miércoles, julio 18, 2007

 

De intelectuales a creyentes

"Yo no soy un intelectual. Estoy seguro de que no tengo las cualidades que se necesitan para serlo, y quiero pensar que carezco de los defectos propios de esa condición. Entiendo, sin embargo, que una de las notas características del intelectual es la de ser liberal en el más lato sentido de ese término, aplicable a quien es partidario de la libertad y ejercita las virtudes que de la libertad derivan: tolerancia; respeto al derecho y opinión de los demás; capacidad para juzgar con rectitud las cosas; apartamiento de todo dogmatismo.

No encuentro tales atributos en algunos de los intelectuales que han sido o siguen siendo partidarios de López Obrador. Han hecho de él una especie de jefe religioso cuyos dogmas no pueden ser objeto de discusión o examen y cuyos dictados son inapelables. Con eso han abdicado de su condición de críticos y se han convertido en propagandistas. Han renunciado a su libertad de pensamiento para seguir las consignas del profeta y confirmar sus mitos. Dicho de otra manera: han dejado de ser intelectuales para convertirse en creyentes. Lo suyo ya no es la política, o el periodismo, o la crítica, sino la religión. Y su religión es feroz e implacable: les impide hacer la más leve crítica al caudillo, por temor a ser excomulgados y tildados de traidores a la única verdadera fe. Al perder su libertad han perdido su condición de intelectuales. Se han perdido a sí mismos. En todos los sentidos de la expresión, están perdidos... "

Armando Fuentes Aguirre
afacaton@prodigy.net.mx

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martes, julio 17, 2007

 

Chantaje

¿De verdad piensan derrocar al Gobierno mexicano? ¿Creen que atacar instalaciones de una entidad pública les trae simpatías? ¿Acaso detener la marcha de cientos de empresas, con las consecuentes pérdidas de utilidades para miles de trabajadores, es un acto justiciero? ¿Creen que con ello benefician a las comunidades más pobres del país? ¿No se dan cuenta del brutal daño que le causan a la imagen de la izquierda al identificarse en ese polo? O quizá se trata de terrorismo puro. Algo no cuadra.

El EPR siempre ha considerado que las elecciones son ejercicio inútil de la democracia burguesa. ¿Por qué caer en el juego de lo legítimo y lo ilegítimo? ¿Desde cuándo la gran empresa petrolera mexicana representa los intereses de la oligarquía? Tiene muchas facetas criticables -corrupción, la monstruosa intervención sindical, ineficiencia, etc.-, pero no ésa. Desde cuándo es Querétaro un territorio atractivo para las acciones del EPR, justo allí donde el crecimiento de la industria y servicios ha traído aparejado una explosión de clases medias. Insisto, algo no cuadra.

A toda acción, una reacción. Después de seis meses de ataque frontal al narcotráfico, incluidas las temidas extradiciones, no se puede descartar una acción para dispersar a las Fuerzas Armadas. Cuidar cientos de instalaciones, miles de ductos resta capacidad en otros frentes. Hasta ahora no se ha confirmado como auténtica la reivindicación del EPR. La duda es razonable.

Lo que escapa a toda lógica y es vergonzoso, es la muy débil condena de las fuerzas políticas a los actos violentos. El silencio desnuda viejas argumentaciones que nos remiten a un debate de décadas atrás. Supongamos que de verdad fue el EPR, que un grupo de intoxicados todavía cree que ésa es la forma de generar justicia, que no se han enterado de la caída del Muro de Berlín, que viajan por la vida encapsulados en su ideología sin percatarse de que los movimientos radicales provocan un enorme rechazo de las sociedades. La pregunta sigue viva: ¿por qué las fuerzas políticas no se manifestaron mil veces y en todos los foros en contra de la violencia? En eso no hay margen de tolerancia. En toda democracia, antigua o joven como la nuestra, abiertas las puertas de la política se cancela en definitiva cualquier coqueteo con la vía violenta.

Tres han sido las contraargumentaciones históricas. Primera, la injusticia, la miseria, justifican la violencia. Nuestra historia está hecha a partir de levantamientos. No en balde la avenida más larga de nuestro país se llama Insurgentes y no hay pueblo que se respete sin una calle Revolución. Mientras haya injusticia todo se vale. Pero el garlito no podría ser mayor. Entonces hay licencia hasta que seamos un país justo, eso sí a partir de los estándares de los violentos. Se olvida además que la violencia provoca miseria, que la paz, la aceptación de la vía legal y la autocancelación de la violencia, por sí mismos traen bienestar. Hobbes, lección uno. El Estado surge de ese acuerdo básico. Quien tolera la violencia quebranta el pacto.

El segundo argumento es que la violencia en realidad nace de arriba. Son los funcionarios corruptos, los empresarios voraces, etc., los que iniciaron el desarreglo. En esta ruta de razonamiento una generalización -que como toda generalización es imprecisa e injusta- traslada la responsabilidad concreta de la violencia a un abstracto. Conclusión: como hay funcionarios corruptos tengo derecho a matar. ¡Genial! En un estado de derecho los centros de imputación siempre son personas o entidades concretas. Sólo el mundo de las ideologías se refugia en las categorías como grandes enemigos.

Pero, claro, si lo que se desea es mantener una mecánica de chantaje, el asunto puede ser leído de otra forma. Tener a unos radicales vivos y semiautorizados por el silencio es un útil recordatorio de la gran concesión que es participar por la vía legal. En un país en el cual el ataque a las instituciones se ha convertido en un negocio político, la versión de ruptura radical es miel. Ahora resulta que nos hacen el favor de estar dentro de la legalidad, porque todo justifica las armas.

Una tercera argumentación encuentra un cómodo asiento en el pasado. Como en el pasado fuimos autoritarios, como en el pasado hubo represión, como en el pasado no había elecciones libres, como en el pasado nos saquearon, como en el pasado fuimos víctimas, pues estás son las consecuencias. El problema es que no hay la menor intención de poner un fin a ese pasado muy lucrativo que nos autoriza a seguir reaccionando como si viviéramos en el pasado. ¿Cuántos fueron los muertos en el 68? Miles y miles contestan algunos muy ufanos sin que exista ningún dato que sustente esa dimensión. El horror de la represión no necesita defensa, pero tampoco se vale el negocio político a partir de engrosamiento de mitos. Miles y miles de muertos por definición siempre serán de mayor corrección política.

Con jorobas, tentáculos, callosidades, malformaciones. Así se mira la cultura política de nuestros dirigentes. La nuestra es una democracia bajo chantaje. Toda democracia es una aceptación tácita y explícita de las reglas del juego; toda democracia, como dice Felipe González, supone la aceptación de la derrota, sin chantajes; toda democracia deja de invocar el pasado como justificante para quebrar las normas del presente; toda democracia, de inicio, es un pacto de cancelación de la violencia, sin excepciones. ¿Hasta cuándo?


Federico Reyes Heroles

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lunes, julio 16, 2007

 

Guía económica para descarriados

Hace ya muchos años, el distinguido historiador José Fuentes Mares publicó un libro estupendo con el título de "Guía para descarriados". La intención de la obra era orientar al lector hacia el camino correcto del buen comer y del buen beber. Sin duda un propósito loable de por sí, que el Sr. Fuentes Mares realizó, además, utilizando una buena prosa y un sentido del humor refinado. Apenas la semana pasada, leí en Letras Libres un artículo de carácter pedagógico, intitulado "Breve guía para internautas perplejos" (R. González Férriz). Descarriarse quiere decir, entre otras cosas, apartarse de lo razonable. Y perplejidad significa confusión o duda.

El apunte anterior viene a cuento porque, en mi opinión, en nuestro medio sería muy útil la existencia de una guía económica para descarriados o para perplejos. Me baso para esta propuesta en la idea, fácilmente sustentable, de que abundan en México las personas que abrigan y defienden nociones económicas que se han apartado de lo razonable o, en el mejor de los casos, que se encuentran confundidas, indecisas o dudosas al respecto.

Desde luego, el fenómeno no es nuevo ni es privativo de México.

Allá por 1944, en un discurso dirigido a la Sociedad de Alumnos de The London School of Economics, Friedrich Hayek señalaba, con tono pesimista: "El destino de los economistas es estudiar un campo donde, más que en ningún otro, se manifiesta la falta de juicio de la humanidad". Y agregaba que la economía es un disciplina en la que a veces es difícil distinguir entre la opinión experta y la charlatanería. El juicio citado parece exagerado, excepto si se piensa que un solo error en materia de políticas públicas puede producir un daño enorme, prolongado quizá durante generaciones. Así pues, la necesidad de una guía económica era, y es, incuestionable. (Por cierto, Hayek obtuvo el Premio Nobel en 1974).

