lunes, febrero 24, 2014

 

Clientelismo armado

Es uno de los edificios más altos de América Latina. Tiene 45 pisos, pero no tiene elevador. En muchos pisos faltan ventanas y algunos carecen de paredes. Abundan los platos de satélite. Está en Caracas y, para el gran reportero Jon Lee Anderson, es el mejor emblema del régimen chavista.

En un reportaje publicado hace un año en la revista New Yorker el periodista analizaba el régimen político del rascacielos inconcluso. Se empezó a construir en 1990. Tres años después, el constructor murió y la torre quedó a la mitad. Nadie la compró. Varios proyectos para concluir la construcción fracasaron. Finalmente, en octubre del 2007 varios cientos de hombres, mujeres y niños invadieron la torre y se establecieron ahí. Viven en la torre desde entonces.

No fue una invasión ocasional. Más bien fue resultado de una convocatoria política desde el Estado. El Presidente Chávez llamó a la gente a ocupar construcciones abandonadas, a invadir bodegas y edificios desocupados. Frente a la escasez de vivienda, la invasión se legitimaba como acto justiciero.

El régimen cambió después de parecer y prohibió las invasiones, pero el impulso inicial provino de la autoridad. En todo caso, los ocupas entablaron una relación directa con el régimen que los alentó primero y los protegió después.

Si el alto edificio de Caracas simboliza de algún modo al régimen es precisamente por esa mezcla de reivindicación social y de ilegalidad; de inclusión y de violencia. Permisos y obsequios que alimentan una violenta lealtad.

Anderson describe brillantemente el salvaje urbanismo del chavismo: esa prolífica fábrica de clientelas. Los espacios ilegalmente ocupados constituyen un régimen en miniatura: una estructura de poder sin rivalidades, un temible sistema de justicia, un estricto régimen de vigilancia, un jugoso complejo de permisos y concesiones rentables. Todo embona: el comedero del edificio vende comida bolivariana a precios socialistas. No es, por supuesto, una isla que se aparte del entorno. Es aplicación de la filosofía de un régimen a ese barrio vertical.

Lo notable es que, bajo la retórica de la "revolución bonita", esas clientelas no son simplemente portadoras de votos, sino también de balas. Las clientelas pueden acudir al llamado de una concentración para mostrar apoyo al líder o repudio al traidor.

El clientelismo chavista ha tenido, en efecto, ese carácter intimidatorio que seguramente aprendió de Cuba. Venezuela ha instaurado su versión de los Comités de defensa de la revolución. Colectivos armados que se ven como guardianes de una revolución asediada. A pesar de que ha competido reiteradamente en elecciones, la Oposición no ha tenido en la Venezuela de Chávez y de Maduro el sitio que le corresponde en una democracia.

La manifestación pública de las oposiciones adquiere carácter golpista a ojos del autócrata. Denunciar la inseguridad, protestar por la inflación y la escasez, denunciar el cierre de espacios de expresión es marcado como una conspiración internacional. Si la protesta es fascismo, sólo la gratitud es revolucionaria.

En el universo bélico del populismo, la crítica al régimen es una conjura, una amenaza inaceptable, una provocación que cancela cualquier posibilidad de diálogo. El Presidente Maduro festejó el encarcelamiento de Leopoldo López en estos términos: "Yo dije 'va a una cárcel' y así fue. Así lo haré con todos los fascistas".

Para terminar con el fascismo, el necrochavismo aprovecha la sumisión de todos los poderes al heredero. El Presidente señala al enemigo y ordena castigo. Emplea también a los colectivos armados como escuadrones de intimidación. La lealtad no se demuestra solamente en las concentraciones públicas y en la urna. Se exhibe también como amenaza y como escarmiento.

En México, La Jornada hizo suyo el argumento del Gobierno venezolano: el encarcelamiento del dirigente opositor, la agresión a los manifestantes rivales fue un acto admirable: "Frustra Maduro plan de la derecha para desestabilizar". El Gobierno, al encarcelar a Leopoldo López, lo salvó. Eso sostiene el Gobierno venezolano y eso acepta el diario, no como versión, sino como verdad.

La retórica de Maduro no será muy distinta a la de su antecesor. Pero Chávez, como ha escrito recientemente Rafael Rojas, no era solamente una figura polarizadora. También sabía mediar. Sólo aceptando la legitimidad de la Oposición y negociando con ella puede hallar cauce la crisis venezolana.

