domingo, abril 26, 2020

 

Los López y el petróleo

Ésta no es la primera vez en la historia de México que se convoca al petróleo para salvar a la Nación.

 

Cárdenas y sus sucesores no cayeron en la tentación. Pemex se convirtió en la encarnación del nacionalismo mexicano, pero se dedicó por decenios a surtir al mercado interno bajo la creencia de que los recursos del País debían salvaguardarse para las generaciones futuras.

 

Pemex hizo poco en el terreno de la exploración -para calcular las reservas de hidrocarburos del País- y de la explotación. Lo que sí hizo fue transformarse en una empresa mal administrada y corrupta, con un sindicato que era un lastre, incapaz de competir con las empresas privadas y nacionales que dominaban el complejo mercado internacional del petróleo. Una empresa que había asumido como destino el declive gradual y el aislamiento permanente. A diferencia de Venezuela, México ni siquiera era miembro de la OPEP.

 

Hasta que la conjunción astral de los López y Tabasco irrumpió en la producción de petróleo en los 70 -y ahora. Tabasco llegó primero. En 1972, se descubrió ahí un riquísimo campo petrolero, llamado Reforma. Sus pozos eran tan abundantes que lo apodaron el "Pequeño Kuwait". Poco después se descubrió un campo igualmente rico en Campeche.

 

El López de entonces (Portillo) decidió que no sólo sacaría a México de la crisis económica en que la había hundido el Gobierno de Luis Echeverría, sino que lo convertiría en el reino de la abundancia. Los mexicanos nos dedicaríamos a partir de entonces a administrar nuestra riqueza.

 

El problema es que López P. decidió financiar nuestra riqueza con la extranjera. Nos convertimos en uno de los principales deudores del mundo. La producción de petróleo se multiplicó aceleradamente. Pasó de 500 mil barriles diarios de petróleo en 1972, a 830 mil en 1976. Para 1980 México producía 1.9 millones de barriles diarios.

 

El sueño dorado del López de hoy. Hasta que la realidad que no perdona se le estrelló al López de entonces en la cara.

 

La relación producción de petróleo y consumo ha sido siempre impredecible. A principios de los 80, el consumo empezó a caer y los países productores enfrentaron, como ahora, la disyuntiva de bajar la producción para evitar una caída mayor del precio del petróleo o producir más y conquistar mercados para compensar los bajos precios.

 

Daniel Yergin, autor de un libro -"The Prize"- que todos los que quieran entender la industria del petróleo deberían leer, relata mejor que nadie las consecuencias del sueño guajiro petrolero de López Portillo cuando los precios del petróleo empezaron a caer.

 

En 1982, nombró a Jesús Silva Herzog Flores Secretario de Hacienda. Silva Herzog encontró un panorama negro que, por cierto, palidecerá frente al desastre financiero que legará a México el segundo López, que ha emprendido la redención mesiánica de la economía sustentada en el petróleo, sin tener ni por asomo la riqueza petrolera de los 70.

 

Con la baja de los precios del petróleo, altas tasas de interés, un Peso sobrevaluado, fuga de capital, déficits y recesión en Estados Unidos, México estaba al borde de la bancarrota. Silva Herzog se dio cuenta de que México, con todo y su petróleo, no podía pagar ni siquiera los intereses de la deuda que había contraído en los mercados internacionales en los años de la supuesta abundancia: 84 mil millones de dólares.

 

Los viajes de Silva Herzog a Washington para negociar un paquete de ayuda a México serían una excelente trama para una novela detectivesca. El Secretario de Hacienda de López P. tenía sólo un as en la manga. Pero era una carta poderosa: si los Estados Unidos permitían el default del País, la quiebra de México arrastraría al sistema financiero internacional. Con ella negoció un acuerdo que evitó ambas: la bancarrota y la crisis financiera.

 

López P. aprendió dos lecciones que le vienen como anillo al dedo al López de hoy: el poder petrolero es un espejismo. Los hidrocarburos pueden ser una fuente de riqueza o de pobreza para un país.

 

Probablemente López O. lleva en sus genes tabasqueños la obsesión mesiánica con el petróleo. Pronto descubrirá que aquí no hay otros datos: no puede invertir una buena parte del presupuesto del País en una empresa quebrada como Pemex y menos en construir refinerías inútiles. Empobrecerá a México.

 

Isabel Turrent


sábado, abril 25, 2020

 

Práctica común

Es entendible que el Presidente López O. -de hecho, todos los Presidentes- quiera aplausos y no críticas.

 

Sólo que mira el Presidente hacia el sector erróneo para recibirlos: no son los medios independientes los que le van a aplaudir, esa labor le toca a sus correligionarios.

 

Los medios independientes, críticos, existen para servirle a la sociedad, no al gobernante, y su postura es y debe ser siempre crítica hacia el Gobierno y sus integrantes.

 

Caso concreto el de las coberturas petroleras que compró nuestra Hacienda para protegerse de una caída en los precios del petróleo.

 

En días pasados, el Presidente cacaraqueó tal cobertura como la genialidad más grande de la historia, seguramente con la esperanza de recibir halagos y aplausos por tan acertada decisión.

 

Sólo que si acaso tal hecho abraza algún mérito, éste es el de CONTINUAR la política que adoptaron Gobiernos anteriores desde hace cuando menos VEINTE AÑOS.

 

El pago que recibirá el Gobierno de la 4T en el 2020 por las coberturas adquiridas, que tienen un costo considerable, posee amplios antecedentes en sexenios previos.

