domingo, febrero 28, 2021

 

Conservador

Un amigo me preguntó en tono de sorna: ¿Qué se siente ser conservador? Me había tocado ser estelar en la mañanera del lunes: "Así son los conservadores, muy hipócritas y de doble discurso", dijo AMLO aludiendo a mí. Esto a propósito de un tuit que daba cuenta de información de la ASF, la cual señalaba que cancelar el aeropuerto había costado tres veces lo reconocido por el gobierno.

 

Quizás el enojo era con mi libro recién publicado Y mi palabra es la ley. AMLO en Palacio Nacional. Un fragmento del primer capítulo, intitulado "El rey", apareció en este diario el domingo pasado. Enojado, se comportó como suele hacerlo, atacando a uno de sus súbditos por ser crítico.

 

El Presidente es un empleado público cuyo salario pagamos todos con nuestros impuestos. El país lleva más de 185 mil muertos oficiales por la pandemia y gasta su tiempo atacando ciudadanos.

 

Él no sólo tiene otros datos, sino otros conceptos. Según la RAE, el liberalismo es la "Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos". Es una definición propia del liberalismo contemporáneo. Yo siempre he defendido, abierta y explícitamente, esa agenda.

 

AMLO no. Es estatista porque cree, por ejemplo, que el sector privado debe estar sujeto al Estado y que éste debe tener monopolios en sectores como el energético.

 

Es conservador en materia social, por ejemplo, porque, en su opinión, "se quiere cambiar el rol de las mujeres [...], pero la tradición en México es que las hijas siempre están pendientes de los padres, de los papás, de las mamás". No desea que las mujeres tengan derecho a decidir sobre su propio cuerpo. Está aliado con un partido evangélico y constantemente recurre a símbolos religiosos en su discurso.

 

En una posterior mañanera me volvió a mencionar, para rematar después de una larga perorata con que "el conservadurismo es sinónimo de autoritarismo". El autoritario es él, un razón más por la que es conservador. Los liberales creemos que nadie tiene toda la razón (lo cual no significa que todas las razones sean igualmente válidas; si así fuera, no escribiría esta columna). Los liberales creemos que el debate enriquece. Los autoritarios, por el contrario, creen que sólo es válida y correcta su visión del mundo. A una propuesta de ley no se le debe cambiar ni una coma. Él tiene la verdad.

 

En sentido estricto, AMLO es un retrógrado. Cree que en el pasado se encuentra un mundo mejor y quiere regresar a él. En ese pasado la economía estaba cerrada, no había democracia y los derechos humanos eran pisoteados sin pudor ni consecuencia.

 

AMLO es un mago de los símbolos. En nuestra historia patria los buenos son los liberales y los malos los conservadores. Su estrategia es simple: reforzar esa narrativa de buenos vs. malos. Los buenos están con él, y los malos son los que se atreven a criticarlo.

 

La gente quiere ser parte de los buenos. No importa si AMLO lo es, mucho menos si piensa como ellos. Es el líder querido, ellos se adaptan.

 

A quien AMLO critica le pone una trampa: si no contesta, le da la razón. Si lo hace, le sirve para tener un adversario y evitar hablar de los problemas del país.

 

Si fuéramos meros interesados en un cobro, como nos acusa, lo fácil sería acomodarse y alabarlo. Seríamos, entonces sí, los grandes hipócritas. Quienes lo alaban hoy tienen buenos réditos, de todo tipo.

 

AMLO tiene el poder. Ningún otro Presidente había tenido tanto. Pero le encanta hacerse la víctima y muchos de sus seguidores lo creen.

 

Lamentablemente, no está usando todo ese poder para beneficiar a los mexicanos. Traición a la patria es no cuidar los intereses del país y la vida de sus habitantes, y sólo preocuparse por ganar elecciones e incrementar su poder.

 

Carlos Elizondo Mayer-Serra

 

 


domingo, febrero 21, 2021

 

El anillo

Para ningún gobernante en el mundo la pandemia fue vista como una oportunidad. La excepción fue AMLO. El 2 de abril del año pasado afirmó que ésta le venía "como anillo al dedo" a su proyecto de transformación, según esto porque le permitiría combatir la corrupción. Una lógica extraña. Irma Eréndira Sandoval el 17 de noviembre, ya con casi 100 mil muertes por el virus, tuvo el tino de repetir lo dicho por su jefe.

 

Dejando de lado la inmoralidad de tal confesión respecto a un trágico evento que costaría en el mundo millones de vidas, es difícil entender en qué estaba pensando AMLO. ¿Calculó acaso que tendría en la vacuna su carta para tratar de ganar la elección intermedia? ¿O previó que en medio de una pandemia es más difícil organizarse contra las acciones de gobierno? La pandemia desactivó hace un año la movilización de mujeres. ¿Fue incapaz de prever que vendría una profunda crisis económica? ¿O quizás sí vio esa crisis y ésta le pareció conveniente para su propio proyecto político?

