lunes, noviembre 19, 2018

 

Bancos para pobres

"Nunca proporciones soluciones pobres a los pobres". Chetna Sinha

PUEBLA.- Una de las presentaciones que más me impresionó este pasado fin de semana en la Ciudad de las Ideas, el festival de mentes brillantes que dirige Andrés Roemer, fue la de Chetna Sinha. Esta mujer originaria de la India, de origen muy humilde, que llegó a ser copresidenta del Foro Económico Mundial de Davos en este 2018, fundó y dirige el Mann Deshi Bank, una cooperativa que abre cuentas de ahorro y otorga préstamos a las mujeres más pobres de la India.

 

Los servicios bancarios son cruciales para que las mujeres puedan rescatarse a sí mismas, y a sus familias, de la pobreza. Para operar, sin embargo, Mann Deshi ha tenido que enfrentar la incomprensión y conservadurismo de los funcionarios y políticos que establecen las reglas de operación bancaria en la India.

 

El Banco de la Reserva de la India negó originalmente a Mann Deshi la licencia para operar porque las mujeres que integraban el banco no sabían leer ni escribir y, por lo tanto, según el regulador, no podían firmar documentos ni entender los términos de los contratos. Chetna Sinha pensó darse por vencida, pero las propias mujeres a las que había entusiasmado lo impidieron y aprendieron a leer y escribir para que el regulador bancario no tuviera ya ese pretexto para negar la licencia.

 

Hoy el Mann Deshi Bank recibe depósitos y otorga créditos a cientos de miles de mujeres pobres de la India, las cuales solamente pueden ahorrar en muy pequeñas cantidades. Cuando se le pregunta a la fundadora cómo puede el banco sobrevivir con un capital exiguo, su respuesta es: "Nuestro valor es nuestro capital".

 

Es muy probable que en México Mann Deshi nunca habría podido surgir, ni mucho menos prosperar. El ánimo regulatorio de nuestros políticos lo habría asfixiado antes de nacer. Una medida como la que pretende el senador Ricardo Monreal, de prohibir las comisiones bancarias, impediría el establecimiento de bancos para los pobres. Los políticos de derecha que dicen ser de izquierda, como Monreal, piensan que los bancos solo deben ser para los ricos.

 

La banca de los ricos puede vivir sin comisiones y con bajos diferenciales entre las tasas pasiva y activa de interés. Los costos administrativos en cuentas o créditos multimillonarios son relativamente pequeños, en cambio los de una cuenta o un préstamo pequeños representan un porcentaje mucho más alto del capital. Por eso la banca de los pobres tiene tasas de interés o comisiones relativamente altas.

 

Mann Deshi, como otros bancos que dan servicio a los más pobres, se ha sostenido gracias a que recurre con libertad a una mezcla de comisiones y tasas de interés. De otra manera el servicio no se podría otorgar y las usuarias se quedarían sin servicios, o tendrían que recurrir a los prestamistas no regulados, cuyas condiciones son mucho peores. Supongo que esto último es lo que pretende Monreal, quien cuando fue jefe delegacional en Cuauhtémoc permitió que se mantuviera el comercio informal.

 

Si Monreal realmente quisiera que los pobres tuvieran servicios financieros, debería impulsar medidas para que más instituciones pudieran ingresar al mercado. En lugar de prohibir comisiones o controlar precios, liberalizaría las reglas para que pudieran crearse más bancos para los pobres que compitieran libre e intensamente entre sí. El problema es que los populistas necesitan a los pobres para votar por ellos; y si los pobres dejan de ser pobres, ya no podrán ser manipulados.

· ¿NO IMPORTA?

Quienes dicen que no importa que caigan la Bolsa y el tipo de cambio por las ocurrencias de Monreal no saben que las crisis económicas suelen empezar por desplomes bursátiles y devaluaciones. Por eso López Obrador está tan interesado en distanciarse de la prohibición de las comisiones bancarias de Monreal.

 

Sergio Sarmiento 

@SergioSarmiento


domingo, noviembre 04, 2018

 

Gobierno para la prosperidad

Todos los Presidentes se sienten destinados a cambiar el mundo, pero ninguno lo ha logrado en el último medio siglo. ¿Qué diferencia podrá hacer el próximo?

