martes, enero 30, 2007

 

Inflexión democrática

En Davos, Felipe Calderón enfrentó un punto de inflexión: democracia plena o justificaciones autoritarias. Tal la disyuntiva. Lula fue su principal interlocutor. En su afán de quedar bien con todo mundo trastabilló: cuando de justicia social se trata, todo se vale. Habla Lula: "Fue elegido tres veces", se refiere a Chávez, "todas de la forma más democrática posible..." (cursivas mías). Lula sabe que no es cierto, que en Venezuela el control sobre los medios es total. Sabe que el Judicial y el Legislativo han sido doblegados. Lula sabe de los alcances de control político del "dictador constitucional". Pero, como es de "izquierda", todo se le justifica. En esto Lula salió más de izquierda que demócrata.

"Latinoamérica vive un momento de tranquilidad y paz...", dijo Lula en Suiza. No habla un estadista, habla un maromero que no quiere reconocer que en el horizonte hay por lo menos tres dictaduras en ciernes: Chávez y Morales ya han planteado modificaciones a normas fundamentales que les permitan la reelección indefinida. Ortega sondea ¿es esa la concepción de democracia de Lula? ¿Entonces no estará totalmente de acuerdo con la democracia brasileña? No se puede estar de los dos lados. Calderón estuvo acertado: la región debe cuestionarse si "...es capaz de avanzar o retroceder, si apostamos por la democracia o permitimos que regresen las dictaduras vitalicias". No hay fuego de artificio. Lula aceptó o justificó tácitamente la manipulación de las normas democráticas. Calderón dijo no.

Latinoamérica no cabe en un solo molde, lanzó el Presidente brasileño. Calderón siguió la misma línea: "...mientras más invocamos la unidad latinoamericana, estamos generando más tensión entre los países...". Es cierto, sobre todo en lo económico. No hay fórmulas universales. Los mercados abiertos pueden provocar desajustes muy diversos. Las privatizaciones tienen efectos distintos en cada país. Pero también pueden dar resultados asombrosos. No se valen los dogmas, ni el estatismo ni la privatización. Pero por ese camino pareciera que no hay forma de medir los resultados. Falso, sí las hay y muy precisas: cuánto se reduce la pobreza, cuánto se incrementa el ingreso, cuánto sube la productividad, cuánto crece el pastel nacional. Lula lo sabe, tan es así que ésos son sus argumentos internos. Sin embargo cuando sale a la defensa de sus colegas de izquierda se acomoda en el fácil relativismo del todo se vale. No, no todo se vale.

Todos los países tienen mecanismos de expropiación y nacionalización. Pero no es lo mismo una nacionalización en condiciones democráticas, con respeto a la legalidad establecida, que con todo el aparato de poder encima. Ésa es la pequeña diferencia. Pero ése no es el punto central. Plantear las diferencias entre, por un lado México y por el otro Venezuela, Bolivia y Nicaragua (veremos Ecuador) como una cuestión de estrategias económicas es desviar el debate. El dilema central es si esas estrategias fueron decididas, implementadas y sostenidas en forma democrática. El éxito económico viene después. Por supuesto que las inversiones también van a los sistemas autoritarios: Singapur o China son ejemplos. Sin embargo, a la larga, democracia y crecimiento están trenzados. Los capitales buscan las ganancias y están dispuestos a apostarle a regímenes autoritarios, a la corta les paga. Pero llegada la zozobra se refugiarán en las democracias. "...si se habla de socialismo y al mismo tiempo de presidencias perpetuas, a mí me genera una desconfianza gravísima". Habla Sergio Ramírez, ex vicepresidente del sandinismo de los 80 que ahora ve regresar a Ortega, quien ya sondea las aguas hablando de "elecciones sucesivas" que le permitan implantar su modelo de justicia social. Ésos son los demócratas que defiende Lula.

Hay en todo esto un síndrome común: necesitamos tiempo extra que la democracia no nos concede. Porque la democracia está mal, el tiempo extra es a la mala. "Ha de instaurarse así el reino de la burocracia del Estado en nombre de la justicia social", escribió Aguilar Camín refiriéndose al tema. Allí está una América Latina desmemoriada que pasea a Menem como legislador, que regresa al poder a Alan García, que quiere reinstalar a Fujimori, que ya no recuerda al golpista Chávez, que aplaude de nuevo a Ortega sin acordarse de la "piñata" sandinista. Allí anduvo Ríos Montt en Guatemala como amenaza. La crisis es de fondo: hay una flacidez ética que raya en el cinismo.

Frente a esta desmemoria el Presidente mexicano estuvo firme. Latinoamérica debe cuestionarse "...si es capaz de avanzar o retroceder, si apostamos por la democracia o permitimos que regresen las dictaduras vitalicias". México se mira lejano a esas discusiones. Mal que bien en México las reglas del juego se han ido asentando. La mayor prueba fue la cerrada elección del 2006. Es malvado decirlo, pero mientras en el sur varios parecieran caminar hacia atrás en lo político y en lo económico, el Gobierno mexicano ratifica una apertura económica y política. Ese simple anuncio vale oro. La vulgar respuesta de Chávez lo retrata.

Insisto, las diferencias de estrategia económica son un asunto secundario: Bolivia está en todo su derecho de reclamar usos para la producción de coca o mejores condiciones para la extracción de sus hidrocarburos; Venezuela en el suyo de buscar una fórmula de desarrollo estatista, etc. Cada quien su camino, ya se medirán los resultados. Pero todo tiene un límite y ése se llama democracia. Ésa no es negociable. No se trata de una diferencia criterios para el desarrollo. Es un asunto de principios: democracia o maromas autoritarias.


Federico Reyes Heroles, El Norte, 30 de enero 2007
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Estamos viendo un neo-fascismo populista escondido bajo una piel de izquierda democrática que recorre latinoamérica. Al tiempo.

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