lunes, abril 16, 2018

 

Las refinerías

"Y una vez que tengamos las dos refinerías, vamos a bajar los precios de los combustibles". Andrés Manuel López Obrador

Si construir una o dos refinerías fuera una proposición rentable, ya habría empresas privadas preparando planes para hacerlo.

 

Antes había restricciones legales para la inversión privada en refinerías, pero hoy, gracias a la reforma energética, ya no las hay. Ninguna empresa privada, sin embargo, muestra deseos de invertir en una refinería, mientras que sí hay un gran interés por desarrollar campos de petróleo crudo.

 

Las empresas privadas invierten dinero de sus accionistas y son muy cuidadosas con los proyectos que emprenden. Las firmas estatales, en cambio, usan recursos de los ciudadanos y se preocupan bastante menos por darles un buen uso.

 

Esto explica la facilidad con la que un candidato puede decir que hay que gastar entre 8 mil y 20 mil millones de dólares para construir una o dos refinerías en un mercado saturado.

 

Quienes no conocen el negocio petrolero insisten que tiene que ser más rentable producir gasolina, u otros petrolíferos, que crudo simplemente porque se trata de productos más elaborados. La realidad ha sido otra desde hace décadas. La extracción de crudo genera altos márgenes, mientras que la refinación es una actividad centavera que requiere de mercados muy amplios y operaciones extraordinariamente eficientes para reportar utilidades.

 

Durante años los márgenes de refinación fueron, de hecho, negativos. Esto provocó una disminución de la capacidad de refinación en muchas regiones del mundo, incluida Norteamérica. Lo que se llamaba Pemex-Refinación, hoy Pemex Transformación Industrial, ha perdido enormes cantidades de dinero.

 

En este momento, por primera vez en mucho tiempo, los márgenes de refinación son positivos, pero no soportarían una inversión en una o dos nuevas refinerías.

 

Los políticos buscan ajustar las realidades económicas a los dogmas. Andrés Manuel López Obrador argumenta que si el petróleo crudo se entrega a las refinerías no a su valor de mercado, sino a su costo de producción la refinación sí sería rentable; pero esto sería un juego contable que trasladaría artificialmente la utilidad del petróleo crudo a la gasolina y llevaría a equivocadas decisiones de negocios, como invertir menos en crudo y más en refinación.

 

Parte del problema de Pemex en la refinación ha sido su ineficiencia. La empresa cuenta con exceso de personal y procedimientos de producción extraordinariamente burocráticos. Ésta ha sido una de las razones de sus pérdidas.

 

La única refinería de Pemex que gana dinero es la de Deer Park, cerca de Houston, que tiene la ventaja de ser manejada por Shell y de no tener al sindicato de Carlos Romero Deschamps.

 

Las decisiones de negocios deben tomarse por razones de negocios. A los accionistas de Pemex, que somos todos los ciudadanos mexicanos, nos conviene que la empresa sea lo más rentable posible. Por eso sus inversiones deben hacerse en las actividades más rentables. No hay que ser demasiado inteligente para detectarlas.

 

No vemos en este momento a ninguna empresa privada -nacional o extranjera- interesada en construir una nueva refinería, mucho menos dos. En cambio, decenas de firmas sí están licitando por campos petroleros.

 

Pensar que si Pemex invierte en dos refinerías podrá vender gasolina más barata es una tontería. Si acaso, la gasolina sería más cara que la que actualmente importamos. A menos que el Gobierno quiera subsidiarla, lo que sería desviar recursos fiscales a quienes menos los necesitan.

 

CNTE VIOLENTA

No, no creo que Andrés Manuel haya mandado los contingentes violentos que atacaron el mitin de Meade en Puerto Escondido este 14 de abril. Pero el ataque sí ratifica que la CNTE, aliada de López Obrador, es una organización violenta... como Antorcha Campesina, aliada de Meade.

