domingo, junio 24, 2018

 

AMLO poeta

Corre la leyenda de que Andrés Manuel López Obrador compuso el himno del PRI tabasqueño, del que fue presidente. Se entiende, porque Tabasco es tierra de poetas. Carlos Pellicer, José Gorostiza y José Carlos Becerra fueron tabasqueños. Y cuando Pellicer fue candidato del PRI a Senador por Tabasco (1976), el joven López Obrador militó en su campaña. El socialismo cristiano de Pellicer lo marcó.

 

Tabasco es también tierra de lingüistas. Francisco J. Santamaría no sólo fue Gobernador del Estado, sino el autor de un admirable "Diccionario de Mejicanismos". AMLO buscó la Gubernatura de Tabasco, es autor de 16 libros y tiene una riqueza de vocabulario inusual entre políticos.

 

Las personas que insultan suelen tener un repertorio limitado y repetitivo. No AMLO. Es un artista del insulto, del desprecio, de la descalificación. Su creatividad en el uso de adjetivos, apodos y latigazos de lexicógrafo llama la atención:

Achichincle, alcahuete, aprendiz de carterista, arrogante, blanquito, calumniador, camajanes, canallín, chachalaca, cínico, conservador, corruptos, corruptazo, deshonesto, desvergonzado, espurio, farsante, fichita, fifí, fracaso, fresa, gacetillero vendido, hablantín, hampones, hipócritas, huachicolero, ingratos, intolerante, ladrón, lambiscones, machuchón, mafiosillo, maiceado, majadero, malandrín, malandro, maleante, malhechor, mañoso, mapachada de angora, matraquero, me da risa, megacorrupto, mentirosillo, minoría rapaz, mirona profesional, monarca de moronga azul, mugre, ñoño, obnubilado, oportunista, paleros, pandilla de rufianes, parte del bandidaje, payaso de las cachetadas, pelele, pequeño faraón acomplejado, perversos, pillo, piltrafa moral, pirrurris, politiquero demagogo, ponzoñoso, ratero, reaccionario de abolengo, represor, reverendo ladrón, riquín, risa postiza, salinista, señoritingo, sepulcro blanqueado, simulador, siniestro, tapadera, tecnócratas neoporfiristas, ternurita, títere, traficante de influencias, traidorzuelo, vulgar, zopilote.

 

La inspiración dicta lo que baja del cielo: juicios olímpicos y fulminantes. "¡Torres de Dios! ¡Poetas! ¡Pararrayos celestes!", dijo Rubén Darío.

 

Insulta a diestra y a siniestra, aunque "con todo respeto". Desprecia y descalifica, pero con "amor y paz". Recomienda cuidarse de los otros candidatos, como si fueran asaltantes: "No lleven cartera porque va a ser una robadera". Lo escenificó en un "sketch" ante las cámaras de televisión, cuando se le acercó el candidato del PAN-PRD-MC. Compone parodias de comerciales, como la burla contra el candidato del PRI:

 

Ternurita, ternurita:

¡Apúrate!

 

porque te va a ganar Margarita.

 

 

Le gustan los dísticos: "No queremos candidatos ni de chivos ni de patos". "Agarra la avena, pero vota por Morena".

 

AMLO se volvió adicto a ser el centro de la atención pública mientras descarga sus sonoros epítetos. Cuando fue Jefe del Distrito Federal, se daba el lujo de citar a las seis de la mañana para conferencias de prensa que los reporteros no podían ignorar. La prensa, fascinada y sumisa (a pesar de que la maltrata) lo sigue a todas partes y amplifica sus declaraciones. Domina el arte de volverse noticia.

 

Como Júpiter Tonante, es caprichoso y no discute con iguales, porque no los tiene. No acepta consejos, menos aún críticas. No trata de convencer con argumentos, sino con su presencia carismática. No necesita escuchar. Desde las alturas, impone decisiones con su dedocracia cariñosa: "Lo que diga mi dedito".

 

No había un clamor popular que pidiera segundos pisos en las calles del Distrito Federal (en vez de ampliar el Metro). Ni fueron el resultado de un estudio técnico de su Secretaría de Obras Públicas. Fueron una ocurrencia: lo que dijo su dedito.

 

Los políticos saben que la gloria en el poder es efímera. Saben también que las obras monumentales quedan, cuando menos por un tiempo. La obra cumbre de AMLO fueron los segundos pisos. Trató de legitimarlos con un plebiscito, se los encargó a una "yes person" (no a su Secretario de Obras Públicas) y eludió el escrutinio público del manejo del dinero.

