viernes, noviembre 29, 2019

 

La violencia como lenguaje

Para quien gusta de la historia, ya sea en libros, películas o museos, probablemente estará de acuerdo que la historia de la humanidad es una historia violenta. Desde la época de las cavernas cuando hordas familiares luchaban entre sí a muerte por el control de un coto de caza hasta éste siglo XXI, tal pareciera que la "inteligencia" del ser humano desaparece cuando hay desacuerdos e inconformidad, y todo se reduce a la violencia.

 

Bien decía Isaac Asimov que "la violencia es el último recurso de los incompetentes" pues ahí el que gana no es quien tenga la razón, la verdad, sino el que sea más fuerte físicamente.

 

El liberalismo es una ideología con fuertes raíces filosóficas que propone, entre otras cosas, que todos los seres humanos somos iguales en dignidad y derechos, aunque somos muy diferentes física y mentalmente. Por tal motivo los pensadores liberales siempre han propuesto el uso de la razón para convencer y no la fuerza, pues ¿de qué sirve creer en la libertad si vas a imponer por la vía violenta tu forma de pensar?

 

Por el contrario, son los movimientos opuestos al liberalismo, sean de izquierda o de derecha, quienes por lo general, en sus expresiones más extremistas, han llegado al poder por la vía violenta, pues no hay forma de que pudieran convencer a la mayoría de la gente.

 

Y es así como, en la narrativa dominante de siempre, está justificado, aceptado, el uso de la violencia para llegar al poder o para expresar nuestras opiniones, siempre bajo la excusa de que la causa es justa. El fin justificando los medios.

 

De esa forma, vemos grupos de todos tipos, con todas las causas "justas" habidas y por haber, expresándose de forma violenta pues "es la única forma en que se les hará caso". ¿Será? Mahatma Gandhi logró la independencia de la India de forma pacífica, ¿o no? Durante los años de su movimiento y ante represiones violentas, masacres, del Imperio Británico, siempre la respuesta fue pacífica.

 

El problema de usar la violencia como lenguaje para hacerse escuchar es que se normaliza aún más la violencia. Y es más contradictorio que inclusive grupos que luchan por víctimas de actos violentos caigan en el mismo juego de usar la violencia para expresarse. ¿Cuál es el límite? ¿Quién decide qué causa es lo "suficientemente justa" para cometer actos vandálicos y que queden en inmunidad? ¿Quién es el censor que decide qué causa es justa y cuál no?

 

No, no es falta de empatía, ni mucho menos que importen más objetos materiales que la vida de personas. Eso es una equivalencia falsa y por ende es una falacia lógica. El problema es el mensaje que se manda a toda la sociedad de que la violencia se justifica si la causa es "justa". "Qué importan unos cuantos miles de pesos del Erario si se hace llegar el mensaje" argumentan. Pues importan porque muchos de esos pesos pudieron usarse para pagar tratamientos de cáncer a niños o mujeres, o quizá pudieron haberse usado para comprar despensas para miles de personas que hoy sufren hambre. ¿O acaso el dolor de esos ciudadanos vale menos que la causa que tu defiendes?

 

O ¿qué me dicen de esos negocios destruidos que llevan a la quiebra a un pequeño emprendedor y deja sin empleo a un puñado de personas? ¿Qué pasa con ese ciudadano cuyo auto quedó destruido y no tenía seguro porque vive al día y no podía pagarlo? ¿Su sufrimiento no vale?

 

¿En verdad no soy empático? ¿No será que tú no eres empático mas que con la causa de tu predilección?

 

En el liberalismo se acepta el uso de la violencia, de la fuerza, solo para defender nuestra vida y propiedades. Nunca para atacar y despojar a alguien. Si las protestas que usan la violencia dañando propiedad privada y pública se justifican porque sólo así les hacen caso, ¿por qué no ir a vandalizar las casas de los políticos? Si ellos son los responsables de los problemas, de las injusticias, que exigen una pronta resolución, ¿a quiénes hay que ir a molestar en sus bienes para que se pongan a trabajar? ¿A los responsables directos a la propiedad común que nos cuesta a todos aunque no tengamos vela en el entierro?

