viernes, enero 23, 2009

 

Dinero de líder

"El verdadero liderazgo debe ejercerse para beneficio de los seguidores y no para el enriquecimiento de los líderes".
Robert Townsend
 
 
¿Cuánto gana la maestra Elba Esther Gordillo? Simplemente no lo sabemos. La Secretaría de Educación Pública le ha dicho al Instituto Federal de Acceso a la Información que no tiene el dato.

La dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación cuenta, al parecer, con dos plazas públicas, una como directora de escuela y otra como maestra (aunque no sé cuándo fue la última vez que dio clases o dirigió una escuela), pero las dos están adscritas al sistema educativo del Estado de México y no al federal, por lo que la SEP dice no saber cuánto gana. Pero aun cuando tuviéramos la información de los sueldos de estas plazas, no tendríamos siquiera una aproximación de los ingresos reales de la presidenta vitalicia del sindicato con mayor número de agremiados en nuestro país.

Vivimos en un sistema en que los trabajadores son pobres, pero los líderes sindicales ricos. Los dirigentes defienden con todo su poder la "autonomía sindical" que les permite eternizarse en los cargos de responsabilidad y mantener en secreto las finanzas de las organizaciones que comandan.

Los sindicatos mexicanos gozan de un monopolio -validado por el propio artículo 28 de la Constitución que supuestamente prohíbe los monopolios- que les permite interrumpir las actividades legítimas de las empresas casi a discreción y decidir quiénes pueden o no trabajar en determinadas compañías. Si usted desea, por ejemplo, contratarse en Luz y Fuerza del Centro, esa paraestatal cuya generosidad con sus trabajadores no se ve afectada por sus enormes pérdidas, y no pertenece a la clase privilegiada de la que surgen los que ocupan cargos de confianza, tiene necesariamente que ingresar al Sindicato Mexicano de Electricistas. Si éste no lo quiere a usted, no importa su capacidad o sus ganas de trabajar: simplemente no podrá laborar en esta empresa. No sorprende así que en nuestro país sea necesario muchas veces comprar una plaza al sindicato para obtener uno de esos empleos jugosos y de poca exigencia que se encuentran principalmente en el sector público.

Los sindicatos mexicanos obtienen dinero de las cuotas de sus agremiados y de aportaciones de las empresas o instituciones con las que tienen firmados contratos colectivos. Obtienen también otros ingresos de las empresas, algunas veces acordados en los contratos colectivos, pero otras veces extraoficiales. Evitar una huelga en una empresa, por ejemplo, tiene un enorme valor de mercado.

Bajo el pretexto de la defensa de la autonomía sindical, las finanzas de los sindicatos son secretas. Ni la sociedad ni los propios trabajadores saben cuánto dinero ingresa en las arcas o en qué se gasta. El manejo de los recursos es, por lo demás, discrecional. La presidenta vitalicia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación puede, por ejemplo, regalar 59 camionetas Hummer a los líderes de las secciones leales. O si lo desea, ante la presión de los medios de comunicación (y no por una rebeldía en el interior del sindicato), puede optar por rifar esos mismos vehículos (seguramente otorgando otros premios a la lealtad de los líderes seccionales).

Los sindicatos pueden mantener a sus trabajadores en paro de manera indefinida, como ocurre actualmente en Cananea, la importante mina de cobre de Sonora, con el propósito de defender la riqueza de un dirigente sindical que vive en Vancouver, Canadá. Los líderes pueden también ser dueños de relojes, autos, yates y mansiones de lujo sin que nadie les pida cuentas. Los sueldos que reciben por los puestos que mantienen en las empresas de las que surgen o los que tienen en los sindicatos simplemente no explican el nivel de vida del que gozan.