 

Los recientes intentaron todo: gasto público exacerbado (Echeverría y López Portillo), pactos (Miguel de la Madrid y Peña Nieto), alianzas (Salinas), acuerdos (Zedillo) y tratados (como el TLC). Muchos planes, pero los resultados no son encomiables porque ninguno enfrentó el principal reto del País: el de cómo y, sobre todo, para qué gobernar.

 

Con AMLO existe la oportunidad de una transformación cabal porque goza de una legitimidad inusual, pero sobre todo porque no está comprometido a preservar el statu quo.

 

Si uno observa al País desde al menos 1964, cuando Díaz Ordaz asumió la Presidencia, todos los Presidentes comenzaron con grandes planes, pero, con la sola excepción de Zedillo, acabaron mal: unos porque provocaron crisis incontenibles, otros porque sus actos los desacreditaron al punto de no poder volver a ver la luz pública. Todos prometieron el cielo y las estrellas, pero pocos acabaron bien.

 

Sin duda, algunos dejaron legados trascendentales (como el TLC) y otros construyeron instituciones que han cambiado la naturaleza de la problemática. Todos, cada uno a su manera, intentaron reformar al País para lograr un crecimiento elevado y sostenido, pero ninguno logró que ése fuera el caso para el conjunto de la población.

 

Hoy es claro que nadie ha querido o ha estado dispuesto a enfrentar el problema de fondo de nuestra estructura institucional y política: aunque mucho ha cambiado, el Gobierno ha quedado igual. El País ha cambiado mucho, pero la prosperidad generalizada sigue sin llegar.

 

Si la economía y la demografía ofrecen ingentes oportunidades, la crisis de seguridad, la pobreza y la rijosidad política constituyen fardos que nos detienen y obstaculizan. Porque, a final de cuentas, si el propósito de gobernar no es la prosperidad, su función es irrelevante. Y el récord del último medio siglo no es encomiable en esta medida. Tampoco lo es la forma en que AMLO pretende gobernar, como ilustró la faena del aeropuerto.

 

Hace tres o cuatro años el Gobierno mandó hacer una encuesta de percepciones sobre el País. El resultado se expresaba en una gráfica de barras en la que aparecían, de mayor a menor, los asuntos que la población evaluaba de manera positiva, descendiendo hacia los que percibía como negativos.

 

De esta forma, había barras muy altas del lado izquierdo de la gráfica y otras muy negativas del lado derecho: las del lado izquierdo se referían a la naturaleza del mexicano, la comida, la afabilidad, el arte, la historia, las exportaciones y demás. Luego seguían muchas barritas pequeñas cubriendo asuntos que no se percibían como buenos ni malos, para acabar con una serie de barras hacia abajo, cada una peor que la anterior: éstas se referían a las Policías, la educación, el Gobierno, las autoridades hacendarias y los tribunales.

 

O sea, la población aprobaba todo lo que es parte de nuestra historia y de la población y reprobaba todo lo que se vincula con el Gobierno. Ése es el problema del País: no tenemos un Gobierno que funcione para lo relevante, para generar prosperidad.

 

A los políticos les encanta emplear el término "gobernabilidad" para referirse a la capacidad de hacer lo que les da la gana. AMLO no tiene ese problema y lo ha demostrado de manera cabal. El problema para él es que tiene que arrojar resultados: no es suficiente desmantelar programas existentes o tener una mayoría abrumadora en el Poder Legislativo. Si no logra la prosperidad del País, su enorme poder resulta intrascendente.

 

La historia enseña que recrear los mismos vicios, programas y estrategias que no funcionaron en el pasado tampoco funcionarán ahora. El País y el mundo han cambiado, lo que obliga a buscar nuevas formas de acceso a las oportunidades para toda la población.

 

Si quiere acabar bien, el Gobierno tiene que crear condiciones para la prosperidad de la población y, para eso, debe no sólo cambiar la estructura del Gobierno, sino construir medios de acceso para la población que siempre ha estado excluida.

 

No basta ser poderoso: para salir del hoyo es imperativo crear un nuevo sistema de Gobierno institucionalizado y con criterios explícitos de inclusión social.

