domingo, septiembre 19, 2010

 

Esperanza

"Dejad toda esperanza los que aquí entráis", escribe Dante Alighieri en el dintel de la puerta del infierno. Muchos mexicanos así se deben sentir: que la historia los ha traicionado. Las crisis, los liderazgos y las promesas generan expectativas y esperanzas para luego acabar destrozadas en un mar de lágrimas. Las causas y las circunstancias cambian, pero el resultado es el mismo: el mexicano se siente victimizado y cree que todo mundo le debe la vida. En lugar de inconformarse y romper con los círculos viciosos, tiende a aferrarse y, por lo tanto, a perder toda esperanza y posibilidad. La pregunta es por qué.

El contraste con otras culturas es impactante. Los avatares de la historia en algunas naciones latinoamericanas no son tan distintos, pero algunas logran romper con las ataduras del pasado mientras que otras se quedan donde están. Independientemente de su marco de actividad, el mexicano tiende a ser dependiente: quiere que alguien más le resuelva sus problemas. Que el gobierno lo proteja y lo saque de apuros, que se necesita un líder, que se requiere un proyecto de país. Para todo hay excusas, pero pocas iniciativas.

El contraste con los brasileños es impactante: su sistema gubernamental y regulatorio les impedía progresar; tan pronto se introdujeron reformas idóneas, floreció su reprimida creatividad y capacidad y ahora muestran su músculo en ámbitos empresariales, tecnológicos e industriales. Más allá de sus recientes éxitos, lo contrastante con el mexicano es su pujanza y disposición a asumir riesgos. Mientras que los mexicanos tendemos a vernos como víctimas, los brasileños se perciben a sí mismos como una potencia en ciernes y ven al mundo como suyo.

Ninguna de estas observaciones es novedosa. Samuel Ramos y Octavio Paz dedicaron sus estudios a explicar estos fenómenos y a analizar las implicaciones de nuestra cultura y modo de ser. Algunos historiadores atribuyen a la invasión norteamericana de 1847 el origen del nacionalismo mexicano y del sentido de victimización que lo acompaña. Otros lo explican por el choque de culturas que representó el sincretismo de la conquista y el mundo indígena. Algunos más le atribuyen al sistema priista y a su autoritarismo cultural la destrucción de toda iniciativa individual. Cada una de estas perspectivas explica o contribuye a entender la personalidad del mexicano. Lo que no nos dicen es si es posible romper el círculo vicioso.

Lo que es cierto es que, con todas sus diferencias, las naciones pobres que en las últimas décadas han logrado romper con el subdesarrollo tienen grandes similitudes. Lo que las asemeja es la transformación que han experimentado y la actitud con que han abierto un mundo de oportunidades a sus respectivas poblaciones.

Parafraseando a Tolstoi, quizá se pudiera afirmar que todas las naciones exitosas son similares, mientras que cada una de las que están estancadas es distinta. De la misma forma en que es posible tratar de dilucidar el origen y causas de la personalidad y cultura del mexicano como brillantemente lo hicieron los filósofos mencionados, estoy seguro que hay quienes hacen lo propio para Argentina y para Venezuela, Cuba y Nigeria. Explicaciones no faltan. Lo que falta es alguna forma de romper con el estancamiento.

Un acucioso y experimentado observador de nuestra región afirma que el común denominador de todas las naciones que han logrado ser exitosas es un liderazgo claro que establece un rumbo y no se dedica a minarlo por sus propios intereses. Esta manera de ver al mundo es por demás pragmática, pero entraña enormes riesgos y deja todo a la merced de un salvador. Nuestra propia experiencia a lo largo de las últimas décadas es sugestiva: ha habido líderes por demás capaces que generaron impresionantes expectativas y esperanzaron a la población sólo para acabar arruinando vidas y haciendas, patrimonios y familias.

¿Cómo, pues, romper con el círculo vicioso? Hace años, en la contienda del 2000, recuerdo a uno de los candidatos afirmando que tenía claro lo que había que hacer para resolver los problemas del País. Los dos primeros elementos de su listado eran: una nueva constitución y cambiar al mexicano. La receta era sencilla.

Quizá una manera menos gravosa de desarmar el acertijo es analizar los elementos unificadores o denominadores comunes de las sociedades que se han transformado. Cada una de las naciones exitosas ha logrado conferirle certidumbre a sus poblaciones. Ésa es la verdadera receta del éxito. De la misma forma en que la burra no nació arisca, sino que la realidad así la hizo, la gente se protege y se hace reacia a cualquier cambio porque no tiene claridad sobre el futuro y, en ocasiones, ni siquiera sobre el presente.

Nuestra vida cotidiana es maestra de incertidumbre. La simple observación del acontecer diario podría dejar estupefacto al más pintado. Por ejemplo, hace poco, la Suprema Corte decidió negar el compromiso gubernamental de pensionar hasta con 25 salarios mínimos a los mexicanos que quedaron en la transición entre el viejo sistema de pensiones del IMSS y el de las afores. En Chile, ese dinero se entregó a través de un "bono de reconocimiento" el día mismo en que se crearon las AP, equivalentes a las afores. Allá hay certidumbre, aquí engaño.

En forma similar, la administración aeronáutica estadounidense (FAA) recientemente degradó la calificación de los servicios de Aeronáutica Civil en México, con lo que, además de revelar graves faltas de procedimiento, nos coloca como parias en el mundo. La respuesta del gobierno: nos falta presupuesto. No hubo siquiera un intento por ofrecer soluciones o una indicación de que se comprende la gravedad del problema.

Certidumbre y credibilidad son quizá los dos vectores más fundamentales del éxito de un país. Éstos los puede construir un gran líder o un gran sistema institucional, pero toma décadas en cimentarse. Destruirlos sólo toma un instante. De por medio va la esperanza de cada mexicano y la posibilidad de salir adelante. Construir esperanza hubiera sido una buena manera de celebrar el bicentenario, pero para eso se necesitaba un gobierno de verdad.