 

Cantidades similares a las que recibirá nuestra Hacienda por las coberturas adquiridas para el 2020 (poco más de unos 6 mil millones de dólares) se recibieron en el 2009, el 2015 y el 2016.

 

EL NO HABER continuado con la política de coberturas hubiese sido un error garrafal: de hecho, el mérito, que además probablemente sea del Secretario de Hacienda, Arturo Herrera, como les decíamos, es haber reconocido hacer un "hedge" contra la caída en los precios petroleros, toda vez que los ingresos de Hacienda dependen en demasía del petróleo.

 

Ello implica una aceptación tácita, por parte del actual, de que no todo lo que se hizo en anteriores Gobiernos estuvo mal hecho.

 

Entonces, por ser la continuación de políticas practicadas en anteriores sexenios, no se puede aplaudir ese hecho como si fuese el descubrimiento del hilo negro.

 

A los gobernantes se les elige para hacer bien las cosas, es lo menos que demanda la sociedad, de manera que cumplir con el deber constitucional no merece reconocimiento o aplauso alguno.

 

Y, precisamente, para que la sociedad asegure que los gobernantes cumplan cabalmente con su deber es que existen -en las democracias- la libertad de expresión y la libertad de prensa, que incluyen por supuesto la manifestación de opiniones críticas a las actuaciones de los gobernantes, que por el solo hecho de ser elegidos adquieren una responsabilidad para con los gobernados, que consiste en tener presente como prioridad el bienestar de TODOS los ciudadanos, no nada más de los que votaron por ellos.

 

Usualmente no funciona a los gobernantes buscar el reconocimiento o el aplauso: demandar -o esperar- que a la sociedad le parezcan bien TODAS las decisiones oficiales y aplauda rabiosamente genera una reacción contraria.

 

Entre más se busca el aplauso, más lo retiene la sociedad, ya que todos los mexicanos sentimos que el poder que quiere ser halagado, siendo una sociedad democrática, es uno que no cumple con su deber y que no busca convencer, sino vencer.

 

Una sociedad viva es una sociedad que discute, que ventila libremente sus diferencias, que manifiesta -sin riesgo a represión- ideas contrarias a las expuestas por los gobernantes.

 

No vuela en el esquema democrático el concepto de que "si no estás conmigo estás en contra mía", como tampoco es válido que sólo los "amigos" del gobernante en turno sean bien vistos por éste, o al revés, que para ser "amigo" hay que estar de acuerdo con él y el que no lo está, en automático es "enemigo".

 

Reñido, bien reñido está con las prácticas democráticas pensar en estos términos, y ser elegido vía el voto y luego esperar la sumisión ciega del total de la ciudadanía.

 

Sólo en las DICTADURAS hay hegemonía, hay coincidencia absoluta; en las democracias no existe tal: no sólo es SANO, sino deseable, que haya disidencia y que las ideas se ventilen libremente, por ello es que se valora en los gobernantes su aceptación de la crítica y su TOLERANCIA.

 

La medida del éxito no es qué tanto aplauden a un líder (acordémonos que a Adolfito H. lo aplaudían a rabiar), sino qué tan dispuesto está a dialogar, con tirios y troyanos, y aceptar la crítica.

 

Fricasé


domingo, abril 19, 2020

 

Soluciones fáciles

Difícil imaginar un contraste más impactante en respuesta gubernamental al coronavirus que el evidenciado por el Gobierno mexicano frente al estadounidense y, en general, de la mayoría del mundo desarrollado. El Presidente se ha negado a contemplar cualquier cosa que sea ajena a la estrategia que se había planteado desde el inicio del sexenio: voy derecho y no me quito.

 

No tengo duda de que es imperativa una respuesta proactiva por parte del Gobierno ante el panorama económico que se perfila; sin embargo, no me es evidente que las propuestas que circulan sean idóneas o posibles.

 

En su esencia, la propuesta genérica consiste en que el Gobierno se endeude (más) para apoyar a las empresas que súbitamente perdieron a su clientela y a las personas que quedaron desempleadas. Las propuestas varían, pero casi todas implican créditos fiscales, posposición del pago de obligaciones al erario y apoyos directos a empresas o personas.

 

La propuesta más acabada y desinteresada es la de Santiago Levy en Nexos, quien se enfoca hacia minimizar los impactos regresivos de la crisis, protegiendo a los desempleados, sobre todo a los más pobres, todo ello preservando la estabilidad macroeconómica para que pueda haber una recuperación tan pronto concluya la emergencia sanitaria.

 

La historia muestra que cada vez que el Gobierno se endeuda en exceso, vienen las crisis, porque la deuda prácticamente nunca se ha empleado de manera productiva. Lo contrario es típico: se contrata para financiar gasto corriente, usualmente con fines electorales.

 

Apostaría a que buena parte del endeudamiento que caracteriza a Pemex nunca se empleó para desarrollar nuevos yacimientos, sino para objetivos que nada tienen que ver con la actividad básica de la empresa. Quizá nunca llegaron a Pemex...

 

En estas circunstancias, resulta temeraria la noción de que incurrir en nueva deuda ahora sí va a ser bien empleada para atenuar los costos de la pandemia. Y peor con un Gobierno caracterizado por tantos prejuicios contrarios al crecimiento económico y a quienes lo hacen posible.

