lunes, febrero 27, 2017

 

Sexenios tontos

Porfirio Díaz y Álvaro Obregón inventaron el sexenio (en vez del cuatrienio) como una especie de anuncio de que sería su último período. No era creíble, y terminaron mal. Díaz tuvo que irse del país cuando empezaba su segundo sexenio (1911). Obregón fue asesinado antes de iniciar el suyo (1928).

 

Cárdenas fue el segundo presidente de sexenio completo (1934-1940) y, al retirarse, transformó la dictadura personal en dictadura de partido. La estabilidad resultante parecía renovar y mejorar la del Porfiriato, pero se llevó un par de sustos. Los crímenes de Díaz Ordaz (1968) y Echeverría (1971) fueron demasiado, hasta para el PRI. Los generales Díaz y Obregón se habían pasado de listos en sus sexenios fallidos. Los licenciados Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo se pasaron de autoritarios, pero terminaron los suyos, aunque pusieron en riesgo la estabilidad política y arruinaron la economía. Se desató una inflación que duró sexenios y el crecimiento económico del 6% anual nunca se recuperó.

 

Este sexenio (2012-2018) llegó anunciando que casi lo recuperaría (3.5% en 2013 y 5% en 2018), gracias a un gran economista que gobernaría como una especie de primer ministro. Fue muy bien recibido. El paquete de reformas que propuso tuvo un apoyo sorprendente en el Congreso, los medios, las encuestas y la opinión internacional. El dólar estaba a $13. Nadie se imaginó que así empezaba uno de los sexenios más tontos en la historia de México.

 

¿A quién se le ocurre enviar fuerzas armadas para verificar si los yates turísticos pagaban los 50 dólares del derecho de internación? ¿O enviar 130 policías y cámaras de televisión para la toma de un hospicio, en vez de enviar a un inspector, tocar la puerta y revisar si todo estaba en orden? ¿A quién se le ocurre declarar como "verdad histórica" una versión de los hechos de Ayotzinapa que sería desmentida? ¿O aceptar de un contratista de obras públicas la "Casa Blanca" y la de Malinalco, en condiciones sospechosamente favorables?

 

También fue tonto anunciar una campaña contra la obesidad que se reducía a recaudar, gravando alimentos y refrescos azucarados. La mentira transparente tuvo un gran costo político, pero no sirvió para aprender. En 2017, las explicaciones sobre el "gasolinazo" tropezaron en la misma piedra. El 88% de la población no las cree (CESOP).

 

Las relaciones con los Estados Unidos han sido poco diplomáticas. En cuatro años hemos tenido cuatro embajadores en Washington, además de un período vacante. Visto desde México, parece falta de seriedad (como la de tener tres procuradores de la República, cuatro procuradores del Consumidor y cuatro directores de Bansefi en cuatro años). Pero desde allá puede tomarse a desaire: darle poca importancia a la relación bilateral. Otro desaire: traer a Los Pinos a uno de los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos; sin precedente y atropellando los canales diplomáticos. (¿Qué nos parecería que en 2018 Trump invitara de igual manera a un candidato a la presidencia de México?). Para cerrar con broche de oro, el nuevo secretario de Relaciones Exteriores declara su ignorancia del ramo: "Vengo a aprender".

 

El sindicato de maestros tiene un historial conflictivo. ¿A quién se le ocurre provocar un alboroto con la forma de anunciar la evaluación educativa? El Chapo Guzmán tiene un historial de fugas. ¿A quién se le ocurre encarcelarlo sin impedirle otra? Y ¿no era de esperarse que el ex gobernador de Veracruz también se fugara, en vez de enfrentar los cargos por sus fechorías?

 

Se ha gobernado como si gobernar fuera producir comerciales. Y el despilfarro en frases como "Mover a México" ha sido contraproducente. Ha subrayado el contraste con la realidad.

 

Todo ha sido gastar y gastar en desorden y con cargo a la deuda pública, que estaba en 33% del PIB al comenzar el sexenio y va en camino de superar el 50%. Todavía en 2016 se gastó 5.8% más de lo programado, y la deuda amplia del sector público creció 3.5 billones de pesos. El desenlace previsible empeora con las bravatas de Trump y las elecciones de 2018. Los capitales golondrinos se van, el peso se devalúa. Ante la inquietud, "astutamente" se adelanta la liberación del mercado de la gasolina. Lo único que faltaba: echarle gasolina al descontento y la inflación.