Jesús Silva-Herzog Márquez 
http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/


sábado, febrero 22, 2014

 

Izquierda bufa

La izquierda mexicana tiene dos caras: una conservadora y otra autoritaria. La iniciativa para descriminalizar el consumo de la mariguana en el Distrito Federal y la crisis venezolana lo muestran a la perfección.

A pesar de que la iniciativa para regular el consumo de mariguana es muy moderada, ya que no contempla el uso medicinal y muchos menos el recreativo, tiene cero probabilidades de pasar.

La oposición más fuerte, en apariencia, proviene de la derecha, que se opuso igualmente al aborto y las uniones civiles de personas del mismo sexo.

Pero en este caso, como en otros, las apariencias engañan. Los principales enemigos de la iniciativa están en la izquierda. El diario La Razón publicó un recuento esclarecedor: de los 34 asambleístas del PRD, en la Asamblea Legislativa del DF, 25 están en contra y sólo 9 a favor (15/02/14).

Con esa correlación de fuerzas no hay forma de que la iniciativa sea aprobada, ya que los asambleístas del PAN, PRI, Partido Verde, PT y Movimiento Ciudadano también se han manifestado en contra.

Los perredistas opositores a la iniciativa son afines a López Obrador y Marcelo Ebrard. AMLO ha sido particularmente claro y enfático al fijar su posición: "Yo no estoy de acuerdo, estoy en contra, pero lo que opino es de que antes de cualquier reforma, se le tiene que preguntar a la gente".

Hecho que no sorprende, porque igual se oponía al aborto y las uniones de personas del mismo sexo. Y de Ebrard tampoco hay que sorprenderse porque no es un hombre de ideas ni de principios, como muchos lo pintan, sino un oportunista que actúa en función de sus intereses.

Baste recordar que el 24 de noviembre de 2004, siendo Secretario de Seguridad Pública de López Obrador, permitió el salvaje linchamiento de dos policías en Tláhuac, que fue transmitido en vivo, durante horas, por la televisión.

Su omisión, en cualquier otra parte del mundo, le hubiera acarreado un juicio por negligencia con el consecuente desprestigio y fin de su carrera política. Pero aquí sirvió para que el PRD lo postulara candidato y se convirtiera en Jefe de Gobierno.

Ésta es la pasta con la que está hecha la izquierda mexicana. Por eso no sorprende que la iniciativa sobre la mariguana no tenga oportunidad de prosperar ni que, frente a la crisis venezolana, ofrezca apoyo y solidaridad a... Nicolás Maduro.

Esta semana, un grupo de intelectuales y políticos de izquierda suscribió un manifiesto Contra la Violencia Fascista en Venezuela. Entre los firmantes se encuentran dos vacas sagradas de la siniestra: Pablo González Casanova, ex Rector de la UNAM, y Víctor Flores Olea, ex Subsecretario de Relaciones Exteriores.

Pero quien se llevó, una vez más, las palmas fue el diario La Jornada, que publicó a ocho columnas: "Frustra Maduro el plan de la derecha para desestabilizar".

Tanto La Jornada como don Pablo y don Víctor compran y difunden, sin pestañear, el siniestro cuento de Maduro, esto es, la violencia no viene del Estado, sino es contra el Estado, que ha tenido que defenderse de las agresiones fascistas e imperialistas.

Más aún, la detención de Leopoldo López, líder de las protestas, obedecería a una estrategia del Gobierno para frustrar un complot, ya que, según Maduro, la derecha "iba a sacrificar al opositor López para crear guerra civil".

Los mecanismos de la mentalidad autoritaria son insondables. Cómo explicar que alguien pueda creer y defender semejantes disparates de un hombre que, entre otras cosas, dice haber visto a Hugo Chávez reencarnado en pajarito.

Pero además la mentalidad autoritaria es inexpugnable y a prueba de balas y hechos. Porque, a lo largo del siglo 20, el mecanismo que convierte a los verdugos en víctimas se repitió una y otra vez.

Stalin se defendió del complot de los kulaks y los mandó a campos de concentración donde murieron millones.

Hitler se defendió del complot de los judíos y los mandó exterminar.

Mao se defendió del complot de la burocracia y organizó la revolución cultural.

Pol Pot se enfrentó a la contrarrevolución y organizó un genocidio.

De los Castro, ni hablar.