 

La caída en la actividad económica ha llevado en un año a la destrucción de casi 800,000 empleos entre quienes cotizan en el IMSS. Entre mayo y enero se crearon sólo 240 mil empleos formales. A las empresas formales les ha pegado mucho la pandemia. No han tenido apoyos fiscales ni de otro tipo. Enfrentan además toda una gama de nuevas regulaciones que han encarecido el empleo formal.

 

En contraste, de abril a diciembre se crearon casi 9 millones de empleos en la economía informal. A pesar de ello, de diciembre del 2019 al del 2020 se habían perdido casi 2 millones de empleos informales. ¿En qué condiciones vivirán hoy si ni la informalidad les da un espacio?

 

La economía informal no solo es la válvula de escape de la formal. Es un espacio donde millones de mexicanos se vinculan por otras vías con el gobierno. AMLO entiende muy bien esa dinámica. Ahí tejió su base de apoyo en la Ciudad de México, tan sólida que esa misma izquierda gobierna la capital desde 1997.

 

Un gobierno con tentáculos en el mundo de la informalidad, y hasta en el de la criminalidad, los puede convertir en la base de su dominio político en un cierto territorio. Quien vive dentro de la economía informal es una suerte de ciudadano de una república paralela en la que los impuestos se pagan en cuotas para poder ocupar la calle y con su voz y presencia en marchas y protestas. La relación está fincada en la discrecionalidad y en todo tipo de arreglos corruptos.

 

En contraste, las empresas formales tienen una relativa autonomía frente al gobierno. La relación con el gobierno es desde la ley, que en principio los protege. Muchos de sus empleados son parte de esta clase media, que en general es crítica del gobierno.

 

Según la encuesta de Consulta Mitofsky, entre los informales, el nivel de aprobación de AMLO fue de 72.5 por ciento en enero, frente al 59.7 del promedio de los mexicanos y el 39.4 de los empresarios. Entre los desempleados también tiene un bajo nivel de aprobación, 49.4, pero pocos se quedan en esa categoría, porque no hay seguro de desempleo. Por necesidad, la gran mayoría entra a la informalidad.

 

Según Coneval, el porcentaje de mexicanos cuyo ingreso no les alcanza para pagar una canasta básica pasó de 35.7 por ciento en el primer trimestre del 2020 a 40.7 en el último trimestre del año. Los pobres son los más agradecidos con AMLO porque les manda su dinerito. No parecen culparlo del incremento en su número.

 

Yo me he resistido a creer que gobiernos como el de AMLO deseen tener más pobres porque son su clientela política más leal. Siempre he pensado que el incremento en la pobreza en gobiernos de corte populista es consecuencia de políticas económicas mal planeadas, como la propuesta de reforma de ley de la industria eléctrica. Sin embargo, parece una buena hipótesis para entender esa frase, que ya quedó para la posteridad, de que esta crisis le venía como anillo al dedo.

 

Carlos Elizondo Mayer-Serra

 

 


sábado, febrero 20, 2021

 

El capitalismo

“La característica clave del capitalismo no es la "codicia" o el "egoísmo" o "solo ganar dinero". La gente es codiciosa, egoísta y quiere ganar dinero en todo el mundo, bajo cualquier sistema. La clave son los intercambios voluntarios de propiedad privada.” Gurú Libertario

 

Al capitalismo lo podemos entender, o en el sentido literal del término, o en el sentido institucional del mismo.

 

En el sentido literal del término por capitalismo hay que entender cualquier modo de producción de satisfactores que utilice capital, siendo capital todo lo que le ayuda al ser humano a producir, desde instalaciones, maquinaria y equipo (capital físico), hasta conocimientos, habilidades y actitudes (capital humano), pasando por el dinero (capital financiero), cuando el mismo se destina a la formación, multiplicación, acumulación y perfeccionamiento de cualquier  tipo de capital, desde el físico hasta el humano.

 

Los diferentes tipos de capital son complementarios, lo cual quiere decir que se necesitan por lo menos dos tipos distintos para poder producir bienes y servicios. El capital físico (instalaciones, maquinaria y equipo) debe complementarse con el capital humano (conocimientos, habilidades y actitudes) o, dicho de otra manera, las herramientas sin el trabajo no producen, y el trabajo sin las herramientas tampoco puede producir, comenzando por una de las herramientas más eficaces con las que cuenta el ser humano: sus manos, a las que podemos calificar como la herramienta de herramientas, una meta herramienta, la condición de uso del resto de las herramientas (por lo menos durante buena parte de la historia de la humanidad).