 

El PRI recuperó la presidencia, aunque se conocían sus mañas, porque millones de votantes creyeron que era mejor que volvieran los que sí sabían gobernar. Pero resulta que no saben.

 

Gabriel Zaid

26 de febrero 2017


lunes, febrero 20, 2017

 

Por qué no votaré por López Obrador (AMLO)

No, no votaré por López Obrador porque intentaría gobernar con recetas extraídas del bote de la basura de la historia de las doctrinas económicas que han demostrado sobradamente su caducidad e ineficiencia. Su diagnóstico para superar el temerario nivel de atraso que padecemos está equivocado, porque el principal problema de México no es la corrupción, un cáncer que nos devora por los cuatro costados, sino el escandaloso fracaso educativo: somos un país de reprobados en ética, en ciencias, en lectura, en operaciones elementales aritméticas y en todo lo relativo al saber universal. Y, sin embargo, AMLO se alía con uno de los peores enemigos de México: la CNTE, una coordinadora magisterial reconocida como una feroz defensora de la ignorancia que incendia alcaldías, bloquea carreteras, paraliza ciudades, quema sucursales bancarias, rapa a los profesores, se opone a la superación académica, a la capacitación magisterial, a la evaluación de los maestros, insiste en la compra-venta de plazas y amenaza a las instituciones de la República a cambio de dinero. ¿Cómo votar por un político que traba alianzas en contra del futuro de nuestros hijos y, por ende, de México?

 

Pemex, antes la única empresa petrolera monopólica del mundo que se encuentra quebrada, ha sido, sálvese el que pueda, una cantera de bandidos. ¿Qué propone AMLO? Construir refinerías operadas por Pemex, muy a pesar de que el gobierno ha demostrado ser un pésimo empresario, si no olvidan las catastróficas empresas descentralizadas de Echeverría. AMLO insiste en el capitalismo de Estado, el burocrático, como que ignora el derrumbe de la Cortina de Hierro y la desaparición de la URSS. AMLO intimidó al Tribunal Electoral del DF, amenazó con marchas y ante la flagrante cobardía del gobierno, logró que, a pesar de no contar con el requisito de residencia mínimo de cinco años establecido por la ley, pudiera gobernar la Ciudad de México. AMLO no erradicó la corrupción de la policía capitalina, ni acabó con la corrupción en las delegaciones ni en la propia de la autoridad central. ¿Por qué sí habrá de erradicar la corrupción a nivel federal, cuando no ha convencido con un plan efectivo destinado a sanear al país? En México existen 24 millones de compatriotas que perciben ingresos inferiores a 5 mil pesos mensuales, ¿se superará su condición económica y la de 16 millones sepultados en la miseria extrema, atacando la corrupción? Ese no es el camino.

 

El fascismo niega la existencia del Estado de Derecho: AMLO mandó al diablo a las instituciones de la República. AMLO evitó su desafuero aun en contra de lo dispuesto por la ley. AMLO se negó a ejecutar cerca de 900 resoluciones judiciales durante su estancia en el gobierno de la Ciudad y se resistió a acatar, por la vía de los hechos, las sentencias emitidas por la Suprema Corte de Justicia. AMLO intimidó a la autoridad por medio de plantones. AMLO, como Castro y Chávez, ha creado un enemigo, como la “Mafia del Poder”, a la que ya prometió amnistiar de llegar a Los Pinos y, por el otro lado, ¡cuánta incongruencia!, promete acabar con la corrupción. ¿Cómo entenderlo?

