por largos años hasta concretarse en la alternancia del año de 1997 cuando, tras las elecciones llevadas a cabo por el IFE, el PRI perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y Cuauhtémoc Cárdenas triunfó en las elecciones para Jefe de Gobierno del DF.

 

En esa batalla intervinieron diversos protagonistas individuales y colectivos: periódicos, revistas, intelectuales, artistas, escritores, académicos, sindicatos, grupos de la sociedad civil, partidos y políticos de oposición. Muchos murieron en ella, por ella, y otros siguen vivos. Y en esa batalla, al menos hasta 1988, no intervino López Obrador.

 

Su victoria en el 2018 ocurrió en el marco de las leyes e instituciones de la democracia por la que muchos luchamos desde 1968 y que hemos venido construyendo desde 1997. Negar no sólo la pluralidad de quienes libraron esa batalla, sino su existencia es una mentira histórica. Ojalá el Presidente evite que se convierta en la historia oficial.

 

Enrique Krauze


domingo, febrero 10, 2019

 

Mezcla confusa

El estilo de gobernar de Andrés Manuel es una mezcla confusa de ideología de izquierda forrada de autoritarismo con un moño rojo de lucha anticorrupción.

 

Hay quienes aplauden el moño, pero viendo el regalo completo se puede pronosticar un desastre de Gobierno. Irá de mal en peor.

 

¿Sueno alarmista? ¿Acaso son pocos los errores elementales que se han estado generando?

 

Hace unos meses escribí sobre las 22 enfermedades que aquejan a las grandes organizaciones. Hoy tomo un enfoque estructural. Este Gobierno bien pudiera servir de ejemplo ilustrativo de este tipo de fallas.

 

Las organizaciones humanas se parecen a los seres vivos y a las personas, no físicamente, sino estructuralmente.

 

El modelo en el que yo he trabajado se llama "Universal Management", precisamente porque enfatiza la estructura compartida por todas las organizaciones humanas y a todos los niveles.

 

Las fallas del nuevo Presidente violentan siete funciones básicas:

 

1.- Seguridad: debe envolver a todo el organismo como una coraza y practicarse a todos los niveles. Este Gobierno no tiene ni idea.

 

Las muertes por la explosión de Tlahuelilpan eran evitables. Los migrantes son transportados por carretera en plataformas abiertas sin protección alguna. Los asesinatos por narcotráfico van en aumento.

 

La gente se siente insegura. Combatir el sentimiento de inseguridad a través de conferencias matutinas es ilusorio.

 

2.- Identidad: la administración va contra la corriente al seguir ideologías de izquierda en un país que tiene una Constitución liberal. Este desfase apunta a catástrofe. Andrés persigue un modelo idealizado de país del siglo 19. Nos hace perder tiempo valioso.

 

3.- Planeación: no existe en este Gobierno. Todo se hace al aventón, como ocurrencia y por impulso. Las soluciones no son analizadas, ni probadas.

 

Por ejemplo, de un plumazo cancelan subsidios a estancias infantiles. ¿La respuesta improvisada? Que las abuelitas se hagan cargo de los niños.

 

No hay noción de prioridades y de allí el Tren Maya, la nueva refinería o la cancelación del NAIM.

 

4.- Dirección: el Ejecutivo se entromete en todos los niveles de la Administración. No es un director de orquesta, sino violín, flauta y tambora. No respeta jerarquías ni jurisdicciones.

 

Supuestamente Pemex es una empresa autónoma, pero la vemos compartiendo anuncios con "el Gobierno". El Presidente ordena comprar o no comprar gasolina en el extranjero.

 

5.- Coordinación: las operaciones deben ponerse de acuerdo entre ellas para producir eficiencia. Observamos que, por ejemplo, Hacienda no habla con Gobernación, ni ésta con la Secretaría del Trabajo, ni ambas con Seguridad Pública.

 

Maestros de la CNTE bloquean las vías y no hay poder humano que los mueva. La ley no se cumple. De hecho, se anuncia y promete la inacción. Luego les dan dinero y vuelven a bloquear.

 

Mientras tanto, nadie escucha a los comerciantes de Michoacán que están por cerrar sus tiendas.

 

6.- Las operaciones: parecen no tener jefe, por las interferencias presidenciales. Por ejemplo, los cortes de sueldo generalizados no toman en cuenta necesidades de cada centro operativo. Ni modo. Tenemos un Gobierno de "yes men". Esto sólo puede descomponer lo poco que funciona bien.

 

7.- La detección de anomalías: esta función es la que más se puede modernizar gracias a la tecnología. Cualquiera puede reportar fallas o errores, en teoría. En la práctica, mientras la aplicación de la justicia no inicie, todas las otras fuentes de correcciones son irrelevantes. La gente no denuncia porque los policías mismos generan desconfianza. Y los MPs lo mismo.

 

Falta espacio para dar más ejemplos de fallas en cada función vital del Gobierno. Lamentablemente, el siguiente nivel superior, el del Congreso federal, está totalmente anulado o distraido, no sé cuál.