 

La tragedia de su consulta sobre el aeropuerto es que sólo pensó en el cambio de relaciones de poder, sin reparar en sus consecuencias en términos de desarrollo a largo plazo.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


 

Conducta e Incentivos

El área de comunicación del Presidente electo emitió el comunicado 071 "Presidente electo anuncia iniciativa de Ley de Responsabilidad Ciudadana; se suspende fiscalización y vigilancia a negocios". Y enlista, a modo de puntos destacados, una mezcla entre medidas administrativas, decisiones políticas y decretos omnipotentes.

 

Juzguen: "No existirá la figura de inspectores en ninguna dependencia federal. México será de los países con mayor honestidad en el mundo: AMLO". Acoto: de no haber mediado los dos puntos entre "mundo" y "AMLO", el enunciado sería premonitorio. "Habrá un nuevo pacto con la ciudadanía, partirá de la confianza. Estoy seguro que todos los ciudadanos van a actuar de manera responsable. Ciudadanos cumplidos recibirán reconocimiento público". Y más.

 

El próximo Presidente da a entender que aquilata la confianza como divisa personal y eje articulador de lo que llama "nuevo pacto" con la ciudadanía (en este sentido, y por la decisión de suspender el NAIM, su escudero fiel Alfonso Romo ya va perdiendo la batalla).

 

Nos describe un panorama donde no habrá fiscalización gubernamental, sólo revisiones aleatorias, donde bastará la palabra para manifestar que se conocen las leyes y se actuará de manera responsable. Y añade: "no se va a necesitar abogado, no se va a necesitar ningún contador público".

 

Si yo fuere de alguna de estas dos profesiones estaría preocupado, pero contento de vivir en un mundo sin litigios ni estados financieros. ¿Y si le añade que tampoco habrá enfermedades? (Perdón, amigos médicos).

 

¿Es posible que con tanta buena voluntad, con sus decretos y con su ejemplo el próximo Presidente pueda cambiar a la sociedad mexicana? Más allá de opiniones personales, veamos lo que dicen los expertos en comportamiento individual y colectivo.

 

En "La Verdad Honesta sobre la Deshonestidad", Dan Ariely, catedrático en psicología y economía conductual por la Universidad de Duke, concluye que hay factores que inhiben la deshonestidad: un código de honor, de ética o manifiesto firmado, recordaciones morales en lugares y momentos precisos, y la supervisión. No hay evidencia de que con el ejemplo de un Presidente cambie el comportamiento de la sociedad. Tampoco eliminando la supervisión.

 

En "El Efecto Lucifer", Philip Zimbardo establece que la conducta humana está sujeta a fuerzas del contexto o del sistema que harán que una persona buena realice acciones malas.

 

No se trata de decretos de los autores, son deducciones a partir de experimentos serios.

 

Esa fuerza del contexto o sistema es nada más ni nada menos que ¡la cultura!, es decir que para cambiar la conducta hay que cambiar el sistema (la cultura), pero el próximo Presidente no cree en esto, para él la palabra "cultura" es sinónimo de mexicanidad, nacionalidad. Percibo que se siente ofendido cuando se le dice que la corrupción sí es cultural.

 

Sin embargo, atina en decir que acabar con la corrupción "no depende de un sólo hombre, de un dirigente, de un Presidente, depende de todos". Ahora que alguien le explique al Presidente electo que la conducta se cambia modificando los incentivos, las señales cotidianas, eliminando las trampas (que, está comprobado, son contagiosas) y las acciones ilegales.

 

El comunicado también menciona que el próximo Presidente invita a los Gobiernos estatales "para que se sumen a este cambio en la cultura política que busca terminar con la corrupción...". ¡¿Ya lo leyó AMLO?! Dice "cultura política". ¿Por qué se reconoce que hay cultura política que debe ser cambiada, pero no cultura ciudadana?

 

Aplaudo que se vaya a reconocer a ciudadanos cumplidos. He mencionado anteriormente que Zimbardo propone un "nuevo heroísmo" en las sociedades enfermas, como la nuestra, para revalorar las conductas excepcionales (que ayer eran ordinarias).

 

La cultura (insisto: entendida como el sistema social de normas no escritas) se cambia para bien cuando vemos ejemplos positivos. Cambiar los modelos de conducta de niños y jóvenes será particularmente poderoso.

