viernes, enero 26, 2007

 

Lo que la tortilla nos dejó

En poco menos de dos semanas los legos aprendimos qué son los cupos de importación de maíz; la diferencia entre el grano blanco y el amarillo; de qué está hecho el etanol y para qué sirve; cómo se balancea la alimentación de los mexicanos; entramos al debate de si el Estado debe subsidiar o no a los pobres, y nos enteramos de que la política energética de Bush virará en busca de combustibles alternos y, de paso, afectará los precios internacionales de la tonelada de maíz. Todo, a propósito del incremento del precio de la tortilla.

Un problema que comenzó como una calamidad -el alza en el precio de este alimento básico más allá de los 10 pesos por kilo-, abrió las puertas de un tema mucho más complejo, con múltiples aristas, que permite revisar varios asuntos interrelacionados que son vitales para concebir el futuro económico de México.

De la ruta que va de la tortilla al zurco, lo primero fue tratar de contener a los acaparadores y a quienes monopolizaban la comercialización agrícola; lo segundo, entender que los precios internacionales del maíz, impactan a nuestra cadena productiva. Simplemente no somos una isla en el mundo, la globalización de los mercados no es una hipótesis teórica, sino una necia realidad que se impone sobre los aislacionistas.

Lo que ha seguido son los esfuerzos por hacer que el impacto de ese mercado mundial, distorsionado, porque nadie puede seguir defendiendo el credo de que los mercados son perfectos, no deje sin alimento a los mexicanos, sobre todo a los que menos tienen.

Por delante está la tarea de definir qué queremos hacer con nuestro agro que, de acuerdo con la agenda del TLCAN, en 2008 tendrá que enfrentar la apertura comercial con Estados Unidos y Canadá, en condiciones de franca desventaja.

También parece que estamos a tiempo de definir si le entramos como país a la generación de etanol a partir de maíz o de caña de azúcar, que al parecer será una de las fuentes renovables de energía más solicitadas en un futuro cercano, una vez que economías como la estadounidense estén dispuestas a quitarse de encima la dependencia del petróleo. Actualmente no producimos gran cosa de etanol, pero una política de fomento a dicho sector debe analizarse por sus méritos, no por los mitos, aquellos de si somos o no un pueblo de maíz

Además, lo sano del debate democrático es que también podamos ponderar las atribuciones del Estado para intervenir en determinados mercados en favor de la población. Controles de precios y subsidios volvieron a adquirir vigencia en el contexto de estas dos semanas. Hay quienes plantean que no debe ser política sistemática; a otros les parece lo contrario. En lo que nadie puede estar en desacuerdo es en el reto más profundo: ¿qué hacemos con la pobreza? La estamos simplemente sobrellevando o realmente se trata de resolverla.

El debate del maíz y la tortilla, con todas sus implicaciones, es tan complejo que debe partir de consideraciones técnicas, sin partidismos. Se necesitan soluciones realistas, pragmáticas y con alto sentido social. No hay espacio para el dogmatismo. La pobreza no es propiedad de nadie, es responsabilidad de todos; eso es lo que debería recordarnos la tortilla.

Editorial de El Universal, 26 de enero 2007

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Soluciones pragmáticas, eso es lo que requerimos. Los campesinos necesitan ganar más, son de los más pobres entre los pobres en México. ¿Cómo pueden ganar más sin afectar a los consumidores? Porque la fácil, como muchos demagogos y populistas han hecho y propuesto, es subsidiar al campo. Pero eso no resuelve nada, prueba de ello es que el campo sigue igual. ¿Y si se aumenta el precio del maíz? Tampoco es una solución viable, pues como ya vemos afecta a los consumidores, y no todos los pobres son campesinos que siembra maíz. ¿Entonces? Que los campesinos siembren lo que más les reditue, con mayor eficiencia. Los dogmatismos, paradigmas, de que somos el pueblo del maíz, ya no tienen cabida en el siglo XXI.

Si hoy en día la tonelada de maíz se paga por arriba de los 2000 pesos, pues que siembren maíz, pero de manera eficiente, produciendo más de 8 toneladas por hectárea. Y si no es redituable por la orografía, el clima, o la extensión de tierra pequeña, pues ahí están las hortalizas. Y si México no es autosuficiente en un alimento no importa. Lo que importa es que la población tenga los suficientes ingresos como para comprar sus alimentos, sin importar donde hayan sido producidos. Por eso hay que producir, sembrar, fabricar, lo que nos deje más dinero, para lo que somos buenos, lo que sea más rentable.

¿Lo entenderán los populistas?

Dany Osiel Portales Castro

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