 

Nadie hace ver al Presidente López Obrador que sus "soluciones" son en realidad simples ocurrencias que multiplican los problemas.

 

La vida es por definición una lucha contra el desorden, como lo es esta mezcla confusa.

 

Javier Livas Cantú

javierlivas@prodigy.net.mx


 

El púlpito mañanero

No se puede gobernar con discursos. Por más impactantes, jocosos o motivadores que sean, las buenas intenciones miden su eficacia al enfrentarse a la terca realidad. El paso del dicho al hecho confirma o desbarata la viabilidad de lo que pretende el orador.

 

El Presidente López Obrador ha decidido gobernar desde un púlpito, donde a diario, tempranito, como las misas pre Concilio Vaticano II, da instrucciones a su Gabinete y hace comparecer a sus integrantes para dar explicaciones contradictorias que no acaban por aclarar el asunto en cuestión.

 

Por ejemplo, quién fue responsable de omitir la información del penthouse en Houston en la declaración patrimonial de la Secretaria de Gobernación.

 

También ordena acciones para ser ejecutadas de forma inmediata, como el apresurado viaje de tres, ¡tres!, Secretarios de Estado a Nueva York para hacer la compra inútil, ilegítima -por su falta de transparencia- y violatoria de la Norma Oficial Mexicana, de 761 pipas. Pero no importa, cuatro días después modificaron la NOM para permitirles circular por las carreteras mexicanas, con todo y su peligrosa carga.

 

Presume influencias en el Poder Judicial y amenaza a jueces que no den veredictos con los cuales él esté de acuerdo, sin importarle el atropello a la división de Poderes.

 

Invita a los malos a portarse bien en vez de ejercer su obligación de aplicar la ley, como en el caso del bloqueo a las vías de ferrocarril por parte de la CNTE. No importa el chantaje de lo peor del sindicalismo, el daño a las cadenas productivas ni las pérdidas económicas de las empresas.

 

De paso llama fifí, neoliberal o conservador a cualquiera que lo critique y se siente ofendido ante la veracidad de las evidencias que refutan sus dichos y propuestas, como las que con harta frecuencia muestran las investigaciones de Grupo REFORMA.

 

Pregona a diario su desprecio por el dinero y las riquezas, sin embargo, sus decisiones ahorran centavos y dilapidan millones.

 

La Secretaría de Bienestar, por orden presidencial, ha retirado el apoyo de 950 pesos mensuales por niño atendido en el Programa de Estancias Infantiles, cantidad que garantizaba alimento y atención adecuada a más de 300 mil pequeños.

 

Esta medida también deja sin empleo a miles de personas capacitadas para cuidar a los infantes mientras sus padres trabajan con la tranquilidad de tenerlos en un lugar seguro.

 

En la mañanera, el Presidente instruyó a los abuelos a encargarse de sus nietos, ¿y qué pasa si éstos no pueden o no quieren cuidarlos? No importa, también dio la orden de dar directamente a los padres el monto que recibían las estancias por cada niño. Como si fuera tan fácil organizar el cuidado integral de un pequeño, ¿no sabe cuánto cuesta emplear aisladamente a alguien capacitado para atenderlo ocho horas al día, cinco días a la semana?

 

Para justificar el retiro del apoyo, dijo que hay casos de corrupción en el programa. Pues si los han detectado, que se investiguen y procedan a castigar, pero que no cancelen un programa valioso.

 

Dice que habrá medicamentos gratis para todos, pero en diciembre la Cofepris detuvo los permisos de importación y exportación a los laboratorios médicos, paralizando la producción de medicinas.

 

El Presupuesto 2019 hace recortes del 20 al 40 por ciento a institutos de salud pública como el IMSS, ISSSTE, Cancerología, Nutrición, Pediatría y otros.

 

La reducción de las Estancias equivale a 2 mil millones de pesos. Para comparar: la cancelación del NAIM nos ha costado más de 100 mil millones, el Tren Maya costará 150 mil millones.

 

Todo indica que la finalidad de los recortes presupuestales es reunir fondos para financiar sus dos prioridades: tener control directo de todos los programas sociales, para comprar a billetazos los votos de las próximas elecciones, y construir el Tren Maya y la refinería Dos Bocas, ambos proyectos innecesarios, económicamente inviables y destructores del medio ambiente.

 

Un país con 120 millones de habitantes, regiones diversas y realidades económicas asimétricas, no puede gobernarse con sermones mañaneros. Un buen Gobierno se sustenta en instituciones con estructuras organizadas para que personal capacitado implemente las políticas públicas.

 

Las acciones, contradictorias y sin estrategia, derivadas de los anuncios matutinos, están propiciando desorganización administrativa, incertidumbre económica y generando ganancias a los grupos más dañinos de la sociedad, justo aquellos a quienes en teoría se quiere combatir. Así se pierden credibilidad y confianza.

 

Isabel Sepúlveda


This page is powered by Blogger. Isn't yours?