domingo, agosto 29, 2021

 

El perseguido

¿Fue AMLO un perseguido político cuando lo desaforaron el 7 de abril del 2005? Sin duda. No importa si había desacatado o no una orden judicial. En México no se castigaba a los políticos por eso. Fox utilizó ese pretexto para tratar de sacarlo de la contienda electoral.

 

AMLO creció con el desafuero. El gobierno reculó y, al final, era AMLO quien quería irse a la cárcel, lo cual lo evitaron dos panistas pagando la fianza en contra de su voluntad. En palabras de la mañanera de este lunes, refiriéndose al caso de Ricardo Anaya: "no afecta ir a la cárcel cuando uno es inocente, porque cuando se es luchador social, (...)se fortalece un dirigente".

 

Muchos gobiernos autoritarios son muy escrupulosos con la ley, cuando ésta es útil para presionar a un adversario. Con una ley barroca y complicada, hasta un mero error deja vulnerable a un contrincante. Lo dijo AMLO ante el Congreso el día que lo desaforaron: "Todo acto autoritario suele encubrirse en un discurso de aparente devoción por la legalidad".

 

Cuando se aceptan testimonios como prueba suficiente de un supuesto delito, basta un delincuente confeso para inculpar a alguien. El extremo de esto sucedía en las dictaduras comunistas. La declaración de un viejo amigo sobre una supuesta frase contraria al gobierno era prueba suficiente para mandar a alguien a Siberia.

 

AMLO ya concluyó que Ricardo Anaya es culpable: "Yo no te mandé a que hicieras esas cosas", dijo en la mañanera del 24. Sin embargo, todos somos inocentes mientras un juez no determine lo contrario. Un Presidente que determina culpabilidades, que serán repetidas por sus fieles seguidores, corrompe el debido proceso.

 

La justicia debe procurar un trato igual a todos los ciudadanos en circunstancias iguales. Lo contario es la arbitrariedad. Anaya ni siquiera ha tenido acceso al expediente donde se le acusa. La información pública muestra que las autoridades han hecho cambios a lo largo del proceso para intentar que cuadre la acusación de Emilio Lozoya. Los argumentos de la FGR son endebles o absurdos, como exhibir como prueba del presunto soborno que Anaya votó a favor de la reforma energética, lo cual, además, sucedió meses antes de la supuesta entrega. Si esto probara algo, la autoridad debería someter al mismo proceso a los otros 354 diputados y 95 senadores que votaron en el mismo sentido.

 

No estamos frente a un gobierno escrupuloso que sistemáticamente ha perseguido la corrupción del sexenio anterior y que en sus indagatorias encuentra que uno de los partícipes fue Anaya. El trato al que está siendo sometido Anaya se debe a su posición política.

 

AMLO aprendió de Peña Nieto la utilidad de acusar a un adversario de una presunta ilegalidad. La credibilidad de Anaya fue severamente dañada con la acusación de lavado de dinero en febrero del 2018, en vísperas de la campaña. Pasada la elección la autoridad se retractó.

 

Hay muchas diferencias entre el desafuero de AMLO y esta acusación contra Anaya. La más importante desde el punto de vista político es que Anaya no tiene el arrastre social de AMLO en el 2005. Hay que recordar el Zócalo abarrotado en su defensa el 24 de abril.

 

Espero, sin embargo, que al igual que Fox hace 16 años, el gobierno de AMLO enderece el rumbo. Sacar de la contienda a un posible candidato con una sanción penal basada en pruebas hechizas quedaría en la historia como muestra de que le tuvo miedo a una contienda pareja. Esto desacreditaría un eventual triunfo del candidato de Morena en 2024.

 

¿Tan débil percibe AMLO a su movimiento transformador para empezar a jugar así, con los peores vicios del pasado? En palabras de AMLO en el Zócalo poco después de su desafuero: "El Presidente debe ser factor de concordia. No puede utilizar a las instituciones de manera facciosa, ni para ayudar a sus amigos ni para destruir a sus adversarios".

 

Carlos Elizondo Mayer-Serra

 

 


 

El desarrollo

El objetivo, nos dice una y otra vez el Presidente, es un cambio de régimen. Sin embargo, a juzgar por sus acciones, su verdadera misión es la de concentrar el poder y eliminar cualquier fuente de oposición o contrapeso. Quizá sea un nuevo régimen, pero ciertamente no es ésa la razón por la que el electorado se volcó por el hoy Presidente en 2018.