La solución, sin embargo, no radica en perseguir a un líder o a otro, sino en enmendar una ley que permite que quienes gozan de los privilegios de nuestra legislación laboral puedan comportarse con absoluta discrecionalidad y sin rendir cuentas a nadie. Necesitamos impulsar una reforma laboral que elimine la posibilidad de que los líderes sigan utilizando los sindicatos para extorsionar a las empresas, que obligue a los sindicatos a adoptar procedimientos democráticos internos supervisados por una autoridad electoral independiente y que obligue a la divulgación pública y a la auditoría externa de todas las cuentas de los sindicatos y de los líderes sindicales.

El tema no es Elba Esther Gordillo, Napoleón Gómez Urrutia o cualquier otro líder sindical en el país. El problema está en un sistema que ha permitido el abuso de los líderes. Hoy más que nunca necesitamos una reforma a fondo de la legislación laboral de nuestro país.

 
Contra el parque
 
Un grupo de unos 600 maestros de la Sección 22 que estaban bloqueando dos carreteras en Oaxaca optaron ayer por trasladarse a La Ventosa para manifestarse en contra de la inauguración de un parque de generación de electricidad eólica. Un maestro de verdad, por supuesto, no puede darse el lujo de abandonar constantemente su trabajo para participar en protestas y plantones. Es tanto el dinero de los sindicatos, sin embargo, que les alcanza y les sobra para financiar este tipo de movimientos. Al final, quienes pagamos somos los contribuyentes.

Sergio Sarmiento 
www.sergiosarmiento.com
 

domingo, enero 11, 2009

 

La defensa de nuestra imagen

La revista Forbes asegura en un número reciente que México está a punto de convertirse en un "Estado fallido".

Además de falsa, la visión es injusta. Lo que subyace en ella, sobre todo, es el doble efecto de las imágenes de violencia y los reportajes sobre el crimen en el País. Esa versión desdeña los progresos tangibles en la actual guerra del gobierno mexicano contra las organizaciones criminales y los avances económicos y políticos de los últimos años.

Se ignora afuera (y a menudo se olvida adentro) el mérito de haber construido en apenas dos décadas -no sin sobresaltos, injusticias, errores y excesos- una economía abierta, diversificada y parcialmente moderna. Y la hazaña aún mayor de haber conquistado una transición democrática más aterciopelada que la de Praga: el país de la alquimia electoral, creó el IFE; el país de la presidencia imperial, eligió un Congreso de oposición; el país del centralismo, dispersó el poder en estados y municipios; el país del partido único, abrió paso a la alternancia; el país de la transa y la corrupción, introdujo una ley de transparencia; el país de la "dictadura perfecta", instauró las más amplias libertades cívicas.

Pero lo cierto es que vivimos una guerra. A la luz de nuestra historia desde 1929 hasta hace unos pocos años, pienso con tristeza en el puerto de abrigo y la isla de paz que fuimos y que acaso podremos volver a ser. Pero entiendo también que esta batalla interna contra el crimen organizado era la guerra que el destino y la geografía nos tenían deparada.

La guerra que nos ha declarado el crimen organizado es una guerra imprevista, injusta, brutal, incierta. Es una guerra sin ideología, sin nobleza, sin rostro, sin reglas, sin cuartel. No sé si podemos ganarla. Sé que debemos librarla y que, valerosamente, la estamos librando.

Una de las principales raíces de nuestro problema está en los usos y costumbres del consumo de drogas en Estados Unidos. Sería absurdo esperar modificarlas pero es mucho lo que los mexicanos podemos hacer para mejorar la realidad -y la imagen de la realidad- en el exterior.

El primer paso es reconstruir -como se ha estado haciendo- nuestro aparato de seguridad. En esto debemos disipar las nubes de la teoría y la ideología, aprender a pensar con sentido práctico y transformar con empeño y rigor nuestras policías, leyes, cárceles, sistemas de inteligencia, servicios de información, tecnologías, estrategias de comunicación, etc... Es una tarea que no sólo corresponde al Gobierno: si somos ciudadanos y no inquilinos de este país, todos debemos participar.

