domingo, agosto 12, 2018

 

Contra el olvido

"Todo se ha dicho ya, pero como nadie escucha es preciso contarlo de nuevo". André Gide, Le Traité du Narcisse

 

No está escrita la historia definitiva de la democracia en México. No lo está, en la doble acepción del término: ni como texto ni como realidad.

 

Hoy, quizá más que nunca, es necesario volver al origen para recordar la naturaleza plural de sus protagonistas y reafirmar su inseparable vínculo con la libertad.

 

Más allá de sus antecedentes venerables en los siglos 19 y 20 (la saga de los liberales en la Constitución de 1857, la Reforma y la República Restaurada, el apostolado de Francisco I. Madero y su desdichada Presidencia, el movimiento vasconcelista, la fundación del PAN por Gómez Morin y su "brega de eternidades", los aportes de pensadores de izquierda como Narciso Bassols), la democracia moderna en México tiene dos etapas claras: la batalla y la construcción.

 

La primera transcurrió a lo largo de tres décadas, de 1968 a 1997, año en que por primera vez tuvimos en México elecciones supervisadas por un Instituto Federal Electoral independiente. La segunda es una obra evidentemente inacabada.

 

La batalla fue larga, ardua, no pocas veces sangrienta. La protagonizaron mujeres y hombres de todas las filiaciones políticas y personas sin filiación, artistas, periodistas, intelectuales, académicos, estudiantes, sindicatos, ex guerrilleros, empresarios, sacerdotes, grupos de la embrionaria sociedad civil.

 

Todos convergieron poco a poco en un proyecto de transición democrática que todavía en los años 80 parecía imposible y hasta inimaginable.

 

Lo era, en efecto, para la élite del PRI que desde 1968, esgrimiendo siempre la razón de Estado, se había resistido de mil formas al cambio, hasta que el cambio se le impuso.

 

La democracia no llegó, como imaginaba don Jesús Reyes Heroles, por una reforma interna del PRI que aclimatara paulatinamente las costumbres e instituciones democráticas abriendo rendijas a la oposición, sino, como previó Gabriel Zaid (Escenarios sobre el Fin del PRI, Vuelta, junio de 1985), por una exigencia de diversas fuerzas externas al PRI, que la volvieron inaplazable.

 

La batalla democrática fue una hazaña de la pluralidad.

 

Hay que poner rostro a esa pluralidad. Recordar a quienes, en distintos grados y momentos, imaginaron, inspiraron, alentaron y produjeron el cambio democrático. Y sin ánimo de revancha, para honrar a la verdad, recordar también a quienes se alzaron de hombros y a quienes se opusieron de buena o mala fe.

 

El tiempo pasa y los hechos se olvidan. Ningún joven menor de 30 años los presenció. En el mejor de los casos forman parte del repertorio vital de sus padres o abuelos, que poco o nada les dice. Es natural, toda generación piensa que la historia recomienza en ella.

 

También mi generación, la generación del 68, pensó lo mismo, y pagó con la sangre de Tlatelolco su convicción.

 

Pero el tiempo ha probado que teníamos razón porque, en efecto, el 2 de octubre fue el comienzo del fin de una era autoritaria y el atisbo de una era democrática por la que luchamos desde entonces, que alcanzamos hace 20 años, y en cuya cabal construcción debemos seguir empeñados.

 

Es verdad que al hablar de democracia los estudiantes de entonces no entendíamos el significado preciso del término ni teníamos en mente el lema maderista del "sufragio efectivo" o la creación de un Instituto Federal Electoral (banderas que desde 1939 enarboló en solitario el PAN). Pero queríamos libertad: de manifestación, de expresión, de crítica.

 

Esa semilla de libertad fructificó más tarde en su complemento natural: el anhelo democrático. La batalla democrática fue una hazaña de la libertad.

 

En el primer tomo de la colección Ensayista Liberal, titulado Por una Democracia sin Adjetivos (Debate, 2016), recogí mis artículos y ensayos publicados entre 1982 y 1996. En mi libro La Presidencia Imperial (Tusquets Editores, 1997) y los documentales Los Sexenios traté de recrear la historia de esas décadas turbulentas.

 

Pero es preciso contar todo de nuevo, quizá con otras técnicas y enfoques. Ese recuento es un deber colectivo y urgente.

 

Si las generaciones jóvenes desconocen la historia de la batalla que precedió a la difícil construcción democrática de este siglo, carecerán de la perspectiva para comprender el presente y les será más difícil cuidar, en lo posible, las líneas del futuro.