Cincuenta años después de Hayek, otro economista distinguido, Ronald Coase, reflexionaba sobre el mismo asunto en términos apenas menos preocupantes: "Dado el estado de la economía -decía- cabe suponer que los consejos (de los economistas) han sido malos o, si han sido buenos, han sido ignorados". Como quiera, Coase finalizaba su ensayito con una nota esperanzadora: "La demanda de tonterías económicas -sentenciaba- parece estar sujeta a la ley universal de la demanda: se demanda una menor cantidad de ellas cuando su precio aumenta". (Coase se hizo merecedor del Premio Nobel en 1991). Vuelvo al tema: es obvio que los (buenos) economistas deberían funcionar como guías para perplejos. Su utilidad es obvia. Pero quizá sea útil recurrir a un par de ejemplos recientes.

1.- Todavía se escucha (qué pena) con demasiada frecuencia, en círculos supuestamente integrados por conocedores, la idea de que debe adoptarse una política económica expansionista (vulgo, más gasto público financiado con emisión de dinero) dizque para promover el crecimiento económico y el empleo en el largo plazo.

Tal proposición -declaraba Ben Bernanke apenas el pasado 10 de julio- ha sido enteramente desacreditada y, de hecho, las políticas que se han basado en ella han conducido a resultados muy malos donde quiera que se han aplicado.

En efecto, la teoría económica generalmente aceptada no avala un planteamiento de dicha índole. Y por si faltaran ilustraciones prácticas de su carácter desacertado, bastaría con revisar (otra vez) la historia económica de México -digamos, durante los últimos 40 años.

2.- A lo largo del tiempo, en todas partes del mundo, la ignorancia sobre la ley de la oferta y la demanda se ha traducido a menudo en una regulación torpe que, aunque bien intencionada, ha causado sin remedio fenómenos de escasez. El famoso caso histórico de las rentas congeladas viene a la mente de inmediato.

Sin embargo, de mucha más actualidad, según me enteré hace unos cuantos días, resulta la aparente resurrección en México del concepto medieval de la usura como delito, si bien ya no como pecado. Según entiendo, en ciertas circunstancias la tasa de interés pactada entre adultos racionales, en un contrato formal, podrá ser sustituida por una tasa tope legal -claramente fuera de mercado, para que sea significativa.


Así pues, y en resumen, ¿de qué pueden servir los economistas a la sociedad? Si son de veras profesionales en la materia, podrían desempeñarse al menos como consejeros eficaces de los agentes económicos, reduciendo la probabilidad de que se tomen decisiones erróneas. Sobre todo en lo tocante a políticas públicas.

Una Guía Económica para Descarriados no sería tan sabrosa como la obra de Fuentes Mares. Sin embargo, quizá resultaría más trascendente. Se trata de un trabajo en espera de autor.


Tomé todas las citas anteriores de los artículos compilados por Daniel Klein en What do economists contribute?, New York University Press, 1999.


Everardo Elizondo

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domingo, julio 15, 2007

 

Almas puras

En las semanas recientes recibí dos críticas publicadas por dos conspicuos personajes de la izquierda: Andrés Manuel López Obrador y Arnaldo Córdova. Por economía de espacio y por la semejanza entre ambos textos, he creído conveniente responderles en un solo artículo.

En un lugar de su especioso libro, AMLO me llama "tenaz defensor de la derecha" y denuncia que a lo largo de la campaña estuve "dedicado por entero a atacarlo". Le agradezco su atención singularizada, pero temo que su acusación lo retrata, una vez más, de cuerpo entero: para AMLO no hay más ruta que la suya, los críticos son enemigos y los enemigos representan necesariamente el "pensamiento y los intereses de 'la derecha'".

AMLO no rebate la caracterización que hice de él como un Mesías tropical. "En realidad -apunta- no es que yo sea mesiánico, lo que pasa es que Krauze es simpatizante de la derecha y un intelectual orgánico del PAN". Lo curioso es que, para probar mi "organicidad" panista, señala que "promoví" la biografía de Luis Terrazas, empresario y latifundista chihuahuense que fue nada menos que tatarabuelo de... ¡Santiago Creel! Para AMLO, la genealogía certifica la pureza o impureza ideológica de las personas, pero con esos mismos criterios le tengo malas noticias: la esposa de Terrazas era nieta de don Carlos María de Bustamante, el gran cronista de la Independencia, colaborador cercano de Morelos. Creel resulta entonces descendiente directo de un prócer, lo cual -supongo- atenúa mi "culpa" como editor y arroja dudas sobre mi supuesta filiación panista.

El argumento es risible, el tema de la pureza no lo es. AMLO insiste en la necesidad de una "verdadera purificación" de la vida nacional. Su frase, lo mismo que la fórmula "rayo de esperanza", provienen de "La crisis de México", célebre ensayo de Daniel Cosío Villegas publicado en 1946. Aunque AMLO pretende cobijarse bajo la autoridad de aquel gran historiador, no lo logra. Cuando un intelectual liberal como Cosío Villegas usaba esas palabras, la implicación no era revolucionaria, ideológica o religiosa, sino reformista. Un demócrata asume de antemano la impureza de la vida y por eso cree en el imperio de las leyes. No es ése el sentido con que AMLO utiliza la palabra "pureza" y sus derivaciones: él es un líder para quien el mundo se divide entre "puros" e "impuros", con la particularidad específicamente mesiánica de que es él quien decreta la diferencia. Llevada al poder, esa idea de pureza encarnada es el germen natural del autoritarismo, el reverso de la tolerancia democrática.

Me habría gustado responder a Córdova en La Jornada, donde publicó su texto. Por desgracia es imposible. Desde hace años ese órgano omite por sistema -sin derecho de réplica- casi toda noticia o mención sobre mí que no sea denigratoria.

En respuesta a mi artículo "Octavio Paz y la izquierda" (EL NORTE, 6 de mayo de 2007), Córdova cree refutarme sosteniendo que -salvo una polémica con Carlos Monsiváis- fue Paz y no la izquierda quien se rehusó a debatir los grandes temas de la historia contemporánea.

Me temo que Córdova no leyó a Paz. En su obra crítica abundan los textos explícitamente dirigidos a la izquierda, varios memorables como la "Carta a Adolfo Gilly", que dio pie a una discusión sustancial. A estas aperturas de Paz, los sectores más influyentes de la izquierda respondieron -con excepciones como la mencionada- quemando su efigie en el Paseo de la Reforma o ejerciendo contra él la descalificación, la calumnia y el ninguneo.

"Cuando Paz -agrega Córdova- se convirtió en estrella de televisión con sus magníficos y muy ilustrativos programas, jamás abrió las puertas a una polémica como él decía que quería con la izquierda". Aquí Córdova miente o sufre una extraña falla de la memoria. Al "Encuentro Vuelta", que organizamos en 1990 para debatir sobre la situación mundial después de la caída del Muro de Berlín, acudieron varios exponentes respetados de la izquierda mexicana, entre ellos Adolfo Sánchez Vázquez, Rolando Cordera, Carlos Monsiváis, y... ¡el propio Córdova! Sus intervenciones constan en los videos y libros del Encuentro.

Paz pedía a la izquierda -y yo lo he reiterado- una autocrítica honesta y clara con respecto a los regímenes antiguos y presentes del socialismo real. Córdova se deslinda cómodamente, en un párrafo de antología: "[Krauze] no tiene por qué seguir exigiéndonos a todos que nos arrepintamos de lo que hicieron los dictadores comunistas. Eso es estúpido. Yo qué carajos tengo que ver con el muro de Berlín o con los campos del Gulag".

Es increíble que un intelectual -de cualquier filiación- escriba así, mucho menos si es de izquierda. No se trata de un problema de culpa sino de responsabilidad intelectual, porque la historia de esos regímenes que actuaban en nombre del socialismo provocó el sufrimiento y la muerte de decenas de millones de personas. ¿Dónde están los textos o las protestas de Córdova sobre esos regímenes? No es preciso haber pertenecido a la Stasi para admitir la necesidad de la autocrítica, y ahora menos que nunca, porque muchos de los esquemas ideológicos y actitudes autoritarias que sustentaron a esos regímenes siguen vivos en sectores de la izquierda latinoamericana y mexicana. La satanización del pensamiento liberal es uno de ellos, y el propio Córdova lo representa al decir que soy de "derecha" porque soy liberal.

Hay, finalmente, en el texto de Córdova, un tono que entristece y desconcierta. ¿Por qué un profesor universitario de su rango pierde a ese grado la compostura, la más elemental civilidad? Esa intemperancia es uno de los legados más preocupantes que dejó el "estilo personal" de López Obrador. Proviene de una torcida noción de superioridad moral, de pureza, que es el rasgo más antidemocrático de un sector considerable de nuestra izquierda. Lo señalo, como diría López Obrador, "con el debido respeto".


Enrique Krauze

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Esa intolerancia intelectual se aprecia en muchos de los críticos de éste blog. Para los seguidores acríticos de AMLO, todos quienes nos oponemos a él somos, por definición simplista, panistas. Todos quienes criticamos a AMLO, somos de la derecha, pagados por el yunque. ¿Cuándo comprenderán los que simpatizan con la izquierda lo que un verdadero liberal, en todos los sentidos, significa?

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sábado, julio 14, 2007

 

Izquierda razonable, ¿dónde está?