 

En adición a lo anterior, no se puede desasociar el momento político de los riesgos inherentes a la emergencia sanitaria y la recesión que se agudiza literalmente cada minuto.

 

En condiciones normales, como ocurrió en 2009, los mercados financieros y la población comprenden la naturaleza de una emergencia y no entran en pánico.

 

En las circunstancias actuales, en que no ha habido un solo proyecto nuevo de inversión desde la campaña de Trump en 2016 (y la única excepción, en Mexicali, acaba de ser tumbada por el propio Presidente), cualquier movimiento en materia fiscal o de contratación adicional de deuda podría tener un impacto desmedido sobre el tipo de cambio, ya de por sí presionado.

 

La advertencia de las tres principales calificadoras en el sentido de que el grado de inversión del Gobierno federal se encuentra en riesgo ciertamente no contribuye a un panorama favorable.

 

Entonces, ¿qué es lo que se puede hacer en este contexto? Lo evidente es que hay que apoyar a las personas que perdieron sus fuentes de ingresos, especialmente aquellas que se encuentran en la informalidad, pues son las más numerosas y vulnerables. Si además se pudiera lograr su formalización a cambio de apoyos, el beneficio sería para todos. También es crucial apoyar a las industrias clave más golpeadas por la crisis, como las vinculadas al turismo.

 

Lo segundo que habría que hacer es modificar los rubros del gasto público para financiar este objetivo: ningún Gobierno en memoria reciente ha hecho tantas modificaciones al gasto como el actual, así que no hay excusa por la cual esto no pudiese hacerse.

 

Lo obvio sería dejar de financiar proyectos elefantiásicos que no contribuyen al desarrollo regional o nacional, como la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. El sólo hecho de cancelarse mostraría sensatez fiscal, ampliando el espacio anímico para tolerar un pequeño crecimiento en la deuda pública.

 

Lo crucial es no perder claridad del objetivo que se estaría persiguiendo: todo esto es para reducir el impacto de la recesión sobre la población más vulnerable y asegurar una rápida recuperación una vez que la emergencia sanitaria haya concluido.

 

En la medida en que la prioridad sigan siendo las transferencias clientelares -el gasto más improductivo en términos económicos y de dudosa productividad política-, la economía del País se contraerá sin la menor probabilidad de recuperarse, con los riesgos en términos de gobernanza y criminalidad que ello entraña.

 

Luis Rubio


 

Enemigos imaginarios

Si los enfermos extremos del virus necesitan un respirador para sobrevivir, la economía requiere un motor que la mantenga viva y que permita, en su momento, comenzar la reconstrucción. Ese motor es la empresa.

 

Por desgracia, el Presidente no lo ve así. Empleando un término medieval, considera a los empresarios un "gremio". Y si los gremios, en aquellos tiempos, dependían de la gracia del rey, hoy dependen de la gracia imperial del Presidente. Pero han caído de su gracia o no la han tenido nunca.

 

Su repudio no está dirigido sólo a la gran empresa nacional, sino a la extranjera, como quedó de manifiesto en la cancelación de la planta cervecera en Mexicali. Y por extensión abarca a las 4.5 millones de microempresas, las 188 mil pequeñas, las 40 mil medianas (datos del Censo de 2019). Todas lo saben y lo resienten. Por eso, aun antes de esta crisis, la inversión privada se había contraído. Nadie invierte en terreno hostil.

 

En esa satanización resuenan ecos medievales, pero quizá proviene de un prejuicio que circuló mucho cuando el castrismo tenía prestigio.

 

Fidel Castro no sólo suprimió las grandes y medianas empresas, nacionales y extranjeras, sino que destruyó el mercado, institución milenaria anterior al capitalismo que es el corazón de la vida económica. El resultado está a la vista, pero al menos Castro fortaleció mientras pudo al Estado en ámbitos como la salud y la educación.

 

Aunque López Obrador desprecia la empresa privada, no busca suprimirla, sino subordinarla y, cuando puede, humillarla. Pero extrañamente tampoco quiere consolidar al Estado. Más bien lo ha ido desmantelando con proyectos caprichosos y recortes arbitrarios, justo en sectores como la salud.

 

China comunista, sin renunciar al monopolio político estatal, adoptó un sistema abiertamente empresarial, que la ha llevado, junto con otros muchos países asiáticos, a un nivel de vida inimaginable hace apenas tres décadas. Nunca antes en la historia cientos de millones de personas salieron de la pobreza en tan poco tiempo.

 

Pero para López Obrador esa experiencia no cuenta, ni siquiera ante la posibilidad de reemplazar a China en las cadenas de valor estadounidenses para las cuales, dado el distanciamiento entre ambos países, China dejó de ser el proveedor confiable.

 

En suma, el sistema que propone López Obrador no es capitalismo de Estado, ni Estado sin capitalismo, ni capitalismo, ni Estado.

 

México no tiene, como Cuba tuvo, el apoyo multibillonario de la URSS y Venezuela. Tampoco cuenta con el tsunami de dólares petroleros que dilapidó Chávez. Por otra parte, el Gobierno ve mal el modelo empresarial chino que genera riqueza y fortalece al Estado.

 

¿Cómo se financiará el nuevo sistema? Con los recursos que genera el sector público (en caso de generarlos) y los impuestos que pagan las personas físicas y las empresas. Y ¿de quién es, para todo efecto práctico, el sector público? De quien tiene (como escribió Gabriel Zaid) "la propiedad privada de las funciones públicas", es decir, del Presidente.

