sábado, mayo 28, 2016

 

Aguas con la democracia

La democracia como forma de gobierno nunca había sido tan cuestionada como ahora. Quizá porque en el pasado coexistía con peores formas de elegir un Gobierno y se suavizaban sus propios yerros.

 

Soy un creyente de la democracia y de sus virtudes, pero hoy debemos analizar con detenimiento sus defectos para evitarlos.

 

Hoy padecemos una democracia pragmática. Una que está siendo operada con reglas trágicamente hechas por la misma clase política que nos gobierna y que ha provocado no sólo en México, sino en otros países la desdicha de elegir para gobernarlos no a los más aptos, ni los más capaces, sino a los más populares, a los que acaparan atención por las tonterías que dicen y a los más irresponsables para tomar decisiones por nosotros.

 

Candidatos que a base de mucho dinero -que consiguen de manera quizá hasta ilegal- compran medios, voluntades y votos para llegar al poder con una deuda gigantesca de favores por cumplir, de espaldas a las necesidades de la mayoría.

 

La democracia está secuestrada por personajes que les gusta moverse dividiendo, por partidos que usan el sistema electoral a su antojo, por una sociedad limitada sin formas de manifestar su malestar.

 

Los resultados de esta práctica son, por decir lo menos, muy preocupantes.

 

España tiene varios meses sin Gobierno por falta de consensos en su Parlamento. En el mismo tenor, tenemos a Donald Trump ganando la candidatura republicana, la reelección "democrática" de Nicolás Maduro para terminar de acabar con un país y los más de 10 años de campaña presidencial de un político en México que sale todos los días en la televisión sin proponer nada mejor. (AMLO)

 

También podemos verlo en el recién electo Presidente de Filipinas. Rodrigo "Rody" Duterte carga una historia de menosprecio por la democracia y una actitud bravucona para enfrentar a la criminalidad en su país, que ha cautivado a muchos, pero ha desconcertado a muchos más proponiendo tonterías como engordar los peces de la bahía de Manila con carne de los primeros 100 mil criminales que logre encarcelar.

 

Una de las democracias más estudiadas, la norteamericana, hoy ofrece un menú de candidatos posibles a sus elecciones de noviembre que distan mucho de ser los mejores para servir a tan importante país para el resto del mundo.

 

Aristóteles postuló tres formas de gobierno en función del número de gobernantes. Las clasificó como monarquía, gobierno de uno; aristocracia, gobierno de pocos; y la república, gobierno de la mayoría.

 

De la misma manera nos indica las depravaciones de estas formas de gobierno que son, respectivamente, la tiranía, la oligarquía y la democracia/demagogia, en donde sólo se salvaguardan los intereses de una parte de la sociedad.

 

Parece que estamos repitiendo la historia de uno de los impulsores de la democracia ateniense, Pericles, líder y gobernante carismático en la antigua Grecia que a pesar de ser admirado por su impulso a la cultura, el arte y derechos sociales de los más pobres, definió a la democracia con dos condiciones que van juntas y que hoy pueden verse como una advertencia.

 

Por un lado, la democracia es una forma de gobierno en donde prevalece una nutrida participación de los ciudadanos, pero también es donde las decisiones de la mayoría no son las más juiciosas.

 

Por ello es imprescindible buscar formas para ordenar y limitar a la democracia como un vehículo capaz de generar Gobiernos eficientes, justos y honestos, porque sola la democracia no los producirá.

 

Para mí el Gobierno es una fábrica que genera políticas públicas con resultados medibles, con características de justicia, pero también de efectividad.

 

En este sentido, nos está quedando a deber no sólo en México, sino en muchos otros países por un mal entendimiento de que la democracia justifica cualquier Gobierno, aunque sea uno torpe y corrupto.

 

Vidal Garza

vidalgarza@yahoo.com

 

Leer más: http://www.elnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=89454#ixzz49y5VhXfG  

Follow us: @elnortecom on Twitter


sábado, mayo 14, 2016

 

El Estado interventor

Enfrente del edificio donde trabajo hay un parque muy bonito. Hacia las ocho de la mañana, unas cuantas gentes caminan por sus senderos, pero su estacionamiento está lleno de automóviles. ¿Por qué? Porque es gratuito y lo (ab)usan, lógicamente, muchos oficinistas que laboran en las empresas cercanas. Se frustra, por tanto, la intención original. Un letrero que advirtiera que el estacionamiento es exclusivo para los usuarios del parque sería inútil. Los estímulos económicos son más poderosos que las llamadas a la "conciencia social".

