domingo, julio 31, 2022

 

Alternativas

Alternativas

Parafraseando a Marx y Engels, un fantasma recorre al mundo, el fantasma del populismo. Se trata de la lucha entre distintos modelos de desarrollo y formas de conducir la política. Hoy se enfrentan dos modelos que aceptan la ortodoxia económica: el modelo de democracia de mercado que caracteriza a prácticamente todas las naciones ricas alrededor del mundo, con el modelo de capitalismo autoritario chino. Pero también hay otra disputa, la de los liderazgos políticos: hay jefes de Estado que siguen formas institucionales (lo que Weber denominó "dominación legal"), en tanto que otros han desarrollado perfiles carismáticos, igual de izquierda que de derecha (Trump, Bolsonaro, Chávez, Erdogan), todos los cuales caen bajo el rubro de populismo. Detrás de todo esto hay una batalla entre dos formas radicalmente distintas de concebir al mundo y de adaptarse (o no) al entorno internacional y tecnológico predominante.

 

La contienda se presenta en dos niveles: por un lado, el anhelo de innumerables líderes políticos por romper con los impedimentos impuestos por la economía globalizada y el estrechamiento del mundo debido al avance tecnológico. Por otro lado, la lógica avasalladora de la producción descentralizada a lo largo y ancho del mundo, la ubicuidad de la información y, especialmente, la revolución de las expectativas que se deriva de los dos factores anteriores. La pregunta clave que todo líder político enfrenta es si realmente hay opción. Margaret Thatcher inauguró la frase de "no hay alternativa" para explicar la necesidad imperiosa de reformar la economía británica. Esté o no uno de acuerdo con la filosofía de la llamada "dama de hierro", la frase que ella empleaba resume la naturaleza de la disputa que sigue caracterizando al mundo.

 

Ernesto Laclau escribió que "normalmente se suele recurrir a la globalización para justificar el dogma de 'no hay alternativa' y el argumento más corriente contra las políticas de redistribución es que las constricciones fiscales a las que se enfrentan los Gobiernos son la única posibilidad realista en un mundo donde los mercados no permiten ni la más mínima desviación de la ortodoxia neoliberal" ("Hegemonía y estrategia socialista"). A partir de este planteamiento, Laclau propone pasar por encima de las instituciones republicanas para transformar la realidad.

 

Tan atractivo es este planteamiento que innumerables líderes políticos alrededor del mundo y de ideologías tan diversas han intentado romper con los marcos institucionales como propone Laclau. El grito de guerra de Trump era acabar con el "pantano", noción no distinta, en un sentido conceptual, a lo que propone Podemos en España o que han procurado los Kirchner en Argentina, Correa en Ecuador o López Obrador en nuestro país.

 

El problema de los proyectos voluntaristas, aquellos en que el gobernante desafía la ortodoxia e intenta imponer sus propias preferencias, es que usualmente chocan con la pared. México vivió severas crisis en la segunda mitad del siglo pasado precisamente porque diversos Presidentes se sintieron libres de hacer de las suyas. Eso mismo ocurriría de adoptar el Gobierno una línea de choque ahora con la consulta en materia eléctrica.

 

El fenómeno se ha agudizado en la era del conocimiento por dos razones: primero, con un par de excepciones (como Cuba y Corea del Norte), el mundo se ha integrado debido a las comunicaciones que hacen sumamente difícil que un país se abstraiga del resto del mundo. Antes, cuando no existían esas circunstancias, los Presidentes festinaban la producción integral de automóviles o refinados del petróleo en su nación, sin inscribirlo en el contexto global. Hoy eso es imposible porque ya no existen plantas en que se fabrique la totalidad de un producto y, más importante, porque la población reclama satisfactores de alta calidad y de inmediato. La idea de que es posible ignorar lo que ocurre en el resto del mundo es inconcebible no por el mentado neoliberalismo, sino porque el electorado ya no lo tolera: al revés, espera respuestas aquí y ahora.

 

El planteamiento de Laclau y sus seguidores es muy bonito en términos políticos y anímicos, pero es disfuncional en el mundo de la realidad. Lo único certero que se puede afirmar de los proyectos voluntaristas (aquellos que no han sido constreñidos por la fortaleza de las instituciones, como fue el caso de Trump) es que han sido un desastre en términos de crecimiento económico y disminución de la pobreza. Aunque muchos del grupo gobernante discurren sobre los éxitos del régimen venezolano, la evidencia del desastre que es esa nación es abrumadora. La retórica puede ser generosa, pero la realidad es absoluta.