"En México hay una izquierda intelectual, y hay -llamémosla así- una izquierda callejera. La izquierda intelectiva es racional y razonable; la forman hombres y mujeres cuya cultura y honestidad están más allá de toda duda. La izquierda callejera, en cambio, es cerril, es cerrera y es cerrada. Lo suyo es la violencia y el desorden; la negativa al diálogo; la desatentada pretensión del todo o nada; la intolerancia. También esa izquierda siniestra es diestra en todas las artes de la corrupción.

El problema es que en lugar de que la izquierda intelectual mueva a la izquierda callejera, es ésta la que mueve a aquélla. Entonces vemos cómo los intelectuales razonables condonan y aun aplauden las ilegalidades y extremismos de la izquierda dogmática, la acompañan en sus desafueros y justifican todos sus desmanes, pues quienes lo cometen son "el pueblo", y el pueblo siempre tiene la razón, aunque sea irracional. Una izquierda verdaderamente honesta no puede autorizar la violencia, el dogmatismo, la intolerancia, el caudillismo autoritario. Antes bien debe imponer sus razones sobre la sinrazón, y su ética sobre la inmoralidad. No se puede ser cómplice de la mentira... "

Armando Fuentes Aguirre
afacaton@prodigy.net.mx

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Coincidencias

El enemigo de mi enemigo es mi amigo, reza un proverbio árabe. Y en efecto, las alianzas en política se tejen no sólo por convergencias, sino también por animadversiones. Mao Tse Tung establecía diferencias entre las contradicciones fundamentales (burguesía vs. proletariado) y las principales (imperialismo vs. fuerzas nacionalistas).

En las luchas de liberación nacional podían y debían coincidir los polos opuestos. La burguesía nacional, las clases medias, los campesinos y los obreros contra las fuerzas colonialistas. Los frentes populares que impulsaron los comunistas, después de la ruptura del pacto Stalin-Hitler, respondían a una lógica similar. Con tal de detener el avance del nazismo todo se valía, incluso un entendimiento con las potencias imperialistas (Estados Unidos y Gran Bretaña).

La tesis viene a colación por las coincidencias que hoy se están produciendo en México. El comunicado en que el Ejército Popular Revolucionario (EPR) asume la responsabilidad de los ataques contra Pemex contiene la siguiente frase: "la campaña nacional de hostigamiento contra los intereses de la oligarquía y de este gobierno ilegítimo ha sido puesta en marcha".

Dos meses antes, el EPR señalaba -en otro comunicado fechado en Chiapas- que "con la imposición fraudulenta de Calderón y el apuntalamiento de este gobierno ilegítimo por las fuerzas represivas, el país está viviendo un capítulo oscuro donde se pretende imponer una dictadura policiaco-militar". Los términos claves en ambos comunicados son: oligarquía, gobierno ilegítimo e imposición fraudulenta.

Ninguno de ellos forma parte de la retórica tradicional del EPR. La guerrilla jamás había puesto el énfasis en la imposición fraudulenta porque la vía electoral le parece en sí misma condenable. La crítica contra la izquierda reformista se centra justamente en que se apega ingenuamente o de mala fe a la legalidad burguesa.

Desde una perspectiva radical, importa poco si un gobierno burgués fue electo ilegalmente. Fox no era mejor o peor que Calderón. Ambos representan los intereses de la clase dominante. Por eso sorprende, también, el uso del término "oligarquía". Su sola mención indica que el enemigo a vencer son unos pocos y no la clase dominante en su conjunto. Extraña coincidencia, pero cierta: mafia (oligarquía), gobierno ilegítimo e imposición fraudulenta eran referentes del "Rayito de esperanza" y de nadie más.

En el seno del Partido de la Revolución Democrática también están ocurriendo cambios. Camilo Valenzuela, presidente del Consejo Nacional del PRD, presentó recientemente un documento para su discusión. La tesis central es que el fraude del 2 de julio canceló la vía electoral como opción de lucha, toda vez que en los nuevos comicios se pueden repetir los ilícitos.

La apuesta, en consecuencia, debe ser por la movilización y la consolidación de las organizaciones sociales. La idea de Valenzuela es sin duda radical y se explica por su biografía política. Se trata, al fin, de un ex militante de la guerrilla de los 70.

Pero ésa, en realidad, es sólo una parte de la explicación. La otra parte, la más importante, tiene que ver con López Obrador. Su insistencia en que hubo fraude, el desconocimiento del Gobierno de Calderón, su condena de las instituciones, su autodesignación como presidente legítimo, han generado una radicalización en amplios sectores del perredismo. El último manotazo lo dio el domingo 1 de julio en el Zócalo: "Cero, lo repito, cero negociación con quienes sostienen una política contraria al pueblo y entregan la soberanía nacional al extranjero... Nosotros estamos por hacer una nueva política, nada de negociaciones con la derecha, que lo deshumaniza todo".

El tiro, finalmente, le salió por la culata. Inmediatamente se levantaron voces contra la línea que pretendía imponer y, luego, el Consejo Nacional del PRD instruyó a sus legisladores para que entraran en las negociaciones de la reforma fiscal. Peor imposible. Pero más allá del ridículo en que quedó AMLO, lo que se percibe es una polarización. La elección de los mil 100 delegados que participarán en el Congreso Nacional del PRD será el próximo campo de batalla. El resultado de lo que ocurra mañana domingo será crucial para la disputa por la dirección nacional en marzo del año entrante.

El enfrentamiento entre AMLO y el ala moderada, encabezada por Jesús Ortega, entre otros, es de pronóstico reservado. Las estrategias y los objetivos son diferentes. López Obrador ya está en campaña para el 2012. El PRD y las negociaciones no sólo le resultan indiferentes, le dan náuseas. Su convicción es una: la salvación de este país depende de que él llegue a la Presidencia. Nada se puede componer o mejorar mientras eso no ocurra. Se trata de un juego de suma cero: lo que pierda Calderón lo gana él y viceversa. Por eso festina, aplaude e impulsa todo lo que pueda funcionar como un obstáculo o provocar el tropiezo del gobierno ilegítimo.

Los moderados, en cambio, tienen la mirada puesta en el 2009. Su preocupación es que el PRD no se hunda. El radicalismo y los plantones no concitan la simpatía ni el apoyo de los ciudadanos. Las encuestas propias y ajenas se los confirman. Pero además su memoria no es corta. En 1997 se convirtieron en la segunda fuerza política y en el 2000 se desplomaron hasta el tercer lugar. La gente les perdió la confianza. La probabilidad de que esto suceda es muy alta. Sobre todo en el contexto que hoy se vive. El apoyo que tiene el Presidente de la República es efecto, en buena medida, de que el pueblo entiende la gravedad y lo complicado del escenario nacional.

Paradojas de la vida. El gran salto que dio la izquierda hace años fue su compromiso con la vía electoral y con las reformas paulatinas. Hubo tropiezos serios y accidentes mayores, pero por allí iba.

Hoy, bajo el liderazgo de López, un sector importante de los perredistas podría terminar confundido con movimientos radicales como la APPO, la sección 22 del SNTE, los frentes Pancho Villa, y cercano, en los hechos, a organizaciones como el EPR. Malos augurios y lamentables convergencias. La izquierda que el País necesita no es ésa.


Jaime Sánchez Susarrey

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miércoles, julio 11, 2007

 

"Líderes" sindicales eternos

No es nada personal. Elba Esther Gordillo puede ser una buena o mala dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. El problema no es ése, sino pensar que un dirigente, cualquier dirigente, pueda quedarse a cargo de un sindicato de manera indefinida. La decisión de Gordillo de convertirse en líder vitalicia del SNTE es, aunque sólo fuera por eso, inaceptable.

Casi todos los líderes sindicales empiezan su carrera afirmando tener las mejores intenciones de luchar por el beneficio de los trabajadores. Incluso llegan a cuestionar las reelecciones de quienes los preceden en los cargos de mando. Pero una vez que llegan al poder olvidan todo y sólo piensan en eternizarse en él.

La maestra Elba Esther no es la primera líder sindical que busca encabezar de forma vitalicia su sindicato. En el medio mexicano, de hecho, lo más común es que los líderes sólo dejen sus oficinas en un ataúd.

Eso le ocurrió a Fidel Velázquez, quien en 1941 asumió la secretaría general de la CTM y, salvo un periodo de tres años entre 1947 y 1950, mantuvo el cargo hasta su muerte en 1997. Lo reemplazó Leonardo Rodríguez Alcaine, quien llevaba tres décadas como dirigente de los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad, para permanecer en ambos cargos hasta su muerte en 2005. No hay ninguna indicación, por otra parte, de que el actual secretario general de la CTM, Joaquín Gamboa Pascoe, piense dejar el puesto antes de su muerte.