 

AMLO divide al país entre ricos y pobres y los enfrenta entre sí para lucrar políticamente con el revanchismo social. AMLO asestó un intento de golpe de Estado, cuando impidió que el Senado deliberara, libre y soberanamente, al rodear con la policía capitalina dicho recinto legislativo para impedir la votación de una ley que no le convenía. AMLO propone un sindicalismo populista de consecuencias imprevisibles desde que ha prometido volver a contratar a los integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas, una cáfila de burócratas extorsionadores y corruptos, cuyo despido implicó una enorme sangría del erario. AMLO dicta e impone en Morena, en donde, como en el PRI, no existe la menor simiente democrática. ¿Ese es el futuro? AMLO se unge como abanderado de la “Honestidad Valiente”, a pesar de un Bejarano y sus ligas, y de otro funcionario de su gobierno que se jugaba los recursos públicos en Las Vegas.

 

AMLO es enemigo de la transparencia, de la apertura informativa, desde que esconde el proyecto ejecutivo financiero de los segundos pisos en un fideicomiso a 12 años. AMLO nunca ha aclarado de qué ha vivido los últimos años ni de dónde ha sacado los recursos multimillonarios para viajar, organizar mítines, contratar miles de camiones para los acarreados y pagar cantidades incuantificables de viáticos. AMLO propone las marchas callejeras para asustar a los poderes soberanos de la Federación, mostrándoles un puño que implica el enfrentamiento con las masas y el terror al derramamiento de sangre. Quien se oponga a cualquier decisión suya tendrá que vérselas con las masas, a las que controla con instintos e impulsos apartados de la más elemental razón. AMLO empeñó su “palabra de honor” cuando prometió someterse al veredicto del IFE y al perder las elecciones, por toda respuesta, bloqueó el Paseo de la Reforma, con graves daños económicos para la ciudad. AMLO siempre impuso su voluntad por la vía de los hechos y no en términos institucionales, por ello tomó pozos petroleros, bloqueó caminos e inundó el Zócalo capitalino con barrenderos de Tabasco que fueron desalojados a través de acuerdos desaseados e inconfesables.

 

Gobernar es crear empleos, pero no burocráticos, sino productivos, derivados de la fuente de riqueza creada por empresas privadas mexicanas a las que AMLO invariablemente les declaró la guerra, hasta que en últimas fechas ha venido cambiando su posición de cara a las elecciones. ¿Cómo creerle? ¿Ya es otra persona, que si vuelve a perder en 2018, acatará la voluntad popular y entenderá el papel del sector privado? ¿Ahora ya no se va a retratar como “Presidente Legítimo” con la banda tricolor colocada al revés, la mano derecha levantada, en tanto juraba respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan? ¿Qué es la Constitución para AMLO, que cuando la juró no la respetó? ¿Ya es un nuevo AMLO que no le diría a Fox: Cállate, Chachalaca? ¿Ya no es un peligro para México el mismo AMLO que le dio el banderazo de salida a vehículos (adquiridos quién sabe cómo), las “brigadas de reconexión”, que se encargaron de conectar la luz a quienes no la hubieran pagado colocando ilegalmente “diablitos” en Tabasco? ¿Quién lo sancionó al volver a atentar en contra del patrimonio público?

 

AMLO odia los debates presidenciales, las conferencias de prensa y las entrevistas para no exhibir su inseguridad ni su intolerancia. AMLO descalifica las encuestas si éstas no le favorecen. AMLO, quien nunca se pudo inspirar en Nietzsche, se llegó a proclamar “soy indestructible”, sin saber que Mussolini también proyectó siempre la imagen de un superhombre.

 

No, no votaré por López Obrador, un peligro de extracción chavista y trumpiana para México. Yo soy inocente, lo denuncié a tiempo.

 

Francisco Martín Moreno

 


lunes, febrero 13, 2017

 

La Constitución y el subdesarrollo económico

La centenaria y remendada Constitución mexicana presenta graves fallas, como marco de referencia para la operación eficiente de las fuerzas que determinan el desarrollo económico.

 

La concepción moderna de una constitución es que consiste en un documento que define y limita los poderes del Estado. En lo que toca a la economía, la Constitución no establece cotas efectivas a dichos poderes. De hecho, los Arts. 27 y 28 dotan al Estado de facultades prácticamente absolutas. (Al respecto, es difícil mejorar la argumentación de Issac Katz, contenida en La Constitución y el Desarrollo Económico de México, CIDAC - ITAM, Cal y Arena, México, 1999).