Y un largo, muy largo, etcétera que concluye con la defensa de Nicolás Maduro agredido por el fascismo y el imperialismo.

La izquierda mexicana es conservadora, autoritaria y oportunista. Es una izquierda incapaz de pensar, autocriticarse e innovar. Es una izquierda bufa si se le compara con los socialistas chilenos o españoles.

Jaime Sánchez Susarrey


lunes, febrero 17, 2014

 

Petropopulismo

Hace un par de semanas dije en estas páginas que la política económica de Venezuela -junto con la de Argentina- a lo largo ya de muchos años, merece "un lugar prominente en la (voluminosa) enciclopedia latinoamericana de la infamia económica". En días pasados, The New York Times publicó un artículo fascinante ("Tabú en Venezuela: alza al combustible", 08/02/14) que resulta un ejemplo inmejorable de las barbaridades recurrentes del populismo.

 

Según la nota referida, el precio de la gasolina en Venezuela, "menos de dos centavos de dólar por litro", es el más bajo del mundo. Desde luego, no tiene nada que ver con el muy superior "precio de mercado", que es el prevaleciente en el exterior. (El "costo de oportunidad", dicen los economistas).

 

La distorsión tiene muchas consecuencias, entre las que destacan las consabidas: 1.- induce una cantidad demandada excesiva; 2.- propicia el desperdicio; 3.- subsidia principalmente a los estratos medios y altos de ingreso de la población; 4.- favorece a la contaminación ambiental; 5.- estimula artificialmente las actividades económicas (de consumo y de producción) intensivas en energía; 6.- conlleva un costo fiscal; 7.- etc. Tales son los efectos estándar de este tipo de medidas ineptas, en cualquier latitud en que se apliquen.

 

El artículo citado señala que, por esa vía, "el gobierno regala cada año el equivalente a 30 mil millones de dólares". Y agrega que el país ha tenido que importar "decenas de miles de barriles de gasolina al día de Estados Unidos", al parecer, debido a problemas en sus refinerías. Esto último es lógico: si el precio es casi cero, la cantidad demandada tiende a la desmesura, y no hay capacidad de producción interna que alcance. Exactamente lo que describe cualquier libro elemental de microeconomía.

 

El texto del periódico merece un par de comentarios adicionales. Por un lado, dice que "el gobierno regala" miles de millones de dólares. En realidad, lo único que hace es devolver a los ciudadanos lo que se supone es originalmente de ellos (entiendo que el petróleo es "propiedad de la nación" venezolana desde 1975). Esta transferencia es cuestionable desde el punto de vista estricto tanto de la eficiencia como de la equidad, según señalé antes. Sin embargo, admite cierta defensa: es quizá preferible que los recursos involucrados los reciba el público, en lugar de que se queden en las manos del gobierno. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque el índice de precepción de la corrupción en el sector público, que elabora Transparencia Internacional (2013), sitúa a Venezuela en el lugar 160 entre 177 países. En esos términos, Dinamarca es el país más limpio y Somalia el más corrupto.

 

Abaratar la gasolina hasta el absurdo no se ha traducido, por supuesto, en estabilidad general de los precios. La inflación no es un asunto de precios específicos. Venezuela tiene en la actualidad el dudoso honor de ser la economía con la inflación más alta en América Latina. El año pasado, los precios al consumidor aumentaron 56%, de acuerdo con las cifras del banco central. El dato seguramente subestima el problema, precisamente porque muchos precios no son los que el mercado determinaría, si se le dejara funcionar.

 

Entre 2000 y 2013, el índice de precios se multiplicó por un factor de casi 19. Esto implica una inflación promedio anual de 25%. La causa de veras, como siempre y en todas partes, es la expansión monetaria. Y, en el fondo, la indisciplina fiscal. El desastre cambiario del "bolívar fuerte" (!) en las últimas semanas es sólo una manifestación más del desorden de la política económica.

 

Hace más de dos décadas, Rudiger Dornbusch, un profesor de economía del MIT, advirtió sobre las consecuencias negativas del populismo en Latinoamérica. En 2010, Sebastián Edwards (UCLA) publicó un libro cuyo subtítulo es "América Latina y las falsas promesas del populismo". Venezuela y Argentina constituyen hoy la penosa prueba empírica de lo atinado de sus tesis.