Francisco Hernández Juárez asumió la secretaría general del Sindicato de Telefonistas en 1976 con una bandera de renovación y de rechazo a la reelección, pero desde entonces se ha mantenido en el cargo. En el sindicato minero se ha avanzado un paso más: el liderazgo ya no se pierde ni siquiera con la muerte, sino que se hereda de padres a hijos. Así ocurrió, por lo menos, cuando Napoleón Gómez Sada, secretario general desde 1962, le dejó el cargo a su hijo Napoleón Gómez Urrutia al fallecer en 2002.

El problema no es personal. En casi todos los sindicatos de México los líderes se convierten en verdaderos monarcas. Estoy seguro de que si los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que tanto han cuestionado hoy la designación de la maestra Elba Esther como líder vitalicia lograran finalmente el control del SNTE también se eternizarían en el mando. El problema radica en que los sindicatos son fundamentalmente negocios y la ley laboral permite la creación de feudos personales en ellos.

Los líderes siempre recurren al concepto de "autonomía sindical" para defender sus privilegios. Pero esa supuesta autonomía sólo ha servido para acabar con las posibilidades de una verdadera democracia sindical o de un manejo transparente de los recursos de los trabajadores. Los procesos de elección de dirigentes están hechos de tal forma que benefician directamente a los líderes que ya tienen el poder. Prácticas como la elección a mano alzada en asambleas, donde se escoge a dirigentes que después son delegados a convenciones para elegir a dirigentes regionales o nacionales, tienen como único propósito preservar las estructuras de poder dentro de los sindicatos.

Algo similar ocurre con el manejo de recursos. También bajo el disfraz de la autonomía sindical, el dinero de los trabajadores se administra como propiedad personal de los líderes. Ahí está el caso de los 55 millones de dólares entregados por el Grupo México a un fideicomiso de Scotiabank para que se realizaran pagos a los trabajadores que hubieran trabajado en las plantas de Cananea y cumplieran determinados requisitos. El dinero, sin embargo, fue sustraído de ese fideicomiso para ser entregado al sindicato, que después lo administró a su manera. Por lo menos ciertas cantidades se usaron para pagar cuentas de una tarjeta personal American Express de un hijo del líder del sindicato.

No, no es nada personal. El problema no es un líder u otro, sino todo el sistema. Necesitamos reformar la legislación laboral para cambiar el concepto mismo de autonomía sindical. Ésta no debe ser un simple subterfugio para que los líderes conviertan a los sindicatos en un negocio personal.

Así como los partidos políticos, que son instituciones de interés público, o los bancos, que manejan recursos del público, deben someterse a requisitos de transparencia superiores a los de las empresas privadas en otros campos de actividad, así los sindicatos, que cuentan con un monopolio constitucional para representar a los trabajadores, deben ser sometidos a reglas que garanticen el bien público.

Debemos tener una ley laboral que establezca reglas justas y claras para la elección de líderes sindicales y que obligue a que toda la contabilidad de los sindicatos sea pública. Y no sería mala idea que la misma ley prohibiera la reelección de los líderes más allá de una o dos veces. Quizá entonces tendríamos sindicatos que cuidaran los intereses de los trabajadores y no los de sus dirigentes.


Sergio Sarmiento

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martes, julio 10, 2007

 

¿Prosperidad o Equidad?

Los medios informativos le dieron un espacio de cuarta. Los cuentos del empresario chino, la maestra y su dictadura en el magisterio, el caso Hank y sus derivaciones con Castañeda, el cantinflismo perredista de no negociar, pero siempre sí, aunque mejor no, nos han tenido entretenidos. Entretenidos sí, pero concentrados no. La nota proviene del Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) y es muy concreta. En México de 1992 a 2005 la pobreza extrema se redujo en 4.2 por ciento, es decir 0.3 por ciento al año.

La pregunta inmediata es ¿y qué demonios quiere decir eso, es mucho o poco? Traducción: el número de mexicanos en situación de pobreza extrema, los más pobres de los pobres, los que padecen hambre, los que en teoría son la preocupación de todos los políticos, ésos hoy son menos. Falso que el País vaya para atrás, con todo y todo avanzamos. Según la nota podríamos estar hablando de un número que ronda los 15 millones de mexicanos que salieron de la pobreza extrema. Los factores migración y remesas están incluidos.

Se trata de una muy buena noticia, sobre todo si recordamos que entre las dos fechas está la terrible crisis del 94-95, que le costó al País una reducción de su riqueza de quizá un tercio y que generó otros 15 millones de pobres. Sin esa crisis hoy México sería otro. La mala noticia es que según el propio Consejo, más del 18 por ciento de los mexicanos sigue en la misma situación: el hambre. Conclusión sin nuevas crisis, con estabilidad y crecimiento, México va por el camino correcto. Pero vamos muy lento. En aritmética simple si sólo logramos un descenso de 0.3 por ciento por año nos llevaría más de medio siglo acabar con esa vergüenza.

El mapa de la pobreza no trae demasiadas novedades. Tres entidades concentran los peores índices de pobreza. Los tres sureños, los tres con alta población indígena, los tres con serios problemas de infraestructura, los tres colindan: Guerrero, Oaxaca y Chiapas. En Chiapas, 47 por ciento de sus habitantes vive en pobreza alimentaria. En contraste, en esa misma condición en Baja California sólo está el 1.3 por ciento, en Nuevo León 3.6 por ciento y el Distrito Federal el 5.4 por ciento.

¿Se puede disminuir la pobreza? Por supuesto, y no necesitamos mirar a Finlandia. Pero debemos tener prioridades y respetarlas. ¿Qué va primero, disminuir la pobreza o acabar con los ricos? Lo primero es trabajoso, pero con crecimiento alto puede ser rápido, vende menos, pero es posible. Lo segundo, lograr equidad, vende mucho, suena bien, no necesariamente disminuye la pobreza extrema, nunca se logra totalmente y, en el mejor de los casos, se lleva siglos. ¿Qué va primero? Es más fácil generar odio hacia los ricos que imaginar acciones que beneficien a los pobres.

Pero las palabras "estabilidad con crecimiento" están muy devaluadas. ¿Qué tanto pesa la estabilidad? Dejémoslo en una cifra del Coneval: nos llevó nueve años recuperar los niveles previos a la crisis. La confusión hoy es mayor, sobre todo porque todo indica que próximamente el hombre más rico del orbe será mexicano. ¿Es él la causa de los 18 millones de pobres extremos? La excesiva concentración nos dice mucho de la regulación de los mercados, de los oligopolios, de cómo estamos perdiendo la batalla por la equidad, pero toda la fortuna del señor Slim no solucionaría el destino de una quinta parte del país. Ésas son imaginerías populistas. Quien quiera odiarlo que lo odie, pero no se vale confundir.

Después de la polarizante campaña del 2006, un importante grupo de mexicanos votó por una opción que antepone la justicia como condición de la prosperidad. Acabar con los ricos pareciera precondición del bienestar generalizado. Políticamente la propuesta vende muy bien, pero es falsa. La gran lección de la segunda mitad del siglo 20 es que muchas naciones logran disminuir drásticamente la pobreza sin que los indicadores de equidad mejoren, incluso pueden agravarse. China es quizá el ejemplo paradigmático: un par de cientos de millones de chinos -se dice fácil- salieron de la pobreza, pero hoy la diferencia entre los ricos y los pobres es aún mayor. ¿Qué queremos?

Se entra así a una discusión que suena a ética -acabar con los ricos para así acabar con los pobres, como secuencia- cuando en realidad es un falso dilema. Las dos metas, prosperidad y equidad, se pueden buscar a la vez. Con frecuencia ocurre que la búsqueda de prosperidad acelerada aumenta la inequidad. No es algo deseable, pero lo fundamental es disminuir la pobreza. Los ritmos de las dos batallas son muy diferentes. Generar riqueza, disminuir o erradicar la pobreza extrema es una meta mucho más fácil y asequible que obtener equidad. Pero no es lo mismo perseguir equidad con hambrientos esperando, que sin ellos.

Igualdad total no existe en ninguna nación, es una imagen utópica y deseable, sin duda. Los países escandinavos, con todas sus diferencias, son quizá los más justos del orbe, pero aun así las diferencias entre ricos y los que menos tienen, que no son pobres, siguen siendo importantes. En cambio, tenemos muchas naciones que han arrinconado la pobreza con rapidez. Chile es un ejemplo de disminución de pobreza, pero no ha tenido el mismo éxito en equidad. Se deben desear los dos objetivos -prosperidad y equidad- pero, ¿qué va primero, en qué nos concentramos?

Con estabilidad y crecimiento se puede avanzar en la reducción de pobres e implementar a la par las medidas de fondo que generan justicia: salud, educación y un sistema fiscal progresivo. Discutamos todo, pero no olvidemos que Chiapas, Oaxaca, Guerrero son la prioridad, allí se concentra el hambre. Necesitan inversión pública y privada, prosperidad. Concentrémonos: el hambre va primero.

Federico Reyes Heroles

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sábado, julio 07, 2007

 

Descapitalización Social

Varios autores contemporáneos de la historia económica y la ciencia política han buscado escudriñar lo que distingue a las sociedades que avanzan y se desarrollan con el resto.