No menos importante es recuperar la concordia nacional. Esa convivencia básica, ese respeto mutuo entre quienes piensan diferente, se perdió en el 2006. A partir de entonces, la atmósfera del País ha estado envenenada de odio y ánimos de venganza. Pero esa división es riesgosísima. La frase bíblica formulada por Lincoln parece destinada a nosotros: "Una casa dividida contra sí misma no puede sobrevivir".

Las próximas elecciones ofrecen una buena ocasión para que los partidos políticos den muestras de una civilidad que podría refrendarse durante el Bicentenario, con grandes beneficios para nuestra imagen externa. Y cuando llegue el 2010, no debemos concentrarnos en conmemorar sólo los movimientos insurgentes y revolucionarios, sino en recordar (y proyectar) todo lo que los mexicanos hemos edificado a lo largo de 200 años. Ése debe ser, me parece, el sentido vinculante de las fiestas.

La guerra contra el crimen requiere que demos un giro a nuestra relación con Estados Unidos. La falsa percepción de México como un "Estado fallido" comienza a permear en los corredores de Washington al grado de que, al hablar sobre los sitios preocupantes del mundo, algunos altos funcionarios nos comparan ("off the record", claro) con Paquistán.

Para revertir la tendencia hace falta -además de resultados tangibles- imaginar e instrumentar una nueva relación con Estados Unidos que los persuada de modificar la cómoda percepción que tienen del tráfico de drogas y la violencia. Son ellos quienes mayormente consumen las drogas y son ellos quienes con lasitud irresponsable nos surten las armas. Pero no basta la tarea diplomática. Necesitamos llegar al público a quienes los políticos representan. Escritores, periodistas, artistas, académicos, debemos proyectar a México al exterior. No se trata de que nos quieran: se trata de que nos conozcan.

Para alcanzar una mayor respetabilidad, debemos seguir empeñados en conquistar un liderazgo moral en América Latina. La deseable transición en Cuba ofrece una oportunidad de respetuosa colaboración. Después de todo, tenemos una legitimidad de origen: fuimos los únicos en mantener relaciones con la Isla durante la Guerra Fría.

Otra carta es la defensa de los valores democráticos en el continente: practicar afuera lo que predicamos adentro. La celebración del Bicentenario abre también un campo al conocimiento, el debate y la solidaridad con los pueblos hermanos, que trabajaría en abono de nuestro buen nombre.

Concluyo con una nota personal. El domingo pasado comí en el centro del DF y vi a las familias mexicanas caminar plácidamente por las calles, como hace siglos. Sé que esa paz tiene algo de ilusorio, pero aquellas caras mexicanas no engañan. No son inquilinos de este país. Llevan generaciones de habitarlo y amarlo. Debemos proyectar esas caras al exterior.
 
Enrique Krauze,
El Norte, 11 de enero 2009

viernes, enero 09, 2009

 

Volver al pasado

La transición democrática mexicana se basó en la creación de un sistema electoral equitativo y creíble, capaz de terminar con la hegemonía de un partido de Estado como lo era el PRI. Cuando se habla del término "partido de Estado", se refiere a la capacidad de un instrumento político para fusionar en un solo órgano al partido y al Gobierno, de manera tal que no exista separación o autonomía en el funcionamiento común. La construcción de una institución como el IFE y su operación junto al Tribunal Electoral Federal abrieron la puerta a una contienda equilibrada que en el 2000 consiguió sacar al PRI de Los Pinos y con ello romper el sistema de partido único.

Sin embargo, la estructura legal e institucional del presidencialismo priista se mantuvo casi intacta, aunque ahora sin el poder absoluto del primer Mandatario, lo que creó un desorden en la interpretación jurídica de las diferentes instancias de Gobierno.

La proliferación de juicios de controversia constitucional, el mantenimiento de organizaciones sindicales corporativizadas y profundamente corruptas, y la pulverización del poder político en manos de gobernadores con un poder tal que se convirtieron prácticamente en dueños de sus estados, terminaron por reducir notablemente los márgenes de democratización del Estado mexicano.

