domingo, enero 21, 2007
Tiranía de arribistas
Amicus Platonis, magis amica veritas. Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Así dijo Aristóteles cuando los discípulos del maestro lo exiliaron de la Academia por no compartir sus dogmas. Nadie que negara la posibilidad de crear una sociedad perfecta como la expuesta en "La República" tenía cabida entre los incondicionales del gran Platón. No pudiendo reconciliarse con las ideas de su amado maestro, el "discípulo incómodo" agarró sus chivitas, se encogió de hombros e hizo la mencionada declaración de independencia intelectual.
La bronca entre los dos grandes filósofos no fue menor, este desencuentro corre a lo largo de toda la cultura occidental. A partir de este pleito, el espectro filosófico y político se rompió en idealistas y realistas. Los primeros, con Platón, creen poder crear el reino de los cielos en la Tierra por medio de instituciones perfectas, leyes inflexibles y una élite de gobernantes intachables (cualquier semejanza con la Iglesia y/o el PRD no es mera coincidencia). Los segundos, con Aristóteles, no podemos sino advertir que la naturaleza humana es frágil, mezquina, egoísta y que "ante el arca abierta hasta el justo peca" por lo que, así se trate de un santo, hay que someterlo al imperio de la ley.
Ambos bandos le apuestan a la gestión política para lograr la mejor de las sociedades posibles discrepando más en método que en ideología. Donde los idealistas proponen volver a empezar de cero -dictar nuevas leyes, modificar constituciones, derrocar a los gobernantes actuales-, los realistas nos inclinamos por la aplicación de las leyes vigentes, el perfeccionamiento progresivo de las instituciones existentes y la creación de convicciones democráticas por vía de la ley y la educación. Unos tienen fe en la virtud de un líder esclarecido o un partido insobornable; los otros, incrédulos de buena fe que somos, buscamos hacer de la isonomía (aplicación pareja de la ley) el más eficiente magisterio democrático.
Para el próximo 5 de febrero, Andrés Manuel López Obrador y el PRD están preparando el proyecto de una nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Dicen, y con razón, que la de 1917 es obsoleta y requiere enmiendas para adecuarla a los retos que viven el País y el mundo.
Pero antes de meterle mano a la Constitución, cabe preguntarse -con Aristóteles- si conviene que ése sea nuestro primer paso hacia una reforma del Estado. Porque si la modificación va a ser sólo de papel y, si quienes proponen una nueva Constitución no están dispuestos a respetarla y hacerla respetar, ya lo dijo "Ari", modificar la Carta Magna puede hacer más daño que bien (Política, 1269ª22).
No abogo por leyes eternas talladas en piedra. Sin duda todas las leyes, incluida la Constitución, responden a una realidad sociopolítica cambiante y por lo mismo han de ser flexibles. Pero no conviene confundir la flexibilidad del Legislativo con la del Ejecutivo o el Judicial. Donde el legislador tiene la facultad de ser flexible al crear la ley, el Poder Judicial, si aspira a ser justo, no puede serlo en su aplicación. Dicho de otro modo: una vez dictada con todo su rigor (o falta de), la ley debe aplicar para todos los ciudadanos, al margen de si nos gusta, nos late o nos conviene. Por eso, antes de dictar nuevas y más rigurosas leyes (y máxime un pacto constitucional) es preciso que los legisladores -en este caso, AMLO y el PRD- consideren si como ciudadanos están dispuesto a someterse (y a someter a sus líderes, cuates y familiares) a dichos principios, sin excusa o excepción.
Porque volviendo a Aristóteles y su pugna con Platón: antes de andar buscando crear repúblicas perfectas con constituciones ideales de derecha o izquierda, quizá convendría ser más modestos y empezar la "reforma del Estado" por aplicarle a todo mundo -incluidos Presidentes "legítimos" y "espurios", partidos políticos y ONGs, ricos y pobres, funcionarios y ciudadanos- las leyes imperfectas que ya tenemos. De nada sirve tener la mejor Constitución de papel, si de facto hay individuos, partidos o tribus que, por razones políticas, ideológicas, económicas, religiosas o de estatus gozan de impunidad o se eximen de cumplirla cuando no les conviene.
A 24 siglos de distancia, la objeción aristotélica sigue vigente: en tanto cumplir la ley no sea igualmente obligatorio para políticos y ciudadanos, la República seguirá siendo gobernada por oportunistas y tiranos.
