domingo, marzo 30, 2008

 

Chicle y Pega

Cartón de Paco Calderón publicado hoy domingo en distintos medios.

El concepto de soberanía trasnochado que existe en México nos mantiene en la pobreza. La soberanía no es la propiedad de los recursos, si no el control de los mismos.

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Dos Méxicos

Impactante la facilidad que los mexicanos tenemos para coincidir en temas como las vacaciones y las prácticas religiosas tradicionales. Increíblemente contrastante es la incapacidad para conciliar posiciones y coincidir en los temas fundamentales del presente y futuro del País. Son estos contrastes los que marcan nuestra realidad tangible, pero también son sugerentes del potencial tan desaprovechado que realmente tiene el País.

La localidad no hace mayor diferencia: igual puede ser una playa en Acapulco o las playas de cemento en el DF; lo mismo es cierto en la celebración de la vida y muerte de Jesús en Iztapalapa que en las iglesias y poblados en los lugares más recónditos. La capacidad para coincidir es impactante. Los días santos permiten observar y reflexionar sobre las coincidencias, pero también sobre las diferencias que nos caracterizan. Son tantas las coincidencias, que parecería mera necedad la incapacidad para enfatizar lo que nos une en lugar de hacer lo que más hacemos: disputar, impedir y obstaculizar.

Pasados los días de coincidencias, hemos vuelto a la dura realidad cotidiana. Los perredistas se baten en la sangre de su incapacidad para desarrollar una elección limpia y transparente, como si la redención del mundo estuviera de por medio. Las autoridades regulatorias renuevan su saña para atacar a los supuestos causantes de todos los males, cualquiera que sea el ámbito de su competencia. Los legisladores se atacan entre sí, como si su función fuera la de destruirse mutuamente y no la de encontrar formas de conciliar posiciones y avanzar los intereses del País. En el Gobierno federal retornamos al "business as usual", es decir, a más de lo mismo. Los grandes proyectos están ahí, pero no son el tema central del discurso ni del actuar. Los gobernadores, cuan caballos en el hipódromo, no ven más que la posibilidad de ser candidatos a la presidencia. La responsabilidad de gobernar es lo de menos.

Observando el panorama de estos días, reflexionaba sobre el contraste entre los dos mundos: el del mexicano común y corriente que coincide con sus pares en querer una vida mejor o, al menos, que los políticos no le hagan imposible su vida cotidiana; y el de los políticos y gobernantes que, en su afán por lograr grandes propósitos personales o nacionales, se empecinan en privilegiar las diferencias y hacer imposible la construcción de un gran esfuerzo nacional hacia el desarrollo y la civilidad.

¿Por qué, me preguntaba, otras naciones con historias similares han podido romper con sus diferencias en aras de transformarse para que todos ganen? Es evidente que los españoles, por citar un ejemplo evidente, tienen perspectivas profundamente contrastantes respecto a la mejor forma de gobernarse y progresar, y sin embargo, han tenido la capacidad para sumar esfuerzos y construir un sistema político funcional y una economía pujante. ¿Por qué no lo podemos hacer nosotros? ¿Será que acá sólo existe capacidad de funcionar cuando estamos en presencia de autoridades "superiores", aquéllas con las que ningún común mortal toma decisiones?

Todo parece indicar que el País funciona, y ha funcionado, sólo cuando se trata del César o de Dios, es decir, cuando ha habido un presidente o gobernante autoritario capaz de imponerse y mandar, o cuando la autoridad celestial impone sus tradiciones, como es el caso del viacrucis. ¿Será que somos negados para la democracia? Lo evidente es que la dinámica política nacional se alimenta de resentimientos más que de la búsqueda de coincidencias. ¿Será posible cambiar esta dinámica perversa?

Al día de hoy, hay dos fallas casi geológicas que nos dividen. La primera se refiere a la política económica, en tanto que la segunda tiene que ver con la forma de gobernarnos y trasformar al País.

En cuanto a la economía, aunque las diferencias prácticas han disminuido, éstas siguen siendo inmensas en el mundo de la retórica. El gran punto de quiebre tiene que ver con las reformas iniciadas en los 80, que rompieron con el estatismo de los años 70. Es irrelevante discutir los méritos de implantar una estrategia de desarrollo fundamentada en los mercados respecto a los méritos de una economía estatizada, pues la verdadera diferencia no es pragmática sino ideológica y política. La disputa política que ha caracterizado al País en los últimos años ha enfatizado las diferencias en el camino económico, pero los límites de acción reales son mucho más estrechos de los que la retórica sugiere. Lo anterior, sin embargo, no ha disminuido la retórica ni ha servido para educar a nuestros políticos respecto al ambiente que es necesario construir para que el País atraiga inversiones y pueda prosperar.

Las diferencias respecto a la forma de gobernarnos y transformar al País son sugerentes del verdadero conflicto que nos caracteriza. Los mexicanos estamos profundamente divididos y atrincherados en dos lados de una, hasta hoy, infranqueable barrera: por un lado están aquellos que creen que el progreso se logra dando pequeños pasos graduales dentro de las instituciones existentes, sean éstas buenas o malas; por el otro están aquellos que consideran que la única forma de avanzar es por medio de la violencia, el asalto a las instituciones y la imposición de una nueva forma de gobierno. Estas dos perspectivas representan no sólo un contraste, sino una aguda división que aqueja a todos los ámbitos de la sociedad. Pero lo peor es que buena parte de la población se encuentra en un estadio intermedio donde la impunidad es la regla y la destrucción gradual de las instituciones la inevitable consecuencia.

La gran pregunta es si las diferencias de forma que nos caracterizan son conciliables dentro de un entorno democrático. Si uno ve hacia atrás, lo evidente es que el País ha logrado un enorme progreso en las últimas décadas. Nos quejamos mucho y enfatizamos las carencias, pero lo logrado en estos años es en muchos sentidos impactante. Por otro lado, cualquiera que otee el futuro sabe que éste se ve cuesta arriba.

Se ve difícil porque hemos optado por hacerlo difícil, cuando no imposible. El País necesita un gobierno con visión y capacidad de articular alianzas legislativas que trasciendan la coyuntura y permitan enfocarnos hacia el largo plazo en un contexto de contrapesos ciudadanos efectivos. Lo que hemos estado viviendo -alianzas para asuntos específicos- impone un elevadísimo costo y, sobre todo, privilegia el conflicto y la distancia. Así no se desarrolla un país.

Lo evidente, como ilustran las coincidencias entre los mexicanos de todos colores y sabores, es que un mejor futuro es realmente posible.


Luis Rubio
www.cidac.org

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miércoles, marzo 26, 2008

 

Indignidad

"Quien no tiene vergüenza ¿qué bien tiene?".
Lope de Vega


En política hay días tristes. Éstos lo son. México está enfermo de indignidad. Para donde se mire aparece el mismo síndrome: el empequeñecimiento ético de los actores. Pareciera que han perdido la vergüenza, no respetan las normas escritas, pero tampoco un código mínimo de congruencia en la palabra dicha. No respetan a los ciudadanos, pero, peor aún, no se respetan a sí mismos. Digo peor aún, porque la falta de respeto a uno mismo conduce al cinismo. Hay mucho cínico conduciendo al país. Pareciera que estamos atrapados en un degradante círculo vicioso en el que el cinismo de unos da licencia al de otros. ¿Cuándo dio inicio este patético desfile? Difícil poner una fecha de nacimiento, más bien a la memoria viene una larga lista de indignidades recientes. Algo queda claro, empeoramos: no es un asunto de leyes sino de personas.

