domingo, marzo 25, 2012

 

Motor de la prosperidad

A ver qué prietito en el arroz le ponen, amigos lectores, al siguiente concepto: "Instituciones económicas inclusivas crean los mercados inclusivos, que no sólo le proporcionan a la gente la libertad de procurar la vocación en la vida que más se ajusta a sus habilidades y talentos, sino también proveen un campo de juego parejo que les ofrece la oportunidad de hacerlo.

"Aquellos que tengan buenas ideas tendrán oportunidad de iniciar negocios, los trabajadores tenderán a acudir hacia actividades donde su productividad es mayor, y las firmas menos eficientes serán reemplazadas por unas más eficientes. Contrastemos esta inclusividad con cómo la gente escogía su ocupación bajo la 'mita' del colonial Perú o Bolivia, en las que muchos eran OBLIGADOS a laborar en las minas de plata o mercurio, independientemente de sus habilidades o, inclusive, de si querían hacerlo o no.

"Instituciones económicas inclusivas también pavimentan el camino para DOS otros MOTORES DE LA PROSPERIDAD: tecnología y educación.

"El crecimiento económico sostenido siempre está acompañado de mejorías tecnológicas que permiten a la gente, mano de obra, tierra y capital, ser MÁS PRODUCTIVOS.

"Los procesos de innovación se hacen posibles cuando se cuenta con instituciones económicas que promueven la propiedad privada, crean certeza jurídica y ofrecen un campo de juego parejo que promueve y permite la entrada de nuevos jugadores al sector económico y que pueden traer consigo nuevos desarrollos tecnológicos.

"No debe ser sorpresa entonces que fue la sociedad norteamericana -y no MÉXICO o PERÚ- la que produjo a Thomas Edison, y que es hoy Corea del Sur, y no Corea del Norte, la que cuenta con la innovación tecnológica de empresas como Samsung o Hyundai.

"La habilidad de las instituciones económicas para aprovechar el potencial de los mercados inclusivos, promover la innovación tecnológica, invertir en el ser humano y movilizar el talento y habilidades de grandes números de individuos es crítica para el crecimiento económico.

"Explicar el porqué tantas instituciones económicas FRACASAN en la creación de estos objetivos básicos es el tema central de esta obra".

Se imaginarán, amigos, ustedes que son picudos y observadores, que estos conceptos arriba citados provienen del libro que les comentamos en una anterior entrega: "Why Nations Fail", de Daron Acemoglu y James A. Robinson (Crown Publishers, Nueva York).

Los reproducimos aquí con el fin de que hagan un contraste mental entre estos conceptos y la realidad mexicana.

¿Campo de juego parejo, certeza jurídica, instituciones inclusivas, acceso libre a los mercados económicos para nuevos jugadores?

¡Nada de esto tenemos, amigos!

Es la nuestra una economía dominada por monopolios y oligopolios (gubernamentales y privados) que dominan los mercados e impiden el acceso a los procesos a otros protagonistas y junto con ellos a la innovación.

En nuestro país no hay certeza jurídica, no hay claridad (por el sistema ejidal, por ejemplo) en cosas tan básicas como la tenencia de la tierra, y es el nuestro en la práctica (si no en la teoría) un sistema "extractivo" y no inclusivo.

Agreguen ustedes la impunidad y la corrupción que reinan y que torna en inoperantes una gran parte de nuestras instituciones, las cuales convierten en sumamente disparejo el "campo de juego", y la conclusión es obvia:
Carecemos en México, pues, de los "motores de la prosperidad" que están identificados con el desarrollo y la erradicación de la miseria.

Ya que sabemos por qué estamos "fregados", lo que sigue es determinar ¿cómo le vamos a hacer para dejar de serlo?

El abogado del Pueblo
fricase@elnorte.com
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Analicemos las propuestas de los candidatos evaluando cuáles de ellas son inclusivas hacia la prosperidad, cuáles plantean modificar el sistema de incentivos hacia la inversión y el desarrollo, alejándose de la subsidiaridad, conformismo, y del Estado tipo "papá gobierno".

martes, marzo 20, 2012

 

Refinando (reforma a PEMEX)

"El costo de una refinería nueva es 10 veces el costo de una refinería usada". Juan José Suárez Coppel

Hay un enorme exceso de capacidad de refinación de gasolina en la costa del Golfo de Estados Unidos. De hecho, en el último trimestre del 2011 el crudo llegó a costar más que la gasolina, señala Juan José Suárez Coppel, director general de Pemex. Esta realidad de mercado debería guiar las decisiones de cualquier empresa.