Luis Rubio 
www.cidac.org

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Lo que México necesita es menos dosis de populismo, de gobiernos paternalistas. Los mexicanos tenemos mucha creatividad, nos gusta ser emprendedores, pero los gobiernos paternalistas tullen a los ciudadanos. Un verdadero gobierno progresista es uno liberal, en todos los sentidos.  

 

El grito de México

Pareciera que cada 100 años México tiene una cita con la violencia. Si bien el denominador común de nuestra historia nacional ha sido la convivencia social, étnica y religiosa, la construcción pacífica de ciudades, pueblos, comunidades y la creación de un rico mosaico cultural, la memoria colectiva se ha concentrado en dos fechas míticas: 1810 y 1910. En ambas estallaron las revoluciones que forman parte central de nuestra identidad histórica. Los mexicanos veneran a sus grandes protagonistas justicieros, todos muertos violentamente: Hidalgo, Morelos, Guerrero, Madero, Zapata, Villa, Carranza. Pero, por otra parte, ambas guerras dejaron una estela profunda de destrucción, tardaron 10 años en amainar, y el país esperó muchos años más para restablecer los niveles anteriores de paz y progreso.

En 2010, México no confronta una nueva revolución ni una insurgencia guerrillera como la colombiana. Tampoco la geografía de la violencia abarca el espacio de aquellas guerras ni los niveles que ha alcanzado se acercan, en lo absoluto, a los de 1810 ó 1910. Pero la violencia que padecemos, a pesar de ser predominantemente intestina entre las bandas criminales, es inocultable y opresiva. Se trata de una violencia muy distinta de la de 1810 y 1910: aquéllas fueron violencias de ideas e ideales; ésta es la violencia más innoble y ciega, la violencia criminal por el dinero.

Tras la primera revolución (que costó quizá 300 mil vidas, de un total aproximado de 6 millones), las rentas públicas, la producción agrícola, industrial y minera y, sobre todo, el capital, no recobraron los niveles anteriores a 1810, sino hasta la década de 1880. A la desolación material siguieron casi cinco décadas de inseguridad en los caminos, inestabilidad política, onerosísimas guerras civiles e internacionales, tras las cuales el país separó la Iglesia del Estado y encontró finalmente una forma política estable (méritos ambos de Benito Juárez y su generación liberal) y alcanzó, bajo el largo régimen autoritario de Porfirio Díaz, un notable progreso material.

La segunda revolución resultó aún más devastadora: por muerte violenta, hambre o enfermedad desaparecieron cerca de 700 mil personas (de un total de 15 millones); otras 300 mil emigraron a Estados Unidos; se destruyó buena parte de la infraestructura, cayó verticalmente la minería, el comercio y la industria, se arrasaron ranchos, haciendas y ciudades. Por si fuera poco, entre 1926 y 1929 sobrevino la guerra de los "Cristeros", que costó 70 mil vidas. Pero desde 1929 el país volvió a encontrar una forma política estable aunque, de nuevo, no democrática (la hegemonía del PRI) que llevó a cabo una vasta reforma agraria, mejoró sustancialmente la condición de los obreros, estableció instituciones públicas de bienestar social y propició décadas de crecimiento y estabilidad.

Ambas revoluciones -y esto es lo esencial- presentaron a la historia buenas cartas de legitimidad. En 1810, un sector de la población no tuvo más remedio que recurrir a la violencia para conquistar la independencia. Su recurso a las armas no se inspiró en Rousseau ni en la Revolución Francesa. Tres agravios (la invasión napoleónica a España que había dejado el reino sin cabeza, el antiguo resentimiento de los criollos contra la dominación de los "peninsulares" y la excesiva dependencia de la Corona con respecto a la plata novohispana) parecían cumplir las doctrinas de "soberanía popular" elaboradas por una brillante constelación de teólogos neoescolásticos del siglo 16 como el jesuita Francisco Suárez. A juicio de sus líderes, la rebelión era lícita.

En 1910, un amplio sector de la población, agraviado por la permanencia de 36 años en poder del dictador Porfirio Díaz, consideró que no tenía más opción que la de recurrir a la legítima violencia. Al lograr su propósito, esta breve revolución puramente democrática dio paso a un gobierno legalmente electo que al poco tiempo fue derribado por un golpe militar con el apoyo de la embajada americana. Este nuevo agravio se aunó a muchos otros acumulados que desembocaron propiamente en la primera revolución social del siglo 20.

En 2010, un puñado de poderosos grupos criminales ha desatado una violencia sangrienta, ilegal y, por supuesto, ilegítima contra la sociedad y el gobierno. Esta guerra ha desembocado, en algunos municipios y estados del país, en una situación verdaderamente hobbesiana frente a la cual el Estado no tiene más opción que actuar para recobrar el monopolio de la violencia legítima que es característica esencial de todo Estado de derecho.

El clima de inseguridad de 2010 ha ensombrecido la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución. Desde hace casi 200 años, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos se han reunido en las plazas del país, hasta en los pueblos más remotos y pequeños, para dar "el Grito", una réplica simbólica del llamado a las armas que dio el "Padre de la Patria", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En unos cuantos días, una inmensa cauda indígena armada de ondas, piedras y palos lo siguió por varias capitales del reino y estuvo a punto de tomar la capital. A su aprehensión y muerte en 1811 siguió una etapa más estructurada y lúcida de la guerra a cargo de otro sacerdote, José María Morelos. La Independencia se conquistó finalmente en septiembre de 1821.

Han pasado 200 años desde aquel "Grito". Hoy, México ha encontrado en la democracia su forma política definitiva. El drama consiste en que la reciente transición a la democracia tuvo un efecto centrífugo en el poder que favoreció los poderes locales y, en particular, el poder de los cárteles y grupos criminales. Ya no hay un poder central absoluto que pueda negociar con los bandoleros. Habrá que ganar esa guerra (y reanudar el crecimiento económico) dentro de las reglas de la democracia, con avances diversos, fragmentarios, difíciles. Costará más dolor y llevará tiempo.

El ánimo general es sombrío, porque a despecho de sus violentas mitologías, el mexicano es un pueblo suave, pacífico y trabajador. Muchos quisieran creer que vivimos una pesadilla de la que despertaremos mañana, aliviados. No es así. Pero se trata de una realidad generada, en gran medida, por el mercado de drogas y armas en Estados Unidos y tolerada por muchos norteamericanos que se rehúsan a ver su responsabilidad en la tragedia y se alzan los hombros con exasperante hipocresía.