Cinismo el del ex candidato a la Presidencia y corredor de maratones que busca atajos. Qué imagen dejó entre los jóvenes. Cómo reparar el daño. Cinismo el del Gobernador de Puebla al no separarse de su encargo para facilitar la investigación sobre el terrible asunto de la pederastia denunciado por Lydia Cacho (ver el más reciente número de Enfoque). Cómo erradicar las dudas sobre su posible involucramiento. Cinismo el de los padres de familia de los mexicanos asesinados en Ecuador al fingir demencia frente a los hechos, pero también cinismo de los medios que erigen nuevos héroes a conveniencia del rating. Cinismo el de los dirigentes deportivos que no asumen ninguna responsabilidad ante las derrotas. Cinismo el del ex Gobernador de Morelos, quien tampoco se separó de su encargo durante las investigaciones que lo vinculaban con el narcotráfico.

Cinismo el de los múltiples saltimbanquis de la política capaces de hacer triples saltos mortales y nunca quedar fuera de la nómina. Cinismo el autosecuestro del ex Gobernador de Oaxaca. Cinismo del Secretario de Gobernación al no aceptar un error ético y además ¡querer vendernos su sacrificio personal al aceptar el puesto! Cinismo el de AMLO, profundo cinismo, con muchos capítulos, el increíble retorno de Bejarano y Padierna o, el más reciente, enrolar a 10 mil mujeres para sus nuevos "cercos". Cinismo el de los señores legisladores que no desaprovechan oportunidad para ausentarse y aumentarse ingresos y prestaciones. Cinismo el del ex Gobernador de Zacatecas y actual Senador al encorsetar a su sucesora.

El cinismo encontró un nuevo doloroso capítulo. La vergonzosa elección del PRD no es un asunto exclusivo de los perredistas. Es una tragedia política que afecta a uno de los tres principales partidos políticos nacionales. No vale la pena repetir la infinita lista de irregularidades y chanchullos que van del padrón inflado en millones, a la participación de gobernadores, al robo de urnas, a la incapacidad de brindar resultados confiables. La elección del domingo 16 ratifica una de las tradiciones de ese partido, vergonzosa tradición: procesos internos pestilentes. Se dirá ahora que hay una campaña de desprestigio montada desde los más altos niveles. Algunos actúan como si lo ocurrido fuera normal, nada hay de qué asombrarse. ¿De verdad no tienen nada de qué avergonzarse? Eso es pérdida del sentido de realidad o vil cinismo.

Los partidos políticos son entidades de interés público cuyas actividades son sufragadas por la ciudadanía. Esos dineros podrían ir a dar a escuelas, hospitales, carreteras. Pero se considera que el fomento de la vida democrática merece esa inversión que es muy cuantiosa. Son los partidos políticos los encargados por ley de difundir una cultura democrática, cultura democrática que comienza por la vida interna, cultura democrática que es el sustento último de las democracias. Por más que se mejoren las leyes, por más candados y contrapesos que se interpongan, si el comportamiento ciudadano es fraudulento nada lo contendrá.

Más allá de izquierdas o derechas, el PRD nació de la fatídica elección del 88, sacudiendo al sistema presidencialista y autoritario. Nació con la consigna de impulsar, lo dicen sus siglas, una revolución democrática. Con sus críticas y aportaciones, sumadas a las de otros partidos, se modificaron las instituciones políticas que hoy nos rigen. La alternancia en el 2000 fue en parte producto de esa apertura política. Pero el origen democratizador se ha desfigurando, perdido, al grado de que hoy muchos ciudadanos, allí están las cifras, desconfían de ese partido, de su papel en las instituciones y por supuesto de su "líder moral". A 20 años de aquel cisma político, el PRD es un partido con un gran caudillo -figura contraria a un espíritu democrático moderno-, un partido que reedita las peores mañas del sistema autoritario. Paradojas: han traicionado el origen que les dio la vida.

¿Es el comportamiento de sus militantes un referente confiable para la democracia mexicana? Eso es lo que está en juego. Con qué cara van a mirar a la ciudadanía que les da votos y dinero después del patético espectáculo de la elección, con qué cara van a seguir reclamando que el proceso electoral del 2006, en que participaron decenas de millones de mexicanos, no es válido si son incapaces de comportarse institucionalmente. Hoy cosechan lo que han sembrado, brutal arribismo, caudillismo galopante y enfermizo y la degradación que trae la lucha por el poder y la pérdida de principios, entre ellos el de la dignidad. Es dramático.

Federico Reyes Heroles





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jueves, marzo 20, 2008

 

La amenaza

"Volverán a decir que somos un peligro para México".
Andrés Manuel López Obrador


El mensaje que Andrés Manuel López Obrador lanzó este 18 de marzo desde el Zócalo de la Ciudad de México es realmente ominoso. Si el Congreso siquiera da entrada a una iniciativa de reforma energética que no sea la que él quiere, López Obrador y sus simpatizantes paralizarán el País.

"El despojo del petróleo -dijo el perredista el 18 de marzo, con palabras casi exactamente iguales a las que usó en el mitin del 24 de febrero junto a la torre de Pemex- dejaría latente el riesgo de una confrontación violenta, lo cual nos puede llevar a más sufrimiento, inestabilidad política y social, al predominio del uso de la fuerza y no necesariamente a la emancipación del pueblo".

¿Qué forma tomaría esta "confrontación violenta"? No lo dijo el "presidente legítimo" este martes. Al igual que en la reunión del 24 de febrero, López Obrador le dejó a Claudia Sheinbaum la responsabilidad de detallar la amenaza:

En el momento mismo en que se presente una iniciativa de reforma energética con la que López Obrador no esté de acuerdo se llevará a cabo una "huelga legislativa" por parte de las fracciones del Frente Amplio Progresista y se instalarán "cercos ciudadanos" en el Senado y la Cámara de Diputados, así como en las sedes de los gobiernos y los congresos de los estados. Si no se retira la iniciativa, se harán cercos ciudadanos en los aeropuertos del País y en las instalaciones administrativas estratégicas petroleras y financieras. También habrá "bloqueos ciudadanos" en las carreteras de todo el País y un "paro patriótico nacional".

López Obrador afirmó este 18 de marzo: "Es preferible actuar ahora y no permitir que la derecha termine por desestabilizar al País. Lo repito: ellos son los más tenaces violadores de la Constitución y las leyes. Nosotros no queremos violencia. Nosotros vamos a transformar a México por la vía pacífica".

Habrá que preguntarse si un bloqueo de los aeropuertos, las instalaciones petroleras, las instituciones financieras y las carreteras de todo el País es un acto pacífico de protesta. En el Distrito Federal quizá lo sea, ya que las autoridades le prestarán la policía y todo el apoyo necesario a su jefe López Obrador, como ya lo hizo Alejandro Encinas en el 2006 durante la toma del Paseo de la Reforma y de una parte del Centro Histórico de la ciudad.

Por si alguna duda había, en la reunión del martes en el Zócalo estuvo presente el actual Jefe de Gobierno de la capital, Marcelo Ebrard (a pesar de que el día era laborable y eran horas de oficina), quien de esta manera manifestó su apoyo al movimiento. En el resto de la República, empero, habrá sin duda mayor resistencia a la "resistencia pacífica" de Andrés Manuel.