 

Si el Estado comandado por AMLO es capaz de administrar los incentivos correctos, podrá pasar a la historia en letras de oro. Si no, nada más pasará a la historia.

 

Eduardo Caccia

ecaccia@mindcode.com


 

Reducto de Libertad

Las expresiones y actitudes del Presidente electo sobre la prensa que no le agrada son altamente preocupantes. Y lo son más ahora, porque resuenan en las redes sociales como una orden de ataque.

Muy pronto, nada podría impedir que sus partidarios más enardecidos pasen de la batalla verbal a la física. Si ocurre en Estados Unidos (donde las arengas de Trump contra las supuestas "fake news" han provocado ataques a periodistas del New York Times, el Washington Post o CNN), nada impide que la prensa "fifí" -como la llama López Obrador- comience a sufrir embates similares.

La tensión entre los medios impresos y el poder tiene una larga historia. En un ensayo de 1954 titulado "La Prensa y la Libertad Responsable en México", Daniel Cosío Villegas escribió que la nuestra era "una prensa libre que no usa su libertad". El Gobierno, es verdad, tenía "mil modos" para "sujetarla y aun destruirla".

Piénsese, por ejemplo, en una restricción a la importación de papel fundada en la escasez de divisas; en una elevación inmoderada de los derechos de importación al papel o a la maquinaria; en la incitación a una huelga obrera y su legalización declarada por los tribunales del trabajo, en los cuales el voto del representante gubernamental resulta decisivo; etcétera.

Con todo -concluía don Daniel- la prensa tenía un margen de libertad que desaprovechaba. Era próspera, pero inocua, vacía de ideas e ideales y, sobre todo, servil: "simplemente ha aceptado la idea de la sujeción (al Gobierno), se ha acomodado a ella y se ha dedicado a sacar ventajas transitorias posibles sin importarle el destino final propio, el del País y ni siquiera el de la libertad de prensa, a cuya salvaguarda se supone estar consagrada en cuerpo y alma".

El razonamiento de Cosío Villegas tuvo su prueba de fuego en el sexenio de Luis Echeverría, cuando surgió un periódico decidido a rechazar la sujeción y defender la independencia crítica. Era el Excélsior de Julio Scherer. El Gobierno había empezado bajo la promisoria consigna de la "apertura democrática", la "crítica y la autocrítica". Por supuesto, era una treta.

Al poco tiempo Echeverría comenzó a perorar contra aquel periódico donde cada sábado aparecían los punzantes artículos del "escritorzuelo" Cosío Villegas. Cuando esa táctica intimidatoria falló, su Secretario de Gobernación contrató una pluma mercenaria para escribir un libelo titulado "Danny, discípulo del Tío Sam". Acto seguido, Echeverría indujo un bloqueo de publicidad privada (la oficial era muy menor). En última instancia, orquestó el golpe al diario, lo confiscó en los hechos, volviéndolo un esclavo del régimen.

Su sucesor, López Portillo, incrementó la presencia oficial en los medios para domesticarlos. Y, argumentando el famoso "no pago para que me peguen", cortó la publicidad a Proceso. Fue inútil. Para entonces, además de Proceso, habían nacido revistas y periódicos empeñados en ejercer la independencia crítica.

Vivimos otros tiempos, pero la tensión persiste. Sujeta a las viejas restricciones, y lastrada por sus vicios y conveniencias, nuestra prensa no usa plenamente su libertad. Dependientes de la publicidad oficial, muchos medios ceden a la servidumbre voluntaria. A riesgo de perder el alma, deberían resistir.

Tampoco el próximo Gobierno debe actuar de manera ilegítima contra la prensa. Es correcto que busque dar la mayor transparencia a sus vínculos económicos con los medios y acote o incluso cancele la publicidad oficial, pero no tiene razón en descalificar a los que le resultan incómodos.

Llamar a la prensa "fifí" es imputarle intereses ocultos o ideologías contrarias a la verdad histórica encarnada en el poder. Es un abuso. Si existen pruebas de esos intereses ocultos, que se exhiban. Y ningún poder tiene el monopolio de la verdad histórica.

No sólo falta a la justa razón el Presidente electo, también al derecho. En este tema incide el criterio de asimetría entre las partes, sobre el cual la Suprema Corte ha sentado jurisprudencia. Las sentencias que ha emitido en los últimos años han privilegiado la libertad de expresión bajo una idea rectora: entre mayor sea la relevancia pública del objeto de una crítica, mayor latitud tendrá la libertad de expresión para criticarlo.