 

Siendo esto así, dada la improductividad de las inversiones de Dos Bocas, el Tren Maya o Santa Lucía y el pozo sin fondo de Pemex, al no apoyar a las empresas el Presidente está dinamitando al propio sector público, es decir, se está dinamitando a sí mismo.

 

Las calificadoras y la prensa especializada han reprobado su política. Voces históricas de la izquierda le piden recapacitar.

 

Por desgracia, su lógica no es económica. Por eso no tengo la ingenuidad de creer que puedan interesarle, y menos conmoverle, las historias de tantos empresarios que pronto se encontrarán, junto con sus obreros y familias, en una situación extrema. Pero quizá cabe recordarle que su padre fue un pequeño empresario, y que sus hijos son empresarios ya, y al parecer no pequeños. ¿Eligió su padre, eligen sus hijos, el camino equivocado?

 

Si la ideología es poderosa, la realidad lo es aún más. El Presidente debe recapacitar: los empresarios no son el enemigo. Por el contrario, son sus aliados naturales para enfrentar y remontar la crisis.

 

El pacto de unidad nacional que están proponiendo para proteger el salario y el empleo es la mejor salida. Sin un cambio de rumbo y actitud, la confianza, ese factor valiosísimo dentro y fuera del País, se habrá perdido el resto del sexenio.

 

Si además de la mortandad del virus sobreviene un colapso económico, México vivirá años de dolor, pobreza y zozobra. Y la historia, ese juez al que López Obrador apela tanto, difícilmente lo absolverá.

 

Enrique Krauze


sábado, abril 18, 2020

 

La 4T, más cerca de Santa Anna que de Juárez

El ilusionista que dijo tener otros datos comienza a verse cercado y enfrentado a un país abatido por la tragedia. Donde quiera que vaya lo hará entre negocios quebrados, masas desempleadas, nuevos pobres y muertos: es la parte más difícil de las fases pandémicas, la del contagio directo. Será difícil convencer a 180 mil portadores del virus de que su sufrimiento le vino “como anillo al dedo” a este gobierno.

 

El ilusionista intentará lo que sabemos: culpar al pasado, a sus adversarios y a quienes no le aplaudan la demolición de muchas débiles e imperfectas instituciones de salud, educación, seguridad social, empleo, vivienda y derechos humanos, a cambio de un burdo entramado de poder burocrático que no oculta su única finalidad: controlar la base electoral con vistas a las elecciones del 2021 y 2024.

 

Ante una sociedad planetaria sumida en el temor, el distanciamiento o el aislamiento, el ilusionista dejó por fin de recomendar darse abrazos. México no fue la excepción para hacer a medias la cuarentena seguida en muchos otros países.

 

El engaño llegó al extremo de maquillar el número de contagios virales. A seis semanas de conocerse casos de personas infectadas en México, hoy se sabe ya que por cada caso oficialmente registrado de Covid-19 hay hasta 30 casos reales. Ante lo que se ve venir, se perfila ya un nuevo distractor de opinión: la persecución del antecesor con los instrumentos favoritos que permita la inteligencia financiera del gobierno federal.

 

Temor, coraje, duda, rabia y otros sentimientos surgidos de la frustración resumen la creciente reacción social ante la actuación y mezquindad de ideas de la 4T, a 16 de los 72 meses de mandato.

 

Los temas se agolpan sin respuesta ¿Cuál será el precio que AMLO pagará a Trump por el “favorcito” de que Estados Unidos sea quien supla con barriles suyos una parte de la reducción de las exportaciones mexicanas de crudo?

 

Son días de pandemia, pero no para olvidar que la política gubernamental destruyó la endeble infraestructura de salud del seguro popular y disminuyó los presupuestos de los institutos y hospitales autónomos de alta especialidad, dando origen a una justa protesta y rebelión médica que pide al gobierno el equipo elemental de protección “extraviado” en tramitologías tortuosas y absurdas en una emergencia.

 

Tampoco tranquiliza a nadie la decisión aprobada sobre criterios médicos para la aplicación de recursos de medicina crítica a pacientes hospitalizados, contrarios a la Constitución y contra los principios del juramento hipocrático pues prioriza unas vidas sobre otras.

 

Así las cosas, marzo dejó su huella como el más violento en 18 meses, con su saldo de ejecuciones y homicidios. Es el mes del encuentro de Badiraguato, página que a falta de una política sobre narcotráfico trasciende lo anecdótico.

 

La economía decrecerá este año ocho veces más que en 2019. Aun así, los precriterios para el presupuesto 2021 proponen la misma inútil medicina que este año. Si el empleo había entrado en crisis desde antes del Covid-19, ahora es peor. Un mandatario hoy inflexible conmina al cobro de impuestos a las Pymes que generan ocho de cada 10 plazas laborales. El sector informal del comercio ambulante y semifijo ve diario cómo desaparecen sus fuentes de ingresos. Un millón de créditos de 25 mil pesos a microempresas podrán ser repartidos, como fugaz mitigación y seguramente a mano alzada a cambio de afiliaciones “voluntarias” que permitan reconducir a beneficiarios a las urnas del 2021 y 2024.

 

En una incompleta, simplista y parcial interpretación de Franklin D. Roosevelt y del “New Deal”, el presidente mexicano golpea, no convoca y asigna al representante de la cúpula empresarial tareas de cobrador fiscal porque —en su hipótesis— la debilidad fiscal es la razón de que no existan insumos ni materiales médicos en los hospitales.