López Obrador tiene, por supuesto, todo el derecho de hacer sus propuestas y de utilizar la enorme fuerza política que él y su partido han acumulado para promoverlas. Lo que no tiene derecho a hacer es a amenazar al País en caso de que alguien haga una propuesta diferente a la suya. Esto es simplemente un chantaje.

El propio López Obrador se da cuenta de ello. Por eso trató de curarse en salud en el mitin de este 18 de marzo: "Ya sabemos que se nos vendrán encima con sus campañas de desprestigio en los medios de comunicación. Nos llamarán alborotadores, violentos, intransigentes. Dirán que queremos que le vaya mal al país y volverán a decir que somos un peligro para México".

Por supuesto que habrá muchos que lo digan. Y con toda la razón del mundo. Cualquier país puede considerar un peligro a un político que amenace con paralizar la vida económica de la nación si el Gobierno no obedece puntualmente sus instrucciones. Ya imagino lo que haría ese Gobierno cubano que tanto admira López Obrador si algún disidente se atreviera a lanzar una amenaza que fuese siquiera una pálida sombra de la que él mismo ha dado a conocer.

Yo en lo personal -como muchos millones de mexicanos- pienso que el monopolio del que goza Pemex es una de las razones fundamentales de los problemas económicos y de la pobreza de nuestro país. El recurso en el subsuelo debe seguir siendo propiedad de los mexicanos, como lo es en todos los países del mundo, pero los mexicanos no debemos aceptar que una empresa tenga el monopolio sobre toda la exploración y producción de petróleo y sus derivados.

Pero en todo caso ésa es mi idea. Una cosa es que esté yo dispuesto a defenderla con todos los argumentos a mi alcance, y otra muy distinta que amenace con paralizar la economía nacional si el Gobierno y el Congreso no se pliegan a mi posición.

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com
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Lo dije yo hace varios años, antes de que el PAN utilizara mediaticamente la frase, AMLO es un peligro para México.

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martes, marzo 18, 2008

 

¿Cómo salir de la pobreza?

La pobreza es un fenómeno social y económico lacerante al cual no se ha logrado ni entender ni erradicar. En nuestro país se estima que aproximadamente 49.6 millones de personas caen dentro de la definición oficial de pobreza, que incluye a la pobreza alimentaria, de capacidades y patrimonial.

A lo largo de la historia del país se han hecho diversos esfuerzos por tratar de erradicarla o bien, reducir a la población que se encuentra en esta condición. El esfuerzo ha sido muy grande y los resultados, si bien significativos desde una perspectiva relativa, en términos absolutos muestran que seguimos hablando de una cantidad importante de personas que aún se encuentran en una situación de pobreza.

Bajo esa perspectiva relativa, desde 1950 el porcentaje de personas en situación de pobreza (alimentaria, de capacidades y patrimonial) se había reducido del 88.4 por ciento del total de la población al 47 por ciento en el año 2004. Miguel Szekely, una de las personas que más ha estudiado este tema y que fue Subsecretario de Prospectiva, Evaluación y Planeación de la Sedesol en el sexenio pasado, publicó en el 2005 un artículo en el Trimestre Económico (disponible en www.sedesol.gob.mx/archivos/70/File/2as_Docu24.pdf), en el que se muestra una serie desde 1950 hasta el 2004 sobre pobreza y desigualdad.

Desde una perspectiva absoluta, la población total del país se incrementó 3.9 veces en ese periodo, el número de pobres lo hizo 2 veces, y el saldo es que actualmente existen 49.6 millones de personas en condiciones de pobreza.

En el mismo estudio, Szekely encuentra una correlación entre pobreza y desigualdad con crecimiento económico e inflación. Obviamente existe una correlación negativa entre crecimiento del PIB per cápita y la reducción del número de pobres, y lo más destacable es que encuentra una correlación positiva entre inflación contra desigualdad y pobreza. Es interesante observar que en los años de la crisis económica de 1995, cuando el crecimiento del PIB fue negativo en 6.2 por ciento y la inflación ascendió a 51.9 por ciento, los niveles relativos de pobreza y desigualdad retrocedieron a niveles de 30 años antes.

Llama la atención que en el estudio no haya agregado una correlación entre el monto que gasta el Gobierno federal en programas de combate a la pobreza y la reducción en el número de los mismos y en la desigualdad.

Cuando uno escucha los discursos de los políticos, desde tiempos inmemorables, el ataque a la pobreza ha estado en el centro de sus ofertas de política pública. Cuando es tiempo de campañas electorales, nada mejor que una foto del candidato con un pobre o arrancar la campaña visitando al municipio más pobre del país. La solución que ofrecen siempre está enfocada a cuánto dinero público (de nuestros impuestos) va a destinar a combatir la pobreza.

Para los políticos mexicanos, la mejor manera de combatir la pobreza es aumentar los presupuestos públicos. Si nos remitimos a lo sucedido durante el sexenio de Vicente Fox y lo que va de la actual administración, el gasto federal destinado para la superación de la pobreza subió del 7.5 por ciento del gasto programable en el año 2001 al 9.8 por ciento en el año 2007.

Como porcentaje del PIB significó un incremento del 1.2 al 1.7 por ciento en dicho periodo. Estamos hablando de una barbaridad de dinero. La reducción que se observa en la pobreza patrimonial del 53.7 por ciento en el 2000 al 47 por ciento en el 2004, que significó reducir el número de pobres de 54 millones a 49.6 millones, ¿realmente es atribuible a estos recursos gastados? Seguramente deben explicar una parte de la reducción. También el PIB creció 2.6 por ciento en promedio en ese periodo con un crecimiento de la población del 1 por ciento. Habrá que darle su mérito a la reducción en los niveles de inflación y estabilidad macroeconómica de los últimos años.

De los programas de combate a la pobreza más exitosos que se han aplicado en nuestro país y que muchos otros países (inclusive ciudades como Nueva York) están tomando de ejemplo es, sin duda, el programa "Oportunidades", el cual tiene la virtud de que ataca a la pobreza desde su raíz mediante apoyos monetarios a las familias objetivo para alimentación, en el cual se benefician 4.8 millones de familias; apoyos en educación y salud, esto es, capital humano necesario que le dé la llave a las familias para salir de la pobreza. Hay también apoyos monetarios a gente de la tercera edad.

El mérito de este programa es que va focalizado hacia una población objetivo (no es el clásico programa "escopeta", en donde se reparte dinero a todos). Otros méritos son que este programa inició con Ernesto Zedillo y ha sobrevivido dos administraciones presidenciales posteriores y que no es manipulable electoralmente, como fue en su momento el caso del programa "Solidaridad" de Carlos Salinas de Gortari. La muestra es que no le ayudó a Zedillo a que el PRI siguiera en el poder y que, en las últimas elecciones presidenciales, un porcentaje importante de los votos obtenidos por Andrés López fue en los municipios beneficiados por "Oportunidades".

Para reducir la pobreza la clave está en que repunte el crecimiento económico. Para esto es indispensable que se incrementen los acervos de capital, es decir, que haya mayor inversión, y a través del cambio tecnológico, además de mantener la estabilidad económica.