 

¿A qué viene la anécdota? La semana pasada, según una nota de prensa, el Senado de la República "emitió un exhorto a los Congresos de los Estados" para que, "en beneficio de los consumidores", se eviten "los cobros excesivos" en los estacionamientos de autos en los centros comerciales.

 

Para empezar, hay que notar que el cobro es una manera de racionar el uso de un bien escaso (y, por tanto, valioso): el espacio disponible para estacionamiento. De otra manera, el abuso sería el resultado (como en el parque referido). De paso, vale notar que los Senadores no definen qué es "excesivo".

 

El exhorto sugiere que el servicio sea "gratuito" sólo para quienes exhiban un comprobante de compra. Desde luego, eso es exactamente lo que ya hacen algunos comercios. ¿Por qué no todos? Porque no todas las compras lo justifican. Una bolsa de papas en 7/11 no es lo mismo que un traje en Zegna.

 

La medida, dicen los Senadores, alentará el crecimiento de los propios centros comerciales, porque al eliminar la tarifa, el consumidor podrá "adquirir otro tipo de artículo o servicio". Aparte de que, por persona, lo más probable es que el "ahorro" en cuestión no sería significativo, estoy seguro de que los comerciantes difícilmente necesitan los consejos de un legislador para apreciar dónde está su interés.

 

No es improbable que los Congresos estatales atiendan el exhorto aludido, porque ofrece una nueva oportunidad para interferir con la libertad de elección de los ciudadanos. La tendencia está de moda en todas partes.

 

En Estados Unidos, por ejemplo, en pleno proceso electoral, es evidente una postura antiglobalización. Donald Trump es su vocero más explícito y ruidoso, pero Bernard Sanders no es muy distinto y, me temo, Hillary Clinton (discretamente) tampoco. El nacionalismo económico tiene muchos partidarios, de izquierda y de derecha. Pero rara vez se destaca que, en lo fundamental, implica que el Gobierno limite, de una forma u otra, la libertad de las personas físicas y de las empresas para realizar transacciones con sus similares extranjeros.

 

La lista de actividades que el Gobierno limita o, de plano prohíbe, crece al parecer cada día. La afirmación puede parecer exagerada, pero no lo es. Los pocos ejemplos que siguen son parte de la lista mexicana.

 

· El Gobierno ha decidido que sabe mejor que los ciudadanos lo que les conviene comer y tomar. Específicamente, no quiere que haya sal en las mesas de los restaurantes, para que los hipertensos no sucumban a la tentación de usarla. Tampoco quiere que los sedientos beban líquidos azucarados, para evitar que se conviertan en obesos. Tutelar celoso de menores e incapaces, se preocupa por nuestra salud y nuestra figura más que nosotros mismos.

 

· El Gobierno ha determinado también que hay ciertas imágenes que no debemos ver en la televisión, y ciertas palabras que no debemos escuchar en el radio. Así pues, actúa como definidor y guardián de la moral pública y de la corrección lingüística.

 

· Lo anterior tiene consecuencias, pero son (creo) menores, si se las compara con los terribles efectos que acarrea la intervención del Estado en lo que toca a lo que alguna gente decide introducir en sus pulmones y/o en sus venas. En ese ámbito, el Gobierno ha resuelto que hay formas de diversión que no son permisibles, sin importar que sean voluntarias.

 

· Igualmente, el Gobierno cree saber mejor que nosotros qué nos conviene usar si nos enfermamos. Los antibióticos se expenden sólo contra receta, para prevenir una supuesta automedicación irracional.

 

· Y así por el estilo, en muchos (demasiados) espacios de la vida diaria.

 

No ignoro que hay actividades que realizan los particulares que tienen repercusiones negativas sobre terceros. Cuando ocurren, primero se debe precisar su significación y, luego, diseñar la mejor manera de compensarlas. Es posible que en algún caso la intervención estatal sea conveniente.

 

Everardo Elizondo

El autor es profesor de Economía en la EGADE, Business School, ITESM.


domingo, mayo 08, 2016

 

La generación de la discordia

Hace un mes esbocé en este espacio el método de las generaciones. En un artículo posterior tracé un perfil de la generación del 68, a la que pertenezco. Ahora doy inicio a una serie sobre las generaciones políticas que comparten el escenario en el siglo 21.

 

¿Cómo bautizar a la primera, nacida entre 1950 y 1965? Parece natural referirla al año axial que le abrió las compuertas de la historia: 1994.