 

En este escenario es preciso que el Ejecutivo convoque a la unidad nacional para hacer frente a la pandemia y sus efectos nocivos tanto económicos, sociales y de sanidad. Después de la crisis de 94-95, México se enfrenta a su más grande reto, los mexicanos necesitamos un líder que esté a la altura del problema, que ayude, apoye, sea sensible al dolor y deje de actuar como candidato. Que sea presidente de todos.

 

¿Cómo estarán las cosas que cuatro estados han manifestado su deseo de terminar con el pacto fiscal? Jalisco, Tamaulipas, Coahuila y N.L. se excluyen del pacto en materia de salud. También en esa materia el Ejecutivo Federal los ha tratado con medidas más propias de Santa Anna que de Juárez. Así es hoy el tiempo mexicano.

 

Ignacio Morales Lechuga


viernes, abril 17, 2020

 

El peor Presidente del México contemporáneo

AMLO estaba destinado a ser un Presidente mediocre en la mejor de las circunstancias. Un hombre intelectualmente limitado puede ser un gran líder cuando reconoce aquello que le falta, y se rodea de buenos colaboradores. Una persona abierta a las ideas está en la búsqueda constante de las mejores. Pero López Obrador es soberbio y rígido, un hombre que mira sin ver, oye sin escuchar, al que se le presenta una información, pero no la procesa.

 

Los largos años de campaña forjaron al López Obrador de la respuesta fácil, la crítica rápida, ideal para el discurso placero. Simplemente, todo era culpa del nefasto modelo neoliberal. De ese diagnóstico erróneo y simplista derivaban propuestas igualmente simples y equivocadas. Todo eran tan sencillo que se hizo una de sus muletillas favoritas: la economía, extraer petróleo, administrar un país, no era ninguna ciencia.

 

Ya el primer año de gobierno mostró sus enormes limitaciones. Dueño por fin del poder, su error fue (y sigue siendo) creer que basta la voluntad presidencial para que sus deseos se transformen en hechos. Su juventud y vida adulta transcurrió en la plenitud de la Presidencia Imperial, y de ahí su noción que el titular del Ejecutivo lo puede todo. Admirador de clóset de los dos Presidentes anti-neoliberales (Echeverría y López Portillo), nunca absorbió que ambos gobiernos terminaron en desastres.

 

Quedó claro desde las primeras semanas de gobierno: si la realidad no le era favorable, pues entonces él tenía otra realidad (otros datos). El tabasqueño no cambia sus ideas, sino que vive en una realidad alterna en que estas son un éxito. Por lo menos cuatro de ellas llevarán a que México tenga una crisis mucho más profunda de lo que tendría que ser, con la miserización de millones.

 

La primera es su fijación contra el déficit público y el endeudamiento. La economía se colapsa ante el frenón económico, y el Presidente se rehúsa a obtener recursos para inyectar recursos con urgencia, sobre todo para salvar empleos.

 

Esa obsesión está relacionada con la segunda idea: no a los rescates, sobre todo para las empresas (que confunde con ricos empresarios). El político que se forjó atacando bancos de 1995-97 hoy muestra su tozudez mental al reiterar que no hará otro Fobaproa. ¿Política contracíclica como hoy se aprueba en tantos países? Eso es fomentar la corrupción y favorecer a los ricos. El sociópata en plena forma, justificando la inacción que dañará a tantas familias.

 

La tercera noción de esa realidad alterna es la obsesión por el petróleo. Ni con el barril mexicano a 100 dólares habría funcionado la estrategia de “rescatar” a Pemex, pero a 15 dólares no hay justificación para la locura… a menos que se crea que entonces no se debe exportar y en cambio sí refinar todo en tierras nacionales. Recursos necesarísimos ante el colapso, tirados en un agujero negro alegando una soberanía nacional que en realidad es soberbia personal.

 

Finalmente, está la creencia en la omnipotencia presidencial. No debe sorprender que el hombre que pensó que podía crear un sistema de salud escandinavo con su firma y diciendo que, listo, el INSABI ofrecía todo para todos (y gratis) se crea que desde diciembre México estaba listo para enfrentar la pandemia global.

 

Es el México Mágico de AMLO, en el que está haciendo un gran gobierno, una transformación histórica. En el verdadero, su soberbia e ineptitud lo llevarán a ser el peor Presidente en la historia contemporánea.

 

Sergio Negrete Cárdenas

@Econokafka


domingo, abril 12, 2020

 

Estado, ¿para qué?

Los Estados eficaces han entendido que la única manera de evitar que sus economías se desplomen frente a la amenaza del Covid-19 es controlar la pandemia lo antes posible y proteger, a la vez, a la planta industrial y de servicios, cerradas a piedra y lodo para evitar más contagios, y a todos sus trabajadores y empleados en cuarentena.

 

La ventana de oportunidad ha sido estrecha: la OCDE ha calculado que la economía global decrecerá en un 2 por ciento por cada mes de paro. Y si el cierre económico se prolonga, el mundo entero podría enfrentar la contracción económica más profunda y súbita de la historia.

 

Sólo el Estado tiene los medios para enfrentar (o no) una crisis de este calibre y promover la recuperación económica para evitar el despeñadero.

 

El estímulo para acotar las consecuencias de esa pandemia es ya inmenso. El gasto global de los Gobiernos pasará del 38 por ciento del PNB en los países industrializados en 2019 a más de 40 por ciento en 2020.