 

Como ha argumentado Jan-Werner Mueller ("The Myth of the Nationalist Resurgence"), la evidencia muestra que los ciudadanos que sostienen a Gobiernos voluntaristas-populistas no son una mayoría silenciosa, sino una minoría vociferante. Es por ello que prácticamente todos los intentos por desafiar la realidad en la era del conocimiento acaban mal. Bill Hicks, un cómico, soñaba con un partido político para "personas que odian a otras personas". Su problema era que no lograba juntar a su base para integrar el partido: al movimiento egoísta lo destruía su principio nodal. La realidad no se puede desafiar y eso es lo que acaba con estos voluntarismos insostenibles.

 

Luis Rubio

 

 


domingo, julio 24, 2022

 

Después el diluvio

Decía un guía en el palacio de Versalles que Luis XIV construyó el palacio, Luis XV lo disfrutó y Luis XVI pagó la factura. Estamos en la etapa en que el Presidente López Obrador está disfrutando de la estructura económica y financiera que le dejaron sus predecesores, esos malditos neoliberales. La interrogante clave para pasada la elección de 2024 es cómo pagar por lo hecho, y lo no hecho, en este sexenio para comenzar la construcción de algo nuevo y funcional hacia la prosperidad y el desarrollo.

 

En todos los sexenios que me ha tocado observar, lo que distingue al actual es la ausencia de un proyecto para el desarrollo del país. Algunos de los anteriores eran demasiado ambiciosos, otros meramente ideológicos; en algunos lo notable era la ausencia de ambición, en tanto que otros eran irreales por inviables. Pero ninguno carecía de un esquema orientado a lograr mayor prosperidad y mejores niveles de vida.

 

Para el Presidente López Obrador el desarrollo se logra casi por ósmosis: el Gobierno concentra todo el poder y el resto ocurre de manera automática. En lugar de estrategias, inversiones o legislación, lo que aquí ha habido es una manipulación narrativa dedicada a nutrir una base electoral y tres proyectos de inversión que no sólo no son ambiciosos, sino que no tienen sentido estratégico alguno ni para las regiones en que se han instalado. Se trata de un proyecto político, es decir, de poder, y no uno de desarrollo.

 

Más allá de la excusa provista por la pandemia para justificar todo lo no hecho y lo deshecho, el devenir del sexenio que poco a poco se aproxima a su ocaso ha sido posible gracias a dos décadas de construcción institucional que arrojó una estructura financiera para la estabilidad, un perfil de deuda muy cómodo para el erario, fondos y fideicomisos para casos de emergencia, periodos de recesión o fenómenos naturales.

 

Las administraciones que precedieron a la actual se ocuparon de fortalecer los cimientos de la estabilidad económica para evitar recaer en las crisis del pasado que destruyeron todo -familias, ahorros- a su paso. Sin esos antecedentes, el Gobierno actual jamás habría podido desviar tantos recursos que otrora se dedicaban a la promoción de la inversión (infraestructura, generación de electricidad, etc.) hacia sus clientelas favoritas. Aunque el Presidente habla de austeridad, ésta no existe: los recursos se siguen gastando, sólo que ahora el criterio es de rentabilidad electoral y política, no de desarrollo económico.

 

De esta manera, el prospecto más generoso que se puede estimar para el futuro es que, al final de 2024, sólo se haya perdido un sexenio y nada más. Los cálculos más optimistas son que la economía retornará al nivel de 2018 hacia el final de 2024, cuando la población habrá crecido en varios millones de nuevos mexicanos. Y esos son los cálculos optimistas.

 

Lo imperativo hoy es colocarnos en octubre primero de 2024, el día de la inauguración del próximo Presidente, para comenzar a otear el panorama que nos espera, como si ese día fuese a tomar posesión Luis XVI. Además de finanzas maltrechas, pero confiadamente no en situación de crisis, todo ello por haberlas exprimido al máximo con la desaparición de los fondos de estabilización y fideicomisos varios, el país se encontrará con un Gobierno nuevo sin mayores instrumentos y con una gran crisis de confianza.

 

Sea quien sea Presidente, hombre o mujer, en 2024, sus opciones van a estar muy limitadas por al menos tres razones: primero, porque ninguno gozará del vasto apoyo que logró el Presidente en 2018 ni contará con sus habilidades o historia para preservar la base que su antecesor creó. Ninguno de los precandidatos obvios, de ambos lados de la barrera, goza de esa situación excepcional. Segundo, el Gobierno actual habrá agotado todo el espacio fiscal -recursos para emprender proyectos- lo que le obligará a procurar nuevas fuentes de financiamiento incluso para la operación más elemental del Gobierno, ya sin pensar en las cosas urgentes e imperativas como la seguridad de la población.