 

Todas las actividades económicas, sobre todo por el lado de la producción, necesitan de capital, desde físico hasta humano, lo cual quiere decir que la economía humana es, en el sentido literal del término, esencialmente capitalista, lo cual nos plantea esta pregunta: ¿qué condiciones deben cumplirse para que obtengamos el mayor provecho posible del capital a nuestra disposición?, lo cual nos lleva a considerar al capitalismo desde el punto de vista institucional, punto de vista desde el cual se identifica con la economía de mercado en el sentido institucional el término.

 

En el sentido literal del término son de mercado aquellas economías en las cuales el intercambio es la actividad económica central, de tal manera que se produce para vender y se compra para consumir. En el sentido institucional lo son aquellas en las cuales los derechos de los agentes económicos están plenamente reconocidos, puntualmente definidos y jurídicamente garantizados, comenzando por el derecho a la libertad individual para producir, ofrecer y vender, y el derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción necesarios para poder producir, ofrecer y vender, todo lo cual se necesita para que cada quien obtenga el mayor provecho posible del capital del que disponga.

 

En el sentido institucional del término capitalismo es sinónimo de economía de mercado, de libertad individual para producir, ofrecer y vender; para emprender, invertir y trabajar, y de propiedad privada sobre los medios de producción necesarios para poder hacerlo. Del reconocimiento pleno, definición puntual y garantía jurídica de esos dos derechos, a la libertad individual y a la propiedad privada.

 

Otra característica clave del capitalismo, además de la señalada por el Gurú Libertario, es la del uso del capital para la producción de satisfactores, lo cual supone su propiedad y la libertad para usarlo como más convenga, propiedad privada y libertad individual.

 

Por ello, pongamos el punto sobre la i.

 

Arturo Damm

 


domingo, febrero 14, 2021

 

Pasado malvado

Se ha vuelto frecuente afirmar, con profunda convicción, que todo en el pasado fue malo y que por ello el Gobierno actual constituye la salvación de México. Aunque para algunos es retórica, para muchos es verdad absoluta que no admite debate.

 

Sin embargo, no deja de ser peculiar el argumento de que todo en el pasado fue malo cuando se está ejerciendo una libertad de expresión que se ganó a palos en ese pasado reciente que ahora se denuesta. Absurdo cuando el objetivo del régimen es reconstruir el mundo autoritario de antaño.

 

Para quienes creen que no existió el autoritarismo postrevolucionario ni las crisis financieras; no existe (o existió antes del brillante manejo de la pandemia) una creciente clase media; nunca hubo restricciones de divisas para el funcionamiento normal de la economía; no hubo Gobiernos competentes ni empresas exitosas, científicos galardonados o premios Nobel mexicanos. El mundo nació en 2018. Antes, como en la biblia, el caos.

 

Si el mundo nació ayer y todo en el pasado fue caos, el futuro inexorablemente será mejor. Se impone el dogma y nada es sujeto de debate o aprendizaje, lo cual explica mucho de lo que ocurre en los foros públicos, comenzando por las mañaneras y en el ámbito legislativo: se trata de verdades reveladas, no de asuntos sujetos a legítima solución. ¿No será éste un nuevo autoritarismo?

 

La creencia de que no hay nada bueno o rescatable del pasado es objetivamente falsa no sólo porque lo opuesto es comprobable, sino porque la mayoría de quienes la esbozan muestran, en sus propias personas, enormes avances y progreso familiar. Desde luego, lo objetivo no es relevante si se trata de una creencia; peor, cuando ésta se encuentra tan profundamente arraigada.

 

Hace cosa de 10 años, cuando Luis de la Calle y yo presentamos el libro "Clasemediero", invitamos a varios líderes políticos a comentarlo. Uno de ellos, un prominente miembro del PRD en aquel momento, comenzó su comentario de la siguiente manera (cito de memoria): "cuando me invitaron a comentar este libro me sentí muy incómodo. Para mí, en mis días universitarios, el término clasemediero se empleaba de manera peyorativa para denigrar a alguien que no se comportaba como pobre. Sin embargo, cuando comencé a leer el libro me percaté de que me estaba describiendo a mí".

 

Luego siguió diciendo que él había nacido en un pueblo rural, hijo de campesinos humildes, pero que gracias a una beca había podido estudiar, ir a la universidad y hoy vivir en un apartamento urbano como el que sus padres jamás habrían podido imaginar.

 

El comentarista había descubierto que él había experimentado la movilidad social y que México había cambiado de tal forma que él podía expresarse libremente gracias a los cambios que se habían experimentado en las últimas cuatro décadas.