 

El verdadero problema que enfrenta México, la razón por la que el Presidente López Obrador ganó la Presidencia en 2018, es que la población estaba hasta la coronilla de tres décadas de reformas de los cuales percibían pocos beneficios. Y tiene razón ese electorado.

 

Lo que el País ha vivido en los últimos tiempos no fue un camino errado, sino un proceso sesgado que no resolvió -de hecho, ni siquiera enfrentó- los problemas estructurales que acabaron traduciéndose en concentraciones enormes de poder y riqueza, así como disparidades regionales intolerables.

 

La pregunta clave no es quién es el culpable, el asunto cotidiano de las mañaneras, sino cuál es la causa de estos malos o sesgados resultados. Si México hubiera sido la única nación en el planeta en haber emprendido ese proceso de reformas, procedería determinar quién se equivocó y por qué.

 

Sin embargo, dado que la estrategia que se siguió fue característica virtualmente universal, la pregunta pertinente es otra: ¿por qué los resultados de naciones como Corea, Taiwán, China, Chile y otras similares fueron tanto más exitosos?

 

En una palabra, qué es lo que no se hizo en México -o se hizo mal- que en otras latitudes se hizo bien. En los 70, por ejemplo, tanto Corea como México hicieron suya la oportunidad creada por un cambio en la ley de aduanas estadounidense que permitía importar a ese país bienes manufacturados pagando arancel sólo por el valor agregado, lo que conocemos como maquila: se importan componentes y se exportan productos elaborados.

 

En Corea, las maquilas se instalaron en los centros industriales de esa nación para estimular el desarrollo de una amplia industria de proveedores, al grado en que, décadas después, más el 80 por ciento de los insumos venían de empresas locales. En México, ese número nunca fue mayor al 10 por ciento. En nuestro País se circunscribió el establecimiento de esas empresas a la franja fronteriza para evitar que se "contaminara" el resto de la industria.

 

Algo similar ocurrió a partir de los 80 en que se abrió la economía a las importaciones para promover el crecimiento de una planta industrial moderna, generar una base exportadora y elevar la productividad general de la economía.

 

El objetivo era claro e indisputable, idéntico a lo que ocurría en otras naciones que luego acabaron siendo más exitosas. ¿Cuál fue la diferencia? Que en esas naciones se entendió la apertura como un proceso integral de cambio en el que no habría vacas sagradas: no hay ejemplo más claro de esto que China. En esa nación se decidió que lo importante era lograr elevadas tasas de crecimiento y que no habría obstáculo alguno que lo impidiera; paso seguido, se afectaron sindicatos, cacicazgos locales e intereses particulares en aras de lograr el objetivo. En México seguimos teniendo mafias a cargo de la educación, sindicatos abusivos extorsionando tanto a las empresas como a los trabajadores e intereses políticos y empresariales intocables.

 

El resultado es una potencia industrial, pero acompañada de una vieja planta manufacturera que vive en un limbo de productividad y es incapaz de competir en el mundo.

 

México podría ser un gran beneficiario del conflicto EUA-China, algo que empresas como Apple han explorado, pero no contamos con un sistema educativo capaz de generar la fuerza laboral requerida o un Gobierno dedicado a resolver problemas para que su proceso productivo sea exitoso.

 

Una fuerza laboral como la de Apple -un ejemplo entre miles- permite que crezca la clase media, se eleve el bienestar y se propague la prosperidad. Es decir, que cambie el régimen de concentración de la riqueza y disminuyan las disparidades regionales.

 

Las empresas pueden crear empleos y producir artefactos excepcionales, pero sólo los Gobiernos pueden crear condiciones para que prospere una clase media de manera acelerada, como lo han logrado las naciones mencionadas. Nada de eso ocurre en nuestro País.

 

En lugar de refinerías obsoletas y aeropuertos inoperables, el Gobierno debería abocarse a remover mafias sindicales y crear un nuevo sistema educativo con los maestros a la cabeza. Es decir, reformar todo lo que no se quiere tocar porque amenaza al verdadero objetivo, que no es el desarrollo, sino el poder.