 

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com


domingo, abril 08, 2018

 

La vieja-nueva disputa

México lleva al menos medio siglo disputando el futuro. Luego de décadas de estabilidad y crecimiento económico relativamente elevado, en los 60 comenzó a resquebrajarse tanto el orden económico fundamentado en la sustitución de importaciones, como el orden político sustentado en el férreo control de un sistema político cerrado.

A partir de entonces, el País se dividió en dos grandes corrientes: la que procuró construir un nuevo futuro viendo hacia adelante y hacia afuera, y la que persiguió retornar al nacionalismo revolucionario originado en la Revolución Mexicana, particularmente en su fase cardenista.

La forma en que se resolvió la disputa, luego de la crisis de los 70, fue típicamente mexicana, con un híbrido de pasado y futuro: construyendo nuevas estrategias económicas, pero sin abandonar las viejas estructuras políticas. A nadie debería sorprender que esa contradictoria combinación esté haciendo agua en estos momentos.

AMLO es un fiel representante de la corriente nacionalista revolucionaria y está explotando los errores, pero sobre todo las carencias e insuficiencias de la corriente modernizadora.

Esas carencias e insuficiencias -en un entorno de apertura, información ubicua y redes sociales capaces de transmitir cualquier mensaje en nanosegundos- permiten evidenciar la corrupción, los privilegios y los excesos del viejo sistema que, por esa modernización inacabada, persisten en la sociedad mexicana.

Es obvio que todas esas formas de abuso existían antes y, sin la menor duda, seguirían bajo un Gobierno de AMLO, pero ése no es el punto de esta contienda, lo que existe resalta algo insoportable para la ciudadanía y ése es el corazón de la estrategia de AMLO: evidenciar las carencias prometiendo el nirvana que, todo mundo sabe, es una utopía más.

Aunque las corrientes modernizadoras han dominado el panorama económico y político por estas décadas, la disputa nunca desapareció. Y esa es la razón medular por la cual se concibió el TLC norteamericano: para garantizar la viabilidad de la modernización, al menos en una parte de la vida nacional, la de la inversión.

Es decir, desde el comienzo, los modernizadores entendían, al menos de manera pragmática, la existencia de una flagrante contradicción pero, en lugar de resolverla de fondo, construyeron un mecanismo que fuese implacable para proteger al menos el corazón de la modernidad: la economía.

El TLC resolvió el nodo del problema al despolitizar una enorme porción de la actividad pública, pues su esencia radica en que constituye, para todo fin práctico, un espacio de excepción: ahí sí hay reglas, mecanismos funcionales para resolver disputas y hacer valer contratos. Con el TLC, una parte fundamental de la economía quedó excluida de la corrupción.

Sin embargo, para los perdedores en esa disputa, el TLC se convirtió en el factor a vencer, su problema fue que el acuerdo comercial se tornó extraordinariamente popular: es el único motor de crecimiento de la economía y constituye un vívido ejemplo de lo que es la legalidad.

Cuando AMLO llama "PRIAN" a los Gobiernos modernizadores del PRI y del PAN, lo hace obviamente para descalificarlos, pero en realidad se refiere a la lucha entre el pasado y el futuro: apertura vs. autarquía, mercado vs. gobierno a cargo, democracia vs. control vertical.

No es que los Gobiernos del PRI y del PAN hayan sido un dechado de virtudes, pues todos hablaban de la modernidad pero seguían preservando el mundo de los privilegios. Pero lo relevante es que el común denominador es el sistema priista de antaño en su vertiente política.

López Obrador y Peña Nieto son paradigmáticos de esta disputa: ambos son representantes dignos del PRI de los 60 y ninguno promete algo distinto que preservar ese viejo sistema en su vertiente política.

Donde los candidatos de hoy -AMLO y Meade (o Anaya)- difieren radicalmente es en la vertiente económica: uno quiere retornar al mundo idílico de los 60, justo cuando comenzaba a hacer crisis; el otro quiere avanzar hacia la modernidad creando mayores oportunidades de desarrollo que son, a final de cuentas, las que han estabilizado a la economía y creado una creciente y pujante clase media.