 

El Art. 27 asienta que "tierras y aguas" son "originariamente" de "la Nación". A su vez, la Nación tiene el derecho "de transmitir (el) dominio" de dichos bienes a los particulares, "constituyendo la propiedad privada". Así pues, "la Nación" tiene la facultad de hacer o no hacer la transmisión referida, de manera que la existencia misma de la propiedad privada se deja al arbitrio del Estado.

 

El Art. 27 dice también que "la Nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público". La palabra "modalidades" puede interpretarse de manera tan laxa que, en la práctica, niegue las características esenciales de la propiedad privada, como son el uso, el disfrute y la disposición de los bienes. Con ello, vulnera un derecho humano reconocido mundialmente (Art. 17 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

 

Al especificar los fundamentos de "las expropiaciones", el Art. 27 establece que "sólo podrán hacerse por causa de utilidad pública y mediante indemnización". La redacción parece limitativa, pero no lo es: "utilidad pública" es una frase muy elástica, que se presta al abuso. (Valle del Yaqui, banca comercial, ingenios azucareros). Además, como ha sido señalado, la indemnización no es previa a la expropiación, lo que permite una posposición indefinida del pago.

 

El Art. 28 permite al Estado imponer "precios máximos" para los bienes "que se consideren necesarios para la economía nacional o el consumo popular". El fraseo usado abre la puerta a casi cualquier definición sobre lo que se califica de "necesario", a criterio del gobernante.

 

Los "precios máximos" son relevantes sólo si se establecen por debajo de los precios determinados por el mercado. Tienen muchas consecuencias negativas, dañando en última instancia al grupo que se pretende proteger. Por ejemplo, propiciando desabastos y mercados negros. (Así ha sido desde Diocleciano hasta Maduro, pasando por Echeverría). Además, reducen discrecionalmente la rentabilidad de la actividad económica. En consecuencia, deprimen el valor de la empresa, lo que significa una expropiación parcial.

 

La vaguedad de la definición del derecho de propiedad privada, y su indefensión institucional, conllevan necesariamente un aumento de la incertidumbre para los agentes económicos. El patrimonio no está protegido cabalmente por la ley, y sus frutos no están a salvo de un acto depredador del Estado. Por ello, resultan disminuidos los incentivos para el ahorro, la inversión, la innovación, la asunción de riesgos y el esfuerzo productivo.

 

El crecimiento económico depende precisamente de los factores mencionados. Si se entorpecen, el resultado será un crecimiento anémico, que perpetúa la pobreza de la población y la desigualdad en la distribución del ingreso.

 

Sobre el tema, una autoridad académica afirma: "... para... un mejor entendimiento de las causas fundamentales del crecimiento económico, necesitamos estudiar las instituciones y las políticas que afectan los incentivos a acumular capital físico y humano, y a mejorar la tecnología". (Acemoglu, Daron, Introduction to Modern Economic Growth, Princeton University Press, New Jersey, 2009).

 

Entre las instituciones aludidas destaca la Constitución, que determina "las reglas preliminares que permiten el desarrollo del juego" económico y, por tanto, establecen el marco para el diseño de las políticas públicas. (Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1986).

 

La situación actual dista mucho de lo ideal. Mientras persista, es intrincado materializar el potencial que tienen la economía y la sociedad mexicanas.

 

Everardo Elizondo

El autor es profesor de Economía en la EGADE, Business School, ITESM.


domingo, febrero 12, 2017

 

Populismo (¿Qué es?)

Suena simple: me eliges y yo resuelvo todos los males. En palabras de Trump: "Yo solito lo puedo resolver". El llamado populista es seductor por la sencilla razón de que tergiversa el elemento intuitivo clave de la democracia que consiste en que "la gente" puede gobernarse a sí misma. El populista vende la noción, claramente ilusoria, de que él o ella representa a la gente y, de hecho, la personifica. Es por ello que Jan-Werner Müller, autor de Qué es el Populismo, afirma que "el populismo es una sombra permanente sobre la democracia representativa".