 

El pasado es un tema de legítimo debate porque existen hechos concretos; en el asunto del avance o retroceso del país en las últimas décadas, es muy fácil dilucidar dónde ha habido unos y dónde los otros.

 

Por ejemplo, nadie puede negar que hay estados (como Aguascalientes) que han crecido a tasas superiores al 7 por ciento anual por 40 años, un hito bajo cualquier rasero. También es objetivamente cierto que entidades como Chiapas y Oaxaca a duras penas han logrado mantenerse en el mismo lugar en esas cuatro décadas: se trata de dos verdades indisputables. Negarlo implicaría pretender seguir, o recrear, el gran "logro" de los estados sureños en lugar de aprender las causas del éxito de Aguascalientes o Querétaro.

 

Lo fácil es perderse en la retórica que persigue dos cosas evidentes: una, preservar la pobreza porque un país de pobres es un país de dependientes y, por lo tanto, de personas manipulables. La receta no es nueva y es siempre exitosa para quien pretende preservarse en el poder.

 

Por otro lado, el objetivo trasciende la mera dependencia hacia un líder, para perseguir la lealtad ciega. El gran éxito del Presidente radica en que cuenta con una gran cauda de seguidores que creen en estas falsedades. No hay razón que valga.

 

La tragedia para el País es que el progreso no es posible cuando la población sigue empecinadamente a un líder cuyo objetivo es preservar la pobreza, para lo cual requiere creyentes y no ciudadanos, clientelas, no productividad. Las víctimas, lo reconozcan o no, son quienes creen en lugar de dilucidar y quienes son "beneficiarios" de la dependencia instigada por el régimen.

 

Luis Rubio

 


 

El poder mata

El Presidente murió porque nadie tuvo el valor para decirle "no se puede". En un vuelo en avión militar en 2010, el piloto le dijo que por la bruma no se podía aterrizar, pero el presidente de Polonia, Lech Kaczynski, electo democráticamente en el 2005, insistió. Se estrellaron contra unos árboles cerca de Smolensko, en Rusia. Murieron las 96 personas que iban a bordo.

¿AMLO realmente cree que Santa Lucía es "el aeropuerto en construcción más grande del mundo, con la tecnología más avanzada"? ¿Nadie se atreve a llevarle la contra? Otra hipótesis es que AMLO sabe que miente, pero como todo líder de un culto, conoce bien a sus feligreses y confía en que lo seguirán, hasta la muerte si es necesario.

Hoy todo depende de AMLO. Puede poner en riesgo a médicos no vacunados por inocular antes a sus operadores políticos y a maestros de Campeche. En cualquier país democrático tal inmoralidad sería un escándalo. Acá solo la encargada del programa de vacunación tuvo el admirable valor de decir no, para luego renunciar.

Una ocurrencia presidencial de costos incalculables es su iniciativa para reformar la Ley de la Industria Eléctrica. Pretende regresar a una CFE hegemónica. Es inconstitucional. La Corte determinó que la política de la Secretaría de Energía con los mismos objetivos, lo es. También es violatoria del T-MEC, porque nos comprometimos a no favorecer a empresas estatales sobre las privadas, y porque firmamos que no se cerrarían sectores de la economía ya abiertos a privados y reconocidos en otros tratados de libre comercio. ¿Le han explicado a AMLO sus consecuencias? ¿O simplemente no le importa y nadie lo puede frenar?

La reforma es absurda. En lugar de conectar a la red al proveedor cuyo costo de producir cada kilovatio adicional sea el más barato, como lo marca hoy la ley, se deberá conectar primero a la CFE, aunque sea más sucia y cara. Los defensores de la reforma creen que la CFE ganará más dinero porque venderá más de su cara y sucia energía eléctrica. ¿Acaso no saben que le cuesta más a la CFE producirla que comprarla a un productor de energía eólica o solar?

La ley propuesta es expropiatoria. Quienes invirtieron en energías limpias lo hicieron con una ley que garantizaba que serían conectados a la red de transmisión si tenían los costos más baratos. Vendrán muchos litigios. Seguro los ganarán. El gobierno deberá pagar compensaciones multimillonarias.

AMLO no debe saber que la apertura eléctrica fue motivada por una realidad: la manufactura requiere mucha energía, y la CFE no tenía los recursos para generar esa electricidad. No los tiene ahora.

Como los privados lo hicieron bien, tienen utilidades. Este gobierno cree que eso es abuso. Si hay una sola prueba de violación a la ley, que actúen contra ellos.

AMLO ha dicho que no se le debe mover ni una coma a la iniciativa. Morena sigue instrucciones. Una reforma con las implicaciones que tiene ésta requeriría un análisis técnico profundo. Pero acá eso no tiene valor, la palabra del Presidente es la ley.