 

Tu dolor y rabia será más comprendido cuando se reconozca que cada ser humano es único e irrepetible y que todos tenemos causas, que todos podemos sentir dolor y rabia por alguna injusticia que ninguna de esas causas es mayor o menor a otras.

 

#NoALaViolencia de ningún tipo


domingo, noviembre 24, 2019

 

Peligros de la obediencia

El 4 de noviembre de 2008, un Learjet 45 de la Secretaría de Gobernación, en fila para aterrizar en la Ciudad de México, se desplomó. Murieron los tripulantes, pasajeros y personas que estaban donde cayó la nave. Se dijo que el Secretario, piloto por afición, había tomado el mando del Learjet. De ser así, fue una abdicación del capitán: una obediencia irresponsable.

 

El Secretario era más que el capitán, políticamente. El capitán era más, aeronáuticamente. El cruce de sus autoridades no las revocaba. Seguían siendo válidas en su propia esfera. Pero las autoridades cruzadas son problemáticas. Crean tensiones de difícil solución.

 

En la administración industrial, hay autoridades cruzadas entre los responsables de la producción, la calidad, la seguridad, los costos, las ventas. Las tensiones suelen atribuirse a diferencias personales, pero son inherentes a la división del trabajo. Igual sucede en las cadenas de tiendas o de hospitales: hay tensiones entre el corporativo y los ejecutivos de autoridad local.

 

Las tensiones políticas del segundo triunvirato que gobernaba Roma terminaron mal. Finalmente, Augusto se impuso como emperador e integró en su persona la autoridad militar, la política y la religiosa.

 

Las tensiones entre el Rey Enrique VIII y el Papa Julio II también terminaron mal. El Rey asumió la máxima autoridad religiosa en Inglaterra. Todavía hoy, la Reina encabeza la Iglesia anglicana.

 

Este integrismo es milenario. Fue criticado en la doctrina evangélica sobre separación de poderes: "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios" (Lucas 20:25). En el Sacro Imperio Romano, los teólogos medievales llamaron "conflictos de investiduras" a los del Papa y el emperador sobre nombramiento de obispos. Todavía en el siglo 20, los soviéticos exigían ser consultados en esos nombramientos.

 

La integración de todas las autoridades en una sola persona no resuelve el problema: lo complica. La separación de esferas de competencia se ha consolidado en los últimos siglos como un progreso.

 

Un Presidente de la República, como cualquier ciudadano, puede tener opiniones legislativas, judiciales, médicas, literarias, religiosas, académicas, pedagógicas, familiares o deportivas. Pero no autoridad para imponerlas. Aunque sepa mucho de beisbol, no le corresponde decidir si un lanzamiento fue bola o strike. O si hacen falta refinerías. O el mejor lugar para construir un aeropuerto.

 

Después de los horrores de la Primera Guerra Mundial, en el clima de decepción y desaliento que vivían las democracias liberales, surgieron movimientos integristas de adhesión a líderes salvadores.

 

Harold Laski, un socialista británico, publicó en 1930 "The Dangers of Obedience" frente al comunismo, fascismo y nazismo (después añadiría el franquismo). "No le debemos obediencia ciega e irracional a ningún Estado, a ninguna Iglesia". "Ningún Estado tiene cimiento más seguro que la conciencia de sus ciudadanos". Por buenas que sean las intenciones de un gobernante "siempre estará sujeto, dadas las limitaciones inherentes a toda autoridad, al error y la equivocación". ("Los Peligros de la Obediencia", Madrid: Sequitur, 2017, p. 36).

 

Erich Fromm psicoanalizó la abdicación ciudadana frente a los liderazgos mesiánicos en "El Miedo a la Libertad".

 

La obediencia puede ser racional y necesaria en muchas circunstancias (laborales, deportivas, escolares). Enseñar obediencia a los niños es fundamental para su seguridad y desarrollo, incluso para que después tengan contra qué afirmarse o rebelarse. Pero los ciudadanos no son niños. La obediencia es requisito de una operación militar, pero la vida civil no es militar.

