miércoles, septiembre 30, 2020

 

Abolir el mercado

"Créanme, somos pro economía de mercado ciento por ciento; no tenemos la intención de interferir, sino de facilitar". Alfonso Romo

No se le prestó mucha atención en su momento, porque la atención pública estaba centrada en la rifa del avión presidencial, la consulta sobre los ex Presidentes y las descalificaciones a intelectuales y columnistas, pero al final puede ser el error más grave del sexenio. No es sólo una vuelta al pasado, sino un rechazo a los mercados que puede costarle muy caro a México.

 

El pasado 22 de septiembre se llevó a cabo una reunión de nuestros reguladores de energía. No era mucho lo que tenían que discutir, porque los funcionarios independientes fueron ya destituidos o desplazados de organismos como la Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos y el Centro Nacional de Control de Gas Natural.

 

Los nuevos, ahora sí de lealtad ciega, simplemente avalaron una propuesta de 17 puntos del Presidente López Obrador expedida el 22 de julio. El propósito es dar nuevamente a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad un papel hegemónico en la producción y distribución de combustibles y energía.

 

La contrarreforma es radical, pero no se toma la molestia de modificar la Constitución, la cual sigue garantizando la competencia en estos campos.

 

Los puntos propuestos por el Presidente son simples buenos deseos o graves ejemplos de ignorancia técnica. El primero declara que no aumentarán los precios de los combustibles o la electricidad. Como es imposible evitarlo, esto significa que regresaremos a los tiempos de los controles de precios que tanto daño hicieron en el pasado.

 

Otras medidas están destinadas a impedir la inversión privada y a reemplazar el mercado por un sistema de planificación central. Si los precios internacionales del petróleo o del gas suben, como inevitablemente ocurrirá, el Gobierno los subsidiará en el mercado interno. Una vez más cobraremos impuestos a los pobres, o les recortaremos los programas sociales, para pagar la gasolina y la electricidad de los ricos.

 

Las medidas del Presidente nos volverán un país más cerrado que Corea del Norte. Entre los objetivos en hidrocarburos se cuentan no exportar petróleo ni importar gasolina o diésel.

 

En electricidad, se ordena privilegiar la compra de lo que genere la CFE, sin importar el "mérito económico". En otras palabras, primero se comprará electricidad cara y contaminante de la Comisión, y sólo si se requiere alguna cantidad adicional se recurrirá a generadoras privadas, aunque su producto sea más económico y limpio. No son las reglas justas que puedan promover inversión en generación eficiente y competitiva.

 

Pero quizá el Gobierno no quiera nuevas inversiones. Una de las medidas es detener el otorgamiento de permisos o concesiones a empresas privadas. Por otra parte, como Pemex ha venido perdiendo terreno en el negocio de las gasolineras que se abrió el sexenio pasado, se pide a los reguladores que apoyen a la firma del Gobierno para que no pierda participación de mercado.

 

¿Qué pasa con la ineficiencia y la corrupción? No importa. Éstas se pueden eliminar por decreto. El Presidente simplemente ha ordenado que Pemex y la CFE destierren la corrupción, el influyentismo y la impunidad para hacer más eficiente su administración. Así de sencillo. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes?

 

Estas medidas marcan el fin del intento por construir un mercado moderno de energía en México. Es el inicio de un retorno a los monopolios gubernamentales del viejo PRI. A los mexicanos nos saldrá muy caro.

PUERTOS

Quienquiera que haya visitado los puertos nacionales en las décadas de 1970 o 1980 recordará lo corruptos e ineficientes que eran. La apertura los cambió de manera radical y nos permitió ser más competitivos. Pero hoy el Presidente quiere regresar al pasado... en esto como en tantas otras cosas.

 

Sergio Sarmiento


domingo, septiembre 27, 2020

 

Realidades y rupturas

Realidades y rupturas      

"Todas las generaciones sin duda se sienten destinadas a cambiar el mundo", comenzó diciendo Albert Camus en su discurso al obtener el Nobel. Ése es el espíritu con el que el Presidente López Obrador parece haber emprendido su Gobierno: cambiarlo todo.