 

Luis Rubio

 


domingo, agosto 22, 2021

 

Intertemporalidad

La clave del desarrollo radica en el actuar acumulado de millones de individuos ejerciendo su libertad y decidiendo por su cuenta, dentro del marco de reglas que establece el Estado. Cuando esas reglas son coherentes y, sobre todo, parten del reconocimiento de la naturaleza humana como es y no como algún político preferiría que fueran, el desarrollo se da y florece.

Quizá no haya mejor manera de ejemplificar lo anterior que el contraste entre Mao y Deng: el primero se dedicó a perseguir y empobrecer a su población; el segundo hizo posible que floreciera su nación. En palabras de Deng, "no importa si el gato es negro o blanco, lo importante es que cache ratones". La diferencia: Deng aceptó la naturaleza humana en lugar de tratar de acomodarla a sus preferencias políticas o ideológicas.

Deng reconoció que la gente busca su beneficio personal y que la suma de millones de personas tomando decisiones en materia económica se traduce en un enorme beneficio colectivo y que, de esa manera, se avanzaba el desarrollo de su país.

Las decisiones de esos millones de ciudadanos a lo largo del tiempo -la intertemporalidad- contribuyen al desarrollo y son posibles en la medida en que exista un marco de certidumbre al que esos individuos se puedan apegar.

La diferencia entre Mao y Deng acabó siendo que Deng, al reconocer esta faceta de la naturaleza humana, se abocó a crear el marco político-normativo que la hiciera florecer. El resultado fue que el Gobierno chino le confirió un entorno de certidumbre a su población, la explicación más integral del enorme éxito de su economía en las pasadas décadas.

La lección para México es obvia: el País ha prosperado en los momentos en que existe certidumbre y se ha estancado o retraído cuando ésta desaparece. Por muchas décadas, esa certidumbre dependía de cada sexenio: los ciclos económicos mexicanos eran siempre sexenales porque todo dependía del Presidente en turno, cuyo vasto poder permitía (permite) cambiar las reglas en cualquier momento. Ésta es la razón por la que el factor confianza en el gobernante adquirió tan enorme trascendencia.

Esta manera de funcionar entrañaba tres costos obvios: primero, nunca se desarrollaban proyectos de largo plazo; segundo, la propensión a que se agudizaran los ciclos recesivos era enorme; y, tercero, al todo depender del Presidente, cada una de sus expresiones adquiría dimensiones cósmicas, igual para bien que para mal.

La falta de factores de certidumbre de largo plazo llevó la era de crisis en los 70, 80 y 90 y no fue sino hasta que se consolidó el TLC norteamericano que el País experimentó, por primera vez desde la Revolución, una era de estabilidad y claridad de reglas, al menos para una parte de la economía.

Un Gobierno inteligente, capaz de reconocer la naturaleza del fenómeno de fondo, habría extendido las reglas del juego inherentes al TLC a toda la economía y a todo el territorio nacional. Sin embargo, como se dieron las cosas, el País entró en una era de dos Méxicos y dos velocidades que permitió que hubiera gran crecimiento en una parte del País y estancamiento en otra. Para colmo, luego llegó Trump, para quien la dimensión geopolítica del TLC era irrelevante, a minar todo el entramado.

El T-MEC tiene muchas virtudes, pero no entraña la misma fuente de certidumbre que el TLC original y a eso se viene a sumar la retórica del Presidente López Obrador, que tiene el efecto inmediato de minar la certidumbre y generar desconfianza en un amplio espectro de la población, como se pudo apreciar en los recientes procesos electorales.

En contraste con los Presidentes de la era priista a los que parece admirar, López Obrador no tiene la menor intención de generar un marco de confianza para la inversión. Su retórica y su trato de adversarios (cuando no de enemigos) a todos aquellos que no comulgan con él ha resultado en estancamiento económico.

En la era de la ubicuidad de la información, los mensajes públicos y los privados son indistinguibles porque todos se suman en el proceso político y arrojan un resultado binario: generan confianza o no la hay.

La estrategia de confrontación, diseñada expresamente para dividir, agudiza el encono social, cierra los espacios de potencial diálogo y tiene el efecto de generar incertidumbre. En lugar de crearse un entorno de paz y de tranquilidad, crucial para atraer inversión y ahorro, éste se torna imposible.

Fue el propio Mao quien afirmó que, sin la confianza de la gente, es imposible gobernar. Ahí estamos.