Ésa es nuestra solitaria realidad. Y, sin embargo, la noche del 15 las plazas en todo el país se llenaron de luz y color. La gente vio los fuegos artificiales y los desfiles, escuchó al Presidente tañer la vieja campana del cura Miguel Hidalgo, y gritó con júbilo "¡Viva México!".

Enrique Krauze 
* Una versión de este artículo apareció en The New York Times, el 15 de septiembre pasado.

sábado, septiembre 18, 2010

 

Mitos y mentiras de la historia oficial mexicana

Mito. Con el movimiento insurgente del 16 de septiembre de 1810 inicia la gesta de la Independencia que culmina en 1821.

Falso. El cura Hidalgo fue aprehendido, excomulgado y decapitado antes de concluir un año del movimiento. Las tropas realistas eliminaron toda resistencia. Agustín de Iturbide, represor del movimiento insurgente, pactó la Independencia con el virrey O'Donojú el 24 de agosto de 1821. No hubo continuidad alguna. La mejor evidencia es la posterior coronación del propio Iturbide como emperador de México.

Mentira. Estados Unidos auspició la separación de Texas y, posteriormente, la anexó.

O más bien, verdad a medias. La independencia de Texas tuvo motivaciones y agravios reales. Los texanos exigieron desde 1833 su separación del estado de Coahuila y su reconocimiento como un estado más de la República Mexicana. Se negaban, además, a convertirse universalmente al catolicismo como lo exigía el Gobierno federal. Sus reclamos, por una parte, jamás fueron oídos. Y por la otra, el Gobierno nacional era prácticamente inexistente. Los presidentes subían y caían por periodos de meses que no de años (50 gobiernos en 30 años de independencia).

Mito. La caída del Segundo Imperio y la ejecución de Maximiliano el 19 de junio de 1867 fueron una victoria de las guerrillas mexicanas, cuyo antecedente más importante fue la batalla de Puebla el 5 de mayo de 1862.

Falso. Tras la derrota de Puebla, el ejército francés se reagrupa, no vuelve a perder una batalla y su ofensiva culmina con la coronación de Maximiliano I Emperador de México, el 10 de abril de 1864. Pero el contexto internacional cambia drásticamente. En 1867 los federalistas ganan la guerra de secesión en Estados Unidos y se aprestan para apoyar a Benito Juárez con armas y recursos. Mientras tanto, Napoleón III debe enfrentar la unificación de Alemania y decide el regreso de las tropas francesas, que inicia a principios de 1866. Con la retirada del ejército francés, el avance de las fuerzas republicanas se vuelve incontenible y Benito Juárez entra a la Ciudad de México el 15 de julio de 1867. Sin esos dos factores, el fin de la guerra estadounidense y la retirada francesa, el desenlace hubiera sido otro.

Mentira conservadora. Benito Juárez se propuso aniquilar al catolicismo.

Juárez jamás renegó de la fe católica. Las leyes de reforma tuvieron un objetivo esencial: fundar y conservar la separación del Estado y de la Iglesia católica. De ahí la institucionalización del matrimonio civil, como un contrato ante el Estado, y la Ley Orgánica del Registro Civil para consignar nacimientos y defunciones. Y, lo más importante, la ley de libertad de cultos que garantiza a toda persona la libertad de elegir y practicar el credo que desee. Avance fundamental respecto del Plan de Iguala de Iturbide que declaraba al catolicismo religión oficial y de los Sentimientos de la Nación de Morelos: "Que la religión católica sea la única, sin tolerancia de otras". En suma, sin las leyes de reforma, México no habría entrado a la modernidad. Mérito indiscutible de Benito Juárez.

Mentira liberal. Benito Juárez, a diferencia de los conservadores que impulsaron el Segundo Imperio, jamás negoció la integridad territorial de México.

Los tratados de McLane-Ocampo contenían una serie de cláusulas que atentaban contra la soberanía nacional. Cedían en perpetuidad a Estados Unidos el derecho de tránsito por el istmo de Tehuantepec, de uno a otro mar. Convenían que ambas repúblicas protegerían todas las rutas existentes o por existir en dicho istmo. Establecían que si el Estado mexicano fuese incompetente para mantener la protección de bienes y personas, bastaría con que las autoridades federales o locales solicitaran la presencia de las fuerzas estadounidenses para que intervinieran y preservaran el orden. Como bien se sabe, el Tratado nunca fue aprobado porque lo rechazó el Senado de Estados Unidos. La guerra civil estaba por estallar y un acuerdo de esa naturaleza habría fortalecido a los estados sureños. Pero eso no cambia lo esencial. Juárez lo impulsó y lo aprobó con el objetivo de derrotar a los conservadores.

Mentira. El porfiriato fue una dictadura que impidió el progreso económico, social y político de México.

La tesis no se sostiene. La pax porfiriana no fue perfecta, pero comparada con la anarquía de la primera mitad del siglo 19 tuvo enormes ventajas para el desarrollo y la estabilidad. El desarrollo de la red ferroviaria, por ejemplo. Desde el punto de vista político, y a la luz de la guerra civil entre liberales y conservadores, cabe preguntarse si otro régimen, democrático y abierto, hubiese sido de verdad viable. La satanización del porfiriato carece de sentido en el contexto de la pérdida de más de 2 millones de kilómetros cuadrados y de las intervenciones recurrentes de Europa y Estados Unidos en México. Porfirio Díaz logró la consolidación del Estado y mantuvo la integridad territorial. Lo que no era poca cosa.

Mito. La Revolución Mexicana arrasó con la dictadura porfirista e instauró el sufragio efectivo, la no reelección y la justicia social.

Falso. No hubo una revolución mexicana, sino varios movimientos revolucionarios con valores encontrados. Zapata se levantó en armas contra Madero a las dos semanas de su toma de posesión. El golpe militar de Huerta terminó con la revolución maderista. Hubieron de pasar casi 80 años para que el sufragio efectivo fuese realidad y no una formalidad. El priato, como el porfiriato, tuvo sus méritos, pero no se puede decir que la democracia y el "desarrollo político" hayan sido sus aportaciones fundamentales.
 