Buenas razones había para cambiar lo que no funcionaba y así abrirle una oportunidad al desarrollo integral del País. Pero en lugar de seguir esa ruta, se ha dedicado a destruir lo existente, lo que entraña profundas y graves consecuencias para el futuro.

No hay duda alguna que el Presidente heredó infinidad de problemas y desajustes, pero también activos muy exitosos y funcionales. Sin embargo, su lógica ha sido la de negar cualquier valor a lo existente sin siquiera ofrecer una alternativa.

Como método de distracción, se trata de una táctica potencialmente efectiva, pero sólo para el corto plazo. A cuatro largos años de concluir el sexenio, el País requiere algo más que distracciones.

Primero las distracciones. Por su naturaleza, el Presidente confronta y estigmatiza: lo hace con la economía, con los ex Presidentes, con los empresarios y con toda esa gama que agrupa con una de sus palabras favoritas: "adversarios".

Como estrategia de gobierno, se trata de un instrumento útil, siempre y cuando lo esencial funcione, es decir, que la economía marche de manera razonable, que se creen al menos los empleos indispensables y que la ciudadanía goce de satisfactores suficientes para la vida cotidiana.

El problema es que lo esencial no está funcionando y, de hecho, comienza a hacer agua no sólo por la pandemia, sino por la falta de inversión.

Por la manera en que dispone de los fondos públicos (para transferencias clientelares y para proyectos con poco o nulo efecto multiplicador) el Gobierno no tiene capacidad para invertir y por la manera en que ahuyenta a los inversionistas, la inversión privada tampoco se materializa. Uno tiene que preguntarse qué beneficio trae la confrontación.

Segundo, la retórica sí importa: los Presidentes, en la forma en que se comunican, crean hechos políticos y más en un país con instituciones tan débiles que el propio Presidente ha hecho a un lado.

El lenguaje presidencial aliena a vastos sectores de la población, lo que se revierte tanto en una crítica al propio Presidente como en ausencia de oportunidades para la realización de proyectos económicos. Las expectativas son sumamente negativas y remontarlas se volverá crecientemente difícil. En un país del perfil demográfico de México, con tantos jóvenes, seis años sin creación de empleos representa un enorme riesgo sociopolítico.

Tercero, la popularidad presidencial no es ficticia, pero tampoco es inamovible. Todo indica que la popularidad se sustenta en dos anclas: primero que nada, en la credibilidad del Presidente y su historia de denuncia de problemas como la pobreza y la corrupción. Muchos mexicanos no sólo le creen, sino que aborrecen las alternativas tradicionales. La estrategia de transferencias a poblaciones como la de adultos mayores y jóvenes no son inocentes: siguen una lógica estrictamente política y electoral.

Finalmente, no se debe confundir un rebote económico con una recuperación de la economía. El tamaño del colapso es tal, que es natural, simple lógica, esperar un rebote en estos y los próximos meses.

Sin embargo, un rebote no implica una recuperación, que usualmente viene acompañada de inversión, crecimiento del empleo y elevación del consumo. Sin un cambio de estrategia política, la economía no va a recobrarse en los próximos años.

Vuelvo al inicio: nadie puede dudar que el Presidente heredó enormes problemas, que él mismo resumió en pobreza, desigualdad, corrupción y bajo crecimiento. Todos esos son problemas reales que ameritan una estrategia integral que permita no sólo remontarlos, sino erradicarlos. Pero en lugar de construir esa estrategia, el Presidente se ha dedicado a destruir todo lo que existía, mucho de ello no sólo funcional, sino altamente benigno.

Paso a paso, la destrucción ha ido ascendiendo, al grado en que llegará el momento en que ya no sea reversible. Como dice la anécdota del peregrino que quería ir a Roma, si el Presidente quiere construir un país acorde a su visión, no puede seguir por donde va.