 

Luis Rubio

 


domingo, agosto 08, 2021

 

Desigualdades

La desigualdad es uno de los más poderosos reclamos y demandas que ha enarbolado el Presidente López Obrador y que anima a mucha de su base. Buenas razones hay para ello, lo que no equivale a que el Presidente esté avanzando hacia su disminución: más bien, todo lo que hace parece orientado a acentuarla.

 

La desigualdad es sin duda una de las características de nuestra sociedad, pero, en lugar de desarrollar programas para resolverla, el Gobierno se ha abocado, como en todo lo que hace, a identificar culpables en lugar de soluciones. Mejor transferir la responsabilidad que asumir el reto de crear condiciones para que el fenómeno disminuya y eventualmente desaparezca.

 

El tema no es nuevo. En años recientes, el reclamo por atender las desigualdades se eleva, en gran medida, paradójicamente, porque el avance en esta materia ha sido mucho, pero más lento de lo que la gente quisiera.

 

La paradoja es clave porque el Presidente utiliza las diferencias sociales como instrumento de polarización sin reconocer la naturaleza del fenómeno: la gran mayoría de la población ha avanzado en las últimas décadas, pero unos han avanzado mucho más rápido que otros.

 

Es decir, las reformas que tanto reprueba el Presidente permitieron que casi toda la población mejorara con celeridad, pero el hecho de que algunos se enriquecieran en el camino creó expectativas de un avance más rápido para todos, lo que ciertamente no se ha dado. La pregunta es por qué.

 

No menos importante es el enfoque por el que ha optado el Gobierno: en lugar de buscar cómo resolverlo, se ha dedicado a identificar supuestas causas y culpables. Michael Novak decía que entender las causas del atraso y la pobreza es interesante, pero lo que es más relevante (y, agrego yo, poderoso) es identificar las causas de la riqueza.

 

Es evidente que es políticamente más rentable encontrar culpables que procurar soluciones, pero lo que el Presidente está haciendo es acelerar la desigualdad empobreciendo no sólo a los ya de por sí pobres, sino sobre todo a quienes ya habían logrado avances sensibles en su nivel de vida y capacidad de consumo, la parte más vulnerable de la sociedad mexicana y, no una ironía pequeña, una importante fuente de apoyo electoral al Presidente.

 

Tres fenómenos han ocurrido en las últimas décadas: primero, una gran proporción de la sociedad mexicana elevó sensiblemente su nivel de vida y capacidad de consumo, la incipiente clase media; segundo, la explosión de internet, las redes sociales y, en general, la ubicuidad de la información, provocaron una revolución en las expectativas de la gente: todo mundo ve a quienes se han enriquecido y quiere ser y tener lo que aquellos tienen y lo quiere ahora. Esta fuente de aspiración también es una enorme fuente de frustración y, por lo tanto, fácil presa para los traficantes de resentimientos; y, tercero, otra parte de la sociedad, particularmente en el sur del País, se ha quedado rezagada no por falta de aspiraciones o capacidades, sino por los cacicazgos políticos y sindicales que impiden la prosperidad en lugares como Oaxaca y Chiapas.

 

La gran innovación de Morena y sus liderazgos radica en querer resolver estos problemas empobreciendo a toda la población: mejor elevar impuestos, expropiar, impedir la instalación de nuevas empresas (y sus consecuentes empleos), que resolver las causas estructurales de la desigualdad, lo que entrañaría generar nuevas fuentes de crecimiento, una economía más productiva y con mayor competencia y menos obstrucción de políticos y líderes marrulleros que viven de la expoliación permanente.

 

Este debate ocurre en todo el mundo, en cada caso con sus sesgos particulares. En Estados Unidos, por ejemplo, ha estado avanzando la propuesta de llevar a cabo inversiones dirigidas a quienes sufren la desigualdad de manera más acusada, cualquiera que sea su origen. Específicamente, se propone un amplio programa para la construcción de escuelas con los mejores maestros y complejos habitacionales para las comunidades más pobres con el propósito expreso de romper con el círculo vicioso de la pobreza-desigualdad-falta de oportunidades.

 

En México las mafias sindicales y caciquiles como la CNTE se dedican a preservar la ignorancia y, por lo tanto, la desigualdad y la falta de oportunidades. Quizá no haya peor mal que el de la desigualdad causada por esas mafias que también son operadores de Morena y cuyo objetivo es el que la gente siga siendo pobre, sumisa e ignorante. La desigualdad es producto del sistema que Morena quiere no sólo preservar, sino afianzar.