Jaime Sánchez Susarrey
 
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Para poder solucionar nuestros problemas presentes es imprescindible que conozcamos sus causas raíz. Causas que se encuentran en decisiones pasadas. Si no conocemos, entendemos, la realidad de nuestra historia, eliminando mitos y mentiras que bloquean la toma de decisiones, los cambios en el presente, no podremos implementar las soluciones que corrijan nuestra situación actual.

 

Contrarrevoluciones

El trauma de la "revolución" mexicana sigue afectando, 100 años después. Generó una aversión a los liderazgos fuertes, como el de Pancho Villa, Carranza u Obregón, quienes no se tocaron el corazón para fusilar "enemigos". El miedo a tener líderes fuertes está en proporción al trauma. Entre balas, enfermedades y hambrunas hubo un millón de mexicanos muertos.

Ahora prevalece la mediocridad, o debería decir miedo-cridad. No hay estrellas de la política, a no ser las falsas creadas en las pantallas de televisión. Es el costo que seguimos pagando por una supuesta "revolución" que nos dio una Constitución inaplicable, saturada de demagogia.

Considero un error llamarle "revolución" al movimiento armado de hace 100 años. La causa directa fue una contrarrevolución.

Nadie puede negar que "la bola" o "refolufa" se armó después de 30 años de crecimiento y modernización bajo el Gobierno de don Porfirio Díaz y su gabinete de "científicos". México abrazó de lleno la revolución industrial.

Estoy hablando de la invención de máquinas de metal para producción en serie y máquinas de vapor, entre las cuales sobresale el ferrocarril. Díaz apostó fuerte a la revolución industrial y dejó instalada la mayoría de las vías de ferrocarril que existen actualmente. Hace 100 años, el Peso oro mexicano valía más que el dólar.

Sin embargo, la revolución industrial tuvo un efecto devastador sobre la gente del campo. La razón es sencilla: las haciendas se hicieron mucho más eficientes y crecieron en tamaño y en número. Las comunidades agrícolas sufrieron una doble derrota: las haciendas engulleron las tierras comunitarias y miles de campesinos desposeídos generaron una sobreoferta de mano de obra. Resultado: tiendas de raya y trabajo esclavizante; o pauperización.

El ferrocarril y el buque de vapor servían para importar máquinas de Estados Unidos y Europa. Para nivelar la balanza de pagos estaba la producción de las haciendas, con cualquier cosa exportable, como algodón. Las haciendas se hacían más grandes y más eficientes. Los productores comunitarios desorganizados cada vez más pobres.

Es por ello que el grito de Zapata en Morelos fue "¡Tierra y Libertad!". En estricto sentido era una contrarrevolución. El Presidente Cárdenas fue "contrarrevolucionario" cuando repartió las tierras de las grandes haciendas. La eficiencia del País dio un paso gigantesco hacia atrás, del cual no hemos podido recuperarnos. La cadena de errores ha seguido.

El PRI, seudoheredero de la "revolución" mexicana, en vez de gobernar para crear un pastel más grande y repartible, prefirió utilizar electoralmente a los pobres que generó durante 70 años, en lugar de educarlos y capacitarlos. Los campesinos remanentes se quedaron rezagados y cuando llegó la revolución cibernética cometieron el mismo error de nuevo. Esta vez, las fábricas automatizadas desplazaron obreros. La respuesta del PRI: agrandar la burocracia para crear empleos y muchas paraestatales... y fortalecer su clientela electoral.

En la era digital, las grandes burocracias de origen priista que se enquistaron en el Gobierno y empresas estatales son el gran estorbo para el progreso. Para muestra, los partidos políticos, López Obrador incluido.

Nadie en una posición política de importancia da muestras de haber entendido cabalmente que la nueva revolución tecnológica es la única que nos puede salvar de la descomposición acelerada que estamos sufriendo. Podemos reorganizar el campo, la educación, la salud, la política, la seguridad, etcétera.

A diferencia de la tierra, agua y energía, las frecuencias de radio, televisión y banda ancha de internet son una riqueza inagotable. Sin embargo, nuestros políticos se resisten a empoderar al individuo y se prestan para mantener los monopolios privados y públicos. A nuestros políticos les encantan las gentes idiotizadas por la televisión, sometidas por los partidos, dependientes de un sueldo o sobreexplotadas por las tarifas del celular. El que quiere cambio, mejor se cambia de país.

Hemos sufrido ya tres contrarrevoluciones que se distinguen porque la clase política nunca ha sabido cómo y dónde preparar gente para ganar productividad. Finalmente son unos pocos, apoyados por millones de burócratas improductivos, los que siguen impidiendo que México desarrolle su potencial.

Javier Livas 
javierlivas@mac.com
 
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A diferencia de la revolución de 1810, que originó una nación, la de 1910 no generó nada. Sólo la llegada de un grupo que se enquistó en el poder por más de 70 años. Yo si festejé los 200 años de la independencia de México, pero los 100 años de esa seudo revolución no los festejaré.

viernes, septiembre 17, 2010

 

México: dos temas qué celebrar

Digamos que sí tenemos mucho qué festejar. Digamos que la pachanga de anoche salió de 10 y que el incumplimiento de otras metas y proyectos se debió sólo a la ineptitud y desidia de burócratas, y no a una conducta freudiana del Gobierno que no quiso celebrar algo que no lo convence. ¿Qué es entonces lo que debemos ver con el mayor entusiasmo hoy 16 de septiembre y el próximo 20 de noviembre?

Lo primero, lo más importante, lo menos políticamente correcto y lo que más irrita paradójicamente -a tirios y troyanos- es la construcción de una sociedad mexicana mayoritariamente de clase media.