 

Sin esa memoria, la democracia puede revertirse desde dentro, desvirtuar su naturaleza plural y olvidar su vínculo con la libertad.

 

Enrique Krauze


sábado, agosto 04, 2018

 

AMLO y el fraude del 88

Es una gigantesca incongruencia que Andrés Manuel López Obrador, el virtual Presidente electo de México, haya escogido como uno de sus principales colaboradores al responsable del fraude electoral de 1988.

 

De verdad que no lo entiendo. ¿Dónde está el cambio que prometió López Obrador?

 

AMLO designó a Manuel Bartlett para ser el nuevo director de la Comisión Federal de Electricidad. Supongo que es una forma de pagarle su apoyo durante la campaña electoral.

 

Pero al hacerlo, López Obrador traiciona a muchos de los 30 millones de mexicanos que votaron por él y a su mensaje de cambio.

 

Bartlett es más de lo mismo.

 

Recordemos. Durante las elecciones presidenciales del 6 de julio de 1988, se "cayó el sistema" y se detuvo el reporte de resultados. Yo estuve ahí. Nadie me lo contó.

 

En esa época no había Instituto Nacional Electoral. La Secretaría de Gobernación se encargaba de organizar la elección y de contar los votos. Y el Secretario de Gobernación era Manuel Bartlett.

 

Siete días después, cuando por fin se dieron a conocer los resultados, el "ganador" había sido Carlos Salinas de Gortari. Un fraude mayúsculo le arrebató la victoria al que hubiera sido el primer Presidente de izquierda desde la Revolución Mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas.

 

En dos ocasiones, luego de su Presidencia, pude confrontar a Salinas de Gortari sobre la manera fraudulenta en que llegó a Los Pinos. (Aquí están las entrevistas: elnorte.com/fraude1988).

 

"¿Cómo ganó en 1,762 casillas con el 100 por ciento de los votos?", le pregunté. El asunto parecía matemáticamente imposible. Pero no para el PRI.

 

"Yo creo que es importante recordar que en esa elección más de tres cuartas partes de las casillas fueron cubiertas por más de un partido y ahí está la documentación que así lo acredita", me contestó Salinas de Gortari.

 

Pero la trampa estuvo en otro lado.

 

Nunca se pudo hacer un recuento -voto por voto- debido a que el Congreso, dominado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y apoyado por el Partido Acción Nacional (PAN), autorizó la quema de los votos en 1992.

 

Fue el fraude perfecto. Los votos quedaron en cenizas. Bartlett fue premiado por su trabajo sucio en la elección de 1988 con la Secretaría de Educación durante el Gobierno de Salinas y nunca se opuso públicamente a la quema de votos.

 

Ése es el mismo Bartlett al que ahora López Obrador protege. ¿Por qué defender a quien retrasó 12 años la llegada de la democracia a México?

 

Entiendo que un Presidente tiene que ser pragmático y escoger a gente que le ayude a gobernar. Pero la principal promesa de AMLO fue atacar la corrupción y no hay nada más corrupto que hacer trampa en una elección presidencial y darle el poder al perdedor.

 

¿Por qué López Obrador le ofrece uno de los puestos más importantes de su gobierno a quien representa un pasado que creíamos superado?

 

López Obrador está moralmente obligado con sus votantes a marcar su raya y a sacar a Bartlett de su equipo de trabajo.

 

No hacerlo sería una gravísima complicidad con el fraude del 88 y una gran deslealtad con Cuauhtémoc Cárdenas. ("Estamos convencidos de que hubo fraude en 1988 el 99 por ciento de los mexicanos", me dijo Cárdenas en una vieja entrevista).

 

Muchos de los que votaron por AMLO tampoco apoyan su decisión y se lo han hecho saber.

 

Así lo hizo el actor Gael García Bernal en un tuit: "Yo repudio su nombramiento (el de Bartlett) y su ser político. Y qué ridículos los que creen que yo y los que votamos por AMLO somos responsables de ese nombramiento".

 

A pesar de todo, Bartlett sí puede ayudar en algo: esclarecer el fraude de 1988. Que pida una disculpa pública y que ayude a los historiadores a escribir la versión verdadera de esa elección. Pero hasta ahí.

 

Y antes de terminar, una aclaración. Esta es solo una de las muchas críticas que espero hacer antes y durante la Presidencia de López Obrador.