 

Everardo Elizondo


domingo, febrero 02, 2014

 

Por qué es posible

Visito diversos lugares del País y escucho a ciudadanos de todo tipo, origen y actividad. Unos son empresarios, otros son taxistas, barrenderos o funcionarios públicos y privados. Lo impactante es que, más allá de las diferencias de lenguaje y forma de comunicarse, todos hacen la misma pregunta: cómo es posible que continúe el deterioro que experimenta el País. Peor, dicen algunos, el hoy Presidente demostró una extraordinaria capacidad ejecutiva como Gobernador y sin embargo, el desempeño de su Gobierno es patético.

 

La apuesta en este comienzo de año es claramente a que la economía comience a revertir las tendencias del año pasado. Tanto el volumen masivo de gasto que se aproxima como el desempeño de la economía estadounidense permiten anticipar que esos dos motores de crecimiento arrojarán resultados mucho mejores de crecimiento económico aunque, por el cambio en la composición del gasto, no toda la población va a percibir una mejoría.

 

Dígase lo que se diga, se trata de la misma apuesta de siempre: que nos salve una situación económica menos mala, así sea ésta inviable en el largo plazo. Esto último en buena medida porque depende de factores circunstanciales e insostenibles en el tiempo (como el masivo déficit fiscal) o fuera de nuestro control (como la demanda de automóviles o la construcción de casas en Estados Unidos).

 

Nuestro problema es que seguimos viviendo de apuestas en lugar de fundamentar el desarrollo de largo plazo en la construcción de un basamento sólido que conduzca a ello. Aunque nadie puede restarle mérito al éxito en aprobar importantes reformas, su relevancia se podrá observar cuando éstas se implementen y prueben su valía.

 

En lugar de leyes claras y generales, cada una de las reformas parece un manual de instrucciones que incluye todas las contingencias posibles e imaginadas por nuestros dilectos legisladores. Si uno pone nuestra Constitución en una mesa junto a la de países desarrollados, la diferencia en volumen (sin contar contenido) se puede medir en kilos que no han creado, ni parecen susceptibles de crear, un país moderno.

 

¿Cuándo, me pregunto, tendremos un sistema fiscal sencillo que todo mundo pueda acceder sin ayuda de especialistas? ¿Cuándo tendremos leyes simples que establezcan un marco general que le permita al ciudadano desarrollar sus capacidades sin acotar su potencial creativo a cada vuelta? El TLC con Chile tiene apenas una veintena de páginas: ¿no deberían ser así todos? El que no lo sean refleja el reino de los burócratas y/o de los intereses particulares que se benefician de incorporar excepciones en cada instancia.

 

Tocqueville, el pensador francés del siglo 19, lo decía desde entonces: el Gobierno debe ser un medio, no un objetivo en sí mismo. Cuando el Gobierno se arroga todas las facultades, funciones, obligaciones y derechos, resulta imposible pensar en que el ciudadano se comporte como un ente responsable. ¿Por qué habría alguien de apegarse a las reglas del juego si lo que trae beneficios es protestar, bloquear avenidas, disputar, manifestar, irse del Pacto, etc.? Es absolutamente racional para los actores políticos y para infinidad de ciudadanos actuar fuera de las reglas formales que sólo se aplican cuando así le beneficia al Gobierno o a cierto sector de la sociedad.

 

El discurso dice que se busca construir un país competitivo de alta productividad, pero no se repara en el hecho de que todo conspira para hacerlo imposible: el sistema político es disfuncional, el Gobierno es incompetente, el sistema fiscal es brutalmente complejo, las regulaciones son muchas veces absurdas, el poder judicial es un hoyo negro y reina la arbitrariedad por doquier. La impunidad es la norma, no la excepción.

 

El mundo de hoy ya no es como el de antaño: hoy la información es ubicua y tanto los países como las sociedades pueden observar y comparar. En la medida en que todas las naciones buscan atraer a los mismos turistas, consumidores e inversionistas, la competencia real reside en crear condiciones que amplíen el mercado, hagan posible una rentabilidad atractiva y confieran certeza jurídica. Atraer inversionistas a la energía será un enorme reto.

 

Los inversionistas tienen recursos finitos y van a escoger aquellas locaciones que maximicen sus beneficios. Nuestro objetivo, si de verdad queremos trascender los pequeños logros económicos que se logren cosechar este año, debería ser así de simple: qué tenemos que hacer para garantizar mejores condiciones en estos ámbitos.

 

Luis Rubio

www.cidac.org


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