domingo, marzo 31, 2013

 

Desnutrición

Es una buena cosa que el hambre esté en la agenda presidencial. No sólo por la importancia de la meta, sino por su claridad. El hambre, la pobreza y la desigualdad se dan juntas, pero no son lo mismo. Subordinar el hambre a los otros problemas sirve para que ninguno se resuelva.

Miles de mexicanos mueren por desnutrición al año. Millones viven en la pobreza. Todos vivimos en la desigualdad. La primera cifra (8 mil en 2011, según las estadísticas de mortalidad del Inegi) y la última (116 millones a mediados de 2013, estimando a partir del censo 2010) tienen un significado aceptablemente preciso. Para la segunda sirve casi cualquier número, con la seguridad de que (en algún sentido) mide la pobreza. Depende de qué se entienda por pobreza.

El Diario Oficial del 16 de junio de 2010 publicó un farragoso documento de 60 páginas con los "Lineamientos y criterios generales para la definición, identificación y medición de la pobreza" del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Ha servido para confundir a la opinión pública y convencerla de que las dificultades analíticas del tema rebasan al común de los mortales. Distingue los conceptos de pobreza alimentaria, pobreza de capacidades y pobreza de patrimonio. Pero la medición de la pobreza alimentaria se reduce a clasificar las cifras monetarias del gasto en alimentos (según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares del Inegi), y ver si alcanza para comprar una "canasta básica".

Es un cálculo cómodo, pero rabón, porque el gasto monetario se refiere a compras y, por lo mismo, no refleja los alimentos consumidos fuera del mercado. Hace años, la Comisión Nacional de la Industria del Maíz para Consumo Humano estimaba que la mitad del maíz cultivado en México era de autoconsumo. El maíz de la propia milpa y las tortillas hechas en casa no cuentan como alimentos para el Coneval. Además, la canasta toma como base una sola dieta, ignorando los usos y costumbres locales. El pinole no cuenta como alimento básico en muchas partes, pero sí entre los tarahumaras.

Colgarse de las mediciones monetarias del gasto en alimentos no es un gran avance. Fue el método usado hace medio siglo por Ana María Flores ("La Magnitud del Hambre en México", 1961), que llevó la lógica del mismo a convertir los pesos gastados (en carne, tortillas, frijol, arroz, azúcar) en gramos y calorías por habitante.

La desnutrición puede medirse en sus efectos (con exámenes médicos de aspecto, peso, talla, muestras de sangre para ver si hay anemia) y en sus causas (por un estudio de los alimentos ingeridos: observando y preguntando qué y cuánto comen). El Instituto Nacional de Nutrición ha realizado estudios directos en numerosas ocasiones y lugares. En 1979 y 1989 amplió la cobertura a 219 comunidades rurales como un conjunto representativo del medio rural. La Secretaría de Salud ha hecho encuestas nacionales en 1988, 1999, 2006 y 2012. Un resumen de la última está en Google (ENSANUT2012). Muestra que la desnutrición aguda (emaciación) bajó del 6.25 por ciento en 1988 al 1.6 por ciento en 2012.

Irresponsablemente, afirma que "la desnutrición aguda en niños ha sido superada, al erradicarse la emaciación". Pero (suponiendo 10 millones de niños) el 1.6 por ciento es un desastre inaceptable: 160 mil niños con desnutrición aguda. Esta cifra y la de 8 mil muertos por desnutrición son las que realmente importan: las que pueden y deben reducirse a cero. Hablar de millones de pobres, de "reorientar la economía" y de "movilizar a la sociedad" en la Cruzada Nacional contra el Hambre es construir desde ahora justificaciones para que los responsables se laven las manos cuando la Cruzada termine en buenas intenciones. La meta importante (y medible periódicamente) debe centrarse en esas cifras.