Contrario a lo que plantea AMLO, el verdadero reto de México no yace en el "modelo" económico sino en el viejo orden político, pues es ahí donde el País se ha atorado, preservando un mundo de privilegios y un capitalismo "de compadres". Así, el dilema para la ciudadanía radica en decidir cómo quiere cambiar: hacia adelante o hacia atrás.

Luis Rubio 
www.cidac.org


viernes, abril 06, 2018

 

En su propia voz

El miércoles pasado EL FINANCIERO publicó una carta de Andrés Manuel López Obrador a inversionistas en la que pide tener confianza en su propuesta. La carta incluye diez puntos, que reviso con rapidez, por el espacio disponible.

 

En el primer punto, dice que “el principal problema de México es la corrupción y que vamos a erradicarla por completo”. Afirma que un estudio del Banco Mundial calcula que se roban “20 por ciento del Presupuesto público, es decir, más de un billón de pesos anuales”. Ese estudio no existe, como ya ha mostrado Verificado.mx, y además no llegaría a un billón de pesos. Peor aún, eso de que la corrupción sería erradicada por completo es increíble, por muchas razones, incluyendo su paso por el gobierno del Distrito Fedral. En el siguiente punto, no hay lógica alguna: “2. Para mantener al gobierno subordinado a los intereses de los traficantes de influencias, los funcionarios públicos mexicanos reciben actualmente salarios elevadísimos y gozan de prebendas desmesuradas que no tienen cabida en otros países” (¿le entiende?). Su conclusión aparece en el tercer punto: “bastará con honestidad en el gobierno y con una reducción del costo de la administración para aumentar la inversión pública”, pero por las fallas de las premisas, no me parece creíble, a menos que se refiera a un incremento marginal.

 

Lo más impresionante, para mí, fue “4. En términos generales, el modelo económico que proponemos es semejante al que se aplicó en el país en el periodo denominado del ‘desarrollo estabilizador’”. Quienes hemos insistido en que AMLO quiere regresar al pasado, ahora podemos citarlo a él mismo. Intentar hoy replicar un modelo aplicado en 1958, en un contexto internacional totalmente diferente, con una población de la cuarta parte de la actual, bajo un régimen absolutamente autoritario, no es razonable. Afirma en ese mismo párrafo que no lo haría de manera mecánica, sino ajustando a las condiciones actuales (que él mismo lista: democracia, derechos, globalización, cambio tecnológico), pero si es así, entonces ya no queda claro por qué referirse a una época autoritaria, de fronteras prácticamente cerradas, con gran presencia del gobierno en la economía.

 

Precisamente por el carácter autoritario del régimen que AMLO intenta restaurar, los siguientes puntos no suenan creíbles: “5. Seremos respetuosos de la autonomía del Banco de México… operaremos la administración pública sin déficit…” “6. Habrá un auténtico Estado de derecho”. Su propuesta para enfrentar la inseguridad aparece en el punto “7. Todos los días encabezaré, desde muy temprano, el gabinete de Seguridad… Se conformará una Guardia Nacional y habrá coordinación entre todas las fuerzas del orden de las regiones, estados y municipios”. El siguiente punto es de risa: “8. Se acabarán los fraudes electorales”. En el nueve sostiene que “respetará las libertades y no tomará medidas autoritarias”, pero revisará todos los contratos para “evitar casos de corrupción”, lo que no parece compatible con el respeto a la autonomía y el auténtico Estado de derecho, sino la reiteración de que de su persona depende la honestidad del país entero.

 

En el último, quiere posponer la firma del TLCAN para después de las elecciones, y dice que “no descartamos la posibilidad de convencer al presidente Donald Trump de su despectiva y equivocada actitud contra los mexicanos”. En suma, la carta consiste en pura voluntad (erradicar corrupción, terminar inseguridad con reuniones diarias, auténtico Estado de derecho, convencer a Trump), datos dudosos y las fijaciones de siempre (fraudes electorales y el desarrollo estabilizador). De verdad, cuando la leí no estaba seguro de si era una parodia, que lo quería representar como un voluntarista con información errada, lógica débil y fuertes prejuicios. Pero no, era AMLO en su propia voz.