 

Demasiado jóvenes para participar en el 68, vivieron bajo su signo. Sabían que el régimen estaba herido de muerte. Padecieron los desastres económicos de Echeverría y López Portillo, la parálisis gubernamental en el terremoto del 85, el fraude del 88, las luces y sombras del Gobierno de Salinas, el levantamiento zapatista, el asesinato de Colosio. A lo largo de sus vidas, la palabra "crisis" se volvió sinónimo de normalidad. Toda la tensión acumulada estalló en 1994.

 

Su designio fue superar la crisis endémica y fundar un nuevo ciclo histórico: construir las prácticas e instituciones de la democracia en México.

 

Tras el asesinato de Colosio, llegó al poder Ernesto Zedillo. Nacido en 1951, era un liberal auténtico y un demócrata convencido. A principio de su Gobierno abrió el debate de los partidos para lograr el esperado tránsito. Renovó y dotó de una autonomía sustantiva a la Suprema Corte de Justicia. Fortaleció al IFE, cuyo primer presidente ciudadano, José Woldenberg -nacido en 1952- pasó de la militancia sindical universitaria a la gestión nacional del aparato electoral, eje de la democracia.

 

En aquel promisorio fin de siglo, la Generación del 94 comenzó a afirmarse en los partidos de oposición. Muchos de sus líderes, de antigua filiación marxista, hicieron la autocrítica de sus creencias revolucionarias y guiados por el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas asumieron cabalmente la vía democrática. Panistas y neopanistas vieron la oportunidad de reivindicar los valores democráticos de su partido. Aun en el PRI surgieron algunas voces democráticas.

 

Sólo una nube opacaba el horizonte democrático: el movimiento zapatista. Sus demandas -antiguas, lacerantes, justificadas- conmovieron a la sociedad. Lo encabezaba un miembro de la Generación del 94: el carismático Subcomandante Marcos (nacido en 1957).

 

También Marcos quería la construcción de un nuevo orden, pero no democrático sino revolucionario. Su postura instauró la discordia en el ala izquierda de la Generación del 94: ¿democracia o revolución? El País no tenía dudas: prefería la democracia.

 

En el Gobierno de Fox descollaban dos proyectos: actuar contra los vestigios del antiguo régimen u optar por una política de conciliación. En las vacilaciones provocadas por esa tensión interna se perdió la "ventana de oportunidad" que ofrecía la arrolladora popularidad inicial del Presidente.

 

El tiempo pasó muy rápido y se creó un vacío de poder que aprovecharon poderes regionales y fácticos, lícitos e ilícitos, y un nuevo líder carismático, el Jefe de Gobierno del DF, Andrés Manuel López Obrador (1953).

 

Tomando la estafeta de Marcos (que se desvaneció en la penumbra y la leyenda), López Obrador ahondó la discordia interna en la Generación del 94. Su plataforma no proponía la construcción de un orden democrático nuevo, sino la vuelta al orden antiguo de la Revolución mexicana, en su momento cardenista.

 

Hágase la cuenta de los últimos 20 años y se apreciará el predominio de la Generación del 94. Representan ideologías distintas, proyectos diversos. En ciertos ámbitos (la Suprema Corte, el INAI, el INE) han hecho aportes al nuevo orden. A esa generación pertenece Felipe Calderón (1962). Más allá de sus aciertos y desaciertos, su Gobierno preservó el frágil edificio de la democracia.

 

La destrucción de ese edificio no es imposible. A partir del 2006, la política mexicana se volvió una batalla campal en el seno de la Generación de 1994.

 

El líder de su ala radical opina que el modelo económico es absolutamente erróneo. Y sostiene que no vivimos en democracia. Está en su derecho, pero sus afirmaciones contradicen su propio lugar en la vida pública: tiene la propiedad privada de un partido político, goza del financiamiento público que eso supone y una exposición sin precedente en los medios de comunicación.

 

Su postura presagia lo que sería su Gobierno. El advenimiento de un caudillo mesiánico a la Presidencia, hecho inédito e incompatible con las leyes e instituciones de una democracia.

 

La discordia se dirimirá en el 2018. El legado de la generación está en vilo.

 

Enrique Krauze

www.enriquekrauze.com.mx

 

Leer más: http://www.elnorte.com/aplicaciones/editoriales/editorial.aspx?id=88016#ixzz487PizuXw  

Follow us: @elnortecom on Twitter


This page is powered by Blogger. Isn't yours?