El discurso de Camus seguía: "mi generación sabe que no podrá (cambiar al mundo), pero su tarea es quizá mayor: debe prevenir que se destruya".

Llevamos dos años de destrucción sistemática. ¿No será tiempo de comenzar a construir?

 

Luis Rubio


viernes, septiembre 11, 2020

 

Liberal o conservador

"No es tiempo de simulaciones. O somos conservadores o somos liberales". Andrés Manuel López Obrador

 

PUEBLA.- Al Presidente le gusta usar su privilegiada tribuna para atacar a quienes se atreven a cuestionarlo. Ayer dijo en su mañanera: "Porque hay quienes todavía dicen que no hay cambios, dicen: '¿Dónde están los cambios?' Estaba yo viendo un texto, una frase de un periodista de derecha, conservador, Sarmiento. No sé de quién es la frase. Él la usa, dando a entender que todo sigue igual, este señor Sarmiento".

 

La frase es "Todo cambia, todo se transforma: todo sigue igual" y es del irreverente cronista Carlos Monsiváis.

 

La expresión fue sin duda inspirada por la novela "El Gatopardo" de Giuseppe Tommassi di Lampedusa, quien pone en boca de su protagonista, Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, estas palabras: "Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie".

 

Sin embargo, yo no afirmé en la columna a la que se refiere el Mandatario, y que claramente no leyó, que él no esté realizando cambios.

 

Sí hablé de cómo descalifica a quienes cuestionan alguna de sus medidas. Apunté que los intelectuales de los que hoy se queja criticaron también a sus predecesores.

 

Añadí que López Obrador está cada vez más distanciado de los principios de la izquierda liberal que supuestamente representaba.

 

El Mandatario piensa que para descalificar un argumento basta con tildar de conservador o derechista a quien lo expresa. Con ello revela, sin embargo, un profundo desconocimiento del significado de los términos.

 

En realidad, muchas de las críticas que recibe provienen de las filas del liberalismo. No parece darse cuenta de que sus posiciones son conservadoras.

 

Quizá el Presidente debería consultar los diccionarios. "Liberal" es una persona que actúa con liberalidad, con generosidad; que rechaza el moralismo; que promueve las libertades políticas, económicas y sociales; que defiende al individuo frente al poder del Estado; que es tolerante con quienes no piensan como él.

 

López Obrador no comparte estas posiciones. Como hombre, y como político, es profundamente conservador.

 

En el gasto, lejos de ser liberal, se enorgullece de su tacañería. No le gusta gastar y presenta esta parquedad como virtud. Como político ha presentado presupuestos no solo conservadores, sino recesivos.

 

Esto no es necesariamente malo. Los presupuestos equilibrados han permitido mantener una razonable estabilidad del Peso, pero la tacañería ha llevado al extremo de dejar sin medicamentos a miles de pacientes de los servicios públicos de salud.

 

Un liberal defiende el derecho de los individuos a tomar sus propias decisiones morales. Los conservadores, en cambio, piensan que deben imponer su moral a los demás; citan textos sagrados y a líderes religiosos, como el papa Francisco, para justificar la imposición; piden que la sociedad rija su comportamiento por una cartilla o una constitución moral.

 

Los liberales defienden la pluralidad política ante los gobernantes autoritarios, que piensan que solo ellos tienen la razón. Son partidarios de las libertades económicas y de la libre competencia. Rechazan al Estado como rector de la economía.

 

Quizá lo más importante, sin embargo, es que los liberales son tolerantes con quienes piensan diferente.

 

Yo siempre he aplaudido la honestidad personal del Presidente y la admiración que ha expresado por los liberales del siglo 19.

 

La libertad, sin embargo, hay que defenderla aquí y ahora, en este siglo 21 en que los populistas conservadores quieren llevarnos de regreso a un mundo idílico que nunca existió.

 

Sergio Sarmiento


 

¿Un peligro para México?