Andrés Manuel López Obrador, sin embargo, ha propuesto que el dinero disponible en Pemex se utilice para invertir en cinco nuevas refinerías. Estaríamos hablando de unos 50 mil millones de dólares, o 650 mil millones de pesos. Esta inversión se realizaría en el peor momento posible, cuando las empresas de refinación están perdiendo dinero.

Según el candidato de la izquierda, la construcción de estas refinerías permitiría reducir los precios internos de la gasolina y otros combustibles en nuestro País. La verdad es que estas refinerías generarían pérdidas y harían todavía más costosos los subsidios a las gasolinas, que benefician principalmente a los más ricos.

López Obrador ha hecho del rechazo a la "privatización" de Pemex el centro de su discurso sobre la industria petrolera y esto lo ha llevado a incorporar al priista Manuel Bartlett a su movimiento. Su visión de "privatización", sin embargo, es muy amplia: no se limita al sentido tradicional de vender una empresa gubernamental a empresarios privados. Privatizar, para él, es permitir cualquier tipo de inversión privada en petróleo. Los contratos de riesgo, que inventó e impulsó Lázaro Cárdenas en 1939, o la venta de participación en la paraestatal a inversionistas privados, como la que hizo Luiz Inácio Lula da Silva en 2010 en Petrobras, por valor de 70 mil millones de dólares, serían privatizaciones inaceptables.

En realidad la responsabilidad de Pemex debería ser dar valor a la riqueza petrolera para beneficio de los mexicanos, especialmente de los más pobres, aquellos que no tienen más patrimonio que los recursos petroleros. No tiene ningún sentido seguir utilizando este dinero para financiar el gasto corriente del Gobierno federal, el cual subsidia principalmente a los políticos y a los burócratas.

López Obrador cuestionó este 18 de marzo a quienes, desde su punto de vista, quieren "privatizar" Pemex. Dijo que no es posible dejar a la paraestatal en manos de dueños privados porque éstos no estarían dispuestos a entregar 800 mil millones de pesos al año al Gobierno para su gasto.

Esta enorme entrega de dinero al Gobierno, sin embargo, ha sido una de las razones de la quiebra de Pemex, la única petrolera del mundo con patrimonio negativo. El problema puede empeorar todavía porque, como lo reconoció el propio Presidente Felipe Calderón el 18 de marzo en Coatzacoalcos, el pasivo de las pensiones de los trabajadores crece a un ritmo superior a los activos de la paraestatal.

En lugar de seguir saqueando a Pemex los gobiernos mexicanos deberían tomar medidas para maximizar la riqueza petrolera de nuestro País. Esto implicaría concentrar todos los recursos disponibles -públicos y privados- en la exploración y explotación de crudo. Además, habría que abrir a la inversión privada la refinación -aun cuando hoy seguramente no habría capitales interesados en ese negocio- y el transporte de combustible en ductos. Pemex debería conservar sus recursos una vez pagado un impuesto razonable y reinvertirlos. La paraestatal no tiene por qué ser la caja de la cual el Gobierno saque los recursos que no ha podido obtener por falta de una reforma fiscal.

¿Es esto privatización? No, es tener una política que maximice la riqueza petrolera para beneficio de los mexicanos, y no sólo de los políticos, los burócratas y los miembros del sindicato de Pemex.


Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com
 
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AMLO y sus seguidores insisten mucho en que él no es igual a Hugo Chávez de Venezuela, sino a Lula DaSilva de Brasil. Sin embargo la propuesta de AMLO para PEMEX es que todo siga igual, sin reforma, que PEMEX siga financiando a los gobiernos (federal, estatales y municipales), que no haya ningún esquema de participación privada (ni siquiera los contratos de riesgo que diseñó Lázaro Cárdenas y que incluso Cuba utiliza) e incluso que bajará el precio de las gasolinas (como en Venezuela) para beneficiar a quienes más tienen y pueden comprar autos. ¿De qué se trata entonces?
 

domingo, marzo 18, 2012

 

Cómo crear riqueza

¿Por qué hay niveles de vida tan diferentes en ciudades que están tan cerca como Nogales, Sonora, y Nogales, Arizona?