El capricho presidencial va a afectar al sector más dinámico: el manufacturero, la bujía de Norteamérica la presume AMLO. Ésta requiere energía segura y a precio competitivo. Necesita, hoy, que además provenga de fuentes limpias. No garantizar esa energía fue una de las razones por las que Tesla no construyó su nueva fábrica en Jalisco, donde tenía contemplado hacerlo. Se acabó yendo a Texas. Muchos más dejarán de invertir en México y algunos de los que tienen acá sus plantas, se irán.

El poderoso suele creer que lo sabe todo. Sin contrapesos, obliga a un piloto a aterrizar donde mejor le parece. Sin contrapesos, AMLO está obligando a los legisladores a llevar al país a una colisión con su principal socio comercial y a poner en riesgo la solvencia de una parte importante de nuestra economía. Todo esto, además, en época de pandemia y vacas flacas.

 

Carlos Elizondo Mayer-Serra

 

 


 

Polvos de aquellos lodos

En estos tiempos un buen analista político debería seguir siempre esta recomendación: desconfía de los dueños de verdades absolutas. En los días que López Obrador convaleció de Covid, fermentando sus rencores y cimentando la "firmeza de sus ideas", sus obedientes subalternos enfrentaron varios problemas con una sola voz. Desde Olga Sánchez Cordero, en los días en que se hizo cargo con visible reticencia del podio de las mañaneras de su jefe y patrón, hasta Claudia Sheinbaum -que olvida todos los días que los votos que la llevaron a gobernar la CDMX le otorgaron un poder propio- y el inefable mentiroso de López-Gatell, nos impusieron una visión de las cosas que no tiene nada que ver con la realidad. No pudieron darle la vuelta a la pandemia de Covid como ha tratado de hacerlo López Obrador -un accidente pasajero responsabilidad del virus y sus huéspedes irresponsables-, porque desde enero han muerto cerca de 1,500 mexicanos al día y no hay vacunas para contener la pandemia.

 

Ellos hablan, como López Obrador, desde la extraña convicción de que la palabra del gobierno es incontestable. El único proyecto que tienen es el estatismo -todo al servicio del Estado-. Frente a las muchas crisis que enfrentamos, el único medio válido es la "rectoría del Estado".

 

Los orígenes de esta convicción autoritaria se pierden en el tiempo: todo aprendiz de dictador ha tratado de conquistar y conservar a toda costa los hilos del poder. Pero en México heredamos la fe en esa rectoría del Estado hace décadas.

 

Toda la historia está ahí, atrás del recuento de la compleja amistad entre Octavio Paz y Carlos Fuentes que Malva Flores investigó y recopiló en su nuevo libro Estrella de dos puntas. El origen es Cuba. La lectura del nacimiento de la corrección política que convirtió al castrismo en un dogma inapelable es apasionante.

 

Paz no creía en las verdades absolutas. Muy temprano, después del triunfo de Castro, le escribió a su amigo argentino José Bianco: "Comprendo tu entusiasmo... Pero tampoco me agrada la revolución de Castro. No es lo que yo quería". Acabó en el polo opuesto de Carlos Fuentes, que se convirtió en el mejor vocero posible de Fidel Castro.

 

No fue sólo Fuentes. Muchos escritores y periodistas viajaron en tropel para apoyar a la revolución en 1959 y a principios de los sesenta. Los nombres están ahí, en el gran libro de Malva Flores. Cuba era el centro del mundo. Quienes se sumaron a las filas del castrismo cantaron los "avances" de la revolución: el establecimiento de cooperativas de consumo y agrícolas a precios bajísimos, reforma agraria y educativa. Todo terminó en el desastre económico, y así hubiera sido con bloqueo gringo o sin él. La lección desde México, que pocos quisieron leer, era el fracaso evidente desde antes de los años cincuenta de la reforma agraria y educativa de Lázaro Cárdenas, que apoyó abiertamente a Castro desde el triunfo de la Revolución cubana.

 

Lo que sí vieron y justificaron desde 1959 todos esos escritores y periodistas que apoyaban a Castro, con Fuentes a la cabeza, fueron los juicios, encarcelamientos y ejecuciones que fueron desde el principio parte del proyecto castrista. Brincaron del apoyo condicionado, que debe ser el punto de partida de cualquier crítico, al fanatismo sectario. Y diseminaron como maestros en el medio académico, y como periodistas, desde revistas y suplementos, el mito de que el camino a la libertad en América Latina era el experimento cubano. Castro y su estatismo se volvieron intocables: la verdad absoluta.