A principios de los 90 se acuñó el concepto de "capital social" atribuido al historiador de la Universidad de Harvard, Robert Putnam. Su búsqueda por encontrar la diferencia en los patrones de desarrollo del norte y el sur de Italia lo llevaron a medir el capital social de ambas regiones.

Mientras en el norte de ese país, el grado de cumplimiento con la ley, el pago de los tributos y el respeto a la autoridad eran significativamente mayores que en el sur de Italia, también el grado de dinamismo económico mostraba diferencias a favor de los italianos norteños.

También se encontró que los valores y principios por los que la sociedad se movía eran distintos. Siendo de la misma nacionalidad, la comunidad mostraba diferencias en su cultura, en sus formas de relacionarse e interactuar, en la forma de agruparse y construir redes internas, así como sus redes hacia afuera.

Por ejemplo, la cultura hacia el trabajo mostraba discrepancias importantes. Mientras en el norte, los italianos respetaban las fuentes de empleo, la relación laboral y las reglas del trabajo; en el sur de Italia el desempleo abundaba y también la falta de deseos de contribuir laboralmente. En sintonía había más abusos laborales y explotación en el sur que en el norte y la presión social generada por la delincuencia era mayor en Palermo que en Milán.

Junto a ello, un factor primordial concluía el estudio. El sur y el norte de Italia no se comunicaban bien en el terreno del capital social. Cada uno por su lado en un mismo país. Las regiones no eran solidarias y el Gobierno, buscando un desarrollo más homogéneo, no lo conseguía por más esfuerzos nacionales que hacía. De ahí, el título de la obra de Putnam, "Haciendo que la democracia funcione".

Esta diferencia en el capital social llama la atención si lo revisamos para el caso de México o incluso América Latina. Indudablemente, ahora que hablamos de regiones y desigualdades para el subcontinente, debemos preguntarnos si el capital social está ahí para ayudar a esta armonización.

Cuando uno ve la falta de comunicación andina y sus conflictos limítrofes, la dificultad de mejorar las relaciones comerciales entre países, la disparidad centroamericana o la soberbia carioca, el desarrollo chileno o las locuras venezolanas; el común denominador es la falta de armonía y respeto dentro y fuera de la sociedad.

Esto lo evidencia la ausencia de entendimiento, la falta de respeto a la formalidad, la desconfianza y la ausencia de un verdadero capital social, es decir, la ausencia de una comunidad de "nosotros con ustedes y ustedes con nosotros".

De ahí que la discusión sobre mejorar la seguridad, disminuir la desigualdad, hacer más efectivas las democracias latinoamericanas, no puede avanzar si no tomamos en cuenta el valor del trabajo intrasocial, resultado de la armonía, de la comunicación y del respeto a las instituciones. En pocas palabras, el valor del capital social en el que todos contribuyamos para todos acrecentarlo.

De nada sirve un Gobierno urgido por recursos fiscales como el caso actual de México, si la efectividad de su gasto es tan mala y peor aún si ese gasto público se hace sin una base de capital social que lo potencie y exija mayor eficiencia.

De nada sirve reformar las instituciones electorales en nuestro país si los partidos políticos tienen secuestrada la práctica política y desdeñan el capital social de los ciudadanos y, peor aún, no lo cultivan ni lo fomentan.

De nada sirve las planeaciones de los gobiernos y sus estrategias, si la sociedad hace caso omiso a sus indicaciones, no se compromete, no valora su participación, ni los resultados de la misma.

Esto nos lleva a la deliberación si en nuestro país tenemos presente el capital social. Si existe más o menos capital social depende de la métrica que usemos y en esto no hay una regla específica.

Pero quizá debemos preguntarnos, ¿cuándo fue la última vez que ayudamos a un vecino en problemas o nos reunimos para deliberar problemas de la colonia comprometiendo tiempo y recursos personales para su solución? ¿En cuántas asociaciones participamos para buscar el beneficio social dejando a un lado el personal?

De ahí la importancia de aumentar y potenciar el capital social en México. Uno que si lo medimos en términos de confianza estamos muy mal, y cualquier acción pública sin capital social se pierde como agua en el desierto, y con ella nuestras posibilidades de un mejor desarrollo. Quizá lo tenemos merecido.

Vidal Garza Cantú
vidalgarza@terra.com.mx

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Mientras leía sobre el ejemplo de Italia, me venía a la mente el caso de México.

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jueves, julio 05, 2007

 

Antihéroes: Fox y AMLO

¿Fracaso o prueba exitosa? A un año de la elección un 36 por ciento de los mexicanos cree que hubo fraude, 43 por ciento que debieron recontarse todas las casillas; 39 por ciento que México es un país poco o nada democrático y 45 por ciento está insatisfecho con la democracia. Así vista, la elección del 2006 fue un fracaso. Dejó un país dividido y asediado por dudas. El odio sigue estando en las calles. Los actos de intolerancia, las viles agresiones, las amenazas están allí. Toda elección confronta, pero ésta partió al País. Nadie debiera sentirse orgulloso. ¿Cómo llegamos allí? Las responsabilidades están claras.

Fox.- Con la miopía que lo caracterizó como Presidente, Fox hizo de la Presidencia un problema electoral. A diferencia de la actitud cautelosa de Zedillo, Fox dejó ir su incontinencia verbal y política. Con su lengua imprudente hirió a diestra y siniestra. Su incapacidad de articular y mantener una estrategia generó problemas donde no los había. En la elección intermedia, embriagado por su popularidad, utilizó los medios hasta el cansancio para apoyar a su partido. El hoy olvidado ultimátum del IFE fue la consecuencia final. Tarde y mal retiró los spots. Resultado, el PAN perdió votos. Pero Fox no entendió.

Intervino en tanta elección estatal como pudo. Tuvo estruendosos fracasos como en el Estado de México. Pero Fox tampoco aprendió. La Presidencia no puede inclinar una elección. Aún más importante, en México la intervención de la Presidencia es una provocación, inútil provocación. Pero claro, él, salvador todo poderoso, pensó que podía jugar en el límite. Trató de imponer candidato. Fracasó. Personalizó la campaña con su figura y perjudicó al candidato de su partido. Otra pifia. Lanzó al aire la bomba del desafuero y le estalló en la cara. Fox no pasará a la historia como el demócrata que desplazó al PRI, sino como el primer Presidente de la época democrática que, de acuerdo al Tribunal Federal Electoral, puso en riesgo una elección. Parte del veneno que hoy circula en la sociedad mexicana lo inyectó Fox, ese gran irresponsable. Primer antihéroe.

AMLO.- Ha perdido a un tercio de sus electores; tiene hoy más puntos negativos que positivos; la identificación perredista se desplomó, está por debajo del 20 por ciento; Cuauhtémoc Cárdenas goza hoy de mayor respeto que él. Su partido, segunda fuerza en el Legislativo Federal, recibe hoy el mayor rechazo nacional: 52 por ciento de los mexicanos jamás votaría por sus siglas. Las divisiones internas se multiplican con consecuencias muy concretas, ver Zacatecas. Su deseo irrefrenable de imponer su voluntad explica el desastre. Enfermo de poder, obcecado, autoritario, no le importa dañar a su país, a su partido, a sí mismo con tal de él ser el centro. Para aquellos que dudaban de su relación enfermiza con las instituciones, no tienen más que volver el rostro a la brutal herida que causó a México. Incapaz de aceptar su derrota es presa de un radicalismo locuaz y suicida. Hoy podría ser el principal interlocutor del Gobierno; es, sin embargo, un actor que raya en lo patético. Su vanidad es tal que ni siquiera se respeta a sí mismo.

Pero hay algo que está más allá de los cálculos políticos. ¿Tenía AMLO derecho a llevar su defensa al extremo? En una elección tan cerrada era previsible. Pero hay una frontera, un límite ético que AMLO transgredió y que hoy la historia registra: mintió. Él supo con tiempo de lo cerrado de la elección y de su posible derrota. Pero no le importó dañar a las instituciones con tal de generar en la imaginación popular un gran fraude, una maquinación con él como víctima al centro. La congruencia final de las cifras no dejan duda: ese fraude no existió. (Ver "El Mito del Fraude Electoral en México" de F. Pliego Carrasco). AMLO actuó con soberbia, con prepotencia, con mala fe hacia el país que le ha dado todo, incluso la posibilidad de ser Presidente. Segundo antihéroe.

En el IFE se cometieron errores de comunicación. Por inexperiencia se cayó en trampas muy bien armadas, cierta vanidad merodeó. Pero también es claro que si la diferencia final hubiese sido de cinco puntos o más, hoy la solvencia del IFE no sería tema. Los derrotados quieren, una vez más, purgar sus errores en otros. Así de pequeños son.

Las lecciones son varias. El desenfreno y maldad de dos personas y sus seguidores, su inmadurez política, su falta de sensatez, su megalomanía confrontó y dividió al País. Eso quiere decir que todavía el México de los caudillos, el de los redentores, sigue estando vivo. Eso habla de nosotros como ciudadanos, del fácil expediente de buscar acríticamente a ese líder que resuelva nuestros problemas, de erigir semidioses, de entregarles una credibilidad sin condiciones. Ese país desesperado y apostador en política da miedo.