 

Luis Rubio

 


domingo, agosto 01, 2021

 

Después de la debacle

En Estados Unidos la debacle tendría un solo responsable si Donald Trump hubiera sido un aspirante a dictador que acabó aislado y solitario antes de ser derrotado en las urnas. El problema no es sólo que insiste en que fue derrotado a través de un fraude imaginario y se niega a retirarse del escenario político, sino que su discurso racista encontró eco en casi la mitad del electorado. La guerra cultural que alimentó durante cuatro largos años sigue viva en las filas de los que creen en la superioridad de la raza blanca, y exigen una libertad que no toma en cuenta los derechos de los demás. Entre ellos, los anti-vaxxers convencidos de que la vacuna contiene un microchip que alterará su ADN y se niegan a vacunarse, y los conservadores republicanos que insisten en comprar armas de alto poder sin restricciones. Ambos son responsables de la muerte de cientos de miles de sus conciudadanos.

 

La respuesta de muchos que habitan el mismo territorio que los trumpianos pero viven en otro universo político -liberal y democrático- ha sido pensar. Tratar de entresacar de la historia norteamericana las narrativas que han polarizado al país y entender las razones y las sinrazones que están en la base de la cultura política del electorado de derecha republicano que llevaron a Trump al poder. George Packer es uno de esos pensadores. Agudo y lúcido, advierte desde el inicio del artículo que acaba de publicar en The Atlantic* que las naciones, como cada uno de nosotros, se cuentan historias para entender quiénes somos y qué queremos ser. Estas narrativas nacionales padecen sentimentalismo, agravios y ceguera porque se han construido, por encima de la razón y hasta de la ciencia, para satisfacer necesidades y deseos irracionales.

 

Una nación puede construir y mantenerse unida cuando en medio de versiones históricas encontradas hay un consenso, al menos, sobre qué sistema debe gobernarla. Estados Unidos es un país dividido en dos con cuatro versiones diferentes de qué es y adónde va que han fracturado la democracia.

 

Ellos tienen su historia y nosotros la nuestra, pero los dos elegimos a presidentes populistas, iliberales y antidemocráticos. La base electoral de ambos es intolerante y anárquica. Como López Obrador, Trump pasó por encima de todas las instituciones de su país y tenía sus propios "hechos alternativos".

 

Ni sus costosas decisiones políticas han alterado la fe ciega de sus feligreses. En México, ni cientos de miles de muertos por una epidemia mal atendida. Es un asunto de identidad tribal. La ideología política que defienden los partidarios de LO no expresa lo que saben sino lo que son: creyentes serviles dispuestos a digerir y justificar hasta el desabasto de medicamentos para niños con cáncer.

 

Para recuperar la identidad y el rumbo del país, el resto, la sociedad civil, tendría que organizarse como lo hicieron los polacos para mandar a retiro al régimen comunista o los chilenos para sacar a Pinochet del poder.

 

No hay otro camino que abrir foros de debate que les den voz colectiva y resonancia a las demandas de los muchos sectores, grupos y organizaciones que este gobierno ni oye, ni ve. Foros que develen qué futuro de nación quiere la mayoría; midan la atmósfera y las convicciones de la gente a través de encuestas; discutan caminos alternativos de desarrollo y diseñen instrumentos para resolver los aplastantes problemas del país. Desde la violencia y la pobreza hasta el fortalecimiento de la democracia.

 

Si doctores y especialistas hubieran discutido en un foro abierto y plural la estrategia del gobierno frente al coronavirus, López Obrador hubiera perdido el monopolio de la información y la manipulación. Si historiadores, intelectuales y especialistas hubieran debatido sobre la caída de Tenochtitlán, nos hubiéramos ahorrado cursilerías demagógicas y falsas y podríamos decidir qué debemos guardar del legado de los mexica. El calentamiento global, el medio ambiente y el desastre educativo de este gobierno necesitan también un altavoz plural y colectivo.

 

Es una tarea titánica porque se necesita una sombrilla que proteja el debate (como sucedió con la iglesia católica en Polonia y Chile) y el acuerdo entre los participantes. Eso y más tendríamos que hacer para convocar una nueva identidad como nación y voluntad de cambio. Pero vale la pena: es nuestro futuro.

 

* The Four Americas...

 

Isabel Turrent

 


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