 

Gran Bretaña, Francia y Alemania (que parece haber vencido su horror a los déficits) dedicarán hasta 15 por ciento de su PNB para evitar una cascada de bancarrotas. El Presidente francés Macron habló por muchos cuando afirmó que en Francia ninguna empresa enfrentaría el riesgo de la quiebra (datos de The Economist, "Building up the Pillars", marzo 28, 2020).

 

No sólo en Europa, sino también en Asia y Estados Unidos, distintos Gobiernos se han comprometido a otorgar créditos baratos y hasta dádivas a las empresas para evitar despidos de trabajadores y cierres.

 

Es mucho lo que preocupa ya a observadores y analistas sobre este empoderamiento reciente del Estado. Las sociedades de todos los países tendrán que confrontar después del coronavirus, por ejemplo, el uso -y posible abuso- de los datos que guardan los celulares y las compañías de telecomunicaciones, para no hablar de nuevo de Google o Facebook, para rastrear y correlacionar el movimiento de la población y la expansión de la pandemia.

 

Corea del Sur, China, Singapur e Israel han usado esos datos para contener al virus. Los precedentes lo justifican: el monitoreo del movimiento de usuarios de teléfonos celulares ha sido eficaz en la lucha contra el dengue en Pakistán, la malaria en Bangladesh y el ébola en África. Pero su eficacia no borra el peligro de posibles violaciones a los derechos humanos y la libertad de los usuarios. La sociedad civil en cada país tendrá que demandar que el anonimato sea no sólo una promesa, como hasta ahora, sino una garantía.

 

Un riesgo mucho mayor será maniatar a estos Estados empoderados para evitar que transiten de un régimen democrático al dominio del Leviatán despótico. Una tentación que se ha fortalecido ya con la intrusión del Estado en todo el territorio de la economía y en el hacer cotidiano de sus gobernados que, apenas ayer, decidíamos cada uno de nosotros.

 

Algunos Gobiernos ni siquiera han esperado a que la pandemia se estabilice para dar golpes de poder. El dictador húngaro Viktor Orban aprovechó la crisis para pasar por el Parlamento iniciativas que le permiten ahora gobernar por decreto.

 

Y en México, López Obrador convirtió al coronavirus en un "anillo al dedo" para promover su anacrónico proyecto estatista. No sólo enfrentó la pandemia con una maraña de mentiras y ocurrencias tardías y confusas, sino que les ha dado la espalda a los apoyos crediticios que han recibido empresas y trabajadores en muchos otros países.

 

Puso al Estado al servicio de su guerra con la iniciativa privada bajo la extraña creencia de que la extorsión fiscal es un árbol que produce dinero y permitirá a todos los empresarios, pequeños, medianos y grandes, sobrevivir el cierre sin despedir a sus trabajadores.

 

La economía mexicana estaba en recesión cuando el coronavirus se extendió de un mercado chino en Wuhan a todo el mundo. López Obrador ha puesto en riesgo nuestras vidas y nuestro futuro económico. Cada una de las medidas que ha tomado en estos meses ha colocado al País al borde del abismo. Es el momento de la sociedad civil. Estado para eso, no.

 

Isabel Turrent


miércoles, abril 08, 2020

 

Solo mis proyectos

"La igualdad ante el derecho es una de las más nobles conquistas del hombre". Alfonso Reyes, "Cartilla moral"

Cada vez queda más claro por qué el Presidente López Obrador ha considerado que la crisis actual le viene como anillo al dedo.

 

Muchas de las medidas que está tomando buscan fortalecer su proyecto político antes que proteger la salud de los mexicanos o fortalecer la economía.

 

Lo vimos este 6 de abril cuando se emitió una edición vespertina del Diario Oficial de la Federación con el fin de fijar lineamientos técnicos para la emergencia sanitaria.

 

Éstos ratificaron que "las empresas de producción de acero, cemento y vidrio mantendrán una actividad mínima que evite efectos irreversibles en su operación", pero con una excepción: "aquellas empresas de producción de acero, cemento y vidrio que tengan contratos vigentes con el Gobierno Federal, continuarán las actividades que les permitan cumplir con sus compromisos de corto plazo exclusivamente para los proyectos de Dos Bocas, Tren Maya, Aeropuerto Felipe Ángeles, Corredor Transísmico (sic, por 'Transístmico'); así como los contratos existentes considerados como indispensables para Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad".

 

En un momento en que el Gobierno suspende las actividades productivas que considera "no esenciales", generando un importante daño a empresas y trabajadores, se otorga a sí mismo una excepción. No hay razón sanitaria o económica para hacerlo.

 

El mensaje, de hecho, es inquietante. Nos dice que el Presidente considera que sus proyectos son más importantes que los del resto de la sociedad.

 

La idea de la excepcionalidad del Gobierno ante los gobernados ha hecho un enorme daño a México y a otros países. Los políticos, sin embargo, no son seres superiores. Su obligación es ajustarse a las mismas reglas que ellos aplican a los demás.

 

Me queda claro que las autoridades deben tomar medidas para reducir los contagios en esta contingencia. Mantener una sana distancia entre trabajadores, o requerir equipo para reducir contagios, como mascarillas o guantes, son acciones lógicas para centros de trabajo.

 

Prohibir una gran cantidad de actividades, aunque no difieran en riesgo a la salud de otras que sí se permiten, no tiene sentido sanitario, pero sí implica un costo enorme para la sociedad.