Los contrastes en las ciudades que colindan en la frontera de México y Estados Unidos son uno de los casos que analizan los economistas e historiadores Daren Acemoglu y James Robinson en su libro apenas publicado: 'Why nations fail: the origins of power, prosperity and poverty'.

En el Siglo 19, la mayoría de las ciudades de la frontera eran un solo núcleo de población y ahora, al pertenecer a dos países, tienen una diferencia promedio en su ingreso de alrededor de 5 veces, desde luego a favor de las que se encuentran en Estados Unidos.

La tesis central del texto referido es que el éxito económico de los países depende fundamentalmente de las instituciones políticas que se hayan construido.

Hay instituciones que son 'extractivas' y otras que son 'inclusivas'. Las primeras tienden a eternizar la pobreza y el atraso; las segundas se orientan a la promoción del conocimiento, la innovación y la inversión.

Junto con la frontera mexicana hay muchos otros casos que evidencian este hecho, en el pasado y en el presente.

En el Siglo 16 no existían grandes diferencias entre los niveles de desarrollo de Inglaterra y España. Sin embargo, la Corona española basó su riqueza en la extracción de materias primas de sus colonias en América. En Inglaterra hubo que desarrollar internamente la manufactura, y en el Siglo 19 ya eran abismales las diferencias entre ambas naciones.

Pero en los siglos 19 y 20, los hechos se cambiaron, Gran Bretaña que, como imperio, dependió de la explotación de sus colonias, fue superada en niveles de vida y prosperidad por otras naciones europeas y por Estados Unidos.

Los casos abundan. Uno de los más obvios de la historia contemporánea es el de Corea.

Hace menos de un siglo, al no existir las dos Coreas, había más o menos uniformidad en los niveles de vida del norte y el sur. Hoy el ingreso per cápita de Corea del Norte es de alrededor de mil 800 dólares, mientras que el de Corea del Sur es de 24 mil dólares, una diferencia de más de 12 veces.

Si son las instituciones políticas las que determinan principalmente el desempeño económico de largo plazo, ¿qué es lo que podemos esperar en México?

Bajo la lógica de los autores del estudio, si las instituciones políticas no se rediseñan para generar un ambiente propicio para la creación de riqueza, entonces no podemos esperar un crecimiento económico muy diferente al que hemos tenido en los años recientes.

Para que hubiera un cambio en las reglas del juego sería indispensable, por ejemplo, tener un ambiente altamente competitivo en sectores en los que hoy la competencia es cero, como en el petróleo y la electricidad.

También habría que crear una competencia de calidad en la asignación de los recursos públicos para la educación. Y, sin duda, también debiera haberla en las telecomunicaciones... por citar sólo los casos más obvios.

Ese cambio implica una clase política que tenga otros principios, otros valores, otra visión del mundo, lejana a la búsqueda del hueso, del poder, del Presupuesto, que hoy prevalece.

¿Veremos ese cambio en algún momento de nuestras vidas? Ojalá.

Enrique Quintana
enrique.quintana@reforma.com
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Urgen las reformas estructurales, la fiscal, la energética, la laboral, la política, entre otras. ¿Qué candidato si está proponiendo esas reformas estructurales que incentiven la inversión, la creación de riqueza, la generación de empleos? ¿Quién está proponiendo por el contrario regresar al pasado, cerrar la economía, crear un mercantilismo con populismo y demagogia? Esas son las preguntas que hay que hacerse para decidir el voto.

domingo, marzo 11, 2012

 

¿México Vs. Brasil?

"El primer principio es que uno no debe engañarse a sí mismo", decía el físico Richard Feynman, "y uno es la persona más fácil de engañar". Así parece ser nuestra percepción de Brasil estos días: es más fácil inventar barreras sobre las semejanzas y diferencias que identificar lo relevante y adoptar una estrategia para lidiar con ello.

Sobre Brasil hay muchos mitos y al menos dos dinámicas encontradas. El primero, y más prominente en los medios, es el comercio bilateral. Ahí se reúnen todos los miedos y falacias que caracterizan a buena parte del sector industrial del país. El otro tiene que ver con la naturaleza de su política económica y sus supuestas virtudes. Engañarse a uno mismo es siempre pernicioso.