En el país de las lamentaciones, donde ningún logro es suficiente ni compartido, y en el que es mucho más rentable hablar de los pobres, del pueblo, de los trabajadores, de los nini, de los campesinos o los indígenas, hoy podemos decir con orgullo que más de la mitad de la población sí ha alcanzado un nivel de vida de clase media baja para arriba. Más aún es probable que el porcentaje de la población total que alcance dicho nivel, una vez que se recupere lo perdido el año pasado, llegue a casi 60 por ciento.

Si hay 40 millones de pobres, más 8 que estadísticamente pasaron de nuevo a la pobreza entre 2006 y 2008, entonces son casi 50 millones. Por tanto, hay entre 60 y 70 millones de no pobres que van desde el hombre más rico del mundo hasta la obrera en una planta maquiladora. Obrera cuyo salario guarda para sí porque no se lo tiene que entregar a sus padres -con quienes todavía vive- ni a su marido, ni a sus hijos porque todavía no tiene. Esta obrera ya tiene celular, plasma, educación secundaria o técnica y sale de vacaciones. Pronto comprará un coche usado, a plazos o "chocolate"; va a solicitar pronto una hipoteca para una casa de 60 a 70 metros cuadrados; y tiene acceso a crédito -todavía caro- para comprar una infinidad de bienes y servicios útiles, y otros innecesarios.

Hoy en México hay más gente que pertenece a estos sectores (D+ para arriba) que los que no, como lo explica The Economist esta semana y a propósito de tres países de América Latina, debido a la estabilidad financiera, el crecimiento mediocre, pero sostenido, el bajísimo aumento de población y a la caída de precios de bienes y servicios -en algunos casos espectacular- durante los últimos 15 años: México, Chile y Brasil, hoy; Perú y Colombia, en poco tiempo, son de este club con mayoría clasemediera. A él pertenecían ya Argentina -que entra y sale- y Uruguay -que ya está instalado-. Todo esto es fruto de la Independencia y la Revolución (aunque muchos países también alcanzaron su Independencia, pero no esta meta, y muchos otros no tuvieron Revolución, pero sí la alcanzaron). Esto sí que es digno de festejo, aunque no lo queramos creer.

El segundo motivo de regocijo puede ser que México empieza, como muchos otros, a vivir poco a poco las delicias de las identidades múltiples, como las llama Amartya Sen. Hay muchos mexicanos que son mexicanos y norteamericanos, mexicanos y españoles, mexicanos y guatemaltecos, y sobre todo mexicanos oriundos de sus regiones, ya no sólo de patrias chicas o estados o pueblos. Hay muchos mexicanos católicos, pero también muchos evangélicos y muchos ateos; hay muchos que hablan sólo español, pero muchos que hablan los idiomas de sus comunidades y otros que también aprenden rápidamente inglés. Ya no hay hoy, afortunadamente, una sola identidad mexicana, ni lingüística, ni religiosa, ni étnica, ni siquiera jurídica. Probablemente nunca la hubo, pero hoy las evidencias son más palpables y maravillosas que nunca.

Las identidades mexicanas serán en este tercer centenio regionales, dependiendo de la historia, la cultura, los orígenes étnicos, el clima y la topografía; pero también de su inserción específica en la economía global. Las fuerzas que generan estas regiones siguen siendo, como en el pasado, centrífugas; pero ahora son cada vez más sinérgicas; y éstas están ganando la partida.
 
Jorge Castañeda

miércoles, septiembre 15, 2010

 

Otros doscientos

En términos relativos, México es un país joven: 200 años no son nada en la vida de una nación; un pestañeo quizás en la vida de la humanidad.

Para tomar perspectiva les platicaremos una anécdota personal: en un periplo educacional, allá a principios de los 90, nos tocó comer en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra: nuestro anfitrión, el Rector de la Universidad, nos platicó al sentarnos que el gran salón en el que nos encontrábamos había sido erigido hacia finales del siglo 12... ¡como 300 años ANTES de que Cristóbal Colón descubriera América!

Seguros estamos de que cuando conquistamos los mexicanos nuestra independencia de España, hace 200 años, no pocas de las naciones europeas nos auguraban el fracaso: una época de cruentas luchas internas y luego la postración.

Mas no fue así: aquí estamos, con más abolladuras que una caramayola de pastor, pero aún DE PIE enfrentando y superando retos.

Desde nuestra independencia a la fecha, México ha superado todo tipo de dificultades mayúsculas: invasiones extranjeras, una guerra civil, catástrofes naturales, caudillajes, dictaduras y dictablandas, estatizaciones, nacionalizaciones e infinidad de calamidades más.

La grandeza de México queda demostrada precisamente por la adversidad superada, por el hecho de que aún existimos pese a que pareciera que hemos hecho nosotros mismos hasta lo imposible por acabarnos al País, ¡y no hemos podido!

No son pocas ni veniales las tribulaciones que nos aquejan: mas si algo demuestra nuestra historia es, precisamente, que hemos podido superar en el pasado enormes retos, y, en consecuencia, hemos demostrado a nosotros mismos y al mundo que tenemos la capacidad de vencer cualquier adversidad.

Somos ya una de las 12 economías más grandes del mundo, exportamos, producimos: cierto es que el progreso no ha sido parejo, que en el avance de nuestra economía se han quedado atrás muchos de nuestros compatriotas: la pobreza es una LACRA que persiste en nuestra sociedad, la cual merece como prioridad nacional toda nuestra atención para erradicarla.

En el pasado nuestras instituciones han sido retadas desde allende nuestras fronteras y también desde adentro, y hoy lo son por un tipo de enemigo diferente, mas no por ello menos peligroso: los mercaderes de enervantes y estupefacientes.

Intimidan, corrompen, aterrorizan; no obstante, el actual Gobierno lucha valientemente contra esta amenaza y ha logrado avances que motivan a la esperanza de que pronto quede bajo control la violencia desmedida que nos aqueja.

Si México ha salido airoso en el pasado de los numerosos y difíciles trances en los que se ha encontrado, creemos que es por la enorme voluntad de los mexicanos; el arco de nuestra historia se vence por naturaleza hacia la paz y la justicia.

Son falsos los mitos que como civilización nos imputan características genéticas que, supuestamente, nos hacen movernos por inclinación inevitable hacia la anarquía y la violencia.