 

Y en el mito nos quedamos atrapados. Octavio Paz y Carlos Fuentes siguieron su camino al desencuentro. Paz renunció a la embajada de la India como protesta por Tlatelolco y regresó a México a cumplir un sueño de decenios: fundar Plural, una revista dedicada a la defensa de las libertades y la democracia. Fuentes decidió poner su prestigio y su carisma al servicio del gobierno de Echeverría, firme creyente, como López Obrador, de la rectoría del Estado y de acotar las libertades individuales y a la sociedad civil.

 

Fuentes ganó esa batalla: Echeverría acabó con Excélsior, el diario que abrigaba a Plural. Y probablemente ganó también post mortem la que ha alimentado a una izquierda sectaria que insiste en aplicar en México un proyecto político en contra de las lecciones de la historia, cimentado en el mito de que el predominio absoluto del Estado sirve.

 

Isabel Turrent

 


domingo, febrero 07, 2021

 

Una historia de COVID

Más de mil personas mueren diariamente en México por Covid. Todas dejan tras de sí una historia de desamparo.

 

Martha creció con su numerosa familia en una colonia popular de la Ciudad de México. Tiene dos hijos: Michelle, de 17, y Josef, de 11. Trabaja de cocinera en una casa particular. Desde hace algunos años había vivido separada de Rubén, su marido, un hombre de cuarenta y dos años que se ganaba la vida como taxista.

 

Al inicio de la pandemia, Martha comenzó a recibir noticias alarmantes de su colonia. Mucha gente conocida se estaba muriendo. Su tía Esperanza, de cerca de 74 años, enfermó. Había llegado de Acapulco a la casa de varios pisos donde viven generaciones de familiares suyos y algunos inquilinos. Murió cuando iban a llevarla al hospital. El acta de defunción registró "complicaciones respiratorias". Les dieron la caja con sus cenizas. Cuatro de sus hijos y varios nietos se hicieron la prueba de Covid y salieron positivos. Los vecinos quisieron quemar la casa.

 

Otra tía, Irma, murió el 17 de enero. Tenía 78 años. Sus hijos se reunieron con ella en su casa del Estado de México para pasar la Navidad. Eran unas siete personas. Enfermaron ella y su hijo, de aproximadamente 48 años. Los dos fueron hospitalizados y el diagnóstico en ambos casos fue Covid. Murieron con un día de diferencia. Fueron incinerados. En las actas de defunción se asentó que Irma murió por derrame y su hijo por Covid. Otra hija se enfermó también, pero afortunadamente se salvó.

 

Por esas fechas, Martha recibió la noticia de que Rubén había contraído Covid y estaba verdaderamente grave. El médico de la familia dijo que era neumonía. Lo aislaron, una hermana enfermera pidió licencia en su trabajo para cuidarlo. Rubén tenía problemas crónicos en los pulmones. La hermana quiso llevarlo inmediatamente a la clínica donde trabaja para intubarlo, pero no pudo tomar esa decisión porque sus padres -acabados de llegar de su pueblo, en el Estado de México- tenían dudas. Era ya muy noche. Martha y sus hijos se fueron a dormir en la mayor zozobra.

 

Al día siguiente, muy temprano en la mañana, Martha trasmitió a sus allegados la noticia: "En la madrugada falleció el papá de mis hijos, no pudieron despedirse siquiera de él". Días más tarde, detalló las circunstancias de esa muerte. Los padres se negaron finalmente a que fuera a un hospital o al Seguro Social. "Sabemos que, si se lo llevan, no lo volveremos a ver". Se referían a ver a su hijo vivo pero también a verlo muerto, porque conocían de muchos casos en que los seres queridos regresan solo en una urna de cenizas. "Es mejor que se quede acá con nosotros".

 

Rubén murió junto a ellos, pero no paró ahí el calvario. Para llevar el cuerpo a su pueblo y darle sepultura, la familia esperaba conseguir un certificado de defunción que dijera simplemente la verdad: "murió por Covid". No solo era necesario para ese efecto. También era imprescindible para asegurar las becas que el gobierno ha prometido a los huérfanos del Covid. Ese dinero sería la única herencia de Rubén a sus hijos, pero una herencia invaluable, la esperanza de un futuro.

 

Por desgracia, en la funeraria tenían una orden distinta. Si la familia quería que el cuerpo les fuese entregado, el certificado no podía decir "muerte por Covid" sino "muerte por paro cardíaco". De otra suerte, los trámites se alargarían, quizá no podrían entregar el cuerpo. Los padres no tuvieron más opción que aceptar. Ahora ambos, que padecen presión alta, están enfermos de Covid y "entubados", lo mismo que una de sus hijas, hermana de Rubén.