Los brasileños hace décadas adoptaron una estrategia económica dedicada a promover cierto tipo de desarrollo industrial. Desde la era de la CEPAL en la postguerra, promovieron industria pesada, alta tecnología y una base manufacturera local. El modelo adoptado no era radicalmente distinto al nuestro, excepto que ellos, en buena medida por el peso político de su Ejército, dedicaron enormes recursos a proyectos como aviación y maquinaria pesada que no eran rentables, pero seguían otra lógica. Algunas de sus exportaciones señeras reflejan esa prioridad, pero el costo para llegar ahí ha sido monumental.

Las principales exportaciones brasileñas tienen que ver con la agricultura y la minería. Su éxito de los últimos años se refiere esencialmente al enorme apetito chino por productos minerales, granos y carne. Así como aquí tenemos una acusada dependencia de la economía estadounidense, ellos la tienen respecto a China. El tiempo dirá si alguna de las dos fue tanto mejor que la otra.

Pero la principal diferencia entre las dos naciones poco tiene qué ver con sus exportaciones y mucho qué ver con la estrategia. En los 80, México decidió abandonar el modelo de desarrollo fundamentado en el subsidio y protección de los productores para privilegiar al consumidor. Esa decisión se fundamentó en la experiencia: en lugar de que las décadas de protección se hubieran traducido en una industria fuerte, pujante y competitiva, la planta productiva mexicana -con muchas excepciones notables- se había anquilosado.

Se puede discutir por qué ocurrió eso o si la apertura fue la respuesta idónea, pero el hecho es que el favoritismo al productor acabó siendo oneroso para los consumidores que pagábamos elevadísimos precios por productos mediocres. Mucho de la mejoría en el bienestar de la población en estos años tiene qué ver con la competencia que introdujeron las importaciones. Hoy tenemos una planta productiva hipercompetitiva, en conjunto mucho más exitosa que la brasileña. El resultado para el País -no para todas las empresas- ha sido extraordinariamente positivo.

Los brasileños optaron por otro camino. Aunque en años recientes han comenzado a liberalizar las importaciones, su modelo base sigue siendo : protección, subsidio y privilegio del productor. Así lo muestra el conflicto comercial en materia automotriz que se ha exacerbado recientemente. La decisión de imponerle cuotas a las importaciones de productos mexicanos denota una estrategia industrial menos exitosa de lo aparente y una obvia indisposición a competir. No es casualidad que el producto per cápita de México sea superior al de Brasil.

¿Cuál ha sido la respuesta mexicana? Por parte del Gobierno, la propuesta ha sido negociar un tratado comercial bilateral que impida cambios en las reglas del juego. Por parte del sector privado, un rechazo absoluto a cualquier negociación. Las razones son conocidas: porque los brasileños abusan, porque hay problemas de seguridad, porque la infraestructura, porque los costos de los insumos... porque no nos da la gana.

Más allá de la retórica, la postura del sector privado mexicano es contradictoria. El argumento principal para rechazar una negociación es que los productos brasileños entran a México sin restricciones en tanto que los mexicanos están vedados en Brasil. Uno pensaría que este argumento sería, o debería ser, la principal razón para procurar un tratado que garantice el acceso de las exportaciones mexicanas a ese país. Si los brasileños cuentan con mecanismos caprichudos de control al comercio, la mejor manera de eliminar ese capricho es negociando un acceso certero y garantizado. En las últimas décadas, los tratados comerciales se han convertido en un instrumento para romper impedimentos al acceso de productos a otros mercados. Si los productos brasileños ya entran al mercado mexicano, nuestro sector privado debería estar ansioso de consumar un tratado con Brasil.

El aprendizaje que yo derivo de estas observaciones es que nos hace falta un Gobierno capaz de hacer valer el interés general. En el País hemos confundido la democracia con la parálisis. En el ámbito comercial, el interés colectivo y del País debería ser el del consumidor mexicano y el de los exportadores. Para los primeros debe facilitar el comercio y para los segundos debe crear condiciones para que puedan penetrar otros mercados. Paralizar las negociaciones comerciales porque uno o dos productores se oponen (por ejemplo los de chile seco, seguro un producto básico para el funcionamiento de la economía, como ocurrió con Perú) es equivalente a sacrificar a todo el resto de los mexicanos.