Amartya Sen señaló hace tiempo que las hambrunas temporales (por inundaciones y sequías) están relacionadas con fallas logísticas: el transporte, almacenaje y distribución de los alimentos que no llegan a donde hacen falta. Igual sucede con el hambre permanente: la población indígena y rural más afectada vive en comunidades pequeñas, de difícil acceso. Sería ridículo hacerles llegar leche en polvo, que ni siquiera pueden digerir (como documentó hace años Nutrición). Hay que enviarles semillas y otros medios para enriquecer su agricultura de subsistencia con hortalizas y gallineros. Hay que suprimir el requisito que les impide recibir la ayuda monetaria de Oportunidades: el absurdo de exigir que los niños vayan a la escuela donde no hay escuelas y se vacunen donde no hay vacunas. Tampoco hay que sacarlos de su hábitat para darles empleo y alojamiento en las ciudades. Hay que aprovechar que viven en el monte para enviarles empleos locales de interés nacional: reforestar y construir retenes para el agua de lluvia.

Si por hambre se entiende "pobreza alimentaria", la Cruzada va al fracaso. Hay que centrarla en lo que sí se puede lograr en unos cuantos años: acabar con la desnutrición.
 
Gabriel Zaid

sábado, marzo 30, 2013

 

Privatizadores

"Los ladrones creen en la propiedad; lo malo es que les inspira un excesivo amor". G.K. Chesterton 
 
La lucha es contra la privatización de la educación. Esto es al menos lo que dicen los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación cuando realizan marchas y plantones para oponerse a la reforma educativa. "Privatizar" es un término tóxico en el léxico político nacional y por eso lo usan.

La verdad, sin embargo, es otra. Claramente lo que buscan los maestros de la CNTE es mantener la actual privatización de la educación, una privatización que los beneficia a ellos.

Mientras la reforma constitucional impulsada por el Gobierno de Enrique Peña Nieto pretende crear un sistema de evaluación obligatorio para el ingreso, la promoción y la permanencia de los maestros, lo cual es lógico si consideramos que las plazas magisteriales deberían ser de servicio público, la CNTE propone que la evaluación la lleve a cabo un organismo en el que participen los propios maestros y que no afecte su permanencia en los puestos docentes. Esto quedó de manifiesto en la iniciativa que el Gobernador de Guerrero Ángel Aguirre se vio obligado a presentar ante el Congreso local por presión de la CNTE.

Siempre habrá razones técnicas para cuestionar una evaluación o para sugerir otra. Pero ése no es el tema. El problema es que la CNTE considera que las plazas son propiedad privada, propiedad de los maestros; los ciudadanos, que pagan por todo el sistema educativo, no tienen derecho a pedir que las ocupen los más calificados o quienes puedan dar una mejor instrucción a los niños. La CNTE no está combatiendo una privatización de la educación pública, sino oponiéndose a que la privatización que ha beneficiado a sus agremiados pueda revertirse.

La reforma educativa impulsada por el Gobierno federal propone también la creación de un sistema profesional docente que idealmente permitiría que quienes accedan a cargos de dirección sean los maestros mejor evaluados. Sin duda habrá muchos problemas en la aplicación de este sistema y habrá que tomar medidas para que realmente los ascensos sean por mérito y no por compadrazgo.

Pero la CNTE lo que busca es algo completamente distinto. A través de la propuesta del Gobernador Aguirre al Congreso de Guerrero el sindicato pide que la promoción a cargos de dirección tome en cuenta los "usos y costumbres". En otras palabras, los ascensos se harían por cercanía a los líderes y no por mérito de los maestros. No sólo las plazas docentes permanecerían privatizadas, sino también los puestos de dirección. En este caso el dueño sería el sindicato.

La iniciativa de Guerrero crea la obligación para el Gobierno de la entidad de gestionar ante la Federación plazas adicionales magisteriales que deberán entregarse de manera automática, o sea, sin ningún tipo de evaluación, a los graduados de las nueve escuelas normales del estado. La reforma educativa plantea en contraste que cualquier plaza de maestro sólo podrá ser ocupada a través de un proceso de evaluación. La CNTE busca así garantías de que no sólo las plazas que ya son propiedad privada de sus agremiados permanezcan en esa condición, sino que se privaticen también de antemano las nuevas plazas para que sean entregadas sin concurso público a sus simpatizantes y futuros agremiados surgidos de las escuelas normales.