 

El Presidente se da cuenta, tanto así que ha decidido otorgar una exención a sus proyectos favoritos. Todos los demás, aunque sean igualmente importantes para las empresas o los trabajadores, están siendo detenidos, además con órdenes del Gobierno para que las compañías sigan cubriendo sueldos, aunque sus operaciones estén paradas, y paguen impuestos, aunque no tengan ingresos. Esto puede llevar a la quiebra de muchas.

 

El Gobierno olvida un concepto fundamental del Estado de derecho: todos somos iguales ante la ley. El viejo principio liberal que López Obrador cita con frecuencia, "Nada ni nadie por encima de la ley", queda abrogado por esta medida de excepción.

 

Uno supone que las autoridades entienden el daño que están haciendo a la economía con sus restricciones. Si las fijan es porque las consideran indispensables para preservar la salud de la población. En principio esta estrategia debe contar con el apoyo de la población. El problema surge cuando el Gobierno se exenta a sí mismo de sus propias medidas.

 

Ser Gobierno no significa tener derecho a saltarse las reglas. Implica establecer medidas sensatas para todos y ser el primero en acatarlas. Si no, la autoridad perderá el respeto de la sociedad.

 

PUERTAS CERRADAS

"Se nos cerraron todas las puertas", dijo ayer Carlos Salazar, presidente del CCE. Ante el rechazo del Gobierno, pidió a la sociedad que participe en un programa de ayuda mutua. "Si no lo hacemos, estamos en riesgo de una caída de hasta 10 por ciento en el Producto Interno Bruto, que significaría la pérdida de un millón a un millón 400 mil empleos".

 

Sergio Sarmiento


domingo, abril 05, 2020

 

¿Cambio de régimen?

El Gobierno y sus acólitos afirman que con su elección se dio un cambio de régimen, lo que explica (y justifica) todas las tropelías, excesos y problemas que hoy caracterizan a la economía y a la sociedad.

De acuerdo con esta tesis, el actuar de la Administración se deriva de un cambio en las reglas del juego, reflejando a la nueva coalición gobernante.

Por consiguiente, lo que tiene lugar en el acontecer nacional es una nueva realidad política con lo que eso implica en términos de decisiones, criterios y acciones.

Según Leonardo Morlino (Changes for Democracy: Actors, Structures, Processes), el decano de los estudiosos de cambios de régimen, "hay un cambio de régimen cuando, en adición al colapso de las características clave del autoritarismo, todos los componentes de la definición minimalista de democracia son instalados".

Para determinar si estos se han completado, Morlino emplea un conjunto de mediciones que incluyen: si el Gabinete cuenta con funcionarios de un partido o representa una coalición, si el Ejecutivo domina al Legislativo, si las relaciones entre las instituciones gubernamentales se vinculan de manera plural o corporativista con los diversos grupos de interés de la sociedad, y el grado de centralización del poder.

Por supuesto, no existe una medida específica o única que determine si un sistema político es democrático o autoritario o cuándo se ha dado un cambio de régimen que afiance la democracia.

Se trata de elementos cualitativos que se apoyan en mediciones cuantitativas.

Por eso, con el perdón de Morlino, también se puede emplear una vieja medida: en las dictaduras los políticos se burlan de los ciudadanos, en tanto que en las democracias, son los ciudadanos los que se ríen de los políticos.

El problema de estas mediciones -cómicas o analíticas- es que no nos ayudan mucho porque el sistema político mexicano tradicional era tan poderoso que aguantaba la burla sin ser una democracia.

En términos prácticos, el régimen post-revolucionario experimentó diversas adecuaciones a lo largo del siglo 20, concluyendo con la incorporación de un sistema electoral profesional y ciudadanizado que permitió la alternancia de partidos en el poder.

Esas alternancias crearon amplios espacios para la libertad de expresión y la competencia política, pero no modificaron la esencia del régimen, todavía hoy con Morena dominado por una clase política con acceso a privilegios y beneficios que son ajenos a los del conjunto de la población.

Lo que sin duda cambió con el Gobierno del Presidente López Obrador es la composición de la coalición política que lo sustenta y, por lo tanto, sus prioridades y presupuestos.

Sin embargo, el ejercicio cotidiano del poder de la actual Administración no es muy distinto al de sus predecesores: aunque no se menciona el término, el uso de las otrora denominadas facultades "meta constitucionales" de la Presidencia es cotidiano (de hecho, mucho mayor al pasado reciente).

La exigencia de lealtades por encima de cualquier otro valor es ubicua, la discrecionalidad (y, por lo tanto, arbitrariedad) en el actuar gubernamental es superior a cualquier cosa vista desde los 80, y la construcción de clientelas con dinero público es clave, al igual que la impunidad absoluta para los cercanos a la Administración.

Si por cambio de régimen se entiende no la definición de Morlino sino la recreación de las formas gubernamentales de hace medio siglo, lo que estamos experimentando es una regresión en materia democrática en un país donde la democracia nunca cuajó más allá de lo electoral (por fundamental que eso sea).

El ejercicio unipersonal del poder no constituye un nuevo régimen, sino la recreación del viejo que, en realidad, nunca se fue. Se trata, a final de cuentas, de la misma gata pero revolcada.

El problema del intento por recrear el viejo sistema político no radica en su inviabilidad (como se puede observar en los pésimos resultados económicos y de salud, por citar dos obvios), sino en su incompatibilidad con el siglo 21.