Nada de esto niega el derecho de los productores a proteger sus intereses, pero la función del Gobierno es la de velar por el interés colectivo. Uno de los principales problemas del País es que el "viejo" sector industrial, ese que se niega a todo, está desvinculado de las exportaciones, lo que lo hace vulnerable a cualquier cambio. Un Gobierno en forma debería estar viendo la manera de asegurar que ese sector se someta a la competencia y cuente con las condiciones generales que le permitan funcionar.

Paradójicamente, para que prospere la industria mexicana es necesario dejarla volar, lo que implica desregular, reducir aranceles a la importación y, por supuesto, resolver temas como el de los costos de insumos provistos por el Gobierno federal o por oferentes de servicios cuyos precios son superiores a los de otros países. Dicho esto, esos industriales que tanto se quejan deberían estudiar cómo funciona el paraíso brasileño. Si creen que la burocracia mexicana es compleja o que los precios de los insumos y los impuestos son elevados, deberían ver a Brasil: todo lo que aquí ocurre es peccata minuta comparado con lo que hay allá. Tiempo de competir.

Luis Rubio
www.cidac.org
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Con las elecciones a la vuelta de la esquina, y con una partidocracia que no nos deja opciones, sólo nos queda preguntarnos ¿cuál de los grupos políticos que quieren el poder dirigiría el debate (no la seguridad de aprobación, pues nadie ganará con mayoría en el Congreso) hacia las reformas estructurales que necesitamos? ¿Quién busca un retroceso al mercantilismo nacionalista de los 70's y quien podría, al menos en la propuesta, intentar que realmente mejoremos con las reformas que nos hacen falta?

martes, marzo 06, 2012

 

Pensar el populismo

Pocos términos más equívocos que el de "populismo". Hace unas semanas acudí a un Seminario en la Universidad de Princeton dedicado a dilucidar su historia y su naturaleza. Fue de sumo interés. El proyecto invitaba a reflexionar: ¿contamos con una verdadera teoría del populismo? ¿Existen criterios claros para identificar lo que es y no es "populista"? Si los europeos y los estadounidenses (y los latinoamericanos) usamos de distinto modo el término "liberalismo", ¿no ocurre lo mismo con el "populismo"? ¿Puede escribirse una historia comparativa del populismo? ¿Qué problemas irresueltos puede plantear la teoría del populismo a la teoría de la democracia?

El concepto fundamental puede rastrearse desde Grecia y Roma. Platón, Aristóteles y Demóstenes criticaron a los demagogos de su tiempo. Históricamente, el populismo ha tenido la camaleónica propiedad de identificarse con ideologías diversas y aun contrarias. Esta propiedad está prefigurada en sus dos genealogías: una elitista, otra popular. Los narodniki rusos eran intelectuales que abandonaron la ciudad para establecerse entre los campesinos, a quienes veían como personas más puras; los "populistas" estadounidenses eran campesinos conservadores que se organizaron local o regionalmente para influir en la arena federal. Pero todo populismo comparte un rasgo: postula una pugna histórica entre "los buenos" y "los malos". Los jacobinos -sus precursores- emprendieron la guerra contra los aristócratas y "émigrés"; los comunistas y fascistas contra la burguesía; los nazis contra los judíos y los bolcheviques. Para John McCormick, especialista mundial en el tema, los mayores populistas fueron los grandes teóricos del nazismo y el bolchevismo que dividían el mundo entre amigos y enemigos: Carl Schmitt y Lenin.

En la Europa actual, el populismo xenófobo ha proliferado debido a la migración masiva, sobre todo musulmana. Sus seguidores son mayoritariamente varones inseguros por las amenazas de la globalización cultural (inmigración), económica (desempleo) o política (integración). Ejemplos de partidos populistas de derecha radical: el Frente Nacional francés de Jean-Marie Le Pen, el Partido de la Libertad en Austria del pro nazi Jörg Haider y el Block flamenco en Bélgica. Pero ahora existen populismos neoliberales (como el de List Pim Fortuyn en Holanda, y Forza Italia, de Berlusconi), y aun populismos de izquierda, cuyo mensaje no se presenta ya como la bandera del proletariado, sino como "la voz del pueblo" (el Partido Alemán de Democracia Socialista, el Partido Socialista Escocés o el Partido Socialista Holandés).

