domingo, junio 29, 2014

 

Desigualdad (¿combatirla por arriba o por debajo?)

Un libro de análisis estadístico de Thomas Piketty ("El capital en el siglo XXI") reanimó el tema de la desigualdad. Cubre siglos recientes de varios países en 970 páginas, y muestra que la desigualdad económica ha venido aumentando, sobre todo por el 1 por ciento de la población con mayores ingresos.

Es un hecho indudable, aunque su importancia, causas y remedios son discutibles.

1. Reducir los ingresos de ese 1 por ciento, como propone, no es más importante (ni fácil de lograr) que acabar con la desnutrición. Socialmente es preferible subir el nivel de abajo que reducir el desnivel entre arriba y abajo.

Acabar con la desnutrición es fundamental por sí mismo y reduce en algo la desigualdad. Acabar con la riqueza extrema también reduce en algo la desigualdad, pero no es fundamental por sí mismo. Y exige una revolución que acabaría como todas: con la riqueza extrema en otras manos.

2. Hasta hace relativamente poco, muchos creían lo de Marx: que el Estado es el instrumento de los capitalistas para administrar sus intereses comunes. O sea que la dominación política nace de la explotación económica (la extracción de plusvalía a los obreros).

Pierre Clastres ("La sociedad contra el Estado") mostró que la desigualdad política no surge de la económica, sino al revés. Las tribus nómadas, recolectoras y cazadoras eran igualitarias. La sociedad desigual aparece con la agricultura y los graneros que atraen a recolectores asaltantes.

Sus incursiones provocan la aparición del Estado: guerreros que defienden a los campesinos y acaban siendo sus asaltantes legítimos, recolectores de impuestos. Cuando el Estado no puede con los asaltantes, como hoy sucede en México, se vuelve a la situación primitiva de que la violencia enriquece a unos y empobrece a otros.

3. En las tierras de Arnhem y en el Amazonas se han descubierto tribus que vivían en la Edad de Piedra. ¿Quiénes, cómo, por dónde, les extrajeron plusvalía? Su desnivel frente a los demás australianos y brasileños no se explica por la explotación, sino por el progreso de los otros.

La desigualdad económica crece por arriba (por los que mejoran). Se explica en buena parte por las innovaciones que aumentan la productividad. Pueden generalizarse, como los teléfonos celulares; pero los primeros en adoptarlas tienen una ventaja transitoria.

Esta desigualdad se prolonga si continúan innovando antes que los demás; y empeora con las innovaciones no generalizables, como las avionetas privadas.

4. Las políticas redistributivas suelen cubrir hasta la clase media baja, pero nada más. La ayuda suele darse en especie, y la distribución física tiene costos crecientes para llegar a rancherías remotas. También es difícil que lleguen los reporteros y fotógrafos que hacen lucir la política benefactora.

Finalmente, el voto agradecido (o peligroso) se concentra en distritos urbanos de clase media baja. Un ejemplo: el programa Oportunidades exige que los niños se vacunen y vayan a la escuela, lo cual excluye a la población remota que está peor: la que no tiene escuelas ni centros de salud.

5. Igualar por arriba: buscar que todos tengan estudios universitarios, buenos empleos, automóviles, viajes internacionales, parece generoso, pero es tonto.

Los altos funcionarios y ejecutivos no son el único modelo para la especie humana. Encarnan sueños no generalizables: por su especialidad, porque su desempeño requiere inversiones altísimas y porque millones de personas no desean vivir así.

Con una fracción de lo que se gasta en producir credenciales educativas (que no garantizan la obtención de buenos empleos), se puede equipar a millones de personas con habilidades prácticas y herramientas para producir por su cuenta.

6. Cuesta poco aumentar la productividad de los pobres, siempre y cuando se entienda que no son empleados potenciales, sino empresarios oprimidos por trámites desproporcionados, escasez de crédito y falta de proveedores de innovaciones productivas baratas.

El gigantismo siente que lo generoso es ofrecer a todos su propio ideal de progreso: mucha escolaridad, experiencia en grandes operaciones, cumplimiento de formalidades y acumulación de méritos demostrables para ir ascendiendo hasta posiciones estelares. Está en la luna.

Hay que recuperar la tradición innovadora que produjo la bicicleta, la máquina de coser, el molino de nixtamal, el microcrédito y el celular. Y hay que frenar la pasión destructiva de las burocracias (como la fiscal), cuyas innovaciones rebuscadas arruinan la productividad.