 

Macario Schettino


jueves, abril 05, 2018

 

¿Por qué no?

Aunque lo he escrito desde hace al menos 13 años, creo que es importante explicar mis razones de por qué no votaría jamás por AMLO. Son cuatro: es una persona sumamente autoritaria, sus ideas económicas son equivocadas, la mayoría de quienes lo rodean son impresentables, y su objetivo es la restauración de un régimen político dañino.

 

Primero: Andrés Manuel López Obrador es muy autoritario. Esa es mi impresión personal desde que trabajé con él hace 22 años, por espacio de 16 o 18 meses, confirmada por comentarios de su gabinete en el Distrito Federal, así como por su actitud como jefe de Gobierno y como candidato presidencial en dos ocasiones. Ejemplos: la descalificación de la marcha contra la violencia en 2004, a cuyos integrantes acusó de “pirruris”; el “cállate, chachalaca” contra Fox; su actitud frente a financieros y empresarios; su incapacidad de aceptar derrotas. Es un gran actor y seductor, pero cuando está bajo presión o enojado, le brota el autoritarismo.

 

Sus ideas económicas son equivocadas, como ya muchas personas lo han mostrado. Su visión general parece ser de una economía esencialmente cerrada, con una muy fuerte presencia del gobierno, como la que conocimos buena parte del siglo XX en México. Eso no sirvió entonces, ni ha servido en ninguna parte. Permite capitalismo de compadrazgo, sin duda, pero eso sólo genera ineficiencia y desigualdad.

 

Muchos no coinciden con estas dos percepciones. Especialmente, economistas destacados que han decidido acompañarlo en la búsqueda de la presidencia. No lo perciben autoritario, ni les preocupa el mercantilismo que lo define. Como es frecuente entre consejeros, pensarán que pueden influir en él. Pero no es sano olvidar que el único con puesto garantizado es el presidente. Todos los demás son fáciles de sustituir, como aprendieron muy tarde los economistas de Echeverría (en esa prehistoria que los jóvenes ni imaginan), o acaban de hacerlo decenas de personas contratadas por Trump.

 

La tercera razón es su entorno. Morena agrupa al priismo que busca restaurarse y a buena parte del corporativismo perredista. Con ellos se conformarán las bancadas en el Congreso, en donde estarán además un puñado de ingenuos (o algo peor) que decidieron sumarse a AMLO. Hay además dos grupos de 'intelectuales', los de rancia izquierda bolivariana y castrista, y los jóvenes académicos deliberados. El colmillo retorcido de los primeros lo conocerán muy pronto los segundos.

 

Finalmente, insisto en la restauración del viejo régimen priista ahora bajo las siglas de Morena y el control unipersonal de AMLO. Quienes hoy creen que México no podría estar peor, es porque no conocieron el previo a 1982. Sin ser exhaustivo: no podíamos opinar, ni mucho menos protestar en las calles; no se contaban los votos; no había contrapesos al presidente; ni la Corte ni el Banco de México eran autónomos. La corrupción era el instrumento que permitía el funcionamiento del régimen, de forma que era universal. Entiendo que la 'casa blanca' les haya molestado, pero convendría recordar cómo se fraccionó Satélite, el Pedregal, Cuernavaca, o cómo se expropiaban ranchos y se despojaba sin mayor problema. Y aunque era un tipo diferente de violencia, más rural y menos urbana, todavía en los años sesenta teníamos tasas de homicidios superiores a las actuales.

 

Entre los tres candidatos principales, sólo AMLO ofrece ideas económicas equivocadas y la restauración del viejo régimen. Creo que sólo él es de verdad autoritario, aunque los calderonistas digan que Anaya es similar, viendo la paja del ojo ajeno. Y aunque todos los partidos arrastran impresentables, sí creo que hay niveles también en eso.