 

Las instituciones democráticas que se someten al presidencialismo absoluto traicionan su propia naturaleza. Quienes abdican de su autoridad se dañan a sí mismos, al país y hasta la persona objeto de su servilismo, que puede estrellarse o enloquecer si, cuando pegunta "¿Qué horas son?", le responden: "Las que usted diga, Señor Presidente".

 

Alguna vez, el Presidente López Mateos, conversando con su amigo Manuel Moreno Sánchez sobre su experiencia en el poder, le habló de los problemas que el servilismo le causaba y del cuidado que tenía que tener al decir algo. Le puso como ejemplo que, llegando a una ciudad, le enseñaron lo que un periodista local había escrito sobre él. Se enojó y exclamó: "¡Pero qué se está creyendo este hijo de la chingada!". Al día siguiente, el periodista amaneció muerto.

 

Gabriel Zaid


sábado, noviembre 23, 2019

 

Desprecio por la administración pública

La capacidad de un buen político no sólo se refleja en sus discursos, sino también en su aptitud para gobernar.

 

Y gobernar es mucho más complejo que dar mensajes o incluso firmar decretos. Se trata de tomar las mejores decisiones, de deliberar respetando la ley y las instituciones, y persuadir con argumentos a los ciudadanos para avanzar en medio de muchas resistencias y obstáculos.

 

Gobernar bien es liderazgo en libertad.

 

Antes de ser Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en su ensayo "El Estudio de la Administración", de 1887, estableció con claridad que la administración pública es la disciplina que analiza el orden de ejecución de los proyectos del Gobierno. Es propiamente la capacidad de éste para dar resultados.

 

Hablemos de dos ejemplos en los que nuestro Gobierno desdeña la administración pública: el programa de pensión a los adultos mayores y las becas a estudiantes de escuelas públicas.

 

Todos los adultos mayores de 68 años ahora reciben, sin distinción, una pensión gracias a nuestros impuestos. Para el próximo año se destinarán 130 mil millones de pesos para dar apoyo mensual de mil 275 pesos a más de 10 millones de beneficiarios.

 

Sería sin duda una excelente iniciativa, a no ser porque sustituyó un programa que apoyaba con mayor atingencia y efectividad sólo a los adultos mayores más necesitados.

 

Antes del actual programa, se tenía identificado que entre la población con más de 65 años, los que no recibían ningún tipo de pensión o apoyo de algún Gobierno representaban el 26 por ciento.

 

Así, un programa bien ejecutado por una administración pública con profesionalismo hubiera incrementado al doble la pensión de hoy, pero sólo apoyando a quienes verdaderamente lo necesitan.

 

De esta forma nos estaría costando este programa la mitad de lo que actualmente gasta el Gobierno en este esfuerzo social, y tendríamos además la certeza de que ese beneficio es para mejorar su calidad de vida, no como ahora, que nadie sabe para qué utilizan los recursos que les damos a través del Gobierno.

 

El otro programa que merece una crítica es la beca universal "Benito Juárez" para estudiantes de educación media superior.

 

Este programa contempla el apoyo económico indiscriminado a 3.5 millones de jóvenes de educación media superior. Otra vez, un programa que pudiera ser mejorado si contemplamos que más de 1 millón de jóvenes en México dejan sus estudios de preparatoria.

 

Sin embargo, lo que una administración pública seria hubiera hecho es analizar cuáles son las causas de esta deserción y hubiera encontrado, como está documentado por la SEP, que sólo el 38 por ciento de esos jóvenes abandonan por razones económicas. El resto lo hace por no poder avanzar en sus estudios al reprobar sus materias.

 

Esto significa que, en lugar de estar apoyando a todos los jóvenes en preparatorias públicas con transferencias bancarias, la administración pública pudiera ser más efectiva apoyando al 10 por ciento del total de inscritos en preparatorias públicas que realmente lo necesitan.

 

Por supuesto, también creando programas para que los alumnos puedan superar sus deficiencias en matemáticas, cálculo, física y química que los hacen desertar.

 

Es claro que el reto de estos dos temas tiene que ver con la capacidad de la administración pública para detectar a esos adultos mayores y a esos jóvenes que son los mexicanos que necesitan el apoyo económico para salir adelante. Algo que necesita trabajo, seriedad y una administración pública capaz.