Pero mientras nuestros políticos sigan viendo a la pobreza como botín político-electoral y sigan saboteando las reformas estructurales para apuntalar nuestro crecimiento económico, entre ellas, la energética, millones de mexicanos seguirán siendo pobres y seguirán siendo festín de resentidos, populistas, demagogos, ineptos y ambiciosos, a quienes lo que menos les interesa es que desaparezca la pobreza. Si desaparece, ¿a quién van a redimir?


Abel Hibert
ahibert@prodigy.net.mx

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viernes, marzo 14, 2008

 

Luz sin fuerza

"El servicio público es una responsabilidad, no un privilegio". César Hernández

La Compañía de Luz y Fuerza del Centro es una de las empresas más ineficientes de nuestro país. El Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que la tiene emplazada a huelga para el próximo domingo 16 de marzo, es en buena medida responsable de esta ineficiencia. Quizá por eso está exigiendo que en su contrato se establezca que la firma nunca podrá ser declarada en quiebra o liquidada.

Los líderes del SME piensan que se puede prohibir la muerte de la gallina de los huevos de oro. No se dan cuenta de que el pobre animal ya se está desangrando.

Entre enero y octubre de 2007 -últimas cifras disponibles- Luz y Fuerza del Centro reportó ingresos por venta de servicios por 35 mil 563 millones de pesos. Los costos de explotación, sin embargo, fueron de 62 mil 978 millones de pesos. En otras palabras, la empresa gasta casi dos veces más de lo que vende.

La pérdida de explotación en los 10 primeros meses de 2007 fue de 27 mil 414 millones de pesos. Si añadimos una depreciación de mil 295 millones de pesos, se registra una pérdida de operación de 28 mil 710 millones de pesos. La cifra es brutal para diez meses de operación.

En el 2006, el último año para el que hay información completa, la pérdida por operación de la empresa fue de 33 mil 849 millones de pesos. La quiebra sólo se pudo evitar con un subsidio de 33 mil 530 millones de pesos de los contribuyentes. Las tarifas de la empresa son muy altas en comparación con las que se cobran en otros lugares del mundo, pero se vuelven estratosféricas cuando se suman a los subsidios de los contribuyentes.

Según indicadores de la Secretaría de Energía, en diciembre de 2007, Luz y Fuerza registraba una venta de 754 megavatios por hora anuales por trabajador. La Comisión Federal de Electricidad (CFE), que no es un ejemplo de eficiencia internacional, tiene ventas anuales por trabajadores de 2 mil 494 mwh. En Francia la cifra es de 4 mil 900 mvh, en España de 6 mil 900 y en Australia de 8 mil 950 (César Hernández, "La Reforma Cautiva").

El tiempo promedio de conexión a nuevos usuarios para la CFE es de un día y en las zonas urbanas se reduce a 0.8 de día. En Luz y Fuerza del Centro, a pesar de que la mayoría de las conexiones son urbanas, el promedio es de 5.9 días (indicadores de la Sener). Estos plazos, sin embargo, corren a partir del momento en que se hace la contratación. Quien haya contratado el servicio de Luz y Fuerza sabe que la verdadera pesadilla se sufre en los trámites previos.

Luz y Fuerza tenía en 2006 una plantilla laboral de 33 mil 154 trabajadores de planta y 7 mil 324 temporales, muchas veces superior a la de cualquier empresa de estas dimensiones. Los jubilados ascendían a 21 mil 555. Debido a las reglas de retiro, en unos años más la mitad de los costos laborales se irán a quienes están en retiro. En 2017 la empresa tendrá 37 mil 934 jubilados según la Auditoría Superior de la Federación.

Parte del exceso de personal se debe a que el sindicato ha exigido que la empresa realice actividades que ninguna firma de electricidad en el mundo lleva a cabo. Así, los trabajadores fabrican los postes y sus uniformes. Son ellos también quienes entregan los recibos de pago. Esto le cuesta mucho más a Luz y Fuerza que contratar servicios externos. Por ésta y muchas más razones, los costos laborales representaban en 2005 el 34 por ciento del costo de explotación y de energía comprada. En la CFE el monto equivalente era de 20.1 por ciento.

Luz y Fuerza tiene enormes pérdidas de energía: en el 2006 eran de 31.4 por ciento de la electricidad distribuida. La CFE tenía ese mismo año pérdidas de 10.8 por ciento. Buena parte de las pérdidas de Luz y Fuerza son producto de conexiones fraudulentas a la red pública, pero los esfuerzos por enfrentar el problema han fracasado. En 2001 la empresa firmó un acuerdo con el SME para disminuir las pérdidas, que en ese entonces eran de 24 por ciento; pero para este 2008 ya ascienden a 33 por ciento.

Los trabajadores de Luz y Fuerza se cuentan entre los mejor pagados del País. Según un estudio del CIDAC, un cajero en México ganaba en promedio mil 764 pesos al mes en 2005. En Luz y Fuerza obtenía 10 mil 042 pesos. Pero, además, un trabajador de esta empresa recibe prestaciones muy por arriba de las del resto de los trabajadores. Tan sólo las ayudas de transporte, de despensa y de renta ascienden a 71 por ciento del salario.

El SME ha presentado un amplio pliego petitorio en su emplazamiento a huelga que incluye el rechazo a la inversión privada en electricidad, una reforma fiscal que disminuya los impuestos de los trabajadores, una mejora en las prestaciones y un aumento de 16 por ciento en el salario. Si no hay un acuerdo, el sindicato dejará sin electricidad al centro de la República. Pero en lugar de aceptar este chantaje, quizá los dueños -los ciudadanos mexicanos- deberíamos declarar en quiebra a la empresa y empezar de nuevo.

Sergio Sarmiento

www.sergiosarmiento.com

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Cuando AMLO critique directa y abiertamente a los sindicatos como el SME, al de PEMEX, al SNTE, al SUTERM, y todos esos que viven del presupuesto, a costa de quienes si trabajamos, entonces, ese día, este blog se cerrará.

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martes, marzo 11, 2008

 

Debatir el petróleo

Los conservadores del siglo 19, discípulos de Lucas Alamán, eran partidarios del proteccionismo industrial y el intervencionismo del Estado, detestaban a Estados Unidos, se oponían a la inversión extranjera y la inmigración. Sus adversarios liberales -la generación de Juárez- creían en la libertad de comercio, criticaban el paternalismo estatal, admiraban el modelo económico y político de los vecinos del norte, alentaban la inversión foránea y la inmigración. Ambas posturas tenían puntos razonables y en ambas había matices. El acuerdo o el compromiso no era imposible, pero en vez de debatir civilizadamente sus diferencias (no sólo las económicas, por supuesto, sino las teológico-políticas) decidieron matarse por ellas.

Al triunfo de la República en 1867, los liberales desterraron a los conservadores del discurso público e impusieron su proyecto económico. Pensaban que el ferrocarril sería el detonador que sacaría al País de su atraso de siglos. "Donde hay ferrocarriles... -escribió Francisco Zarco- ..la paz está asegurada... el orden no necesita apoyo... todos están interesados en conservarlo". "Los ferrocarriles -creía Guillermo Prieto- ...podrán cambiar en opulencia la actual pobreza del país" ("Lecciones elementales de economía política", 1876). El diagnóstico era claro, pero México carecía de los capitales necesarios y la capacidad de ejecución para llevarlo a cabo. Había que atraer la inversión extranjera.