La CNTE tiene razón en un punto: sí estamos viendo una gran batalla política en torno a la privatización de la educación pública en nuestro País. Sólo que la CNTE está decididamente del lado de la privatización, siempre que beneficie a sus agremiados, mientras que el Gobierno federal parece estar buscando que la educación pública vuelva a ser pública.
 
Después
No cumplieron su amenaza los maestros de Guerrero. Pese a que el Congreso del estado no aprobó su iniciativa de reforma educativa, no bloquearon ni la Autopista del Sol ni la Costera Miguel Alemán en Acapulco. No sorprende. Se fueron de vacaciones. Ya regresarán después de su descanso.

 Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

 

¡Ah, esos universitarios!

Durante la campaña por la Presidencia de la República, López Obrador espantó con el petate del muerto: si Peña Nieto llega a Los Pinos, la maestra Elba Esther Gordillo será la Secretaria de Educación.

No fue la primera -ni será la última- vez que "el rayito de esperanza" espanta con el petate del muerto. Las reiteradas denuncias de la privatización de Pemex durante los gobiernos de Fox y Calderón lo ejemplifican hasta la saciedad.

Ahora, ante la inminencia de una reforma energética, vuelve a gritar: ¡ahí viene el lobo! Lo que sorprende en esta historia no es el uso de un recurso cada vez más desgastado, sino que amplios sectores de la población le sigan creyendo.

Esto es particularmente notable si se tiene en cuenta que en la última elección presidencial muchos jóvenes universitarios votaron por AMLO.

El fenómeno causa intriga a la luz de la biografía y la historia recientes. ¿Cómo se pudo olvidar o ignorar la larga lista de barbaridades que López había cometido en los últimos 12 años?

Enumero:
 
Si se piensa en lealtad, basta recordar la persecución que inició contra Rosario Robles y Cuauhtémoc Cárdenas, al día siguiente de su toma de posesión como Jefe de Gobierno.

Si se piensa en la honestidad valiente, basta evocar el video donde René Bejarano afirma que López Obrador sabe todo lo que él hace, al mismo tiempo que se embolsa cientos de miles de pesos.

Si se piensa en transparencia, basta pensar en Gustavo Ponce, en Las Vegas, apostando decenas de miles de dólares, para luego -bajo el manto protector de AMLO- huir y esconderse.

Si se piensa en responsabilidad, basta escuchar el grito: "¡Al diablo las instituciones!". Y luego las reiteradas amenazas y desafíos a la Suprema Corte de Justicia.

Si se piensa en Estado de Derecho, basta referirse a las condiciones escandalosas en que Carlos Ahumada fue procesado y detenido en la Ciudad de México, después de haber sido chantajeado por el Gobierno de AMLO.

Si se habla de un político veraz, basta revisar la serie de mentiras que construyó y difundió después del 2 de julio de 2006 para denunciar un inexistente fraude electoral.

Si se habla de rigor intelectual, basta visualizar el papelón que hizo en el programa de Televisa, "Tercer Grado", cuando descalificó al INEGI y se sacó de la manga una serie de datos falsos.

Por último, y más importante, si se habla de salud mental, basta rememorar su toma de posesión como "Presidente legítimo" el 20 de noviembre de 2006 y luego la instalación de su Gobierno patito, con todo y águila republicana.

Pese a este larguísimo recuento, López Obrador repuntó en la pasada elección presidencial y, como señalé arriba, los sufragios de muchos jóvenes universitarios fueron parte del caudal de casi 16 millones de votos que recibió.

La pregunta se formula entonces por sí sola: ¿qué es lo que aprenden y quién les enseña a esos jóvenes en las universidades públicas y privadas? La respuesta tiene, sin duda, muchas aristas y obliga a una investigación profunda.