Pero claro, existe otra lectura. En el 2006 México fue sometido a una durísima prueba. Entre un Presidente irresponsable y miope, un líder mesiánico y enloquecido y un bajo nivel educativo, lo único sólido fueron las instituciones. De uno y otro lado se hizo todo lo imaginable para que la elección tropezara y aquí estamos, con un Presidente en funciones y ejerciendo el mando que le corresponde, con un Congreso, desprestigiado, pero que ha dado pasos recientes de gran importancia, con un reconocimiento muy alto a las Fuerzas Armadas, con una Suprema Corte fortalecida y una economía en marcha. Versión optimista, ¿quizá gracias al 2006 hoy somos más maduros? Puede ser.

Thomas Carlyle centró su interpretación de la historia en los héroes. Pero también puede haber antihéroes, seres sin grandeza, sin solvencia ética, destructores. En el 2006 hubo dos muy evidentes.


Federico Reyes Heroles


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miércoles, julio 04, 2007

 

PG-Pato Aviador

Les comparto el cartón de Paco Calderón publicado el día de hoy en distintos medios.

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martes, julio 03, 2007

 

AMLO y 2012

De bote pronto, algunos senadores y diputados comienzan a deslindarse de Andrés Manuel López Obrador y le advierten que sí negociarán la reforma fiscal calderonista a pesar de que, desde la plaza pública, el presidente legítimo les ordenó rechazarla. Con su respuesta, los legisladores bien podrían haber iniciado el acotamiento a la enorme influencia que mantiene el tabasqueño dentro del PRD. Sin embargo, AMLO tiene un plan B. Un camino alternativo. Aún más: siempre lo ha tenido.


Esa segunda vía es la que los llevará, según calculan los hombres más cercanos a López Obrador, a la búsqueda de la Presidencia de México para 2012. Tiene nombre: Frente Amplio Progresista (FAP). Y una membresía nada despreciable: según lo anunció AMLO en el corazón del Zócalo, ya hay un millón de personas afiliadas a la red nacional de representantes del FAP y, para finales de 2008, se llegará, según él, a cinco millones.

Esa es la apuesta de AMLO. Va a futuro. Ya comenzó a tejer la red desde la cual quiere brincar a Los Pinos dentro de cinco años. Y el tiempo pasa muy rápido.
¿Es que ya no le interesa el PRD a AMLO? Sí y no. Sí, como una organización de la cual aún se puede servir política y financieramente. Sin embargo, sabe que habrá un momento -que bien pudo haberse iniciado ayer-, en el que algunas alas del perredismo, manejadas por Nueva Izquierda, comenzarán a desprenderse de la hegemonía lopezobradorista, y que algunos diputados o senadores van a rechazar la orden del caudillo de mandar al diablo la reforma fiscal.

Pero estos pequeños deslindes no le sorprendieron a López Obrador ni mucho menos. Inclusive ya los esperaba. Los tenía calculados. El PRD le importa como plataforma para llegar fortalecido a las elecciones intermedias de 2009, mientras acaba de consolidar al FAP, y por eso impulsa a Alejandro Encinas para que sea el próximo presidente del PRD.
Ganando Encinas, gana Andrés Manuel.

Y, por otro lado, no le interesa el PRD porque, llegado el momento, AMLO le apostaría a una confrontación interna por el control del partido -que tarde o temprano se dará- y de la cual pudiera arrancarle algunos pedazos al perredismo y quedarse con ellos para sumarlos al FAP, un movimiento propio, lopezobradorista puro, sin nadie con quien compartir su dirección. López Obrador vislumbra su futuro con el FAP, no con el PRD.

Esa es la apuesta y, por ello, bajo la mascarada de una presidencia legítima itinerante sigue recorriendo el país. AMLO promete visitar los 2,418 municipios de aquí a finales de 2008. Y lo va a hacer porque, en realidad, el tabasqueño está reclutando a seguidores con miras a 2012. Esa es la razón de ser de su presidencia itinerante.

¿Qué representa entonces el 2 de julio de 2006 para López Obrador? Tan sólo tener una fuente inagotable de discursos incendiarios y posturas amenazantes. Más allá del rencor que pueda sentir por Felipe Calderón, AMLO utiliza las críticas al Presidente como una manera de seguir bajo los reflectores y tener materia prima suficiente para sus arengas. Paradójicamente, Calderón es el mejor instrumento propagandístico de Andrés Manuel.

"Vamos a seguir luchando", asegura AMLO. Y hay que creerle porque es un animal político que ya se ve en 2012. Para él, el 2 de julio de 2006 quedará pronto como una anécdota política más porque, según lo afirma el propio Andrés Manuel, "la política es un vicio, y yo me inicié fumando un carrujo de mariguana, luego seguí con la cocaína y ahora estoy como un heroinómano" (Alberto Aguirre, El Universal-1-julio-07).

El deslinde con AMLO ya comenzó. Pero también la campaña del tabasqueño para 2012.


Archivos confidenciales…

La respuesta que el consejero presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, le dio a la reportera de Excélsior, Érica Mora (1-julio-07), sintetiza la evidente y alarmante debilidad del Instituto: "Hubo pérdida de confianza en algunos segmentos de la población que coinciden con las aseveraciones de un presunto fraude". Nada que agregar. Es el reconocimiento público de una actuación desafortunada hace un año. Y no para darle gusto a la izquierda, sino para mantener la salud política del país, Ugalde debería analizar su salida del IFE. Pocos confían ya en él y en sus consejeros. Su permanencia sólo crisparía los ánimos en las elecciones intermedias de 2009. Aún puede evitarlo…

Los dos rostros de Monitor: primero, como puntal innegable de la radio mexicana y un periodismo valiente y crítico, cuando muy pocos creían en la radio. Segundo: víctima de su propia apuesta política al apoyar a un candidato a la Presidencia y olvidar una de las esencias del periodismo: no integrarse a ninguna fuerza política en sus ambiciones por llegar al poder porque, a querer o no, las facturas, en caso de derrota, se pagan. ¿O acaso si hubiera ganado Andrés Manuel López Obrador, José Gutiérrez Vivó hubiera protestado al resultar favorecido por los recursos que Monitor hubiera obtenido como aliado del nuevo gobierno? Las consecuencias negativas hubieran sido entonces para esa lista negra de los medios que, según AMLO, estaban contra él. Era ganar o perder. Y ambos perdieron.

Martín Moreno

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Chin, tal parece que este blog seguirá hasta el 2012, al menos. Ni modo, hay que seguir luchando en contra del populismo que ha mantenido a este país en la pobreza y el retraso.

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Manipulación y difamación como sistema

En este espacio y más ampliamente en el libro Calderón Presidente, siguiendo a Harry Frankfurt, calificamos a López Obrador como un bullshitter, un término que del inglés se podría traducir como manipulador o un charlatán, un personaje diferente y más peligroso que un simple mentiroso. Frankfurt, en su nuevo libro, Sobre la verdad, dice que esos manipuladores o charlatanes "son impostores y farsantes que, cuando hablan, sólo pretenden manipular las opiniones y las actitudes de las personas que les escuchan... su máxima preocupación consiste en que lo que dicen logre el objetivo de manipular a su audiencia. En consecuencia, el hecho de que lo digan, sea verdadero o falso, les resulta más bien indiferente... son una amenaza aún más insidiosa que la mentira para el normal desarrollo de una vida civilizada".


En su libro sobre las elecciones del 2 de julio, López Obrador confirma aquel diagnóstico: la serie de charlatanerías y manipulaciones, de datos presentados en forma conscientemente falsa son tantos que impiden, incluso, colocarlo en el simple terreno de la mentira. Ya varios analistas han refutado con amplitud pasajes de su texto. En lo personal se refiere a mí en las páginas 80 y 81, con una historia que tergiversa y usa con el fin de difamarme. Para explicar un supuesto fraude en la elección de 1998 en Zacatecas, retoma algo que ya había manejado en la revista Proceso el 7 de marzo de 1999 (página 9), con respecto a una grabación telefónica, el domingo de esa elección, entre un servidor y alguien que originalmente López Obrador dijo que era Jesús Salazar Toledano. En realidad, era una plática con el entonces subsecretario de Gobernación Emilio Gamboa (como ahora dice en su libro López Obrador).