Comenzó a llegar hacia 1880, detonó la inversión nacional, pública y privada, y atrajo inmigrantes europeos, activos e industriosos. Se tendieron 19 mil kilómetros de ferrocarriles, se cubrió el territorio con redes telegráficas y correos, se multiplicó la actividad minera y el desarrollo urbano, dio comienzo la explotación del petróleo, se construyeron instalaciones portuarias como Salina Cruz, prosperó la ganadería y la agricultura de exportación, se diversificó la industria, se amplió el comercio internacional, etc... Al margen de sus inadmisibles fundamentos políticos e inequidades sociales, el beneficio económico del programa liberal fue mayor que el costo, sobre todo que el costo de no haber hecho nada. Y, como demostró Daniel Cosío Villegas, frente a los inversionistas del extranjero el gobierno porfirista se manejó con astucia, sentido de equilibrio y responsabilidad. La huella de aquellos proyectos y realizaciones es perceptible hasta nuestros días.

El siglo 20 deparó una sorpresa mayúscula: el Estado nacional-revolucionario adoptó los puntos centrales del programa conservador, entre ellos el estatismo y el proteccionismo. Al margen de su carácter antidemocrático y sus indudables aciertos sociales, su gestión económica fue improductiva. Tuvo, es verdad, un periodo de éxito moderado (1934-1970) pero no deja de ser significativo, por ejemplo, que la red ferroviaria haya permanecido estancada. La exacerbación populista del modelo (1970-1982), pródiga en despilfarros petroleros y gigantismos burocráticos, condujo a una primera crisis, que se agravó en la siguiente etapa debido a los errores de los tecnócratas que actuaban en nombre de un liberalismo impuesto desde arriba y, por eso mismo, contradictorio con su propia esencia.

Ahora la historia nos ha colocado en un predicamento similar al del siglo antepasado. El país necesita crecer, pero no hay consenso para definir el rumbo. Entonces el catalizador del crecimiento eran los ferrocarriles, hoy no debería hablarse de uno sino de muchos catalizadores (tanto en el nivel de la macro como de la microeconomía) pero tirios y troyanos coinciden en atribuir ese papel al petróleo. De ser así, la pregunta decisiva es: ¿tenemos los capitales y la capacidad de ejecución para crecer, con la celeridad requerida, en ciertas áreas cruciales de la producción petrolera?

Como en aquel siglo, en el nuestro hay dos posiciones extremas y un espectro muy amplio entre ellas. No conozco ningún liberal que abogue por una vuelta a la condición anterior a 1938. La postura liberal sostiene, más bien, que cerrar el paso a la iniciativa privada nacional no es un acto de nacionalismo sino de algo muy distinto: el estatismo. Una cosa es la Nación y otra el Estado. Si bien nadie, en su sano juicio, puede o debe proponer la "privatización" de Pemex, a estas alturas no es fácil demostrar que el control monopólico absoluto de Pemex por parte de su propia burocracia, del sindicato (que no da cuentas a nadie) y del gobierno en turno, sea la fórmula que beneficie mejor a la nación.

Por lo que hace a la inversión foránea, quienes sostienen una postura liberal sensata desaconsejan la apertura indiscriminada no sólo por la significación del petróleo en México sino porque, en igualdad de condiciones, siempre debe ser preferible la inversión nacional. Pero esa misma postura admite la posibilidad de que en algunas áreas (por ejemplo, la exploración de aguas profundas) esa igualdad sea ilusoria y que, en la práctica, el problema no sólo sea de capital (que tampoco es infinito ni puede distraerse del gasto social y de infraestructura) sino de tecnología y de capacidad de ejecución. Más aún si se considera la complejidad, la dimensión y el riesgo de la operación, así como la urgencia de ampliar las reservas probadas.

Contra esta posición liberal y sus diversas variantes hay argumentos razonables de izquierda. Pero también hay quienes no argumentan sino descalifican y amenazan. Son los nuevos conservadores: partidarios encendidos del estatismo nacionalista y "revolucionario" pretenden expulsar del discurso (como "traidores a la patria") a quienes proponen la más mínima y focalizada apertura en el sector energético. No deja de ser paradójico que quienes representan esta actitud dogmática designen como "de derecha" a los liberales, cuando son ellos quienes reencarnan las posiciones más reaccionarias.

Por fortuna hoy vivimos en una democracia. Gracias a ella no necesitamos matarnos por las ideas: podemos discutir sobre ellas. La mejor manera de celebrar el 18 de marzo es dar comienzo a un gran debate nacional sobre el petróleo en los medios, usando quizá los tiempos oficiales. Participarían políticos, especialistas, periodistas, comunicadores e intelectuales. De llevarse a cabo con el debido profesionalismo, se verá que existen puntos de posible acuerdo entre las partes y que la reforma puede darse de manera ordenada y escalonada para beneficio de quien es el dueño de ese recurso: la nación mexicana, entendida como la suma de cien millones de voluntades, no como una abstracción custodiada por los exaltados que dicen hablar en su nombre.


Enrique Krauze
Domingo 9 de marzo, El Norte
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Para los que todavía no entienden el significado de las palabras conservador y liberal.
Yo no creo que ya vivamos en una democracia. No es más que una partidocracia. Pero es suficiente para no matarse por las ideas.

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domingo, marzo 09, 2008

 

Gran confusión

A río revuelto, reza el dicho, ganancia de pescadores. En el tema energético, parece haber tres tipos de actores: los que revuelven, los que intentan pescar y los que no saben para quién trabajan. Lo más interesante de la película energética actual es que hay un actor, López Obrador, dominando el panorama y obligando a todos los demás a confundirse. Porque el objetivo de AMLO no es el petróleo sino el protagonismo: está utilizando un tema políticamente cargado para lograr prominencia política.

En el camino está inhibiendo toda discusión seria, lo que abona a su protagonismo y, al menos hasta el momento, no se ha encontrado con nada ni nadie, excepto su propia violencia verbal, que desacredite su estrategia. La pregunta clave es dónde quedan los millones de mexicanos que siguen siendo pobres gracias al mito petrolero.

Lo más patético es que el debate sobre el petróleo, como el del País, sigue siendo sobre el pasado. Nadie parece tener la mirada en el tipo de industria petrolera que México requiere a la luz de la realidad de hoy, el siglo 21 globalizado, que en nada se asemeja a las circunstancias de 1938.

La solución no está en hacer pequeños cambios legales a la estructura de la empresa petrolera, sino en reconcebir la función que debiera tener la industria para beneficio del desarrollo nacional. Sólo una visión así puede cambiar la naturaleza perversa del conjunto de monólogos en que vive el País en la actualidad.

El problema de Pemex, todos lo sabemos, no es económico. Con toda su ineficiencia, corrupción y desperdicio, la empresa genera ríos de dinero. El problema del sector petrolero mexicano es que no existe una concepción integral de industria, ni una actitud abierta a reconocer las formas en que el mundo del petróleo y la energía han ido evolucionando en las últimas décadas hasta convertirse en sector central del desarrollo económico de los países productores.

Antes bien, en nuestro entorno político predominan los intereses particulares y las salidas fáciles para evitar decisiones difíciles. En adición a esto, para prevenir que se lleven a cabo discusiones serias sobre el tema se nutren mitos y más mitos, que no hacen sino alimentar la ignorancia y mantener el statu quo, que, no sobra decir, sólo beneficia a unos cuantos.