 

Los chicos se quedaron sin padre y sin el legado que el gobierno prometió. En sus chats con amigos de la escuela, Michelle comparte sus penas y escucha historias similares. Casi nadie se ha salvado de la peste, muchos han decidido dejar de estudiar. Josef, aún muy pequeño, parece tranquilo y riega su pequeña huerta. Michelle teme la llegada de la noche, cuando los enfermos mueren. ¿Qué ocurrirá con sus abuelitos y su tía?

 

"Los muertos -dice Martha- son muchos más de los que se reportan. Hay decenas en cada calle, en cada manzana. Multitudes de personas hacen largas colas para recibir vales de becas y ayudas, e ir a los bancos, con riesgo para su salud. No se encuentran medicinas ni tanques de oxígeno. Ya nadie quiere ir a los hospitales".

 

Martha no ve las noticias. Muchos que pusieron su esperanza en el gobierno "ahora se sienten defraudados". Ella pone su fe en el Creador. No tiene tiempo de llorar. Es una madre mexicana.

 

Enrique Krauze

 

 


jueves, febrero 04, 2021

 

Las mentiras matan

A veces hay que intentar escarmentar en cabeza ajena. En Estados Unidos vimos la ominosa consecuencia de una Presidencia fundada en la mentira. Tim Snyder, historiador de Yale, dice que "los nuevos autoritarios mienten sin parar y después dicen que son sus oponentes y los periodistas quienes mienten. La gente deja de saber qué es verdad y entonces la resistencia se vuelve imposible".

 

Trump degradó la democracia al mentir sobre el resultado de una elección transparente que perdió por mucho. Adiestró por cuatro años a sus seguidores a que en vez de observar los hechos lo escucharan a él. Acuñó el término fake media (los medios falsos) y su base rechazó a los medios tradicionales, informándose mejor en las cámaras de eco de las redes sociales. Él tenía "otros datos" e hizo de la verdad sinónimo de complot, evidencia del Estado profundo -una mafia del poder- conspirando contra él. Sorprendió la corta distancia entre su falaz narrativa y su intento de golpe de Estado. Los salvó la fortaleza institucional y la valentía de patriotas dentro de su gobierno y partido, que pusieron carreras -y vidas- en riesgo, rehusando ser cómplices del grotesco intento por desconocer la voluntad del pueblo.

 

Cuando los hechos dejan de importar y la verdad se sepulta bajo una maraña de mentiras, inmolada por la propaganda de quien profana el púlpito presidencial impulsando su propia agenda, a la gente -confundida- no le queda más que la ciega veneración al redentor, el culto al mítico líder. Ahí la democracia se torna imposible porque el voto popular será decidido no por hechos, sino por la búsqueda de identidad de la dócil grey y por su resentimiento contra enemigos reales o ficticios.

 

En su toma de posesión, Biden exhortó a defender la verdad con sentido de urgencia. Si en México no tomamos nota del atroz daño por el uso faccioso de la mentira, idéntico al de AMLO, jamás recuperaremos nuestro país de las garras del engaño y de la demagogia.

 

Es criminal distraer y confundir con mentiras en medio de esta pandemia. Acumulamos ya 400 mil muertos, mi madre entre ellos. Politizar la respuesta garantiza fracaso. Será imposible enterrar esta crisis si sigue creciendo. ¿Necesitamos un millón de muertos para cambiar de rumbo? Un Presidente obsesionado por acaparar todo el poder concentra también toda la culpa.

 

La mañosa manipulación de números reales nos quita argumentos para conseguir más vacunas. La principal amenaza para el colosal esfuerzo estadounidense por inmunizar a su población en este primer semestre proviene de compartir 3,200 km de frontera con un país rebasado, óptimo caldo de cultivo para peligrosas variantes. Pidamos ayuda con humildad. Dejemos claro que la pandemia, y el brutal costo del encierro, no terminan al vacunarse los países ricos. Nos disparamos en el pie al decir que "domamos la pandemia".

 

Enfrentemos la crisis unidos, dando información real, apoyándonos en la ciencia. López-Gatell debería ir a la cárcel pero, por ahora, al menos a casa. Necesitamos ahí a un prodigio de integridad, como lo fue el doctor Fauci con Trump, un experto vertical que inyecta sensatez. Tenemos a un patiño, petulante eco de patrañas, el telón detrás del que el mago ejecuta el juego de manos para esconder la realidad y exponer una ilusión.

 

Por eso los técnicos en el servicio público deben ser agnósticos, sin repetir credos partidistas. Por eso necesitamos servidores públicos experimentados, bien pagados y deseosos de forjar carreras dignas. Los paleros -López-Gatell, Nahle, Irma Eréndira- destruyen la capacidad institucional del gobierno y vuelven imposible formar equipos capaces. Nadie quiere a un incompetente sectario como jefe. La 4T comprueba que un gobierno barato, leal -y extraordinariamente inepto- vuelve imposible montar una respuesta sensata a la crisis. Por eso su prioridad sigue siendo hacer como que hacen.