Los seis años de Gobierno en manos de Vicente Fox, si bien representaron un cambio en términos del ejercicio del poder presidencial, no desmontaron el viejo andamiaje del corporativismo priista, sino que incluso éste sirvió de elemento de apoyo para un Presidente dispuesto a compartir su reducido mando con un priismo disminuido políticamente.

Y si el 2000 fue catastrófico para el PRI, el 2006 fue peor bajo el dominio de un Roberto Madrazo que hundió al partido en su peor crisis de credibilidad. Sin embargo, la maquinaria político-electoral priista en las distintas entidades federativas sigue funcionando de acuerdo con la capacidad del gobernador el turno.

El viejo aparato corporativo opera con efectividad, y más aún cuando se le suministran recursos multimillonarios que los gobernadores poseen y utilizan a discreción, sin que exista supervisión alguna por parte del Congreso federal. De ahí la reconstrucción del partido que en 2006 se desmoronaba.

Por supuesto que hay que otorgarle el crédito necesario al radicalismo perredista de López Obrador, quien con su negación de la política como instrumento de diálogo y negociación abrió el camino para que el electorado afín a la izquierda regresara al PRI como alternativa viable en el presente inmediato.

La popularidad mediática de Peña Nieto, la interlocución y capacidad de presión al Gobierno panista por parte de Beltrones y Gamboa, así como la efectividad política de la mayoría de sus gobernadores han hecho del PRI el potencial ganador de los comicios del próximo mes de julio, y con ello un serio aspirante a recuperar la Presidencia de la República en el 2012.

El problema con este posible retorno del PRI al poder no es sólo que la mayoría de sus dirigentes huelen al pasado autoritario que los llevó finalmente a la derrota, sino que la estructura, conductas y formas de hacer política del priismo nacional no han cambiado y por ello el temor de su regreso.

Y es que si los propios priistas no desmontaron su aparato corporativo cuando eran gobierno y los panistas decidieron convivir con esta anacrónica pero efectiva manera de ganar elecciones, entonces la democratización del país se quedó atorada en su fase final, que es la de la consolidación de instituciones democráticas a todos los niveles, y no solamente en la organización de elecciones. Además, el riesgo de que el narcotráfico se infiltre en el Congreso mismo y en otros niveles más altos de los que ya se encuentra, obliga a la democracia mexicana a renovarse con mayor rapidez y con mejores mecanismos de seguridad internos.

Si el fortalecimiento del PRI en las próximas elecciones no va ligado a una seria transformación de su forma de hacer política, el fantasma del retorno a un autoritarismo disfrazado de democracia, como el que vive hoy la Rusia de Putin y Medvedev, podría volverse realidad en unos cuantos años en nuestro país, tirando por la borda lo alcanzado hasta nuestros días. Tanto para el PAN como para el PRD, el temor de este eventual retroceso debería obligarlos a abandonar a sus extremos políticos que tanto daño les causan en todo sentido.
Ezra Shabot

miércoles, enero 07, 2009

 

El problema real

"A diferencia del pasado, nuestra economía es mucho más sólida y mucho más estable".
Felipe Calderón
 
 
Es verdad que la economía mexicana está comenzando este año de recesión internacional con una situación financiera y fiscal más sólida que la de muchos países, incluido Estados Unidos. Nuestro déficit de presupuesto es relativamente pequeño, como lo es el de cuenta corriente; no estamos teniendo que gastar una enorme fortuna en el rescate de nuestro sistema bancario (ya lo hicimos entre 1995 y 1997) o en el de nuestra industria automotriz. La estabilidad nos favorece, por supuesto, aun cuando ya hemos visto en innumerables ocasiones que el buen comportamiento financiero y fiscal de un país no lo exenta de las marejadas de una crisis.