 

Finalmente, la tercera razón por la cual las opciones serán estrechas es el otro lado de la moneda de la gestión del Presidente López Obrador: así como construyó y nutrió una base electoral amplia, alienó al resto de la población. En lugar de sumar, dividió y polarizó, crispando el ambiente al punto de provocar reacciones viscerales e impulsivas tanto por parte de quienes lo apoyaron como de quienes acabaron odiándolo. Quien asuma la presidencia en 2024 tendrá que lidiar con esa contraposición y comenzar a hilar para construir puentes, disminuir tensiones y desarrollar fuentes de apoyo sostenibles e institucionales. Como en el viejo sistema priista, el próximo Gobierno no tendrá alternativa más que reproducir el péndulo de antaño: corregir lo dañado y comenzar de nuevo.

 

Esto último será el reto más grande: la gran virtud del TLC radicaba en que proveía fuentes de certeza que trascendían los sexenios. Eso desapareció, mitad por Trump y mitad por López Obrador. La gran tarea será encontrar o construir una nueva plataforma que garantice la certidumbre, mellada por este Gobierno tan preocupado por lo inmediato (lo electoral) pero desdeñoso de lo trascendente, el desarrollo y la paz.

 

Luis Rubio

 


miércoles, julio 06, 2022

 

Villano responsable

"El extremismo político incluye dos ingredientes primordiales: un diagnóstico excesivamente sencillo de los problemas del mundo y la convicción de que hay villanos identificables detrás de todo". John W. Gardner

El presidente López Obrador es un gran propagandista. Con metódica precisión elige a los "enemigos" a quienes culpar de todos los problemas. Pero cuando el diagnóstico es ideológico, las soluciones también lo son y no resuelven nada.

 

En los últimos días, ante la crisis del agua en Monterrey y otros lugares de Nuevo León, el Presidente ha hablado del tema en varias ocasiones. Lejos de escuchar las opiniones de los especialistas, ha buscado y encontrado un villano responsable: las empresas.

 

El 22 de junio el mandatario argumentó que la razón de la crisis es la concesión "sin planeación" de permisos de uso de agua a empresas privadas durante el "periodo neoliberal". "En el caso del agua no había planeación. ¿Cómo se va a dar permiso para poner cerveceras en el norte, pero, además, permisos para que la cerveza que se produce se exporte, o sea, que exportemos agua del norte, donde no hay agua?". Confundiendo la situación de dos lugares muy distintos y distantes, Monterrey y Mexicali, cuestionó la planta cervecera que se estaba construyendo en Baja California y que canceló unilateralmente, pese a que contaba con una manifestación de impacto ambiental y cumplía todos los demás requisitos de ley.

 

El 27 de junio el Presidente volvió al tema: "En una situación de emergencia se tiene que priorizar y se tiene que atender a la gente. No el agua para las empresas. Es un asunto de definir prioridades y también de buscar acuerdos porque los empresarios ayudan si se les hace un planteamiento... Si tienen compromisos de entregar cerveza, ya sea a nivel nacional o extranjero, buscar la alternativa sin necesidad de quitar concesiones ni de sancionar a nadie. Es nada más llamarlos; ellos saben quiénes son los que consumen más".

 

Pero las empresas no son las que consumen más. Según el INEGI, el 76 por ciento del agua en nuestro país se utiliza para la agricultura, el 14 por ciento para el abastecimiento público, el 5 por ciento para la electricidad y el otro 5 por ciento para la industria autoabastecida. La agricultura no solo es el mayor consumidor, sino también el que tiene mayor desperdicio. De hecho, las reglas para el uso del agua en la agricultura están hechas para impulsar el consumo de toda una cuota, porque de lo contrario esta se pierde. Mientras en Monterrey se ha vivido una enorme escasez de agua, algunos predios agrícolas cercanos siguen usando la técnica de riego por inundación para no perder su cuota de agua.

 

El Presidente ha utilizado una y otra vez el proyecto de la cervecera de Constellation Brands de Mexicali como un ejemplo de mal uso del agua. Pero esta posición solamente revela ignorancia sobre el caso. La planta no solo habría consumido apenas un 0.2 por ciento del agua disponible en el valle de Mexicali, sino que por los compromisos de la manifestación de impacto ambiental debía realizar obras de infraestructura para garantizar cuando menos una situación neutra. Esto significa que el consumo de agua de la planta habría sido neutralizado por el ahorro de las obras.

 

El problema es que el Presidente necesita para su propaganda villanos muy claros a quienes culpar de los problemas. Mucho más sensato realmente sería identificar las verdaderas razones de un problema para aplicar soluciones eficaces. Pero esta solución no tiene el impacto propagandístico de culpar a un villano.