Sin embargo, hay varios elementos que se pueden esbozar y adelantar: a los jóvenes se les enseña y vende una verdad maniquea que tiene varios componentes.

Primero, México vivió bajo el priato en la oscuridad total. Fue un sistema autoritario y bárbaro que imperó a lo largo de todo el siglo 20.

Segundo, no hay matices ni diferencias, los priistas llevan el autoritarismo en el ADN. Es ingenuo esperar que se reformen. Una vez en el poder, se quedan para siempre.

Tercero, las oposiciones de izquierda o de derecha son preferibles al regreso del PRI a Los Pinos. Es una obligación y una responsabilidad generacional impedir que la historia dé marcha atrás.

Sobra decir que este maniqueísmo, como cualquier otro, simplifica y falsea la historia reciente y no tan reciente.

Porque el priato arranca en 1928, pero a lo largo de 71 años hay muchas etapas y diferencias fundamentales entre los gobiernos.

Bajo el priato se construyeron instituciones fundamentales y el País se industrializó y modernizó.

El priato nunca fue un sistema totalitario como el socialismo real en Rusia y Europa del Este o como la dictadura totalitaria de los hermanos Castro en Cuba, que por cierto sigue concitando la admiración y veneración de amplios sectores de la izquierda.

El priato, en su etapa final, que arranca en 1982 y se cierra en el 2000, se abrió a una serie de reformas económicas, políticas y sociales que ingresaron a México en el siglo 21 y posibilitaron la alternancia en paz y en orden.

Dicho de otro modo, si el diagnóstico que afirma que los priistas portan en su ADN el autoritarismo fuese cierto, la transición democrática en México no se habría alcanzado por la vía de las urnas, sino por medio de movilizaciones, protestas y hasta balazos.

Pero hay más. La izquierda mexicana, en sus dos afluentes: socialista (marxista) y nacionalista revolucionaria (priista disidente), tiene componentes autoritarios y conservadores.

Por el lado socialista, porque -salvo notables excepciones- jamás hicieron un recuento ni una autocrítica de las tesis revolucionarias.

Por el lado nacionalista-revolucionario, porque se quedaron atrapados en el viejo paradigma del Estado corporativista y nunca pusieron en cuestión la tesis cardenista del pueblo bueno integrado por obreros y campesinos, que ellos encabezan.

No debe sorprender, por lo tanto, que la amalgama de socialistas y priistas disidentes haya terminado bajo la férula de un liderazgo autoritario y conservador que, de alcanzar la Presidencia, marcaría, ése sí, el regreso del PRI más vetusto y autoritario.

Eso es lo que muchos jóvenes universitarios no logran entender aún.
 
Jaime Sánchez Susarrey

lunes, marzo 11, 2013

 

Chávez, revisited (populismo)

Allá por el final del 2011 publiqué en estas páginas un artículo que titulé 'Inflación bolivariana'. En aquel entonces, dije que la venezolana tenía la dudosa distinción de ser la economía con la inflación más alta de América Latina. Fiel en el error, la política económica populista del recién fallecido Hugo Chávez ha permitido a Venezuela mantener el primer lugar en ese aspecto. La gráfica que acompaña a esta nota pone de manifiesto que el fenómeno no es accidental. Se trata de un proceso que caracterizó a todo el periodo de gobierno del 'comandante'.

En el más burdo estilo autoritario, Chávez decretó en 2011 un control de precios cuya intención era garantizar a la población el acceso a bienes y servicios a 'precios justos' -depurados, por supuesto, de las alzas especulativas propias del capitalismo monopólico. El 'comandante' puso al banco central (la infortunada caja chica de la presidencia) a cargo de la imposible tarea de monitorear el cumplimiento de la ley. (La caja grande era PDVSA, la compañía petrolera). Por supuesto, como ha sido siempre el caso en la historia económica, el esquema fracasó, pero no sin causar las distorsiones típicas del mismo: escasez, mercado negro, corrupción, etcétera.