Por el contrario, el mexicano por convicción y naturaleza es un ser atado al núcleo familiar, que en nuestro país es fuerte y conforma los cimientos de nuestra sociedad.

Somos trabajadores y pacíficos, preferimos el orden al desorden y tenemos como máxima prioridad colectiva heredar a nuestros HIJOS un mejor país que el que nuestros padres nos dejaron a nosotros.

Claro está, en el camino del progreso hay baches, obstáculos, desviaciones y todo tipo de asechanzas. Mas plenamente dotados nos encontramos los mexicanos de las herramientas del éxito que nos permitirán avanzar seguros por el sendero del desarrollo dejando atrás nuestro pasado COLONIAL para tomar nuestro lugar primordial en la primera fila del gran concierto de las naciones modernas.

Basta mirar hacia atrás, otear el horizonte de nuestra breve historia, y constatar el inmenso cúmulo de mayúsculos problemas que hemos superado como país independiente para darle al actual contexto su perspectiva real, y al mismo tiempo convencernos de que por más difíciles que parezcan los retos que enfrentamos, éstos serán vencidos como lo han sido otros igual o peor de amenazantes.

Sí, amigos, GRANDE es México, grandes son sus posibilidades, sus capacidades y sus logros. También lo son las tribulaciones que enfrenta, no las minimizamos, mas convencidos estamos de que el gran BIEN NACIONAL se impondrá finalmente al mal.

Muchas cosas hay que corregir, y las corregiremos; lo importante es, amigos, no abandonar nunca el espíritu del Grito de hace 200 años que hará posible que CUMPLAMOS OTROS DOSCIENTOS años más: "¡Muera el mal gobierno!".

Entonces, como hoy, hay que seguir luchando para enmendar las fallas grandes y pequeñas que frenan nuestro progreso nacional.

¡Nosotros los ciudadanos podemos, siempre y cuando exijamos nuestros derechos, defendamos nuestras libertades y nos dotemos siempre de gobiernos que SIRVAN al ciudadano y no que se sirvan de él!

El abogado del pueblo 
fricase@elnorte.com
 
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Viva México, cabrones!!!! Orgulloso de ser mexicano. México no es el gobierno ni sus políticos, ni sus problemas. México es mi Patria.

sábado, septiembre 11, 2010

 

Ejemplo y envidia

Desde hace tiempo que he preferido observar los resultados de las acciones de nuestras autoridades y he dejado de escuchar lo que dicen. Lamentablemente, el juego mediático en el que nos encontramos hace a la autoridad decir cosas sólo para la foto, las cuales desafortunadamente no sabe cómo se ejecutarán.

Así es posible ver que a pesar de que los ciudadanos reclaman coordinación, generosidad y humildad de parte de sus autoridades para ordenar la Ciudad y planear una adecuada reconstrucción con los recursos públicos de todos, se disputan la autoría de las acciones.

Si pudiéramos resumir lo que representa celebrar en esta semana que está por comenzar los inicios de los movimientos sociales que dieron por resultado la Independencia y la Revolución, esto tendría que ser la inconsistencia de los logros obtenidos.

Por supuesto, no soy partidario de quienes sostienen la falta de razones para celebrar en estas épocas en las que el País recupera su dinamismo económico muy lentamente, y los problemas sociales aún siguen siendo temas pendientes.

Me parece, sin embargo, que en estos momentos de júbilo recomendado por nuestras autoridades debemos comprender que tanto la Independencia como la Revolución fueron guerras de coraje, de desesperación, pero no fueron movimientos de logros o de una búsqueda de un mejor futuro concreto. El resultado fue quitar el poder a unos para dárselo a otros, sin importar la esencia de nuestra comunidad como mexicanos.

Hoy muy pocos recuerdan la fecha que para mí es más importante en torno a la Independencia: el 27 de septiembre de 1821, día en que oficialmente termina la guerra y comienza la etapa del México independiente, paz y consolidación. ¿Por qué nos acordamos más del inicio y no del final del movimiento armado?

Creo que porque nos cuesta mucho a los mexicanos terminar lo que empezamos. Nos gusta celebrar inicios de algo, pero se nos olvida acabarlo.

Nuestra debilidad democrática e institucional en muchos ámbitos de la vida nacional parece ser el reflejo de que los valores que se ofrendaron para hacernos independientes y soberanos con derechos más plenos para la sociedad no parecen importar ahora.

En una democracia representativa madura deben ser los actores políticos los que acarreen los valores de sus representados y ser capaces de instrumentar las decisiones necesarias de beneficio común. En el autoritarismo, el responsable de las decisiones recae en una persona o un grupo de personas.

En México no tenemos claro el papel que juega otro actor fundamental en la generación de una gobernanza clara: los ciudadanos, y es que, acostumbrados a ser un poco reflejo de las órdenes de "los de arriba", de manera confortable por un lado y por otro de manera irresponsable, hemos permitido que sólo los más vociferantes, aunque carentes de principios y valores, puedan dirigir la agenda gubernamental.

Junto a ello, no existe en la Constitución y en nuestra libertad ganada hace casi 200 años ninguna obligación de formar ciudadanos. ¿Quién debe ser responsable de crear ciudadanos responsables? México transita en una democracia sin rendición de cuentas, por ejemplo, que molesta, lastima.

Es necesario buscar la dirección y los incentivos adecuados para hacer regresar el tren del trabajo conjunto, del trabajo en equipo, sin envidias o egoísmos.

Y es que la envidia, como sentimiento humano inevitable, pero no indomable, ha estado presente en el desarrollo de la vida de México, como en la de cualquier país. Sin embargo, en el nuestro parecería que ésta ha superado al ejemplo de las buenas acciones que debemos cultivar para ser una mejor sociedad.

La clave, sin duda, es cómo pensar y actuar hacia el futuro sacrificando el corto plazo.

Un primer paso es enfocar ese sentimiento de envidia en tareas constructivas. Por ejemplo, envidiar la capacidad de innovación de otros países, la rapidez con la que toman decisiones en beneficio de la sociedad, la forma en que se ponen de acuerdo.

