miércoles, enero 24, 2007
El encanto populista de los controles de precio
En mi columna del 23 de agosto del año pasado, "La importancia de los precios", señalé que esperaba "que el gobierno de Felipe Calderón utilice estándares muy rigorosos a la hora de evaluar las políticas públicas y los programas sociales, de manera que evite introducir distorsiones adicionales en la economía mediante la manipulación innecesaria de los precios..." Es una decepción, por tanto, que apenas transcurrido mes y medio desde el inicio de su administración haya tomado decisiones en función de presiones políticas, mostrando con ello un claro desdén por las señales económicas.
Los gobiernos han tratado de fijar precios mínimos o máximos en todas partes y desde tiempos ancestrales. En México está muy arraigada la idea de que las decisiones burocráticas sobre la asignación de recursos solucionarán nuestros problemas económicos. De hecho, al ver la reacción del público ante las intromisiones gubernamentales, uno podría decir que somos víctimas del encanto de los controles. Ello no justifica, sin embargo, que una de las primeras acciones del gobierno de Felipe Calderón haya sido la interferencia con la operación del mercado en el caso de la tortilla y el maíz, ante el escándalo que se suscitó con el aumento del precio de esos productos.
El alza se debe, en gran parte, al incremento de precios internacionales del maíz por su uso creciente en la producción de etanol, y en menor medida a la política oficial de entorpecer la importación libre del grano. Nada tiene que ver el argumento fantasioso de las autoridades y del Congreso que culpa de ello a los especuladores y acaparadores del producto; pero si bien esos señalamientos carecen de sustento económico, tienen en cambio un gran contenido político, por lo que no extraña la decisión de anunciar un programa que incluye, entre otras acciones, el acuerdo de un precio tope a la tortilla.
La dimensión política de esta intromisión en el mercado del maíz y la tortilla se aprecia mejor cuando la comparamos con la inacción de las autoridades ante las oscilaciones del precio del tomate durante el año. Maíz y tomate son productos del campo y su cotización depende, entre diversos factores, de las condiciones climatológicas y la producción global, pero hasta ahora nadie se ha avocado a señalar cuando sube de precio el tomate que ello es resultado, como ahora en el caso del maíz y la tortilla, de especuladores y acaparadores del producto.
La tortilla subió de precio porque el maíz subió de precio. Y esto sucedió porque la cotización internacional del grano se elevó, como mencioné antes, al demandarse para la producción creciente de etanol. La liquidez que existe en la economía debido a la política monetaria laxa de Banco de México facilitó la transferencia de precios a los consumidores.
La solución económica es dejar que los mercados acomoden los nuevos precios relativos, mientras que la solución política, que no confía en los mercados, se inclina por leyes que controlen "la especulación y el acaparamiento", que le establezcan topes a los precios que se pueden cobrar con el supuesto fin de simbolizar la oposición a la escasez que existe. La escasez duele, ya que significa que no puedo tener todo lo que deseo. Sin embargo, lo único que logrará el gobierno con estas medidas es acrecentar las distorsiones que ellos mismos crearon en el mercado de maíz y, por tanto, en el de la tortilla.
El atractivo político de los controles de precios es fácil de apreciar. Aun cuando fallan en proteger a muchos consumidores y perjudican a otros, los controles prometen proteger a grupos de consumidores que encuentran particularmente difícil pagar los incrementos de precios. A pesar del uso frecuente de controles de precios, y a pesar de la lógica superficial de su atractivo, los economistas nos oponemos por lo general a ellos. La razón es que los controles de precios distorsionan la asignación de recursos y cuando se introducen en mercados donde la demanda no se satisface con la producción existente a los precios anteriores, como sucede ahora con el maíz y la tortilla, sólo hacen que las cosas empeoren.
En los sectores donde se aplican controles se debilitan, por un lado, los incentivos para que los consumidores disminuyan su consumo, mientras que por el otro, se desalientan a los proveedores de hacer inversiones adicionales para aumentar la capacidad de producción que, en última instancia, es lo que aliviaría en definitiva la escasez.
Cuando el problema es la ausencia de mercados competitivos, la solución no son los controles de precios, sino atacar las causas de que no exista la competencia. En el caso del maíz y la tortilla, es una tontería afirmar que no existe un entorno de competencia para que el precio refleje adecuadamente las condiciones del mercado. En todo caso, el problema está en los controles arbitrarios a la libre importación del grano y no en el precio de la tortilla, que sólo refleja las condiciones del mercado internacional del maíz.
La reacción del Presidente Calderón es preocupante no sólo porque no resuelve el problema, sino porque nos hace creer que los políticos, en vez de la competencia en el mercado, son mejores para determinar el precio de los productos, lo que en la práctica es una fórmula segura para el desastre. Además, los techos "temporales" de precios tienen una forma muy curiosa de ser finalmente no tan temporales. Los techos a los precios deben verse como lo que son: parte del problema y no la solución.
Salvador Kalifa, El Norte, 24 de enero 2007
salvadorkalifa@prodigy.net.mx
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Hay que decirlo con todas sus letras, la decisión de un pacto para el precio de la tortilla es una medida populista. Y como tal aquí lo denunciamos. Que se habran los cupos de importación de maíz, pero sobre todo que se promueva el uso de mejores variedades y más tecnificación en el campo. Si todas las hectáreas que hoy se siembran con maíz produjeran 8 toneladas c/u, no tendríamos este problema. Pero ojo, el precio del maíz estaría por abajo de 1000 pesos la tonelada en perjuicio de los campesinos. No hay lonche gratis, ni para un lado ni para el otro.