 

En cambio, hubo un clamor y hasta una manifestación de miles que pedían algo completamente razonable: una ciudad más segura. Pero se ofendió, tomó el micrófono y los insultó: "La marcha de los pirrurris".

 

No se puede contener. Pellicer fue un poeta de la alegría, AMLO es un poeta del insulto. Arrastrado por la inspiración, seguirá insultando, aunque su incontinencia tenga costos políticos. Las musas mandan. El Peje por la boca muere.

 

Gabriel Zaid


sábado, junio 16, 2018

 

Cero es nada

¿Cuál es la probabilidad de que Andrés nos lleve a la modernidad que nos urge? Cero. ¿Que encabece un Gobierno libre de corrupción? Cero. ¿Que su sola presencia cambie la mentalidad, la cultura, las actitudes de millones de mexicanos? Cero.

 

¿Por qué lo digo? Por la certeza de mis argumentos.

 

Andrés es una persona cerrada. Nunca ha practicado la apertura. La compleja realidad moderna lo rebasa. Posturas simplistas preceden su enconchamiento en los debates. Frente al reto corta la comunicación.

 

Andrés denuncia una "mafia del poder", pero no se mira en el espejo. Sus incondicionales reverencian su estilo dictatorial. Le perdonan todo, le alaban todo. Su fortaleza es el poder de la cargada.

 

Andrés desconoce el mundo moderno. No ha viajado. No habla inglés. ¿Qué libros lee?, me gustaría saber. Se pierde el 95 por ciento de la literatura que vale la pena leer. Dicen que lee historia de México. Por eso sueña con revivir el pasado. Su futuro no nos sirve.

 

Andrés no ha cambiado ni es agente de cambio. Gobernó el entonces DF hace 15 años sin transparencia alguna. No ha progresado, propone lo mismo, su lenguaje lo delata. Cambió el "cállate, chachalaca" por "serénense". Para él los críticos son personas exaltadas, inestables, peligrosas. Su "cambio" es la reversa acelerada.

 

Andrés carece de un plan de Gobierno sólido. Infestó de contradicciones el plan de "Poncho" Romo, y lo contaminó con muchas ideas tontas, por ejemplo la construcción de refinerías o el rechazo de la reforma educativa.

 

Andrés está rodeado de personajes nefastos. A la futura Secretaria de Gobernación que él alaba, una ex ministra de la Suprema Corte, se le achacan corruptelas hasta decir ya no. Cualquier abogado lo sabe, pero Andrés lo ignora. Agreguen al equipo a los Bartlett, los Monreal, la CNTE, Napo, la maestra Gordillo. ¿Con este álbum de estampitas ganará México? Es como apostar a que México quedará campeón en el Mundial de Rusia. Cero sobre cero.

 

Andrés dispondrá de una Constitución tentadoramente estatizadora. La "chance" de que Andrés resista la tentación es cero. Puedo apostar 10 a 1 que empezará con consultas públicas para todo... y de allí al desastre. Sumemos la rectoría del Estado, los planes nacionales, los tres sectores económicos y las mañas de quienes harán las consultas.

 

Andrés justificará cualquier decreto imaginable. No tiene que violar la Constitución, porque ésta es una masoquista que tiene 35 años deseosa de encontrarse con un estatista demagogo y populista perfecto encarnado por AMLO.

 

Andrés, de ganar, recibirá además un país con la Oposición desarmada. El PRI es un cadáver podrido y el PAN un templo en ruinas. Los demás partidos son hambrientas sanguijuelas que bailan a como les convenga. Las elecciones garantizan un Congreso fraccionado y, "en medio de la confusión", solamente un hombre se saldrá con la suya: el Presidente López.

 

Hago notar que estos co-factores se retroalimentan unos a otros y producen una loco-motora sin frenos (tipo nomenclatura). Por ejemplo, ante el declive de producción agrícola, aun los mayas, inventores del cero, aceleraron la construcción de pirámides (populismo). Familias enteras sufrieron muertes violentas.

 

Al interior del Gobierno resulta imposible derrotar a los fanáticos amafiados. Por eso digo y aseguro: cero posibilidad.

 

¿Qué puedo decir de los altos porcentajes de votantes en diversos segmentos que favorecen a Andrés? Que la crisis es grande. Que aun la educación de los universitarios es en realidad baja. Que el "poder celular" de los jóvenes produce contagios aberrantes: tanto "meme" los atonta.

 

O quizá los mexicanos somos apostadores irracionales. La gente no entiende la diferencia entre posible y probable. A todos ellos les digo: la probabilidad cero y los milagros no se llevan.

 

Ahora sí, hagan sus apuestas. Cero es nada.