 

La realidad es el peor enemigo de AMLO. Por eso arrasa con los contrapesos, desacredita a los medios e impide el acceso a información a la que legalmente tenemos derecho. Él preferiría hablar sólo del pasado porque su destrucción de nuestro presente y futuro es una tragedia indefendible.

 

Jorge Suárez-Velez

 


martes, febrero 02, 2021

 

El gran fiasco

"Cualquier tonto puede lograr el fracaso. Pero un fiasco, un fiasco es un desastre de proporciones míticas".

Cameron Crowe

Aveces parece que el presidente López Obrador vive en una realidad alterna. El 24 de mayo de 2020 afirmó: "Tan bien que íbamos y se nos presenta lo de la pandemia". El 9 de junio añadió: "México está dando un ejemplo en el mundo porque logramos aplanar esta curva y evitar que se saturaran los hospitales sin medidas coercitivas, sin el uso de la fuerza, con la participación voluntaria, consciente, de los ciudadanos. Esto no se logró en otras partes del mundo". Este 29 de enero de 2021, en el video en Palacio Nacional con el que buscó disipar los rumores sobre su salud, afirmó: "Yo soy optimista en todos sentidos. Estoy seguro de que vamos a superar esta situación difícil de la pandemia y vamos a recuperar nuestra economía, nuestros empleos. Es cosa de no rendirnos... No se puede vencer a los que no nos rendimos".

 

Vamos muy bien, requetebién, parece el lema de López Obrador. Este optimismo no lo expresaba en otros gobiernos, a los que criticaba constantemente por sus decisiones y corrupción. Hasta la fecha responsabiliza a los gobernantes anteriores, especialmente a Felipe Calderón, quien dejó el poder en 2012, por todos los problemas que enfrenta. No hay duda, sin embargo, que su propio régimen ha tenido en la pandemia una prueba de fuego de la que no ha salido bien librado.

 

El Covid-19 no es un problema solo en México. El desempeño de nuestro país, sin embargo, se encuentra entre los peores del mundo, tanto en contagios y muertes como en consecuencias económicas. "Lo que en uno de mis artículos llamé 'el fiasco del siglo'", ha escrito la doctora Laurie Ann Ximénez-Fyvie en su libro Un daño irreparable: la criminal gestión de la pandemia en México, consiste "en haber apostado -contra toda la evidencia científica- por una estrategia que implicaría sacrificar la vida de más de 3.5 millones de personas, pensando que sería el camino más fácil y menos costoso".

 

Algunas decisiones del Presidente se entienden. Prefirió no utilizar la fuerza pública para forzar un confinamiento total y obligatorio, que habría tenido un enorme costo humano y económico. Varios países que han decretado confinamientos forzosos, como Italia, España y Argentina, no han contenido la pandemia. Sin embargo, las medidas técnicas que debieron haber tomado los científicos, como el secretario de Salud, Jorge Alcocer, o el subsecretario, Hugo López-Gatell, resultaron simplemente lamentables. Quizá las dos peores fueron la negativa a realizar pruebas de Covid y la tardanza para recomendar el uso de mascarillas. La resistencia del Presidente para usar cubrebocas, supuestamente por consejo de sus médicos, ha sido especialmente dañina.

 

El tema se ha politizado. Los críticos de AMLO cuestionan toda decisión de su gobierno, mientras que sus simpatizantes mantienen que tenemos el mejor gobierno posible, el cual no puede cometer errores. El propio Presidente fomenta la polarización al afirmar que cualquier crítica solo puede provenir de conservadores-neoliberales que buscan regresar a los tiempos de la corrupción.

 

La agencia Bloomberg de noticias, sin embargo, coloca a México en el último lugar de los 53 países en su índice de resiliencia contra el virus, mientras que la doctora Ximénez-Fyvie advierte que México ha caído en un fiasco espectacular que ha provocado un daño irreparable al país. Son cuestionamientos cada vez más difíciles de negar.

 

· SIN MASCARILLAS

Las tribunas del torneo de tenis de Adelaida, Australia, han estado llenas de público sin mascarillas. Asombra, pero se entiende. Australia lleva una quincena sin casos locales nuevos. Está en tercer lugar en el índice de resiliencia de Bloomberg, después de Nueva Zelanda y Singapur. Tiene 33 muertes por millón de habitantes, contra 1,222 de México.

 

Sergio Sarmiento

 


This page is powered by Blogger. Isn't yours?