Envidiemos la entereza de algunas sociedades de respetar la ley y las normas, debemos envidiar y actuar en consecuencia de que hace no más de 50 años muchos países asiáticos y latinoamericanos estaban peor que nosotros y han logrado avanzar bastante más que nuestro México bicentenario.

Envidiemos a los sindicatos de otros países que sí funcionan porque defienden la productividad del sistema económico, incluyendo a los trabajadores. Anhelemos e implementemos los sistemas educativos escandinavos, coreanos o uruguayos, que han logrado formar una sociedad más educada, inteligente y respetuosa de la legalidad.

Vaya, es importante envidiar lo bien que hacen otros por mejorar su situación actual y alejarnos de la queja, la petición, la confrontación que exige y no da nada; que tira, pero no construye.

Necesitamos mejores ejemplos de la envidia que motiva a ser mejores, pues abunda la que destruye por coraje e impotencia.

Vidal Garza 
vidalgarza@yahoo.com

 

Construir y compartir

¿Quién sería yo sin México? Es la pregunta que me planteo en el Bicentenario de la Independencia y en el Centenario de la Revolución.

No sería quien soy. Es la respuesta a la que llego. Porque casi todo lo que soy tiene qué ver con las personas, el lugar y el momento en el que nací y en el que vivo.

Soy quien soy -en forma esencial- por la familia en la que me formé, por los maestros y por los compañeros con los que me eduqué, por los colegas con los que trabajo y por los amigos con los que descanso.

Soy quien soy por la ciudad en la que nací, por el estado en el que habito y por el país en el que moro.

Soy quien soy por la época en la que vivo y por el periodo en el que me desenvuelvo.

Yo soy como soy, de modo fundamental, porque soy parte de México. Por ello las fiestas jubilares son, para mí, motivos de celebración.

¿Que la situación del País es grave? Sin duda. ¿Que las condiciones de la Ciudad son críticas? Desde luego.

¿Pero quién puede creer que los panoramas eran halagadores en 1810 y en 1910? Nadie.

¿Quién puede pensar que los entornos eran positivos al inicio de los siglos 19 y 20? Nadie.

Las mujeres y los hombres del pasado no se formaron ni se educaron, no trabajaron ni descansaron, no nacieron ni vivieron en la tranquilidad y en la prosperidad.

Las crónicas íntimas de numerosas familias mexicanas recogen testimonios de seres humanos que no sólo fueron capaces de enfrentar con entereza situaciones críticas del País, sino que defendieron con valentía sus ideales y su nación.

Todas y todos conocemos historias o anécdotas protagonizadas por personas que nos antecedieron. Van algunas.

El chozno Irineo, capitán, peleó al frente de las milicias regiomontanas para romper los vínculos con la Península.

El tatarabuelo Miguel, bibliotecario, tomó las armas en La Ciudadela para luchar contra el ejército invasor norteamericano. El tatarabuelo Trinidad, jurista liberal, estuvo preso en Monterrey por defender a la República y fue detenido en la Ciudad de México junto con el Presidente Juárez por enarbolar la Constitución.

El bisabuelo Andrés, simpatizante zapatista, asesinado a balazos en la puerta de su hogar de Amanalco en razón de su agrarismo. El bisabuelo Eugenio, abogado y minero, privado de su libertad por expresar su opinión para proteger su patrimonio y despojado de su casa para que habitara en ella el Presidente Carranza.

El abuelo Federico, periodista, hecho prisionero y condenado al paredón por ejercer la libertad de prensa con criterio independiente.

Por no hablar de la tatarabuela Juana y de la bisabuela Teresa, quienes enfrentaron, con gallardía, a oficiales franceses y a oficiosos carrancistas en Nuevo León.

Por no referirme a la abuela Ernestina, quien, después de la quema de su casa, se refugió con su familia en la sierra de Valle de Bravo.

Ellos y ellas, como muchos otros individuos en muchos otros sitios, no sólo lograron sortear la adversidad, sino que supieron ser auténticos hombres y mujeres de su tiempo, porque lucharon por sus principios y por su nación.

Dichos testimonios, junto con otros episodios de las tradiciones familiares de los hogares mexicanos, deben impulsarnos a festejar este septiembre, y sobre todo inspirarnos a seguir trabajando por un país libre, próspero y justo. Ésa sería la mejor forma de celebrar.

¿Quiénes seríamos usted y yo sin México? No seríamos quienes somos. Al conmemorar la Independencia y la Revolución en épocas complicadas, recordemos que las etapas delicadas del presente -como aquéllas del pasado- demandan mujeres y hombres de una sola pieza. Mucho nos ha dado nuestra Patria. Tiempo es de construir y compartir.

Gerardo Puertas 
gerardopuertas@prodigy.net.mx
 
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¿En verdad no hay nada que festejar? ¿Estamos peor que en 1810? ¿Sería mejor seguir siendo colonia de un país extranjero?
Sin duda faltan muchas cosas por hacer, vamos retrasados comparados con otros países. Pero de eso a decir que no hay nada que festejar, que estamos peor que hace 200 años, hay una diferencia infinita.
 
Simplemente yo si me siento orgulloso de ser mexicano, de mi Patria. No estoy orgulloso de sus gobiernos, ni de sus políticos, ni del crimen organizado, ni de la corrupción. Pero México, mi Patria, no es el gobierno ni los políticos. Festejar que existe mi país porque hace 200 años unos patriotas tuvieron la visión de formar una nueva nación no tiene nada que ver con el desempeño de los gobiernos o de los políticos. Pensar así es pensar en chiquito.
 

jueves, septiembre 09, 2010

 

Tamaulipas va al estado de excepción.

Tamaulipas está infectado por narcotraficantes mexicanos, pandillas salvadoreñas y triadas chinas. El secuestro y asesinato de políticos está dejando de ser excepción y la extorsión a empresarios se volvió un estilo de vida. El gobernador Eugenio Hernández está hincado ante la inseguridad y tan incapaz de proveer seguridad a nadie, que envió a su familia a vivir al sur de Texas.

 Al menos un alcalde en una ciudad fronteriza pernocta todos los días en territorio estadounidense, y Egidio Torre Cantú, el gobernador electo, no sale a la calle sin chaleco antibalas, y sin asumir aún el gobierno, no se sabe si concluirá vivo su mandato.