Tras la caída del comunismo, en Europa del Este algunos partidos se congregaron en torno a líderes fuertes. Hoy el populismo tiene un espectro ideológico amplio: puede fluctuar entre la derecha radical (como Jobbik en Hungría) hasta un populismo de centro en la República Checa u otro de izquierda en Eslovaquia.

Según los politólogos estadounidenses, en su país la derecha monopolizó durante mucho tiempo el discurso populista, pero ahora ha aparecido también en la izquierda. Dos fenómenos de nuestro tiempo admiten el nombre de populistas: el Tea Party y Occupy Wall Street. Ambos hablan en nombre de "la gente": "el hombre trabajador", "el hombre olvidado", "la silenciosa mayoría", "el 99 por ciento". Desde la izquierda, los movimientos populistas procuran construir instituciones cooperativas para que una autoridad popular gobierne la vida económica y política (por ejemplo, el experimento de Occupy Wall Street). Pero también la derecha cree defender al pueblo apelando al individualismo más radical: el Tea Party ha criticado a Obama por ser "no americano", "elitista" y "socialista". La obvia paradoja es que, aunque los seguidores del Tea Party se declaran parte de un movimiento popular, casi todos son republicanos, el partido tradicional de las élites.

En el ámbito latinoamericano, sigo creyendo que lo característico del populismo es la figura del líder que, al margen de la ideología, desde la derecha o la izquierda (Perón o Chávez) establece una conexión directa con el pueblo por encima de las instituciones y las leyes. El populista es una caudillo con rollo y micrófono. Pero la opinión de los otros ponentes introdujo matices. Diego von Vacano, por ejemplo, sostuvo que el gobierno de Evo Morales no es estrictamente populista porque sus acciones, si bien dividen a la sociedad, no son producto de una manipulación, sino que parten de la raíz social y étnica de Bolivia. Por su parte, Cristóbal Rovira concedió que el populismo afecta a la democracia porque le resta "capacidad contestataria" (es decir, control sobre las instituciones del Estado y la crítica del ejercicio del poder), pero de igual modo afirma que el populismo alienta la "capacidad participativa". El régimen de Chávez en Venezuela tendría ese rasgo en su haber: propiciar la acción política de grandes contingentes que vivían al margen de la vida pública. A fin de cuentas, el balance es -a mi juicio- negativo: con su intolerancia maniquea, el populismo vulnera la convivencia democrática y dificulta la posibilidad misma de un debate civilizado.

Parece imposible trazar una teoría universal del populismo. Su carácter camaleónico vuelve triviales las equiparaciones ideológicas. Como explicó el holandés Cas Mudde, es preferible acotar la historia comparativa de los populismos a cada región. Conviene trazar los orígenes de concepto "pueblo" en cada cultura política y ver cómo se articulan con el respectivo príncipe y sus avatares. Pero acaso lo más interesante es examinar hasta qué punto el populismo (sus planteamientos y prácticas) puede apuntar hacia problemas sobre los que la democracia liberal no ha pensado de manera suficiente. Después de todo, la fortaleza mayor de la democracia liberal es su fe en la crítica.
 
Enrique Krauze
 
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Populistas, como indica Krauze, los hay tanto en izquierdas, como en derechas. De hecho, el populismo es el cáncer de la democracia, y todas las democracias lo tienen en mayor o menor medida. Desde el momento que los políticos necesitan del voto ciudadano para llegar al poder se ven tentados a prometer cosas imposibles o costosas, con tal de ganar. Ahí empieza el germen del populismo, ese cáncer que va carcomiendo a la democracia desde adentro. Una definición sencilla de populista es todo aquel político que con tal de ganar el poder le promete al pueblo cosas que éste quiere escuchar, tales como menos impuestos, más trabajo por decreto, aumentar salarios por decreto, acabar con el desempleo, quitarle a los ricos, acabar con la pobreza por decreto, en resumen, los que prometen más derechos y subsidios, con menos obligaciones y sin costo alguno. Eso es populismo.
 
Y el problema es que muchos ganan, llegan al poder, y quieren cumplir sus promesas. Recurren a deudas, impresión de dinero sin respaldo, y generan crisis económicas en el mediano o largo plazo que el pueblo tiene que pagar. Vean a México en los 70's cuyos errores se pagaron en los 80's y 90's. O ahora a Grecia, entre otros. Por eso hay que oponerse al populismo, evitar que ganen con sus mentiras que después son muy costosas.

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