 

Todavía no es claro si ganará, pero nos va a heredar a buena parte de los impresentables, eso sí.

 

Macario Schettino


martes, abril 03, 2018

 

Afores y aeropuerto

"Toda la vida humana puede encontrarse en un aeropuerto". David Walliams

Cuatro afores hicieron inversiones en la llamada Fibra E para la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México: Inbursa, Pensionissste, Profuturo y XXI-Banorte, que en conjunto compraron 13,500 millones de pesos de certificados.

 

Esta decisión ha generado una inevitable discusión política, sobre todo porque el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, quien se encuentra en primer lugar en las encuestas, ha declarado que va a cancelar el proyecto. He escuchado comentarios que cuestionan al presidente Enrique Peña Nieto por haber aprobado estas inversiones mientras que otros que dicen que la cancelación del aeropuerto podría llevar a la quiebra de las afores. La verdad es que éstas y otras afirmaciones son producto de la ignorancia.

 

Ni el Presidente ni ningún funcionario del gobierno toma las decisiones de inversión de las afores, que son fondos privados con comités de inversión que toman sus propias decisiones para tratar de mejorar el rendimiento de sus fondos. No sorprende que las cuatro afores hayan decidido invertir en el aeropuerto. Los fondos de pensiones de todo el mundo buscan por naturaleza proyectos de infraestructura de largo plazo con buenas perspectivas de rentabilidad. En México no son muchos, por lo que el aeropuerto era una gran oportunidad. Las Fibras E están diseñadas para financiar proyectos de infraestructura de largo plazo y la del aeropuerto resultaba tan atractiva que la demanda superó en 14 por ciento a la oferta. Las afores compraron 40 por ciento, pero el otro 60 fue adquirido por bancos y fondos de inversión.

 

El aeropuerto debería ser, en efecto, una buena inversión. Se trata de un proyecto de infraestructura de largo plazo, seguramente rentable, financiado en buena medida por el derecho de uso del actual aeropuerto y que continuará pagando el nuevo aeropuerto cuando empiece a generar ingresos. Es una inversión que no costará a los contribuyentes, pero que dará competitividad, empleos e ingresos al país.

 

Los administradores de las afores y de otras instituciones financieras dieron por hecho, por otra parte, que México es un país en el que se respetan los contratos. Aquí han surgido dudas por la persistente amenaza de López Obrador de que cancelará el proyecto, pero el propio candidato afirmó este 1o. de abril en Ciudad Juárez que la cancelación "se llevará a cabo con estricto apego a la ley, buscando siempre el acuerdo con las empresas a las que se les han adjudicado contratos; garantizando el gobierno el pago de bonos que se han emitido y protegiendo las inversiones de las afores".

 

Muy caro resultará indemnizar a contratistas e inversionistas. Hasta este momento se han emitido bonos por 7,500 millones de dólares, unos 137 mil millones de pesos. Si se cancela, no sólo se perderá un proyecto productivo y rentable, que no le costaría al gobierno, sino que el gobierno tendrá que desembolsar una enorme cantidad de dinero para indemnizar a los inversionistas.

 

Si el gobierno indemniza a todos no habría, por supuesto, pérdidas en las afores. Las cuatro que han comprado certificados recuperarían sus 13,500 millones de pesos con intereses. Si el gobierno de López Obrador rechazara pagar las indemnizaciones, las pérdidas serían fuertes, pero no pondrían en peligro la estabilidad de las afores, cuya inversión en esta fibra es de 0.9 por ciento de sus activos.

 

No, las afores no van a quebrar. Pero eso no significa que la decisión de cancelar el aeropuerto sea sensata. Entre más se analiza, más absurda parece.

 

 

 MÁS DÁDIVAS

Siguen las promesas de dádivas. Alejandra Barrales del PRD promete que va a dar 2,500 pesos al mes a un millón de mujeres en la Ciudad de México. ¿Cuánto costará el programa y cómo se financiará? Estas preguntas no se hacen en tiempos de campaña.

 

Sergio Sarmiento

@SergioSarmiento


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