Gabriel Zaid


martes, junio 17, 2014

 

Clientes pobres

Si la política no es como un partido de futbol, llamémosle como sea, pero vamos perdiendo.

 

El ex Presidente Lula se aventó un gol de chilena al decir que la gran promesa económica de México es una mentira, que nuestros indicadores son peores que los de Brasil y que una reforma como la de Pemex ellos la hicieron hace 20 años.

 

Es irónico que sea Lula quien haga esta declaración, siendo que el Presidente Peña y sus asesores le compraron la idea que sirvió de base para formular la estrategia insignia de esta Administración, la Cruzada Nacional contra el Hambre.

 

Inspirada en el programa Hambre Cero que Lula arrancó en Brasil en el 2003, la Cruzada representa un retroceso en la instrumentación de la política social en México.

 

Quiero subrayar que el verdadero impacto de la Cruzada lo sabremos hasta que estén disponibles los resultados de sus evaluaciones.

 

Sin embargo, lo que sí podemos afirmar es que la instrumentación de esta estrategia, así como la de muchos otros programas sociales federales y estatales, está contaminada de un clientelismo político que nos hace retroceder varios años en materia de política social.

 

Empezando por el diseño, parece una mala copia.

 

El programa Hambre Cero brasileño integra, al igual que la Cruzada, a varios programas sociales.

 

Entre ellos, el más importante es Bolsa Familia que a su vez proviene de un programa que operaba en Sao Paulo llamado Bolsa Escola, que consistía en otorgar un subsidio a las familias pobres que mandaban a sus hijos a la escuela. Cabe recordar que México ya había arrancado en el 2002 el programa Oportunidades.

 

Sin embargo, las transferencias económicas condicionadas a llevar a los hijos a la escuela y a chequeos médicos no son más el eje de la política social en México.

 

El nuevo eje consiste en aglutinar presupuestos de programas que son operados de manera relativamente más discrecional, así como entregar a millones de beneficiarios la tarjeta de débito "Sin Hambre", con la cual se pueden comprar 14 productos básicos a precios preferenciales en tiendas Diconsa.

 

La tarjeta (según lo muestra la página de internet de la estrategia) contiene impresa en su parte superior la leyenda "Mover México". ¿Le suena?

 

Esta discrecionalidad se manifiesta también en la poco transparente selección de beneficiarios. Al principio se seleccionaron 400 municipios supuestamente con base en criterios de incidencia de pobreza extrema, número de personas en esta situación y número de personas con carencia alimentaria.

 

Sin embargo, aun teniendo a la mano estos indicadores, es fecha que nadie -fuera de quienes lo decidieron- sabe cómo se llegó a esa selección.

 

Peor aún, con la reciente ampliación de la estrategia sucede lo mismo y en el caso de Nuevo León, los municipios que integran dicha ampliación además de no ser los más pobres también son todos gobernados casualmente por el PRI, como publicó EL NORTE.

 

Otro elemento preocupante es que promueve la integración de Comités Comunitarios, mismos que nos hacen recordar programas sociales de antaño, como Solidaridad.

 

El problema con estos Comités es que son susceptibles de ser operados con fines electorales, a la vez que no son necesarios para el funcionamiento de esta estrategia.

 

Hace algunas semanas la delegación de Sedesol en el Estado despidió a unos gestores que supuestamente se negaron a condicionar los apoyos.

 

Asimismo, el PRI local anunció que retomaría su papel de "gestor de la sociedad" para acercar los apoyos gubernamentales a través de sus comités municipales.

 

Esto último es particularmente preocupante, toda vez que busca institucionalizar nuevamente una práctica que, al menos en algún grado, se estaba mitigando.

 

Si los partidos se convierten en gestores de los apoyos del Gobierno, ¿qué va a pensar un beneficiario que reciba un apoyo social gracias al PRI? ¿O al PAN?, da lo mismo.

 

Los partidos políticos deben mantenerse fuera del otorgamiento de apoyos sociales y el Gobierno también debe evitar promocionarse con la entrega de los mismos.

 

Nuevamente estamos formando clientes en lugar de ciudadanos. Peor aún, clientes pobres, con el único poder adquisitivo que les dan sus votos.

 

 

Víctor Chora

El autor es maestro en Políticas Públicas.

victor.chora@gmail.com

 


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