Tamaulipas es un estado disfuncional. No se puede gobernar ni se puede habitar normalmente. De día, la inseguridad es una sensación que, como sugieren algunos tamaulipecos, aprieta el cuerpo. De noche, es una realidad que altera toda la vida cotidiana. Los días se han acortado y hay zonas donde la actividad se acaba a las cuatro de la tarde porque las calles se convierten en tierra de nadie o zonas de combate. Los caminos se han convertido en largos túneles donde la vida se pone en juego. "No viajen a Tamaulipas por carretera", recomiendan, "no jueguen con la muerte".

Tamaulipas se descompuso porque se profundizó la descomposición en todo el país como consecuencia de la guerra contra el narcotráfico, que se ha profundizado y está alcanzando las estructuras de mando supremo criminal. El aparente parteaguas de la espiral de muerte que vive el estado se dio con la muerte de Arturo Beltrán Leyva en diciembre pasado, cuya caída originó un nuevo realineamiento de cárteles y se reabrieron campos de batalla que habían estado inactivos durante varios años, y que replanteó las alianzas criminales que se dieron en 2008.

Una de las frágiles alianzas que se dieron fue entre Beltrán Leyva y el cártel del Golfo y Los Zetas, aliados desde principios de 2000 que en los últimos tres años caminaban ya por una ruta de colisión. Al morir Beltrán Leyva, el cártel del Golfo se alió con los enemigos de éste, el cártel de Sinaloa (hoy del Pacífico) -que antes habían sido sus socios-, para enfrentar a Los Zetas. Tamaulipas se convirtió en el principal teatro de su confrontación. En el rejuego entraron las Fuerzas Armadas. El Ejército, que tiene muchas facturas abiertas con Los Zetas, por haber sido fundados por desertores y que siempre buscan reclutar militares; la Marina, con su política, cuando menos en esa entidad, que no busca prisioneros.

Sin embargo, la descomposición tiene raíces más profundas. Desde 2007, cuando la guerra contra los cárteles se concentró en rutas de distribución y comercialización, y se provocó la deshidratación de sus finanzas, varias organizaciones saltaron a delitos del orden común para sobrevivir. El cártel de Tijuana fue uno; el del Golfo, fue otro. En Tamaulipas intensificaron las extorsiones a individuos y empresas -una de ellas evaluó qué era menos caro, si intensificar su seguridad o pagar protección; optó por lo segundo-, y volvió el control sobre piratería y prostitución. El gobierno de Hernández, como no tenía al estado en llamas y por tanto estaba lejos del escrutinio público, no hizo nada, pero Tamaulipas estaba pudriéndose.

En 2009 se acentuó la descomposición, de la mano de una serie de robos de contenedores para Los Zetas en el Puerto de Altamira, que maneja más de 400 mil al año y por donde entran siete de cada diez productos y bienes para todos los estados del norte de México. Los Zetas, de acuerdo con información recabada en Tamaulipas, tenían el control en el Puerto, al cual llegaban por su mercancía en la noche sin que los diez millones de pesos que se gastaron en cámaras de seguridad o los 18 millones de pesos que costó todo el sistema para evitar la corrupción, los detuviera. El quiebre se dio a los pocos días de la muerte de Beltrán Leyva, a fines de diciembre, cuando se robaron un contenedor con 11.7 toneladas de cocaína de Los Zetas. Tamaulipas se incendió.

El gobernador Hernández, como lo hizo durante cinco años de gobierno, buscó desestimar la ola de violencia y acusó a las redes sociales de haberla exagerado. Los Zetas estaban buscando, a su vez, quién les pagaba el desafío. Las autoridades manejaron el robo en Altamira con un perfil tan bajo, que no se sabe con certeza qué sucedió con los funcionarios detenidos. El administrador portuario, Alejandro Gochicoa, no rindió cuenta alguna, aunque fue despedido a principios de junio -pese a una airada defensa de empresarios tamaulipecos- por otros motivos. No era un asunto de responderle a criminales, sino resolver un problema de corrupción en Altamira que se arrastra hace años.

La respuesta delincuencial, que en Tamaulipas consideran está directamente relacionada con el robo del contenedor, fue el asesinato del candidato al gobierno, Rodolfo Torre Cantú, a seis días de las elecciones. Las sospechas de presunta corrupción dentro del gobierno tamaulipeco a lo cual atribuyen ese vínculo, no han sido documentadas. Hernández, por su parte, apuró la imposición de su hermano Egidio como candidato, pese a que las atribuciones de la designación del sustituto estaban en el Comité Ejecutivo Nacional del PRI y no en él. La violencia contra políticos en la misma zona se elevó: asesinaron al alcalde priista de Hidalgo, Marco Antonio Leal, en agosto, y la semana pasada secuestraron al exalcalde de Ciudad Victoria Fernando Azcárraga.

El gobierno de Hernández ha quedado desnudado. Hace unos días se dio la matanza de 72 indocumentados porque se negaron a trabajar por mil pesos a la semana para Los Zetas. Estas redes de tráfico humano desde Centroamérica las maneja una de las ocho triadas chinas, que se conectan con la Mara Salvatrucha salvadoreña, que a su vez están vinculados con los cárteles mexicanos. La delincuencia organizada se ha desdoblado en Tamaulipas como en ningún otro estado, y la violencia se ha generalizado como en ninguna otra parte del país.

Hernández vio los síntomas y no los atacó. Cuando se notó la infección, lo negó. La cadena de asesinatos y violencia lo tienen postrado y asustado. No puede con nada y Tamaulipas está a la deriva. Es el principal foco de alarma en el país en este momento, y el gobierno federal tendrá que ir al rescate. Pero ¿cómo? Si la violencia es tan clara y la impunidad tan grande, quizá se esté en el momento paradigmático de medidas tan extraordinarias como radicales, y socialmente lamentables: el estado de excepción. Si alguien tiene otra opción, atención, que se apure a presentarla.
 
Raymundo Riva Palacio
Lunes, 6 de septiembre de 2010
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter.com/riv
 

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