 

El populismo se ha vuelto una etiqueta de fácil arraigo, pero de difícil definición. En los últimos meses, diversos partidos europeos y al menos dos candidatos estadounidenses cayeron bajo esa definición. Unos son de derecha, otros de izquierda, pero todos comparten una serie de elementos comunes.

 

John Judis, en La Explosión Populista, afirma que el populismo de derecha (utilizando a Trump como ejemplo) propone que las clases medias están siendo comprimidas por "otros", que igual pueden ser "los ricos", extranjeros, burócratas, o sea, "los malos". Por su parte, el populismo de izquierda, donde Judis emplea a Sanders como el prototipo, promete defender a las masas de las élites plutocráticas. Ambos viven de lo mismo: los buenos contra los malos, donde sólo una persona puede resolver el problema porque se identifica con la población y es parte integral de ella, el único auténtico representante del pueblo.

 

El populista se enfoca en problemas reales para convertirlos en un llamado a la acción: lo que importa no es si tiene mejores ideas para resolver las dificultades, sino crear una sensación de impotencia porque es la ausencia de esperanza o de percepción de mejoría lo que se constituye en el principal caldo de cultivo del populismo. También es la razón por la cual es tan preocupante que el Presidente emplee términos como el del "mal humor social", porque, viniendo de una persona en posición de autoridad, ese tipo de caracterizaciones tienden a validarse y convertirse en mantra.

 

El populismo no es un tema de política pública -de impuestos, empleos o comercio-, ni tampoco es una ideología; más bien, se trata de una lógica política que gana posibilidades cuando se exacerban los ánimos, se eleva el tono de la discusión política y se acentúa el descontento con el statu quo. La genialidad de los populistas radica en su capacidad para convertir preocupaciones de la población en plataformas electorales sostenibles. En el fondo, sin embargo, el factor que energiza a los populistas no es la economía sino la impotencia que se manifiesta en sed de justicia. ¿Por qué se mete a la cárcel a un pobre diablo y no al Gobernador corrupto? ¿Por qué se mantiene como Senador a un conocido hampón mientras que la economía sigue sin beneficiar a la mayoría? ¿Por qué ningún banquero fue a la cárcel por Fobaproa?

 

El populismo, dice Müller, se sostiene en tres patas: la negación de la complejidad, el antipluralismo y la tergiversación del sistema de representación. Para el populista las soluciones son simples y obvias y la suya es la única respuesta posible, es decir, no hay una legítima discusión respecto a la mejor forma de resolver los problemas existentes porque sólo ese líder tiene la solución que, además, no tiene por qué explicarle a nadie. Como el populista representa la voluntad popular, los procesos legislativos son contraproducentes, lo que explica el amor por los plebiscitos. La vida pública es un asunto no de debate sino de moral: nosotros tenemos la razón y el resto es inmoral, con agendas ulteriores. No sobra decir que el mejor antídoto contra el populismo yace en la transparencia: explicitar los dilemas y la complejidad, tratar a la población como adultos, reconocer la diversidad de visiones en la sociedad y fortalecer las instancias legislativas.

 

Le quedan poco menos de dos años a este sexenio. El asunto primordial debiera ser el de concluir este Gobierno en mejores condiciones que las actuales. Aunque la sociedad decidirá con su voto quién nos gobernará los siguientes seis años, es el Gobierno actual quien tiene la responsabilidad de crear condiciones para que la opción sea real. Lo que ha hecho a la fecha es exactamente lo opuesto: ha polarizado, ignorado a la población y faltado a su misión esencial, que es la de crear condiciones para el progreso, la prosperidad y la esperanza de la población. Con sus errores ha promovido la desazón y la impotencia. Todavía es tiempo de que dé la vuelta.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


jueves, febrero 02, 2017

 

Ideas simplistas y equivocadas

El Presidente de Estados Unidos (EU), Donald Trump (DT), ha basado sus propuestas de política comercial en la idea de que los déficits comerciales bilaterales, así como los totales, son un síntoma de fracaso económico. Él insiste, por tanto, en que impondrá aranceles y buscará mejores tratados comerciales para lograr un equilibrio o hasta un superávit comercial que, además, eleven la inversión y el nivel de empleo en su economía.