Tengo copia de la grabación telefónica porque el 8 de marzo de 99, en sus oficinas del PRD, me la entregó el propio López Obrador (ese día, también me mostró su credencial de elector y me dijo que se había registrado en el DF, adelantándome que estaba estudiando la posibilidad de lanzarse como candidato, según ocurrió unos meses después). En esa grabación lo que se escucha es que le pregunto a Gamboa qué números tenían en Gobernación sobre los comicios y él me dice que Televisa tenía al candidato priista con un punto arriba, pero que dirían que estaban empatados. Yo le comenté que había estado con Ricardo Monreal, que estaría en mi programa en la noche y que decía que la entrevista fue tranquila, limpia, etcétera. Y que si ganaba el PRI lo iba a reconocer, que era lo que Monreal me había dicho. En ese momento la charla es interrumpida por una llamada y Gamboa me pide que espere, dice que es el secretario y tenía que contestarle. Y Gamboa platica con su interlocutor sobre las tendencias de las encuestas y un boletín del PRI. Termina, y palabras más, palabras menos, se despide de quien esto escribe. En qué demostraba eso un fraude o delito no lo sé, pero que un servidor no tenía nada que ver con esa historia era obvio. Esa noche, el único medio electrónico donde estuvo en vivo, por más de media hora, Ricardo Monreal, fue en el programa Punto de partida, que entonces conducía un servidor en MVS Multivisión; el primer periodista que adelantó las tendencias que le darían el triunfo en Zacatecas fui yo. Y todo fue un par de horas después de esa plática con Gamboa porque, como cualquier periodista que está cubriendo una elección, se habla con todas las fuentes posibles para saber qué tendencias tienen y cómo ven las cosas.

López Obrador, por ejemplo, sabía que había tenido una larga charla, cerca de las cuatro de la tarde, con Monreal en sus oficinas y había hablado telefónicamente con López Obrador (lo había puesto en la línea Monreal), y ampliamente con Jesús Ortega, entonces secretario general del PRD.

En su libro, López Obrador utiliza esa misma historia, ya reescrita ocho años después, para intentar difamarme. Olvida -para los manipuladores la historia es un engorro- lo que él mismo me dijo el 8 de marzo en sus oficinas y publiqué, entonces, en El Financiero el 15 de marzo de ese año y nunca lo desmintió: que incluso le había pedido al reportero que lo entrevistó, Álvaro Delgado, que mi nombre no se incluyera porque no era relevante. Pero, además, fue López Obrador quien afirmó eso en las páginas de Proceso, en la edición del 14 de marzo de 1999: "Señores -dice el texto de la carta que se puede leer en la página 64 del número 1167 de Proceso-, ratifico lo dicho en la entrevista que sostuve con Álvaro Delgado, pero creo necesario hacer dos precisiones. Una. El periodista Jorge Fernández Menéndez no formó parte del operativo de defraudación electoral en Zacatecas: él estaba en esa entidad cumpliendo con su trabajo informativo.

"Dos, los que sí participaron en ese operativo fueron Francisco Labastida y Emilio Gamboa Patrón, secretario y subsecretario de Gobernación, respectivamente, y conviene aclarar que a este último personaje lo confundimos con Jesús Salazar Toledano al escuchar las grabaciones, un abrazo, Andrés Manuel López Obrador". Eso fue el 14 de marzo de 1999. Ahora, en su libro, el ex candidato presidencial me difama utilizando la misma historia que él desmintió, sin más razón, creo, que las opiniones críticas que he tenido con respecto a su desempeño como jefe de Gobierno y candidato presidencial.

Por cierto, en mi estudio tengo colgado un reconocimiento firmado por el entonces gobernador Ricardo Monreal (con quien he tenido acuerdos y diferencias, a quien en alguna oportunidad critiqué en forma injusta y lo rectifiqué ante el público, además de que lo respeto plenamente) que me entregó en un acto público en la mucho más cercana fecha de julio de 2004, un documento en el que me declara "huésped distinguido" de la ciudad de Zacatecas, por la "valiosa visita a esta noble y leal ciudad". Se lo agradecí infinitamente. Por cierto, grabar llamadas es un delito.

Jorge Fernández Menéndez

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lunes, julio 02, 2007

 

El día del derrumbe

Todas las encuestas que se han dado a conocer en estos días, presentadas de diferente manera, coinciden en un punto: la popularidad de López Obrador está en los mismos niveles (y, en algunos estudios, por debajo) que los del PRD en 2003, cuando obtuvo 18% de los votos. Ayer, López Obrador demostró, en la pálida concentración dominical pletórica de acarreados y de respaldo directo del Gobierno del DF, que no está muerto políticamente, pero que se trata de un político más que, como otros en el pasado, dilapidó su capital luego de una larga serie de errores, malas lecturas y mentiras.

Hace un año, se vivió la jornada electoral más cerrada de la historia del México contemporáneo. Lo sorprendente de ella fue, primero, la participación ciudadana, mucho más alta de lo esperado; segundo, la tranquilidad: durante el día no hubo, prácticamente, un solo incidente importante en todo el país ni se reportaron quejas ante el IFE; tercero, el grado de participación de la gente en la organización y el cuidado de los comicios: además de los representantes de todos los partidos, hubo un millón de personas atendiendo casillas y computando votos en todo el país.

Durante la jornada hubo una multitud de encuestas que se iban levantando para saber cómo evolucionaba el voto: en las primeras horas, hubo una leve ventaja de López Obrador que hacia el mediodía ya se había perdido y, desde entonces hasta el final del día, todos los estudios daban un resultado muy cerrado que impedía pronosticar un ganador o una leve ventaja, que iba de uno a dos puntos, de Felipe Calderón. A las diez de la noche, el IFE tenía el resultado del conteo rápido que estaba en el límite que el propio IFE se había dado: una ventaja de 0.6% para Calderón, por lo que Luis Carlos Ugalde salió a los medios a reconocer que no podía dar un resultado final mientras no terminara el conteo en todo el país. Pero todos los resultados: el conteo rápido, el PREP, el recuento distrital, el organizado en agosto por el Tribunal Electoral, coincidieron casi con exactitud en el mismo resultado: Calderón ganó la Presidencia por poco más de 200 mil votos.

López Obrador no dijo la verdad en toda la etapa final de la campaña: había mencionado que tenía encuestas, que jamás mostró, que lo tenían con diez puntos de ventaja (en realidad, en los días previos a la elección, estaba hasta tres puntos debajo de Calderón y, si pudo recuperar esos espacios, fue por la operación realizada en algunos lugares del Distrito Federal, como Iztapalapa y el oriente del Estado de México, donde ocurrieron, paradójicamente, las mayores irregularidades de ese domingo 2 de julio) y, ese mismo día, ordenó que se anunciara que había ganado por 500 mil votos de ventaja. Era, lisa y llanamente, una mentira: no sólo no tenía un solo estudio que lo demostrara (y tampoco lo demuestran, al contrario, ninguno de los libros que sus simpatizantes han puesto en circulación estos días, incluido el de López Obrador), sino que su propia encuestadora oficial, Ana Cristina Covarrubias, le había informado que había perdido por un punto. No importa si esa noche, en un momento de debilidad, López Obrador, como escribió Carlos Tello, pronunció o no la palabra "perdí". Lo importante es que sabía que había perdido y mintió.

Fue después cuando comenzaron los mitos, las historias del fraude cibernético que, al no poder ser comprobado, se convirtió en el fraude a la antigua; las acusaciones contra otros militantes y dirigentes partidistas, por no haber "operado" lo suficiente en su favor; las descalificaciones a sus respectivos representantes de casilla, a quienes acusó de haberse vendido. Y luego la larga serie de disparates políticos: desde el plantón en Reforma y el Centro Histórico hasta la autoproclamación como presidente legítimo. López Obrador ya había perdido la brújula mucho tiempo atrás. No la ha recuperado, la ha extraviado por completo y la ciudadanía lo percibe con claridad: hoy, 15% aproximadamente votaría a favor de él.

Jorge Fernández Menéndez

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AMLO, izquierda errática

Con su mentira a cuestas sigue en su incierto camino López Obrador. Bien sabe que defrauda cuando de fraude habla, pero no puede ya dar marcha atrás, ni asumir la responsabilidad que le toca por haber desesperanzado a aquellos para quienes dijo ser un rayo de esperanza. Su soberbia lo perdió, y él todavía no se encuentra. Sigue aferrado a sus mitos; se empecina en tocar una y otra vez el mismo disco, cada vez más gastado y cada vez más oído.

El título del libro que escribió, y que a muy pocos ha interesado, se divide entre la ficción absurda y la arrogancia ciega. Una nueva invención, la de "la mafia", sustituye a la manida cantaleta del "compló". Y la baladronada: "Sólo le han quitado una pluma a nuestro gallo", no sólo es risible por su despego absoluto de la realidad, sino sigue mostrando la voluntad de AMLO de ser el único caudillo, y de que en él se agoten todas las posibilidades de la izquierda.

Cada vez menos gente cree en López Obrador. Una encuesta del Grupo REFORMA reveló que uno de cada tres ciudadanos que votaron por él se arrepienten de haberle dado su sufragio. El recorrido que ha hecho por el País ha servido sólo para evidenciar el creciente desánimo de sus partidarios, y aun del grupo más cercano de sus seguidores. Algunos de ellos ya se atreven a mostrar su inconformidad ante un movimiento personalista que no hace propuestas y cifra su futuro únicamente en las acciones callejeras. Se irá desgranando esa mazorca cuando los integrantes del primer círculo de AMLO pierdan el miedo a ser tildados de traidores si se atreven a dudar de los dogmas propuestos por el iluminado líder, y cuando reconozcan que la izquierda es mucho más que un cabecilla a quien favorecieron circunstancias pasajeras, pero que por sí mismo no tiene consistencia, según lo prueban sus errores y la vacuidad de su discurso egocentrista, cada vez más alejado de la sociedad y de lo que México demanda.