Claudia Ruiz Arriola, El Norte, 21 de enero 2007
sherpa01@gmail.com
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Antes que una nueva Constitución, que AMLO respete la que tenemos. ¿Cómo puede alguien que poco ha respetado la ley proponer otra?
La bronca entre los dos grandes filósofos no fue menor, este desencuentro corre a lo largo de toda la cultura occidental. A partir de este pleito, el espectro filosófico y político se rompió en idealistas y realistas. Los primeros, con Platón, creen poder crear el reino de los cielos en la Tierra por medio de instituciones perfectas, leyes inflexibles y una élite de gobernantes intachables (cualquier semejanza con la Iglesia y/o el PRD no es mera coincidencia). Los segundos, con Aristóteles, no podemos sino advertir que la naturaleza humana es frágil, mezquina, egoísta y que "ante el arca abierta hasta el justo peca" por lo que, así se trate de un santo, hay que someterlo al imperio de la ley.
Ambos bandos le apuestan a la gestión política para lograr la mejor de las sociedades posibles discrepando más en método que en ideología. Donde los idealistas proponen volver a empezar de cero -dictar nuevas leyes, modificar constituciones, derrocar a los gobernantes actuales-, los realistas nos inclinamos por la aplicación de las leyes vigentes, el perfeccionamiento progresivo de las instituciones existentes y la creación de convicciones democráticas por vía de la ley y la educación. Unos tienen fe en la virtud de un líder esclarecido o un partido insobornable; los otros, incrédulos de buena fe que somos, buscamos hacer de la isonomía (aplicación pareja de la ley) el más eficiente magisterio democrático.
Para el próximo 5 de febrero, Andrés Manuel López Obrador y el PRD están preparando el proyecto de una nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Dicen, y con razón, que la de 1917 es obsoleta y requiere enmiendas para adecuarla a los retos que viven el País y el mundo.
Pero antes de meterle mano a la Constitución, cabe preguntarse -con Aristóteles- si conviene que ése sea nuestro primer paso hacia una reforma del Estado. Porque si la modificación va a ser sólo de papel y, si quienes proponen una nueva Constitución no están dispuestos a respetarla y hacerla respetar, ya lo dijo "Ari", modificar la Carta Magna puede hacer más daño que bien (Política, 1269ª22).
No abogo por leyes eternas talladas en piedra. Sin duda todas las leyes, incluida la Constitución, responden a una realidad sociopolítica cambiante y por lo mismo han de ser flexibles. Pero no conviene confundir la flexibilidad del Legislativo con la del Ejecutivo o el Judicial. Donde el legislador tiene la facultad de ser flexible al crear la ley, el Poder Judicial, si aspira a ser justo, no puede serlo en su aplicación. Dicho de otro modo: una vez dictada con todo su rigor (o falta de), la ley debe aplicar para todos los ciudadanos, al margen de si nos gusta, nos late o nos conviene. Por eso, antes de dictar nuevas y más rigurosas leyes (y máxime un pacto constitucional) es preciso que los legisladores -en este caso, AMLO y el PRD- consideren si como ciudadanos están dispuesto a someterse (y a someter a sus líderes, cuates y familiares) a dichos principios, sin excusa o excepción.
Porque volviendo a Aristóteles y su pugna con Platón: antes de andar buscando crear repúblicas perfectas con constituciones ideales de derecha o izquierda, quizá convendría ser más modestos y empezar la "reforma del Estado" por aplicarle a todo mundo -incluidos Presidentes "legítimos" y "espurios", partidos políticos y ONGs, ricos y pobres, funcionarios y ciudadanos- las leyes imperfectas que ya tenemos. De nada sirve tener la mejor Constitución de papel, si de facto hay individuos, partidos o tribus que, por razones políticas, ideológicas, económicas, religiosas o de estatus gozan de impunidad o se eximen de cumplirla cuando no les conviene.
A 24 siglos de distancia, la objeción aristotélica sigue vigente: en tanto cumplir la ley no sea igualmente obligatorio para políticos y ciudadanos, la República seguirá siendo gobernada por oportunistas y tiranos.
Claudia Ruiz Arriola, El Norte, 21 de enero 2007
sherpa01@gmail.com
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Antes que una nueva Constitución, que AMLO respete la que tenemos. ¿Cómo puede alguien que poco ha respetado la ley proponer otra?
Etiquetas: AMLO, constitucion, estado de derecho, leyes, populismo, PRD