domingo, abril 10, 2016

 

Pobreza y desigualdad

"Resolver la pobreza sin que importe la desigualdad de oportunidades", dice Gonzalo Hernández Licona, de Coneval, "podría implicar que los participantes relevantes [en la sociedad] seamos los mismos de siempre".

 

Efectivamente: es imposible negar el hecho de la desigualdad. Pero la pregunta pertinente es ¿qué hacemos mientras se resuelve el problema de la desigualdad, presumiblemente más complejo que el de la pobreza? La respuesta es todo menos obvia y requiere más que insultos y frases gastadas para entender y mitigar los problemas de fondo.

 

Ante todo, la desigualdad es parte inherente a la humanidad, pero existen dos fuentes claramente diferenciadas: una, la desigualdad que genera la creatividad humana y que es fuente de crecimiento de la economía.

 

El desarrollo tecnológico de las últimas décadas ilustra esto a la perfección: unas cuantas empresas tecnológicas han revolucionado al mundo, además de creado una casta de ricos nunca antes imaginable.

 

Lo mismo ocurre con grandes artistas, deportistas y actores: la creatividad humana. Esta fuente de desigualdad debe ser aplaudida porque es producto de la competencia abierta, la creatividad y la innovación. Combatirla implicaría matar la gallina que pone los huevos de oro.

 

La otra fuente de desigualdad es la más difícil de resolver, pero es la que genera mayor polémica: la desigualdad producto de monopolios, prácticas sociales, corrupción, subsidios, concesiones y, sobre todo, ausencia de competencia.

 

Esta fuente de desigualdad es resultado de decisiones políticas y burocráticas históricas que sesgan el ingreso, protegen a favoritos, preservan cotos de caza, y sobre todo impiden el acceso del ciudadano de a pie a la movilidad social.

 

Esta fuente de desigualdad es la que ha marcado al País desde la Colonia, creando una nación de pobres, polarizada en sus clases sociales y con un acentuado racismo, así como una total ausencia de oportunidades para la inmensa mayoría de la población.

 

El verdadero problema es cómo enfrentar este desafío. Lo fácil es proponer medidas regulatorias y aumentos de impuestos a los mayores ingresos (que siempre encuentran vericuetos fiscales) para luego distribuirlos entre los pobres.

 

Parece obvio, pero no deja de ser irónico que se proponga que los mismos políticos y burócratas que crearon el problema -y que lo preservan- sean quienes ahora lo vayan a resolver. Es decir, sólo para ejemplificar, se propondría que nuestros diligentes Gobernadores, esos que dispendian recursos, roban el dinero del erario sin consecuencia alguna y dejan deudas multimillonarias, ahora se dediquen a redistribuir el ingreso a favor de los pobres.

 

Para realmente transformar al País, generar condiciones para un crecimiento económico acelerado y eliminar la segunda fuente de desigualdad, se requiere un cambio integral del régimen socio-político. Lamentablemente, muchos políticos y candidatos -y sus asesores- prometen erradicar la desigualdad en un santiamén cuando su único propósito es lograr el poder.

 

Si uno acepta que la desigualdad es producto de una serie de sesgos que la causan y preservan, la única forma de acabar con ella es eliminando esos sesgos y ése es un asunto político: implica modificar las estructuras sociales, políticas y económicas que sostienen un sistema que desvía los beneficios a favor de una parte de la sociedad y discriminan contra el resto.

 

Desde mi perspectiva, sólo un sistema liberal de gobierno podría lograr esto: un sistema fundamentado en la igualdad de oportunidades, igualdad real ante la ley, acceso integral a la justicia especialmente para los más modestos y reglas del juego conocidas de antemano y que se hacen cumplir sin distingo. En este contexto, el combate a la pobreza debe orientarse a eliminar barreras a la igualdad de oportunidades, comenzando por educación y salud.

 

En suma, enfrentar la desigualdad no es asunto de regulaciones o impuestos, sino de un régimen sociopolítico distinto.

 

Como veo poco probable un cambio en esa dirección, me parece que el combate a la pobreza es la única forma en que podríamos proceder, al menos por ahora. Más allá de acciones en este frente, sólo el crecimiento económico acelerado puede permitir reducir la pobreza de manera significativa y eso requiere un cambio de enfoque en la política económica.

 

Lo que no se debe hacer es confundir causas con resultados y pretender que asuntos de esta trascendencia son meramente técnicos y no sujetos a explotación electorera o preferencias ideológicas.

 

Luis Rubio

www.cidac.org  

 

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