 

La realidad es contraria a estas ideas simplistas y equivocadas. Los déficits comerciales bilaterales son irrelevantes; el déficit total es muchas veces benéfico; los aranceles reducen el poder de compra de sus propios habitantes, y el nivel de empleo no depende de la política comercial sino de las políticas internas.

 

Primero, es una tontería hablar con preocupación del déficit comercial bilateral de un país, como también es que cualquiera persona hable de su enorme "déficit bilateral" con Soriana, Wal-Mart o HEB. Nadie se angustia por eso. Lo mismo sucede en el caso de una empresa, que seguramente tiene un "déficit bilateral" con cada uno de sus proveedores.

 

Segundo, los déficits comerciales totales son en muchas ocasiones síntomas de mejor salud económica que los superávits. Esta no es una idea fácil de entender, porque a simple vista parece contraria a la "lógica" tradicional. Ello explica por qué DT y, de hecho, también muchas personas en nuestro país, se pronuncian en favor de acciones que conviertan el déficit que "perjudica", en un superávit que "beneficie".

 

Una analogía quizá ayude a aclarar esta idea errónea. Una empresa que tiene proyectos de expansión siempre compra más de lo que vende, esto es, tiene un "déficit comercial". Compra materias primas, y también adquiere maquinaria y equipo, que en conjunto superan los ingresos por la venta de su producto. El faltante se cubre con capital de los accionistas y con crédito, sea éste de instituciones bancarias o proveedores. En otras palabras, le entran más recursos financieros de los que salen y tiene, por tanto, un superávit en su cuenta de capital.

 

Una cosa similar sucede con los habitantes y empresas de un país cuando comercian con los habitantes y empresas de otros países con el fin de llegar a intercambios mutuamente benéficos. Un país puede importar más de lo que exporta cuando su economía tiene potencial de crecimiento y recibe capital externo para financiarlo. Estos recursos, junto con las exportaciones, financian las compras que se hacen del exterior, que incluyen no sólo bienes de consumo, sino también materias primas y bienes de capital. En este sentido el déficit comercial es, contrario a lo que piensa DT y muchas otras personas, un síntoma de una economía robusta y dinámica.

 

Un país atraerá capital externo cuando la inversión es mayor a su ahorro, como sucede en EU. Esto se traduce en una entrada neta de recursos externos (cuenta de capital superavitaria) y, forzosamente, en un exceso de importaciones sobre exportaciones (cuenta comercial deficitaria). Sin entrar en detalles técnicos, baste decir que por razones de identidad contable no puede ser de otra manera.

 

En consecuencia, si DT quiere un superávit comercial, tiene que aceptar que el ahorro será entonces mayor que la inversión en EU y, por ende, que habrá una salida neta de capital. Él quiere, sin embargo, una entrada neta de capitales a EU, pero, por más que tuitee, no podrá lograrlo si al mismo tiempo promueve un superávit comercial.

 

Tercero, DT amenaza con aranceles de hasta 35 por ciento a las importaciones de México. Es mucho lo que se puede decir sobre este particular, pero por ahora baste con señalar algunos puntos. Primero, el arancel no lo pagan los países exportadores sino los consumidores del país de destino. DT con ello reduciría el poder de compra de sus habitantes. Segundo, el TLCN le impide aplicar ese tipo de aranceles, pero si lo abandona, el arancel no puede ser mayor al que permite la Organización Mundial de Comercio (OMC), que para EU se ubica alrededor de 3.5 por ciento. Tercero, si para poner un arancel mayor abandona la OMC, desataría una guerra comercial que dañaría a la economía global, pero también a millones de empresas y personas estadounidenses.

 

Finalmente, el comercio libre es benéfico no porque contribuye a un aumento en el empleo total, sino porque igual que el cambio tecnológico, mejora los niveles de vida de la población al elevar la productividad y dar acceso a productos de mejor calidad y menor precio. Eso es cierto para EU como para México. El intercambio con el exterior altera la distribución de trabajos por sector, como también lo hace la innovación tecnológica y el comercio interno. La creación o pérdida de empleos totales depende del ciclo económico y la política económica interna, pero no de la política comercial.

 

Salvador Kalifa

sakalifaa@gmail.com


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