Los gobiernos han tratado de fijar precios mínimos o máximos en todas partes y desde tiempos ancestrales. En México está muy arraigada la idea de que las decisiones burocráticas sobre la asignación de recursos solucionarán nuestros problemas económicos. De hecho, al ver la reacción del público ante las intromisiones gubernamentales, uno podría decir que somos víctimas del encanto de los controles. Ello no justifica, sin embargo, que una de las primeras acciones del gobierno de Felipe Calderón haya sido la interferencia con la operación del mercado en el caso de la tortilla y el maíz, ante el escándalo que se suscitó con el aumento del precio de esos productos.
El alza se debe, en gran parte, al incremento de precios internacionales del maíz por su uso creciente en la producción de etanol, y en menor medida a la política oficial de entorpecer la importación libre del grano. Nada tiene que ver el argumento fantasioso de las autoridades y del Congreso que culpa de ello a los especuladores y acaparadores del producto; pero si bien esos señalamientos carecen de sustento económico, tienen en cambio un gran contenido político, por lo que no extraña la decisión de anunciar un programa que incluye, entre otras acciones, el acuerdo de un precio tope a la tortilla.
La dimensión política de esta intromisión en el mercado del maíz y la tortilla se aprecia mejor cuando la comparamos con la inacción de las autoridades ante las oscilaciones del precio del tomate durante el año. Maíz y tomate son productos del campo y su cotización depende, entre diversos factores, de las condiciones climatológicas y la producción global, pero hasta ahora nadie se ha avocado a señalar cuando sube de precio el tomate que ello es resultado, como ahora en el caso del maíz y la tortilla, de especuladores y acaparadores del producto.
La tortilla subió de precio porque el maíz subió de precio. Y esto sucedió porque la cotización internacional del grano se elevó, como mencioné antes, al demandarse para la producción creciente de etanol. La liquidez que existe en la economía debido a la política monetaria laxa de Banco de México facilitó la transferencia de precios a los consumidores.
La solución económica es dejar que los mercados acomoden los nuevos precios relativos, mientras que la solución política, que no confía en los mercados, se inclina por leyes que controlen "la especulación y el acaparamiento", que le establezcan topes a los precios que se pueden cobrar con el supuesto fin de simbolizar la oposición a la escasez que existe. La escasez duele, ya que significa que no puedo tener todo lo que deseo. Sin embargo, lo único que logrará el gobierno con estas medidas es acrecentar las distorsiones que ellos mismos crearon en el mercado de maíz y, por tanto, en el de la tortilla.
El atractivo político de los controles de precios es fácil de apreciar. Aun cuando fallan en proteger a muchos consumidores y perjudican a otros, los controles prometen proteger a grupos de consumidores que encuentran particularmente difícil pagar los incrementos de precios. A pesar del uso frecuente de controles de precios, y a pesar de la lógica superficial de su atractivo, los economistas nos oponemos por lo general a ellos. La razón es que los controles de precios distorsionan la asignación de recursos y cuando se introducen en mercados donde la demanda no se satisface con la producción existente a los precios anteriores, como sucede ahora con el maíz y la tortilla, sólo hacen que las cosas empeoren.
En los sectores donde se aplican controles se debilitan, por un lado, los incentivos para que los consumidores disminuyan su consumo, mientras que por el otro, se desalientan a los proveedores de hacer inversiones adicionales para aumentar la capacidad de producción que, en última instancia, es lo que aliviaría en definitiva la escasez.
Cuando el problema es la ausencia de mercados competitivos, la solución no son los controles de precios, sino atacar las causas de que no exista la competencia. En el caso del maíz y la tortilla, es una tontería afirmar que no existe un entorno de competencia para que el precio refleje adecuadamente las condiciones del mercado. En todo caso, el problema está en los controles arbitrarios a la libre importación del grano y no en el precio de la tortilla, que sólo refleja las condiciones del mercado internacional del maíz.
La reacción del Presidente Calderón es preocupante no sólo porque no resuelve el problema, sino porque nos hace creer que los políticos, en vez de la competencia en el mercado, son mejores para determinar el precio de los productos, lo que en la práctica es una fórmula segura para el desastre. Además, los techos "temporales" de precios tienen una forma muy curiosa de ser finalmente no tan temporales. Los techos a los precios deben verse como lo que son: parte del problema y no la solución.
Salvador Kalifa, El Norte, 24 de enero 2007
salvadorkalifa@prodigy.net.mx
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Hay que decirlo con todas sus letras, la decisión de un pacto para el precio de la tortilla es una medida populista. Y como tal aquí lo denunciamos. Que se habran los cupos de importación de maíz, pero sobre todo que se promueva el uso de mejores variedades y más tecnificación en el campo. Si todas las hectáreas que hoy se siembran con maíz produjeran 8 toneladas c/u, no tendríamos este problema. Pero ojo, el precio del maíz estaría por abajo de 1000 pesos la tonelada en perjuicio de los campesinos. No hay lonche gratis, ni para un lado ni para el otro.
Etiquetas: economia, maiz, populismo, precios, subsidios, tortilla