Tomando en cuenta su posición de poder, y por respeto a la razón, el derecho y aun la vida de los periodistas, el Presidente electo debe mostrar la mayor tolerancia ante la crítica hacia su persona y su gestión. Y la prensa, contra viento y marea, debe seguir siendo un reducto de libertad.

 

Enrique Krauze


viernes, noviembre 02, 2018

 

El pueblo manda

"En una democracia es el pueblo el que manda, es el pueblo el que decide".

Andrés Manuel López Obrador

 

El Presidente electo no tenía por qué inventar una falsa consulta popular. La construcción del aeropuerto de Texcoco empezó por una orden del Ejecutivo y puede detenerse por una orden similar. El propio Enrique Peña Nieto canceló la refinería de Tula iniciada por Felipe Calderón sin recurrir a una consulta y sin hacer ruido en los mercados.

 

Sin embargo, una de las características de los gobernantes populistas es que "afirman que tienen una conexión carismática directa con 'el pueblo'... No les gustan las instituciones y buscan debilitar los equilibrios que limitan el poder personal de un líder en la democracia liberal moderna", según apunta Francis Fukuyama ("Identity: The Demand for Dignity and the Politics of Resentment").

 

Fukuyama se refería a Donald Trump, pero los populistas de todo el mundo actúan igual, al margen de las instituciones democráticas. Reciben órdenes directamente del pueblo. "Los mexicanos", dice Andrés Manuel, "quieren que se les consulte, quieren que se les pregunte y lo mejor para no equivocarnos es preguntar".

 

No es López Obrador el único que manda obedeciendo. Hugo Chávez decía: "Mándeme el pueblo, que yo sabré obedecer"; el subcomandante Marcos declaró: "Que manden los que mandan obedeciendo"; incluso Gustavo Díaz Ordaz afirmaba: "Quien supo obedecer, sabrá mandar".

 

Cuando los populistas enfrentan problemas no los resuelven en los tribunales, negocian personalmente con los afectados. Trump amenaza a las empresas que toman medidas con las que no está de acuerdo, como las que mudan plantas a México, y alaba a las que lo obedecen. López Obrador acusa de corrupción a las compañías que han participado en la construcción del aeropuerto de Texcoco, pero se reúne con sus directivos para tranquilizarlos, como Alberto Pérez Jácome de Hermes y Guadalupe Phillips de ICA.

 

Al igual que los ejecutivos de las firmas estadounidenses con los que Trump se sienta a hablar, los mexicanos se ven obligados a expresar públicamente su apoyo al "Señor Presidente". Sus empresas dependen de los contratos del Gobierno; no tienen más opción que aceptar la garantía personal del futuro Mandatario que los compensará por sus pérdidas, quizá con otros contratos.

 

Los contratos cancelados, sin embargo, deben compensarse en los términos del propio contrato, como en el caso del tren interurbano de Querétaro.

 

Si bien el nuevo Presidente tiene la facultad de cancelar la construcción del aeropuerto, no puede compensar las pérdidas otorgando contratos de manera discrecional. Lo que se construya en Santa Lucía tendrá que ser licitado, porque así lo ordena la ley.

 

Los gobernantes populistas afirman que son necesariamente buenos y sus enemigos serán siempre perversos. Trump lo reitera en cada tuit y en cada discurso. López Obrador, también, afirma que los gobernantes anteriores no "tienen llenadera", pero él, con su ejemplo de hombre honesto, hará que la corrupción desaparezca.

 

Esta semana afirmó que había encontrado un proyecto para convertir los terrenos del actual aeropuerto en un nuevo Santa Fe, lo cual explicaría por qué las empresas se oponen a la cancelación de Texcoco. No explicó que los terrenos son federales y el uso de suelo lo decide el Gobierno capitalino, por lo que los únicos que podrían hacer negocio ahí serían él y Claudia Sheinbaum.

 

La cancelación del aeropuerto es importante, pero la forma lo ha sido más. El Presidente electo nos está diciendo cómo va a gobernar. Y no es precisamente que el pueblo vaya a mandar.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com


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