En términos irreverentes, el episodio anterior se antoja una versión materialista del tema que campeó en la obra del ilustre venezolano Rómulo Gallegos: el conflicto entre barbarie y civilización. Otra de sus manifestaciones, que ocurrió algunos días antes del fallecimiento de Chávez, fue una nueva devaluación (46 por ciento) de la moneda nacional, el bolívar, frente al dólar estadounidense. A lo largo de los últimos tres lustros bolivarianos, el tipo de cambio nominal se multiplicó por 10. No podía ser de otra manera: recurrir a la impresión de dinero para financiar los desequilibrios fiscales conduce a la inflación de los precios, esto es, a la pérdida del valor interno de la moneda. Ello se traduce fatalmente en una pérdida de su valor frente a las divisas extranjeras, sin que las autoridades puedan evitar el desenlace recurriendo a los controles de cambios. Esto lo sabe cualquier economista medianamente civilizado, pero lo ignora la barbarie de los líderes iluminados. Lo anterior se agrava si las políticas públicas hacen del estado de derecho un estado de inseguridad.

En un intento por completar el cuadro anterior, revisé los datos de producción industrial de Venezuela de los 15 años más recientes, pero me desconcertó encontrar que tienen variaciones tan abruptas que los hacen razonablemente sospechosos. Tanto así, que parecen pertenecer más bien al 'realismo mágico' de la política que a la estadística.

Por cierto, hablando de números, el Financial Times citó hace poco como uno de los logros de Chávez el haber reducido la pobreza a la mitad. La cifra puede ser producto de los subsidios, pero es imposible creer que sea consecuencia de un aumento repentino de la capacidad productiva de la población indigente. En otras palabras, no es duradera.

No sé qué pasará en el corto plazo ahora que el 'petrocaudillo' Chávez ha muerto. Sin embargo, me parece lógico suponer que, quizá más tarde que temprano, la economía sufrirá un ajuste drástico. Cuando suceda, los de abajo la pasarán muy mal. Tal es el legado trágico del populismo, cualquiera que sea su signo. En México lo sabemos muy bien.
 
Everardo Elizondo

 

La momia (de Chávez)

Alguna vez Hugo Chávez habló de lo macabro que le parecía embalsamar el cuerpo de un ser humano. Es una de las pocas expresiones que puedo entrecomillar coincidiendo con él. Contemplar un cadáver insepulto, decía, representa un signo evidente de la "inmensa descomposición moral" que sacude a nuestro planeta. Le parecía repulsivo que la gente pagara por ver un cuerpo preservado artificialmente con químicos y trapos. Se refería a la horrible exposición de cadáveres disecados que ha viajado por el mundo y resolvió prohibirla para que no la vieran los caraqueños.

García Márquez también había condenado la mala costumbre de embalsamar. Los egipcios habrán tenido sus razones pero no hay forma de justificar la "costumbre creciente de los regímenes comunistas, que parecen confundir el culto de los héroes con el culto de sus momias", escribía el novelista en un artículo de 1982. Eso no era lo que, al parecer le molestaba al caudillo. Lo que le ofendía con la exhibición de los cadáveres era el morbo que suscitaban los cuerpos exhibidos y el negocio que alguien hacía. Al pontificador le indignaba que se traficara con la muerte; que unos empresarios lucraran con un cuerpo al que no se le permite descomponerse. El problema era el negocio: en la misma intervención justificaba que los cuerpos sin vida sirvieran a la ciencia.

Lloró al ver los huesos de Bolívar. "¡Hemos visto los restos del gran Bolívar!", tuiteó el Presidente tras exhumar los huesos del héroe. "Confieso que hemos llorado. Les digo: tiene que ser Bolívar ese esqueleto glorioso, pues puede sentirse su llamarada. Dios mío. Cristo mío". Para Chávez, el esqueleto no eran escombros de calcio sino materia resplandeciente: chispa de divinidad. Si los cadáveres podrían servir a la ciencia, ¿por qué no usarlos para el fomento de la fe patriótica? La abominable momificación será la máxima recompensa del megalómano.