El principal de los mitos es la idea de que alguien -el gobierno, los malosos, el PRI, los empresarios, quien sea- quiere privatizar la industria. Nunca, desde luego, se especifica aquello que supuestamente se pretende privatizar.

El uso del término "privatizar" como adjetivo sirve para descalificar y, con eso, cerrar la posibilidad de cualquier discusión. Cualquiera que observe el panorama internacional va a notar que en la abrumadora mayoría de las naciones que cuentan con petróleo o gas es el gobierno el que es dueño de los recursos. Parecería evidente que ésa no es una discusión relevante en nuestro país: la noción de privatizar la propiedad de los recursos del subsuelo es simplemente absurda y no cuenta con un solo proponente (al menos serio).

La discusión de fondo debería ser sobre la naturaleza de la industria petrolera que el País requiere y sobre la forma en que esa industria debería estar integrada. En otras palabras, es indispensable partir de una definición del conjunto de la industria para luego enfocarse al papel que, en esa definición, correspondería a la empresa petrolera actual. Una discusión sensata sobre la industria (que evidentemente no es la que actualmente tenemos) debería comenzar por analizar la organización y características del mundo petrolero y energético mundial para, en ese contexto, situar el fenómeno mexicano.

Tendríamos que estar analizando y respondiendo a interrogantes como: ¿qué tipo de energía se va a requerir en los próximos 50 años? ¿Cuál es el futuro de los campos petroleros actuales? ¿Qué tecnologías requiere la industria? ¿Cuáles son nuestros rezagos respecto a otras naciones? ¿Cuál es la organización más eficiente para desarrollar y explotar los recursos con que contamos? ¿Quiénes son nuestros competidores? ¿Cuándo es más económicamente racional exportar crudo y cuándo es rentable emplearlo para producir petroquímicos y productos refinados? Por encima de todo: ¿qué papel juega, o puede jugar, la industria petrolera mexicana en el desarrollo nacional?

Mientras no respondamos a interrogantes de esta naturaleza, seguiremos trabajando para mantener el statu quo y, por lo tanto, la corrupción y la ineficiencia. Pemex es una empresa que se fue construyendo a lo largo del tiempo y respondiendo a circunstancias que nadie planeó de antemano. En el camino, acabó siendo presa de toda clase de intereses internos y externos.

El primero en apropiarse de la empresa fue el sindicato; luego vino a compartir el banquete su insaciable burocracia. A partir de los 80 , fue el Gobierno federal el que se llevó la gran tajada y se hizo dependiente de los recursos derivados del petróleo. Más recientemente, gracias a la ridícula fórmula de distribución de "excedentes", son los gobernadores los que se han hecho adictos al caudal de dinero que se deriva de la exportación de crudo.

En suma, tenemos una industria sin definición, a la deriva en un mar de intereses creados, y una empresa que no es otra cosa que la caja que nutre todo el desperdicio del Gobierno federal, de los gobernadores y, a través del sindicato, del PRI.

La verdad es que el statu quo es muy funcional para todos los beneficiarios de este proceso. Aunque sin duda hay políticos serios y responsables planteando y estudiando alternativas a la estructura actual de la industria, nadie está discutiendo lo esencial. Unos quieren proteger su fuente de ingresos, otros aprovecharla como plataforma política, pero nadie está replanteando la función del petróleo en el desarrollo del País.

Podemos discutir sobre la explotación de recursos en aguas profundas o sobre la gasolina que importamos, el estado de la infraestructura (oleoductos, plataformas y demás), las diferencias entre petroquímica básica y secundaria o sobre la participación o no de la inversión privada. Sin embargo, no es ahí donde está el meollo.

El tema central es la naturaleza de la industria que México requiere y cómo debe y puede construirse una industria idónea para el siglo 21. Éste es el tema de fondo porque es el que permitiría lograr lo que la mayoría dice que quiere: mayor eficiencia, productividad e impacto en el desarrollo del País. Y no hay que caer en la confusión intencional: la forma en que se resuelva esto es clave para millones de mexicanos que demandan prosperidad y no mitos o propiedades ficticias.


Luis Rubio
www.cidac.org
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No deja de ser interesante que quienes hoy dicen defender la soberanía del país, impidiendo cualquier tipo de inversión privada en el sector energético no toquen al sindicato de PEMEX (o al SME) ni con el pétalo de una rosa. Para reformar a PEMEX, sin que haya inversión privada, primero habría que proponer acabar con su sindicato, con todas las prebendas de las que gozan. ¿O no?

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jueves, marzo 06, 2008

 

¿Qué motivó la expropiación petrolera?

El 18 de marzo celebraremos el 70 aniversario de la expropiación petrolera decretado por el Presidente Lázaro Cárdenas. Sería oportuno recordar las condiciones que llevaron al General Cárdenas a declarar la expropiación de los activos de las empresas extranjeras (el dominio de los recursos petroleros siempre fue de la nación).

Si nos regresamos 70 años, fue el conflicto laboral entre el sindicato petrolero y las empresas del ramo el principal motivo que llevó a Cárdenas a expropiar, por causa de utilidad pública y a favor de la nación, todos los activos incluyendo las concesiones de las compañías petroleras privadas nacionales y extranjeras.

En 1935 se constituyó el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana que presionó para mejorar las condiciones salariales y de trabajo de los trabajadores petroleros. Hay que aclarar que hace más de 70 años, como al día de hoy, las condiciones laborales de los trabajadores petroleros ya eran superiores a las que tenían el resto de los trabajadores mexicanos. Durante 1937 hubo huelgas intermitentes en contra de las compañías petroleras. El 8 de diciembre estalló otra huelga debido a que la Junta General de Conciliación y Arbitraje no había dado a conocer las conclusiones de la Comisión de Expertos que se había creado para determinar si las compañías petroleras estaban en condiciones de afrontar dichos reclamos laborales.

El 18 de diciembre, la Junta dio el fallo a favor del Sindicato y ordenó pagar a las compañías petroleras por concepto de salarios caídos unos 26 millones de pesos. Las empresas se inconformaron con el fallo e interpusieron un amparo el 2 de enero de 1938 ante la Suprema Corte de Justicia, el cual les fue negado. Las empresas entraron en rebeldía y se les dio de plazo hasta el 7 de marzo para cumplir con el mandato del máximo tribunal de la nación.

Cuando uno lee el Decreto de Expropiación de las Compañías Petroleras, firmado por el Presidente Lázaro Cárdenas, se ve que la principales motivaciones para la expropiación fueron, en primer lugar, resolver el diferendo laboral y, en segundo, mostrar que el Estado mexicano, representado por el Presidente Cárdenas, estaba resuelto a hacer cumplir la ley y obligar al acatamiento de la Suprema Corte de Justicia.

El considerando primero del Decreto dice: "Que es del dominio público que las empresas petroleras que operan en el país y que fueron condenadas a implantar nuevas condiciones de trabajo por la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje el 18 de diciembre último, expresaron su negativa a aceptar el laudo pronunciado no obstante de haber sido reconocida su constitucionalidad por ejecutoria de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin aducir como razones de dicha negativa otra que la de una supuesta incapacidad económica, lo que trajo como consecuencia necesaria la aplicación de la fracción 21 del artículo 123 de la Constitución, en el sentido de que la autoridad respectiva declarara rotos los contratos colectivos de trabajo derivados del mencionado laudo".