 

Javier Livas Cantú

javierlivas@prodigy.net.mx


domingo, junio 10, 2018

 

Las trampas de la mente

No es uno, son decenas los libros que se han publicado sobre el populismo -y el mito del votante racional que lo sostiene- en los últimos años.

 

El interés de tantos no sorprende porque el renacimiento del populismo autoritario en la segunda década del siglo 21 ha erosionado a las democracias liberales y a los valores que defienden: la racionalidad, la ciencia y, sobre todo, las instituciones y las libertades que protegen los derechos de todos los ciudadanos.

 

El populismo es fácil de diagnosticar: un líder, el único cauce de las virtudes auténticas de la nación, reclama la soberanía directa del "pueblo" que encarna (un grupo étnico, una clase o una parte de la población). Deja fuera a quienes no representa y polariza a la sociedad, echando mano de la nostalgia por un pasado imaginario (donde todo era mejor).

 

En ese pasado, el progreso no existe. Los populistas intentan subir al pueblo elegido a una máquina del tiempo que aterrice en naciones homogéneas étnicamente, con valores culturales y religiosos premodernos, y economías agrícolas y manufactureras dedicadas al consumo interno.

 

Y si algo falla -y generalmente falla mucho- el líder populista siempre construye a un enemigo a quien culpar de todos los males del presente, que son siempre legado de gobiernos liberales que traicionaron al mejor pasado. En ese pasado imaginario y premoderno, el destino utópico del populismo, las instituciones democráticas son desechables. Lo importante es la lealtad tribal al líder carismático, no los derechos y las libertades individuales.

 

Nadie ha podido identificar un abanico limitado de razones y hechos que expliquen por qué movimientos y partidos populistas multiplicaron su número de seguidores en todas las latitudes en los últimos años y llevaron al arquetipo del líder populista -Donald Trump- a la Casa Blanca.

 

La ignorancia y desinformación son, sin duda, factores importantes. (Trump ha podido aplicar medidas económicas proteccionistas -que no tienen ninguna lógica económica- y perseguir impunemente a los inmigrantes con políticas fascistas, porque el votante norteamericano promedio cree a pie juntillas que el proteccionismo funciona y los inmigrantes son una amenaza para su país).

 

Sorprendentemente, la economía ha sido menos importante en el resurgimiento del populismo: en Estados Unidos, el racismo de la población blanca, la agenda religiosa de la derecha republicana y el rechazo de los hombres blancos mayores a la agenda cultural de "la izquierda" son el cimiento del apoyo a Trump. Y los seguidores de la ultraderecha en Francia y Alemania no son los sectores más pobres, sino la clase media.

 

El factor común es que en todos los países con movimientos populistas fuertes, la retórica del líder indispensable ha dividido a la sociedad, convertido a los contendientes en enemigos y alimentado la irracionalidad de los ciudadanos.

 

La posibilidad de un diálogo racional en busca de un consenso se ha evaporado con la desaparición del centro político y el refugio de los votantes en burbujas sociales -cuyo mejor ejemplo son las redes- que sólo admiten a quienes comparten incondicionalmente un proyecto político. Y, claro, con las trampas de la mente.

 

Cuando la politización polarizada domina el discurso público, el cerebro humano es presa de mecanismos que alimentan aún más la irracionalidad. La "evaluación tendenciosa", como la llama Steven Pinker, que recoge solamente la información que confirma los prejuicios del votante o de la tribu política a la que pertenece y desecha el resto, o el "razonamiento motivado", que lleva cualquier argumento hacia la conclusión que el votante irracional busca.

 

La mente crea puentes entre la información y los prejuicios que bloquean cualquier posibilidad de analizar con objetividad la agenda del oponente. (Una mención a las bondades del libre mercado se convierte automáticamente en "neoliberalismo"; la defensa de los derechos de los gays, en un ataque directo "al orden natural de las cosas").

 

Y ahí estamos: en una sociedad escindida, donde 48 por ciento apoya un cambio de régimen que el 52 por ciento no quiere, y donde una cultura política naciente que no admite la disensión ni la libertad de expresión puede convertirse en la atmósfera dominante.

 

Sin un lenguaje común para resolver los graves problemas del País: el peor escenario posible.

 

Isabel Turrent


domingo, junio 03, 2018

 

¿Juárez, Madero, Cárdenas?

La historia es la Sagrada Escritura de Andrés Manuel López Obrador y él es el oráculo que la interpreta. El lema de su movimiento, "Juntos Haremos Historia", es la anunciación de la "cuarta transformación" de México, tan trascendental como la Independencia, la Reforma y la Revolución. Y, para pasar a la historia, ha dicho repetidamente que quiere estar a la altura de Juárez, Madero y Cárdenas. Vale la pena analizar la sustancia de esas ideas.