En eso me interesa detenerme: en el culto de Chávez. Muchos han hablado de los efectos ruinosos de su caprichoso régimen en la economía, de su despotismo, sus extravagancias; otros han celebrado su política social, su combate a la pobreza, su impacto continental. Quisiera tocar el punto que me parece más extraordinario de su política: la demostración de que en el siglo 21, en una de las democracias más estables (y más prósperas) de América Latina hay espacio para una política devocional que pervierte los instrumentos de la democracia sin eliminarlos.

El régimen chavista es el mejor ejemplo de una democracia antiliberal, una autocracia electiva. Para Chávez, la democracia liberal estaba podrida: había que tirarla a la basura, pero conservar su cáscara. Fundó un nuevo régimen, se hizo una Constitución a su medida, concentró el poder, anuló la autonomía de los contrapesos, hostigó a sus adversarios. Autoritarismo competitivo lo han llamado: un sistema político que mantiene las instituciones democráticas formales pero le ofrece a los detentadores del poder tales ventajas que hace casi imposible su derrota. Hay competencia electoral pero es abismalmente inequitativa.

Se vio como hijo de Fidel Castro. A la dictadura cubana le confió su seguridad y hasta su vida. Al guerrero del antiimperialismo no le incomodó compartir soberanía con los cubanos. Venezuela y Cuba comparten gobierno, llegó a decir. De Castro aprendió la retórica revolucionaria, los discursos interminables, las artes de la polarización interna y externa, pero no puede decirse que el chavismo sea la segunda versión del castrismo.

El chavismo no tuvo esa propensión totalitaria de expropiarlo todo, de eliminar toda disidencia, de prohibir cualquier voz discordante. El petróleo, dice Francisco Toro, le permitió a Chávez sustituir el gulag con la chequera; y en lugar de abolir la sociedad civil, se creó una sociedad paralela a través de sus universidades, sus sindicatos, sus estaciones de radio y sus organizaciones comunitarias. Tal vez el chavismo sea el experimento clientelar más exitoso de las últimas décadas.

El fin de la Guerra Fría y los altísimos precios del petróleo le abrieron la puerta a un personaje de una energía extraordinaria para fundar un régimen de nuevo tipo. No mató a la democracia, la adulteró aprovechando su desprestigio. La corrupción de la vieja clase política, la desaparición de las diferencias ideológicas, el distanciamiento de la gente, el tedio le pusieron la mesa al caudillo.

El populismo es el síntoma de los padecimientos democráticos. Tiene la habilidad de restituir una dimensión simbólica de la política a la que el liberalismo ha renunciado explícitamente. En el espejo del populismo puede verse el vacío liberal, la vulnerabilidad liberal. La plena secularización de la política, la deshidratación simbólica de la democracia para volverla simple procedimiento, el desmembramiento de lo comunitario, la ilusión de una civilizada política conversada son apuestas precarias.

Jesús Silva-Herzog Márquez
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

sábado, marzo 09, 2013

 

Mito Venezolano

Es increíble que el poder mediático de Hugo Chávez haya llegado hasta México. Las opiniones de mexicanos diciendo que en Venezuela Chávez acabó con la pobreza y que en México estamos peor que allá muestra que el mito venezolano se esparció por el mundo. Un país que tiene inflación galopante, control de precios, que importa más del 90% de lo que consume, con más del doble de asesinatos por cada 100 mil habitantes que México, y con escasez de alimentos, no puede decir que está mejor que México o que haya acabado con los pobres.
 
Dar dádivas a costa del Erario, políticas populistas, no es la solución así sea aplaudida por algunos. En México ya lo vivimos entre 1970 y 1982 y aún seguimos pagando las consecuencias. Y así Venezuela, aún sin Chávez, tardará 30 años en poner su economía en el buen camino y lograr la estabilidad que México ha gozado en los últimos 15 años.
 
 

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