Es una pena, por eso, que el jocoque -no la crema- de la intelectualidad vernácula siga firmándole cheques en blanco a López Obrador. Ya parecen decirle, eco de los pasados tiempos: "Contigo hasta la ignominia, Andrés Manuel". Intelectuales así dejan de serlo, y se convierten en meros propagandistas, cuando renuncian a la permanente actitud crítica y libertad de pensamiento que caracterizan al verdadero intelectual, y se entregan sin condiciones, con devoción de fanáticos, a un dogma o una falacia. No sólo existe la corrupción del dinero: existe también quien se corrompe por mera vanidad; por pose que a fuerza de ser fingida se vuelve cursilona; por miedo al abucheo de la turba, o por falta de carácter e integridad para enmendar el rumbo y mantenerse en la mentira, aunque ya se haya descubierto.

Estamos en presencia de una lamentable izquierda, errática y dividida, que se gasta y agota dándose cabezazos contra un resultado electoral que nada puede ya cambiar, organizando concentraciones cada vez más desconcentradas, y apostándole a la algarada y el desorden sin otro fin que el de joder por joder, y nada más. Así las cosas, el "gobierno legítimo" se ve muy ilegítimo, muy falto de legitimidad. Quienes pensamos que México necesita un gobierno de izquierda democrática que procure justicia a los más pobres, nos sentimos desolados al ver esa caricatura de izquierda, clientelar, personalista, estéril, alejada de la realidad y en pugna consigo misma y con el interés nacional. Mientras esa llamada izquierda no deje atrás a López Obrador y sus rencores; mientras no aprenda a ver hacia adelante y a sacar provecho de los errores cometidos; mientras se obstine en dar más importancia a la calle que al Congreso y privilegie más la violencia que el diálogo y la negociación, esa izquierda seguirá siendo lo que hasta ahora ha sido: una esperanza defraudada.

Armando Fuentes Aguirre
afacaton@prodigy.net.mx

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domingo, julio 01, 2007

 

Liberalismo sin partidos

Hacia 1921 se desvaneció el último partido con la palabra "liberal" en sus siglas: el Partido Liberal Constitucionalista. El PLC contaba con miembros en el gabinete y tenía mayoría en la Cámara. Quiso hacerla valer, pero el invicto general Álvaro Obregón no tenía tiempo para sutilezas parlamentarias. No sólo no contemporizó con ellos sino que toleró un asalto al Palacio Legislativo al grito de "¡Viva la Revolución Rusa!". Fue el último adiós del Estado al liberalismo.

En los años 20, los partidos políticos crecieron como hongos: los había nacionales, estatales y locales. Sus siglas revelaban una similar búsqueda de legitimidad en las corrientes ideológicas o políticas de moda: todas colectivistas, ninguna liberal. Así se fundaron varios partidos influyentes, ligados siempre a figuras políticas de renombre, entre otros el "Nacional Agrarista", de Soto y Gama, ligado a Obregón; el "Laborista Mexicano", de Morones, ligado a Calles; el "Nacional Cooperativista", de Prieto Laurens, ligado a De la Huerta; el "Comunista", fundado por el hindú Manabendra Nath Roy; el "Socialista del Sureste", fundado por Carrillo Puerto; el "Nacional Antirreeleccionista", ligado al filósofo y educador José Vasconcelos.

Todos desaparecieron tras el ocaso de sus creadores o patronos. Además, en términos ideológicos, sus nomenclaturas resultaron parciales. Había que encontrar una que reinara sobre todas, y Calles encontró la que, a la postre, triunfaría, en la guerra de las siglas: el Partido Nacional Revolucionario, luego transformado en el Partido de la Revolución Mexicana, y finalmente en el Partido Revolucionario Institucional.

A partir de 1929 se crearon otros partidos, que tampoco reivindicaron en sus siglas la palabra liberal. Algunos casi de membrete, como el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana; otros ligados parcialmente a un líder carismático, como el Partido Popular Socialista de Lombardo Toledano, o el Partido Demócrata Mexicano, "el del gallito", vinculado al sinarquismo ultramontano de Salvador Abascal. El común denominador de ésos y otros partidos fue su falta de solidez institucional. La excepción a la regla fue, desde luego, el Partido Acción Nacional, creado desde un principio con pautas democráticas, y destinado, no a conquistar el poder, sino a la paciente "brega de eternidades".

Los partidos de cuño revolucionario mexicano consideraban que el movimiento armado y la Constitución de 1917 representaban un progreso sobre los principios liberales -supuestamente anacrónicos- de la Carta de 1857. Pero, para no desocupar por entero la plaza, sus ideólogos principales (el más destacado fue Jesús Reyes Heroles) construyeron una obra respetable que pretendió trazar una continuidad entre los liberales de 1857 y los constituyentes de 1917. La supuesta convergencia entre el orden liberal y el priista fue criticada por unas cuantas voces (notablemente, la de Cosío Villegas), que sabían que el sistema político mexicano contradecía los postulados más elementales de una democracia liberal.

Por su parte, los partidos de cuño revolucionario socialista o comunista (algunos ligados a Moscú, otros dispersos en infinitas sectas o extraviados en las ideologías revolucionarias) desecharon como un anatema la posible convergencia con la tradición liberal. Esa confluencia podía haberlos librado de la clandestinidad (a veces heroica), y haberles dado presencia nacional y votos.

Por su cercanía a la Iglesia católica, el Partido Acción Nacional estaba impedido a reconocer expresamente el legado liberal. Todo lo liberal sonaba a jacobino. Las siglas del PAN, como se sabe, provienen de Action Française, el influyente partido de derecha fundado por Charles Maurras en Francia. Pero hay un dato que a menudo se olvida: el carácter liberal de la lucha universitaria de 1933, que está en el origen del PAN.

Guiados por el rector Gómez Morín, quienes libraron esa lucha por la libertad de cátedra y de expresión, frente a un Estado que pretendía imponer la "educación socialista" (que Jorge Cuesta llamó la "nueva política clerical"), fueron católicos liberales como el propio Gómez Morín y Antonio Caso. No en balde fue Caso quien acuñó la frase "Parecían gigantes" para referirse a los liberales de la Reforma.

En sus mejores momentos (su lucha parlamentaria en los 40, la presidencia de Adolfo Christlieb Ibarrola, las elecciones de los 80) el PAN ha sido -en términos políticos- heredero del maderismo. Por desgracia, la otra cara del PAN, la clerical, dogmática e intolerante, no es menos poderosa. Y para colmo, la propensión panista a legislar sobre la vida privada sigue siendo un pesado lastre antiliberal.

¿Podrían los partidos redescubrir ese legado? El PRI podría reivindicarlo, con enormes esfuerzos de autocrítica y una decidida actitud modernizadora. Es improbable que lo haga. En cuanto al PAN, a juzgar por su dirigencia actual -antiliberal en casi todos sentidos- no puede ni quiere reconocerse en esa herencia. La gestación de un liberalismo católico no sería impensable (no lo fue en la época de la Reforma), pero requeriría un arrojo extraordinario y la posibilidad de tomar distancia de la Iglesia católica, enemiga mortal del liberalismo desde el siglo 18.

¿Y el PRD? Mucho más que sus antecesores (el PSUM, el PMT; el PSD, etcétera), el PRD se ha acercado a asumir como propia la vida democrática, pero está muy lejos de entender, mucho menos de arrogarse, el legado liberal. Aunque es quien defiende con mayor denuedo la separación de la Iglesia y el Estado, las actitudes dogmáticas de sus dirigentes y sus órganos periodísticos revelan una intolerancia "clerical", a veces "inquisitorial". Y su plataforma -como vio hace años Gabriel Zaid- se parece menos a la de los liberales del siglo 19 que a la de sus acérrimos enemigos, los conservadores: Estado protector de la identidad nacional, las corporaciones (en aquel tiempo militares y eclesiásticas, en el nuestro sindicales, académicas, burocráticas), odio contra Estados Unidos, etcétera.

En México, el liberalismo está vivo. En su versión moderada (lejos del viejo jacobinismo o de las doctrinas económicas de un rígido laissez faire), lo profesa y practica sin saberlo una buena parte de la población, que cree en la democracia, aprecia la libertad en todas sus manifestaciones, exige tolerancia e igualdad de derechos, sueña con un Estado de derecho y con un Estado eficiente, responsable, acotado y honesto.

México es, en buena medida, liberal, pero el liberalismo mexicano no tiene representación en los partidos, que van a la zaga de la sociedad. Por fortuna, el liberalismo puede encontrar otras vías de participación ciudadana paralelas, aunque no contrarias, a los partidos. Tal vez ésa sea, entre nosotros, su mejor vocación.


Enrique Krauze

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