El viejo sistema funcionó porque empataba con un momento del mundo en que los Gobiernos eran todopoderosos; en el mundo digital del siglo 21 dominan los mercados, la integración de líneas de producción y las decisiones de individuos.

A uno puede gustarle o disgustarle esto, pero el choque entre estos dos factores -el nuevo-viejo sistema político y la forma de funcionar de la economía en el siglo 21- explica cabalmente el estancamiento que hoy vivimos.

Y no hay razones para anticipar que esto mejore después de la crisis sanitaria actual.

Luis Rubio


 

Psicología del poder

"Del poder cabe esperar mucho daño, poco bien", decía Octavio Paz. Tenía razón, sobre todo en México, donde la psicología presidencial ha sido casi siempre destino sexenal. Cada vez que el azar o la providencia nos han deparado un gobernante mínimamente sensato, el daño ha sido menor.

 

Los Presidentes más destructivos han sido los que actúan sin consciencia alguna de sus traumas, prejuicios, limitaciones, pasiones. Y sin consciencia de esa inconsciencia.

 

Fue el caso de Gustavo Díaz Ordaz. Su personalidad autoritaria provocaba pavor. No se necesitaba ser Freud para entender que su delirio de persecución subvertiría el orden social que él mismo, supuestamente, quería preservar.

 

Pero nadie en su entorno se atrevió a sugerirle siquiera una reconsideración de sus decisiones irracionales, menos aún el análisis psicológico de sus impulsos agresivos.

 

Sin ser Freud, Echeverría supo leer esos rasgos de su jefe, pero no utilizó ese conocimiento para impedir, prevenir o acotar el daño inminente. Al contrario. Sin importarle el daño, utilizó su conocimiento para manipular al Presidente y llegar a la Presidencia.

 

Esa incapacidad para la autocrítica por parte del Presidente Díaz Ordaz, esa falta de crítica en el círculo interno, tuvieron consecuencias.

 

La primera fue Tlatelolco, la segunda fue la desastrosa Presidencia de Echeverría que a su vez condujo a la delirante Presidencia de López Portillo. Un paranoico eligió a un megalómano que eligió a un narcisista.

 

En los años 50, México tuvo un gobernante atípico: Adolfo Ruiz Cortines. Aunque le decían "el viejo" no lo estaba tanto cuando llegó a la Presidencia (62 años), pero lo cierto es que había vivido y visto mucho.

 

Era contador, resguardó el Tesoro Nacional que llevó Carranza en su último trayecto, estudió estadística, resultó Gobernador de Veracruz, resultó Secretario de Gobernación y, acaso por la inelegibilidad de los compañeros de banca de Miguel Alemán, resultó Presidente.

 

La política no le apasionaba. "Uno tiene que tragar muchos sapos". Era discreto y ceremonioso. Sabía distinguir entre su persona y su "investidura" (a la cual le pedía perdón cada vez que decía una leperada).

 

Le gustaba el dominó. Tenía sentido común, sentido práctico y, sobre todo, sentido del humor. No fue corrupto. Dejó en el poder al Secretario de Trabajo Adolfo López Mateos, elección adecuada en el contexto sindical que se vislumbraba en los 60.

 

La modestia de Ruiz Cortines, su irónica distancia respecto a su propio poder, causaron el gran bien de provocar poco mal.

 

Lo mismo cabe decir de López Mateos que, con todas sus frivolidades, no tuvo apego al poder (tuvo otras pasiones) y gobernó con el mejor Gabinete de la historia contemporánea de México.

 

En una ocasión le comentó a su amigo Manuel Moreno Sánchez: "Creí que el Presidente podía hacer mucho, pero me he dado cuenta de que no".

 

Su gran error fue elegir a Díaz Ordaz. Los dos Adolfos tuvieron un final triste: Ruiz Cortines murió sumido en la depresión y López Mateos de una enfermedad cerebral larga y dolorosa.

 

Hoy nos gobierna López Obrador.

 

Dediqué los primeros meses del 2006 a entender su niñez, su entorno familiar, su educación, su pueblo, su Estado, sus ideas y creencias.

 

Al cabo de esos empeños escribí un ensayo que interpretaba su vida como una misión redentora, pero algunos de sus actos recientes rebasan esa (y cualquier otra) tesis ética, religiosa o racional.

 

Su indulgencia con los criminales, su severidad con las víctimas, me resultan tan incomprensibles como su furia destructiva y su desafiante actitud ante la pandemia.

 

Todos tenemos traumas, prejuicios, limitaciones y pasiones, pero solo uno es Presidente de México. Desde el instante en que ganó la Presidencia, la psicología de López Obrador se ha vuelto destino sexenal.

 

Lo verdaderamente angustioso es que, en medio de una crisis global sin precedentes, la psicología de quien detenta el poder supremo incide de manera absoluta en la vida de más de 100 millones de personas.

 

Nunca antes la vida de tantos mexicanos había dependido, no de tan pocos, sino de uno solo.

 

Dudo que alguien en su entorno se atreva a enfrentarlo con la realidad, que es radicalmente distinta a "su" realidad.

 

Él mismo vive inconsciente de su psicología. Y, lo peor, es inconsciente de esa inconsciencia. El resultado está a la vista: mucho daño, poco bien.

 

Pero las crisis son una lección extrema de democracia. Una sociedad alerta y participativa toma nota para la próxima elección.

 

Enrique Krauze


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