En el segundo considerando del decreto se razona la preocupación por la suspensión total de las actividades de la industria petrolera derivada de las huelgas y que "en tales condiciones es urgente que el Poder Público intervenga con medidas adecuadas para impedir que se produzcan graves trastornos interiores que harían imposible la satisfacción de necesidades colectivas y el abastecimiento de artículos de consumo necesario a todos los centros de población debido a la consecuente paralización de los medios de transporte y de las industrias productoras".

En el decreto nunca se pone como motivación de la expropiación que las empresas petroleras extranjeras se estuvieran quedando con la renta petrolera ni que estuvieran saqueando el subsuelo mexicano. Para un Gobierno como el de Lázaro Cárdenas que alentaba el sindicalismo, la salida más fácil era enfrentar a las empresas extranjeras expropiándoles sus activos que enfrentar al sindicato petrolero.

Seguramente, dentro de la prepotencia que caracteriza a las empresas petroleras le habrán hablado feo al General y quizá hasta lo hayan amenazado (por petróleo las potencias extranjeras son capaces de todo, pregúntenle a los iraquíes). Y el General hizo uso de las atribuciones metaconstitucionales que tiene el Ejecutivo en contra de los extranjeros. Pero, insisto, la única motivación del decreto de expropiación fue dar fin a un conflicto laboral. Sin embargo, el 18 de marzo de 1938 fue elevado a los altares nacionales y formó parte del mito, de esa arcadia nacionalista y revolucionaria creada y descrita por los priistas, sus historiadores oficiales y que ahora heredan sus hermanos menores los perredistas.

Regresando a marzo del 2008, no existen las mismas condiciones que existían hace 70 años que nos impidan llevar a cabo inversiones conjuntas en contratos de riesgo con empresas extranjeras para perforar y explotar el petróleo en aguas profundas, única alternativa que tenemos para ampliar nuestra disponibilidad de petróleo en los próximos años. Es más nacionalista y soberano buscar alternativas para evitar que en pocos años nos convirtamos en importadores netos de petróleo.

Desgraciadamente, antes que los intereses de la nación, prevalecen los intereses de un Senador que quiere controlar el país a través del gasto y programas sociales y también de un ex candidato presidencial que no quiere perder los reflectores, aunque para eso tenga que estrangular la actividad productiva e incendiar al país.

Abel Hibert
ahibert@prodigy.net.mx

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lunes, marzo 03, 2008

 

Sobre el sectarismo

Por años, el país ha sufrido un embate de envenenamientos. Muchos han contribuido a la intoxicación. Resulta difícil rastrear los orígenes de este aire viciado, pero podría ubicarse en la Presidencia de Fox su impulso más decidido. Carente de proyecto, el panista se empeñó en hacer política desde y para el resentimiento. Su herencia fue un país detenido por un cruce de hostilidades. El Gobierno calderonista tendrá vicios importantes, pero no continúa el tren de inquinas. No se aprecia un decidido empuje reformista, pero el Gobierno federal ha dejado de ser fuente de provocaciones. Donde se percibe esa infusión de veneno es en la izquierda sectaria.

Ése puede ser uno de los efectos más lamentables de la elección del 2006: una izquierda que caminaba hacia la institucionalización adoptó desde entonces el rumbo del sectarismo. La batalla que hoy se libra dentro del PRD, la manera en que se encara el debate sobre una reforma energética expresa el fogoso resurgimiento de esa convicción política.

Tras las elecciones, el grupo más cercano a Andrés Manuel López Obrador adoptó una política que bien puede describirse como sectaria. El golpe que sufrieron fue severísimo y, sobre todo, inesperado. Estaban ya celebrado su victoria cuando el electorado aguafiestas les echó a perder el baile. La sobrevivencia de ese grupo incapaz de la autocrítica consistió en una fuga religiosa. Los ingredientes místicos del discurso lópezobradorista han estado siempre a la vista, pero después del revés electoral, ese componente se desenrolló a punto de devorar cualquier otro elemento.

Como cabeza de secta, López Obrador ha sido capaz de mantener la intensidad de sus respaldos más radicales y amenazar de manera creíble a sus enemigos de dentro y de fuera. A pesar de que su discurso haya perdido todo anclaje de realidad, ese sectarismo no es ninguna locura. Lo mantiene en el centro de la atención pública, con mando férreo sobre sus incondicionales y con significativo poder de intimidación.

El número más reciente de la revista Dissent incluye una reflexión muy pertinente sobre la tentación sectaria. Avishai Margalit, autor de una sugerente apuesta por la decencia -no como cuidado de las buenas maneras, sino como el deber de tratar a todo hombre como ser humano y no como una cosa o un animal- recuerda que Irving Howe le advirtió alguna vez que nunca cayera en el sectarismo. Formar una secta era abandonar la política y entregarse a una visión religiosa de la causa; era preparar la guerra y perder sentido de realidad.

Margalit piensa que nuestra imagen de la política está marcada por dos dibujos contrastantes. El primero retrata a la política como un mercado: el sitio donde se compran y venden servicios. Ahí todo es sustituible, nada es valioso en sí mismo. Todo puede ser negociado y puesto a subasta. El segundo trazo pinta la política como territorio sagrado. En la política se trata con lo divino y, en consecuencia, con aquello que no puede ser negociado. Lo sagrado no puede dividirse y, por lo tanto, no puede ser objeto de transacción. La imagen de la política como ámbito religioso enciende el dramatismo de la acción: para defender a los santos habrá que estar preparados para el sacrificio y el combate.

El sectarismo implica un rechazo a lo negociable: la política es religión y sólo religión. Por ello el sectario está convencido de que cualquier acuerdo está podrido. No hay pacto que valga porque cualquier negociación supone un desgaste de lo divino. Quienes sugieren negociar recomiendan la traición: son vendidos que han dejado de pertenecer a los nuestros. Margalit encuentra varias notas distintivas del temperamento sectario. Una de ellas es su desprecio por el número y el dato. La secta no busca ensancharse, lo que anhela es conservar la pureza absoluta de todos sus miembros. Que no quepa duda de que cada uno de los miembros de la secta es un puro, un sectario auténtico y orgulloso en quien no aparece ni el más leve soplido de duda.

La secta lanza a sus miembros constantes pruebas de lealtad. Todos los días hay que demostrar fidelidad a la causa. Cualquier diferencia, por mínima y absurda que parezca al extraño, se convierte en diploma de pertenencia o en razón de excomunión. Siempre en guardia, la secta tiende a escindirse, a separar lo distinto y a expulsar aquello que pudiera parecer peligroso. De ahí que su metabolismo reclame purgas y divisiones. De ahí que, para el sectario, el debate sea un terreno minado.

El ámbito de lo indiscutible es inmenso. Todos los miembros del grupo saben bien que hay una larga lista de temas que no pueden ser abordados, que hay otra lista de personas con quienes jamás se puede entrar en contacto y que, en consecuencia, la tarea consiste en repetir las confiables cantaletas de la identidad. En ese mundo clausurado a la discusión, el examen de la realidad ha sido definitivamente proscrito.