 

Yo, como muchos mexicanos, quiero un país sin corrupción, sin muertos y con oportunidades. Pero el trabajo del periodista es ser contrapoder. Y es ahí donde pienso estar: del otro lado del poder.

 

Jorge Ramos


 

Gobierno embrión

Bien podríamos llamarle una fertilización in vitro, porque en este momento ya no sabemos quién es el papá ni quién es la mamá. Está apenas tomando fuerza el embrión de Gobierno cuyo ADN resulta todo un misterio.

 

En el futuro Gabinete habrá de todo, como en botica. Empresarios, dinosaurios, académicos, izquierdosos, activistas, de todo un poco. Lo que no sabemos es cuáles genes prevalecerán en la futura criatura.

 

La última vez que se hizo una mezcolanza así fue cuando Plutarco Elías Calles armó al que después sería el PRI.

 

Nótese la fuerza del oxímoron revolucionario-institucional. En la contradicción todos caben. Como en la genialidad de Shakespeare: ser y no ser, al mismo tiempo.

 

Por eso debe preocuparnos esta paz inercial. Los mercados están tranquilos. Los empresarios alineados. Hay mucha gente celebrando y otros resignados. La hipótesis que da acomodo a las ambivalencias a mí me da escalofríos. Estamos ante el renacimiento del PRI a través de Morena.

 

Ricardo Pascoe Pierce, conocido intelectual de izquierda, fortalece esta hipótesis al dar santo y seña del viejo vínculo entre Andrés y el Dr. Zedillo. Sellaron su alianza desde que Andrés sirvió de opositor a Roberto Madrazo en Tabasco.

 

Poco tiempo después en los pleitos de Zedillo con los hermanos Salinas, Andrés improvisó la famosa frase de la "mafia del poder" que tantos réditos le dio finalmente en su última campaña.

 

El enigma del Gobierno embrión también está fortalecido por lo que puede llamarse la doble personalidad de Andrés.

 

En su versión de personaje noble. Andrés ha demostrado una abnegación hacia la gente más desfavorecida del País. En ese carácter visitó poblados y rancherías para estar en contacto y llevar esperanza.

 

Ese mismo Andrés es el que ha invitado a desayunar al contendiente José Antonio Meade como símbolo de la necesidad de sanar cualquier roce producto de las campañas. Pero hay muchas otras instancias de Andrés, el buena gente.

 

El segundo Andrés es el personaje burlón, cerrado, impositivo. Es el presidente de partido que actúa como dueño, sin tomar en cuenta lo que piensen sus súbditos.

 

Es el mismo que ha colocado a sus hijos mayores como coraza o filtro para acceder a su señoría, esto dicho por personas que alguna vez se sintieron parte del grupo íntimo y ahora han perdido el derecho de picaporte.

 

Entonces el Gobierno embrión tiene muchos genes que podrán activarse o no, según el humor y las ganas del patrón.

 

Tan puede confiar en Alfonso Romo como principal contacto y asesor en materia de desarrollo económico como asesorarse de un fundamentalista de izquierda para sacar todo el jugo posible a la predisposición constitucional en esa dirección.

 

Un factor que debe estar influyendo en esta indefinición del Gobierno en embrión es el hecho de que, aunque todos lo dan como candidato electo virtual, el hecho es que aún no se cruza la banda presidencial. Y ese ornamento ha trastornado a más de uno.

 

Ya hay quienes empiezan a ver en el futuro Gobierno un poder omnímodo, con las dos Cámaras a la orden. Con los tres partidos principales en la lona, Andrés Manuel López Obrador prácticamente podrá hacer lo que quiera con México y llevarlo en la dirección que se le antoje.

 

Si Fox pidió apoyo a un equipo técnico para hacer nombramientos, Andrés no ha siquiera realizado una investigación de fondo para develar los esqueletos en el clóset de varios de sus señalados.

 

Por los nombramientos caprichosos, las ocurrencias planeadas y la extroversión mostrada, todo indica que el Gobierno embrión no será el que lleve a México a una nueva etapa de desarrollo, sino uno que trate de emparejar la desigualdad quitando al rico para dar al pobre.

 

Si hay que caracterizar lo que nos espera es un Gobierno que reparta el pastel antes que pensar en hacerlo más grande. Optará por las salidas fáciles, populistas.

 

Javier Livas

 

javierlivas@prodigy.net.mx


This page is powered by Blogger. Isn't yours?