 

Sergio Sarmiento

 


lunes, julio 04, 2022

 

Oropel Olmeca

Vistoso, pero con poco valor. Brillante, pero sin sustancia. Algo que parece oro, pero en realidad es de latón. Así, la refinería Olmeca en Dos Bocas y su reciente "inauguración". Otro proyecto insignia con los mismos vicios de antaño, reproducidos y revisitados. Como la barda perimetral del difunto aeropuerto de Texcoco, como la vilipendiada Estela de Luz, como el inacabado Tren México-Toluca, como el Paso Express, como el AIFA.

 

México plagado de obras mal planeadas, sin proyectos ejecutivos, sin análisis costo-beneficio, sin manifestaciones de impacto ambiental, sin estimación realista de los costos. México pagando el precio de políticos ambiciosos, pero inescrupulosos que construyen monumentos a sí mismos, pero se los cobran al erario. Millones de contribuyentes y ciudadanos pagando edificaciones hechas para presumir, no para funcionar.

 

AMLO no es el primer Presidente en transformar la obra pública en un instrumento político. Sólo lo hace con más talento, más ahínco y más desvergüenza. La permanente popularidad de AMLO es producto de palabras y piedras, de promesas y pilares, de consultas y caminos. Conferencia matutina tras conferencia matutina, inauguración tras inauguración, el Presidente nutre el aplausómetro.

 

Al estrenar obras, López Obrador es percibido como alguien que hace algo por el País en vez de tan sólo ordeñarlo. Con Santa Lucía, Dos Bocas y el Tren Maya, el Presidente manda múltiples mensajes. Crea la narrativa cotidiana de que la derecha roba y la izquierda cumple. Crea la impresión de una alianza estratégica que beneficia a los oligarcas -como Carlos Slim- dispuestos a ser complacientes y obedientes. Mantiene viva la gran mentira de la eficiencia lopezobradorista, financiada con la austeridad republicana.

 

Cada inauguración condensa teatralidad y espectacularidad, presidencialismo performativo y Gobierno operativo, cumplimiento y aspaviento. Para AMLO, inaugurar es una forma de gobernar. Presumir es una manera de cumplir. Escenificar es una condición necesaria para manipular.

 

Para este Gobierno no importa si la obra inaugurada funciona. Basta con decir que algún día lo hará. Enfatizando que Dos Bocas está a punto de arrancar, cuando no iniciará operaciones regulares hasta 2023, según un estudio del IMCO. Eludiendo hablar del problema de los sobrecostos, y cómo podrían elevarse entre 38 y 50 por ciento más de lo estipulado en el presupuesto original de 8 mil millones de dólares. Evadiendo las preguntas sobre los contratos otorgados a amigos y compadres de Rocío Nahle. Ignorando los compromisos de transparencia que todo Gobierno democrático debería cumplir, porque la obra fue desarrollada por una filial de Pemex que no está obligada a proveer información pública. Desechando los estudios que muestran cómo las refinadoras globales invertirán 150 millones de dólares en medidas de descarbonización durante la próxima década.

 

Mientras el mundo comienza a replantear el modelo de negocio de la refinación de crudo, México se recubre de oropel olmeca. Mientras los jugadores exitosos se adaptan a la transición energética, la 4T se vanagloria de despreciarla.

 

Habrá quienes crean que todo lo que brilla es oro, y aceptarán el engaño, jugarán el juego, caerán en la trampa que este Gobierno les tendió. Pero ojalá que quienes se suman a la celebración de Dos Bocas voltearan a ver lo que está pasando con la refinación en el País. Ojalá supieran que el negocio de la refinación y la petroquímica ha reportado pérdidas acumuladas por (-)1.28 billones de pesos entre 2011-2021, y sólo en este último año, las pérdidas fueron de (-)219.8 mil millones de pesos.

 

La refinería Olmeca sólo sumará a esta tendencia negativa; sólo acentuará el patrón de perjuicios. Y esto sucederá porque López Obrador dio la orden de construir sin analizar, edificar sin valorar, echar a andar en medio de un manglar, orientar partidas presupuestales sin vigilancia o control.

 

Entre 2019 y 2022 el Gobierno destinó 175.8 miles de millones de pesos a una refinería que jamás cumplirá con lo ofrecido, jamás refinará lo estimado, jamás será la palanca de desarrollo prometida. La 4T gastó 6.4 más en una edificación ególatra que la Secretaría de Salud en hospitales. Tan simple, tan sencillo, y tan brutal: qué mal nos ha ido con el amor de oropel.

 

Denise Dresser

 


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