 

Un Gobierno irresponsable regala recursos a todos de manera indiscriminada en lugar de a quienes más los necesitan.

 

Ésta es la diferencia entre un Gobierno que respeta la administración pública y otro que la desprecia.

 

Vidal Garza Cantú

vidalgarza@yahoo.com


viernes, noviembre 01, 2019

 

El relato del fracaso

Hay que reconocer que la mañanera del miércoles, si no algo inédito, sí resultó un ejercicio de comunicación notable, orquestado por los gurús de la narrativa de la Cuarta Transformación, en donde el Secretario de la Defensa, Luis Cresencio Sandoval, presentó un "cortometraje" para contar la versión oficial del operativo fallido en el que las Fuerzas Armadas terminaron rindiéndose ante el narcotráfico en Culiacán el pasado 17 de octubre.

 

El General Cresencio Sandoval no escatimó en detalles y apoyos visuales para explicar lo sucedido, a través de una amplia cronología que inició en la solicitud de extradición del presunto narcotraficante por parte del Gobierno de Estados Unidos, y concluyó en la decisión colegiada por parte del Gabinete de Seguridad de abortar la operación y liberar al hijo de "El Chapo" Guzmán.

 

La estrategia de la referida mañanera fue muy clara: saturar con detalles, ampliar la cronología de los hechos mucho más allá del Día D, para intentar que no se centrara la atención en las horas críticas y en el hecho concreto de la decisión de cancelar la operación. Fue un relato vistoso, y hasta cierto punto convincente, para justificar el resultado final del operativo: un rotundo fracaso.

 

La explicación parecía la del presidente de una compañía en la que se hablaba de todas las bondades de ésta, la capacidad y entrega de los colaboradores, la trascendencia de una misión importante y los pasos para concretarla, para después explicar que algunos factores externos muy críticos que no estaban previstos obligaron a abortarla.

 

El Presidente López Obrador salió desde luego a defender la narrativa y a criticar a todas aquellas voces que cuestionaban la decisión de replegar a las Fuerzas Armadas ante la respuesta violenta del Cártel de Sinaloa.

 

"Hay forma de garantizar la paz, en la que podamos resolver los problemas sin violencia, que no se violen los derechos humanos, que se use de manera regulada la fuerza, que sea en legítima defensa, que no haya ese afán autoritario y fascistoide que prevalecía", señaló.

 

Se sostuvo en que la 4T representa un Gobierno humanista y que la inseguridad no se combate con la violencia. Días después del fracaso de Culiacán, el Presidente habló inclusive del cristianismo, al que prácticamente comparó con su proyecto político, al decir que el cristianismo es amor, justicia social y humanismo. La misma "doctrina" que su Gobierno, y en la cual se basó para tomar la decisión de claudicar ante la delincuencia organizada en Sinaloa.

 

El Presidente ataca a todo aquel que lo cuestiona por lo sucedido el 17 de octubre, acusándolo de ser poco humano, al desestimar que si el operativo se hubiera concluido hubieran muerto muchas personas. El dilema no es ése.

 

Ningún crítico del Presidente anhelaba un derramamiento de sangre inocente, sino eficacia y contundencia para atrapar a los criminales, más allá de discursos moralizantes y falaces.

 

Es la postración ante los delincuentes y la falta de una estrategia eficaz en materia de seguridad lo que seguirá suscitando miles de muertes en México, no la acción contundente de los cuerpos de seguridad, que para eso están, para poner orden y garantizar la paz en un marco de legalidad.

 

El Presidente sigue hablando de los muertos de Calderón y del fracaso de Peña en materia de seguridad, pero tal parece que su discurso de "abrazos, no balazos" nos ha llevado a un escenario mucho peor que el de Gobiernos anteriores.

 

Es cierto que por un operativo fallido no se puede juzgar la estrategia de seguridad de un Gobierno, el problema es que en este caso no se aprecia ninguna estrategia, sí en cambio, un discurso de amor y paz que sólo tendría dos explicaciones posibles: un mesianismo delirante o un pacto de impunidad de la 4T con algunos grupos criminales.

 

Guillermo Velasco Barrera


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