Hay que entender, sin embargo, que el problema de fondo de la economía mexicana no radica en su estabilidad o en su solidez. La gran lápida que lastra nuestra economía es la falta de competitividad y este problema no se está resolviendo. Por el contrario, seguimos perdiendo terreno ante un mundo que cada día mejora su eficiencia.

En las tablas del Fondo Monetario Internacional México ocupa el lugar 151 entre 180 países en crecimiento económico estimado para el cierre de 2008. En el Global Competitiveness Report de 2008-2009 del Foro Económico Mundial de Davos, que el propio Gobierno mexicano ha adoptado como medida independiente de nuestra competitividad, México ha quedado en el lugar 60 de 134. Nuestro país, de hecho, ha venido perdiendo lugares en este índice en los últimos años.

Esta falta de competitividad es culpa nuestra... o más bien de la clase política que hemos escogido. Somos nosotros los que hemos limitado de manera dramática las posibilidades de inversión en energía eléctrica o en la industria petrolera. Es la legislación laboral que nos han dado nuestros legisladores la que permite que los sindicatos se conviertan en organizaciones de chantaje antes que de defensa de los derechos de los trabajadores. Son estas leyes las que hacen posible que un sindicato como el de Napoleón Gómez Urrutia mantenga paralizada durante más de un año una mina tan importante como la de Cananea sólo para defender los intereses personales del líder. Somos nosotros los que permitimos que se preserven monopolios u oligopolios públicos o privados en ramas cruciales de la economía de nuestro país. Es nuestra culpa que un grupo de burócratas pueda establecer a discreción los precios de los energéticos en México o gastarse cientos de miles de millones de pesos en subsidiar la gasolina.

Nuestra clase política ha fragmentado la tierra y establecido reglas que impiden la consolidación de las unidades de producción agrícola de nuestro país. Nuestras leyes han despojado de derechos de propiedad a los ejidatarios. La estructura del Estado mexicano nos obliga a pagar cientos de miles de millones de pesos al año en una educación pública incapaz de educar a sus alumnos. Nuestras leyes entregan miles de millones de pesos al año a los partidos políticos en un sistema que prohíbe las críticas a los candidatos y que nos impide a los ciudadanos comunes y corrientes contratar tiempos de radio y televisión para expresar nuestros puntos de vista.

En este 2009 la tasa de crecimiento de la economía mexicana será muy reducida o quizá caiga en terreno negativo. Los pronósticos de los especialistas oscilan entre -0.5 y 1 por ciento, muy por debajo de las perspectivas que se vislumbraban hace apenas unos meses. Pero la razón de este tropiezo es temporal. La crisis internacional no durará por siempre. Ésta no debe ser la razón de preocupación fundamental sobre nuestra economía.

El problema real de México es mucho más de fondo. Lo que tenemos que hacer es tomar medidas para abrir la economía, los sindicatos y la política. Debemos permitir que la creatividad de los mexicanos tenga rienda suelta y se refleje en mayores esfuerzos para generar crecimiento y eficiencia en la economía. Debemos liberar a la política de los partidos y, al permitir la reelección de legisladores y presidentes municipales, hacer a unos y otros responsables ante los ciudadanos y no ante sus líderes.

Es verdad que en medio de una tormenta financiera internacional no es poca cosa conservar la estabilidad. Pero nuestro México no tiene por qué aspirar solamente a esto. De nada sirve la solidez cuando ésta no alcanza a promover inversión, crecimiento económico o empleos suficientes. Hoy es el momento de preocuparse un poco menos por la estabilidad y un mucho más por llevar a cabo las reformas de fondo que realmente nos permitan ser más competitivos y más prósperos.

 
Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com
 
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Necesitamos ser más competitivos. ¿Lo entenderán "nuestros" políticos? ¿Lo entenderemos los ciudadanos al momento de votar en las urnas? Tengan cuidado con la demagogia y el populismo, eso es lo que ha mantenido ha este país en el atraso y con magros crecimientos.

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