 

En primer lugar, la sustancia psicológica. Que yo recuerde, ningún candidato presidencial desde Guadalupe Victoria hasta Peña Nieto ha postulado -ni siquiera especulativamente- su sitio en la historia antes de que la propia historia emitiera su veredicto.

 

En segundo lugar, la sustancia filosófica. Su teoría corresponde a un historicismo decimonónico, desacreditado en sus dos vertientes: la creencia en el libreto de la historia y la idolatría de los héroes. Para AMLO, el libreto culmina con él y el héroe definitivo es él. Festejar la concentración del poder en el héroe que supuestamente "encarna" la historia es alimentar el culto a la personalidad, abdicar de la responsabilidad ciudadana, sacrificar la libertad.

 

En tercer lugar, la sustancia histórica. He releído el discurso que Juárez pronunció el 15 de julio de 1867, al regresar victorioso a la Capital de la República tras la caída del Imperio. Consta de 688 palabras, de las cuales sobresalen las siguientes: Leyes (seis menciones), Derecho, República, Libertad o libres (cinco menciones cada una), Constitución (tres menciones). Esas palabras no forman parte del vocabulario de López Obrador.

 

Tampoco el apotegma de Juárez "El respeto al derecho ajeno es la paz", corazón de aquel discurso, corresponde a su visión política. Aunque utiliza la palabra "respeto", lo hace con un sesgo irónico. El "derecho" le ha parecido siempre un arma de los poderosos para aplastar a los oprimidos. "Lo ajeno", es decir, el otro, si no es un aliado, es un enemigo. En cuanto a "la paz", no resulta de un orden constitucional que la procura sino del "amor" que el líder predica.

 

Juárez contribuyó a separar a la Iglesia del Estado. Su religión pública era la ley. Ninguno de estos hechos distintivos corresponde a AMLO. De ganar la elección podrá vivir en Palacio Nacional como Juárez, podrá ser austero como Juárez, podrá repetir frases de Juárez. Pero no es Juárez.

 

Madero sostenía que "el poder absoluto acabó con las libertades públicas, ha hollado la Constitución, desprestigiado la ley". Al triunfar en las urnas, declaró: "Estoy más orgulloso por las victorias obtenidas en el campo de la democracia que por las alcanzadas en los campos de batalla".

 

La esencia de Madero, demócrata y liberal, está en los 15 meses de su Presidencia. Su período fue una reivindicación plena de la Reforma. Respetó como nunca antes el pacto federal; respetó al Congreso, al grado de abrir la puerta al Partido Católico; pero sobre todas las cosas respetó las libertades. En su gobierno nació la libertad sindical.

 

Y en su Gobierno -punto clave- la libertad de expresión fue irrestricta. La prensa, los editorialistas y caricaturistas fueron feroces contra Madero pero Madero nunca descalificó a sus críticos. Ninguno de estos rasgos específicos corresponde a AMLO, que propende al poder absoluto y a la intolerancia. En caso de triunfar, querrá identificar su trayectoria con la de Madero, pero no es Madero.

 

Lázaro Cárdenas fue un Presidente revolucionario, no un liberal ni un demócrata.

 

Cosío Villegas -que admiraba su instinto popular- lo describía como un "estupendo destructor... un hombre realmente notable aunque incapaz de tener nociones generales sobre las cosas". Su gobierno -me dijo- fue "desgobernado, pero de grandes impulsos generosos, todos ellos con finalidades de carácter incuestionablemente popular, de favorecer a la gente pobre...". Hacia allá apunta el posible Gobierno de López Obrador.

 

De triunfar, será un Presidente revolucionario y, a su tiempo, la historia lo juzgará por sus logros. Pero las diferencias también son claras.

 

Cárdenas nunca fue un caudillo carismático que arengara al pueblo. Fue un Presidente reservado e institucional. Al final de su vida escribió en sus "Apuntes" un pasaje contra la "relativa invalidez del sufragio" y la "extraña unanimidad" de las agrupaciones políticas mexicanas.

 

Cárdenas reafirmó el principio de la "no reelección" y se inclinó por un candidato que no comulgaba con su ideología. Esos rasgos de autolimitación no distinguen a AMLO. Es quizá popular como Cárdenas, pero no es Cárdenas.

 

López Obrador ya pasó a la historia como el gran líder social de la era moderna en México. Para pasar a la historia como Presidente, tendría que adoptar los valores liberales que ha negado a lo largo de su vida.

 

Enrique Krauze


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