En su crisis mañanera de ayer, el Presidente López Obrador farfulló que un periodista sólo referido, con difícil memoria fingidamente amnésica, como Sarmiento, lo había acosado. Ello porque en el epígrafe de su editorial en Grupo REFORMA propuso que todo sigue igual.

 

Escritor y medio de comunicación frecuentemente acosados por AMLO, quien de conservadores de derecha no los baja cuando disienten de sus decisiones y verbalizaciones o cuando no lo mencionan.

 

El tema de AMLO era la toma de la presa La Boquilla, en Chihuahua, por agricultores de ese Estado que lograron que se retiraran elementos de la Guardia Nacional obradorista, dejando la presa en poder de los manifestantes.

 

Pero con todo y el retiro de la policía militarizada del Gobierno federal o del ejército policiaco del ídem, dos manifestantes fueron baleados, presuntamente por miembros de la GN, que mataron a una mujer e hirieron gravemente a un hombre.

 

Según López Obrador, los policías estaban desarmados, pero dispararon balas asesinas perfectamente efectivas.

 

Los manifestantes de Chihuahua tomaron la presa, como López Obrador y los suyos tomaron Paseo de la Reforma, paralizando virtualmente por semanas el hoy ex DF en el año 2006 contra el triunfo electoral de Felipe Calderón, sin ser balaceados por autoridad alguna.

 

Los agricultores norteños tenían, entre otras motivaciones, la falta de agua agravada por la entrega del líquido disponible a Estados Unidos por añejos compromisos internacionales.

 

El Presidente acusó a todo organismo o persona existente de poner navajas en las manos vacías de los manifestantes y orquestar la toma de la presa, entre ellos el PAN, el PRI, el Gobernador Corral, el ex Gobernador Baeza, el político Gustavo Madero y los medios manipulados por sus enemigos.

 

Y contando seguiría AMLO si no hubiera llegado la hora de su siguiente mañanera, para acusar a más mexicanos de neoliberales y conservadores.

 

¡Como si estuviera prohibido ser conservador! O como si López Obrador no fuera uno de los Presidentes más conservadores que hemos padecido los mexicanos.

 

Y es conservador porque quiere que todo siga igual, como póstumamente dijo el difunto Monsiváis en el epígrafe del artículo de Sarmiento.

 

México sigue padeciendo una dictablanda, cada vez más dura, y corrupción -si me permiten escribir ¡Pío!- cada vez más desvergonzada asociada a la cada vez más dura dictablanda, bajo el disfraz del venerable viejito liberal que AMLO no es.

 

No es liberal, viejito quizás. Nadie debe contradecirlo, el statu quo suyo debe prevalecer y reinar sobre cualquier otro, para que cualquier ideología ajena a sus principios y finales sea excluida del Índice y sus crédulos juzgados por la Inquisición macuspana.

 

López Obrador es un conservador por excelencia, pero llama conservadores, despectivamente, a todos los que no coincidimos respetuosamente y en paz con sus atrasados postulados.

 

Así, los manifestantes que -en uso de la libertad defendida por el Presidente cuando le convenía- protestaron contra lo que consideraron injusto y traidor a México y tomaron la presa La Boquilla, son enemigos del Presidente y herencia de un pasado corrupto que, en el caso de AMLO, es un presente aferrado al pasado.

 

Cuando eran adversarios en competencia por la silla presidencial, Felipe Calderón acusó a Andrés Manuel López Obrador de ser un peligro para México. Eso fue injusto y desmedido en ese tiempo. Pero hoy las cosas no son iguales.

 

Hoy el hombre de Centla tiene el poder en Tenochtitlan, un poder prácticamente total, aunque el control de la Conago se le haya desecho entre las manos de Jaime Rodríguez Calderón.

 

Hoy, me horroriza creerlo y escribirlo, López Obrador sí es un peligro para México. El poder absoluto vuelve tontos a los inteligentes y a los que ya son tontos los vuelve locos, como pontificaba Arturo de la Garza González, otro gran ausente.

 

Felipe Díaz Garza


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