La izquierda sectaria quiere declararle guerra al país. México está partido en dos: uno es el México de los patriotas; el otro es el antiMéxico de los traidores. Quienes duden de esta división son ya parte de la conjura contra la patria. No es necesario hacer sumas, ni disponerse al estudio de los problemas por muy técnicos que puedan parecer. Es pecado la simple sugerencia de una posible negociación para una mínima reforma. Dicen que quien negocia se prostituye. Se encargan de fomentar odios y purgas adentro de sus filas, enfatizando que la verdadera política no admite más que a los puros. Estamos en tiempos de definición, dicen los sectarios: se está con México o se está con lo intereses extranjeros. Punto. Y si hay que quemar al país para purificarlo, adelante.

Jesús Silva-Herzog Márquez
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com

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domingo, marzo 02, 2008

 

¿No que no?

No, no nos equivocamos. En todo caso nos quedamos cortos. Andrés Manuel es un peligro para México, pero también para los perredistas. El minilinchamiento de Carlos Navarrete, coordinador de los senadores perredistas, y de González Garza, líder de los diputados del sol azteca, fue una advertencia muy seria. Quienes dentro y fuera del PRD disientan del rayito de esperanza ya saben a qué atenerse. Son traidores a la patria y serán tratados como tales. No habrá tregua ni cuartel. La violencia verbal precedió a la física. Era y es lo que López quiere. No hay confusión ni ambigüedad. Y esto apenas empieza.

2. La intolerancia de Andrés Manuel no es nueva. ¿Ya se olvidó que desde el 2005 tenía una lista negra de intelectuales, periodistas y empresarios, cuyo único pecado era oponérsele frontalmente? ¿Y qué decir de la forma en que denunció a quienes simpatizaban con él, pero no se sumaron a la toma de Reforma y a su Presidencia legítima? Los tachó de traidores a su causa, a su persona y, por supuesto, a la patria. Porque AMLO cree y siente que encarna a la nación toda o, más exactamente, al pueblo bueno. El personaje no se oculta. La disidencia le saca ronchas. Lo suyo no es el debate ni el diálogo. Es la diatriba y la descalificación. Estás conmigo o estás contra mí. En esa lista cabe lo mismo un diario de la Ciudad de México que un conductor de televisión o un militante de Nueva Izquierda.

3. AMLO miente a sabiendas. La verdad no le interesa ni nunca le ha interesado. La lista de sus mentiras y manipulaciones es larga. Mintió al deslindarse de Ponce y Bejarano. Mintió al afirmar que llevaba 10 puntos arriba de Calderón en el 2006. Mintió al proclamar su victoria por 500 mil votos el 2 de julio. Mintió al señalar la desaparición de 3 millones de votos. Mintió al denunciar un fraude cibernético (el famoso algoritmo) y otro a la antigüita. Miente ahora al anunciar un nuevo complot para privatizar Pemex. La estrategia se repite. El fin justifica los medios. López quiere mantenerse como líder máximo del PRD. Y como no tiene programa ni sustancia va a lo suyo: la mentira, la descalificación, la diatriba y la polarización.

4. No hay, sin embargo, que confundirse. López no está loco ni hace malos cálculos. Su apuesta es muy clara: hará todo lo que esté a su alcance, incluso aliarse con el diablo, para que el gobierno de Calderón reviente. Las claves de esa estrategia están, por una parte, en la economía y, por la otra, en la seguridad pública. El rayito de esperanza se ha convertido en un ave de tempestades. Invoca y evoca a los peores demonios. Su divisa es muy clara: el enemigo de mi enemigo es mi amigo, sea quien sea y llámese como se llame. No importa que en ese trance pierda el País y pierdan los mexicanos. La estabilidad y la prosperidad son sus adversarios. La desgracia y el caos, sus aliados. Sólo en ese caldo podrá resurgir como el gran timonel. Es por eso que hay que tomarlo en serio. Su perseverancia y su malicia son a prueba de balas.

5. Los perredistas moderados, Nueva Izquierda, tienen una gran responsabilidad. El verdadero debate no es si Pemex se privatiza o no. El debate de fondo es si el PRD opta por la vía legal e institucional o sigue la línea de la confrontación y la ilegalidad. Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre. En la penumbra todos los gatos son pardos y las posiciones se confunden. La hegemonía de AMLO en el PRD fue consecuencia del pragmatismo: era el único candidato que tenía posibilidades de ganar la Presidencia de la República. Pero después del 2 de julio la ruleta juega en sentido inverso. Los costos de la estrategia de López son muy altos y el electorado le va a pasar la factura en la elección intermedia. La mejor y la única forma de enfrentar lo que viene es diciendo la verdad y llamando a las cosas por su nombre.

6. Desde la barrera uno se pregunta: ¿cuál es el verdadero PRD: el que negocia en el Congreso o el que amaga con la violencia y se erige como juez supremo por encima de las instituciones? La respuesta es simple pero lamentable: ambos son verdaderos. Es la historia del Dr. Jekyll and Mr. Hide. En la victoria se muestran moderados y educados. En la derrota destilan odio y rabia. El balance en el corto plazo no es necesariamente negativo, ya que cobran con la derecha y golpean con la izquierda. Son partido en el gobierno, reciben subsidios, derrochan recursos, pero no se comprometen con las instituciones. Esa dualidad hipoteca su credibilidad y su posibilidad de modernizarse.

7. Es por eso que la izquierda en México se ha convertido en un obstáculo para la modernización. Vivimos en medio del chantaje y la simulación. La estructura funciona mediante círculos concéntricos: López Obrador chantajea al ala moderada del PRD, el PRD chantajea al PRI y el PRI chantajea al PAN. El resultado es la inmovilidad. Los delirios del "Presidente legítimo" paralizan los acuerdos y traban las reformas. Es, a final de cuentas, un poder de veto muy efectivo. Nada se hace por temor a pagar los costos. Pero los costos no son reales. Son el efecto de campañas orquestadas, mentiras y prejuicios. Lo vimos claramente con la reforma fiscal y lo estamos viendo, de nuevo, con la reforma energética.

8. Lo deseable sería que el PRD superara sus dilemas el próximo 16 de marzo cuando se elija a la nueva dirección nacional. No es, sin embargo, probable que así ocurra. López Obrador y las corrientes que lo siguen no abandonarán el partido. El camino de la ruptura es intransitable para ellos. No sólo porque no tienen a dónde irse, sino porque las prebendas y privilegios de la marca registrada son muchos. Amén de que se avecina ya la elección intermedia y pelearán por las candidaturas a la Cámara de Diputados.

9. En el PRD anida el huevo de la serpiente. Si López Obrador, como efecto de sus acciones y de otra serie de circunstancias, gana su apuesta, regresará más fuerte y más intolerante. En el ajuste de cuentas con los traidores y con sus enemigos, que lo son también de la patria, será implacable. Quienes piensan que la victoria y el poder lo moderarán se equivocan.

10. Por todo lo anterior es deseable que Jesús Ortega y Nueva Izquierda ganen la elección interna. Su victoria no resolverá los dilemas ni los problemas del PRD, pero su derrota los agravará sin duda alguna. Ésta es la maldición del Peje sobre los perredistas, sobre la clase política y sobre todos los mexicanos. Al final, los que pagamos la factura de la irresponsabilidad y la mezquindad de la clase política somos los ciudadanos. De ahí nuestro justificado hartazgo.


Jaime Sánchez Susarrey


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