domingo, abril 28, 2019

 

El ABC de los gobiernos

Desde el ABC de la teoría política hay que empezar para explicar por qué el Presidente se equivoca día a día en sus decires matutinos y en muchas de sus políticas.

 

López Obrador parece creer genuinamente que todos los problemas que enfrenta son nada más producto de políticas "neoliberales" del pasado reciente; no ve, ni acepta, las consecuencias de los errores que ha cometido desde que tomó el poder y no tiene idea de las tareas fundamentales de un Estado eficaz.

 

Desde Sun Tzu, pasando por Maquiavelo, Hobbes y Max Weber, y todos los teóricos que han explicado la construcción de un Estado funcional a partir de un contrato social original, están de acuerdo en que el Estado tiene, desde el principio de la historia, tres obligaciones fundamentales: la responsabilidad de proteger a sus gobernados, la de solucionar los conflictos impartiendo justicia de acuerdo con los mandatos de ley, y la capacidad de recolectar impuestos y redistribuir de manera eficaz los recursos para garantizar el bienestar de todos.

 

Sobre el tema se han escrito bibliotecas. Quien quiera viajar por todo el pensamiento político occidental puede consultar el libro enciclopédico de Alan Ryan ("On Politics").

 

Para un excelente recuento, más breve y escrito desde el (vapuleado) centro-izquierda "Good and Bad Power" de otro escritor inglés, Geoff Mulgan, es inmejorable. Mulgan agrega una cuarta tarea fundamental para un Gobierno eficaz, que, paradójicamente, en lugar de perder relevancia, se ha vuelto aún más importante en esta era de la posverdad: la responsabilidad de promover la verdad y el conocimiento.

 

López Obrador ha fracasado en esas responsabilidades para construir y apuntalar un Estado eficaz, porque no ha asumido que encabeza un Estado débil.

 

Tampoco, que la debilidad del Estado mexicano no es resultado de las políticas de libre mercado de sus antecesores, sino del crecimiento y expansión a lo largo del territorio del País de una constelación de grupos bien organizados de narcotraficantes y delincuentes que roban, toman casetas, extorsionan, secuestran y asesinan con total impunidad.

 

La verdad lo tiene sin cuidado. Ha inventado, como lo han hecho muchos populistas iliberales que han transitado por el siglo 20 y el siglo 21, a enemigos anónimos, imposibles de identificar y de llevar a la justicia. El perfecto chivo expiatorio.

 

Los "conservadores" de López Obrador -que parecen reflejo de los "peligrosos inmigrantes" con los que Trump ha azuzado el supremacismo blanco en Estados Unidos- no existen.

 

El Presidente comparte, de menos con su antecesor inmediato, una imaginación política deficiente, que le ha impedido diseñar una estrategia inteligente y de altos vuelos para cimentar el desarrollo económico (del cual depende el fortalecimiento del Estado benefactor) y para resolver la violencia de narcos y delincuentes con el uso de la violencia legítima.

 

Es un político de muy cortos plazos. (Por eso no le interesa tampoco el conocimiento ni el futuro de los estudiantes que ha dejado en manos de la CNTE, ni de los que no tendrán oportunidad de estudiar en el extranjero, porque desmanteló Conacyt).

 

Pero ha olvidado que la seguridad y la protección de sus gobernados no puede ser cortoplacista. El anhelo de paz no es monopolio de un grupo de ciudadanos "conservadores", como dice el Presidente. Es el cimiento del contrato social entre un Estado y la sociedad que gobierna desde el principio de los tiempos: la garantía de seguridad, orden, paz y prosperidad, a cambio de obediencia a las leyes, lealtad al Estado y pago de impuestos.

 

Como lo hemos comprobado los mexicanos, es difícil exagerar la importancia de un Gobierno fuerte, estable y protector para el bienestar de sus ciudadanos. Por eso, para todos los teóricos políticos, es el cimiento de la legitimidad de un Estado. Eso y no su política clientelar debería ser la primera prioridad del Gobierno. Encontrar una estrategia eficaz para garantizar la paz.

 

Si falla, correrá el riesgo de que su legitimidad quede prendida con alfileres de una retórica matutina hecha de ocurrencias.

 

Isabel Turrent


 

Poder y verdad

El poder como servicio es indeseable. Nunca faltan personas abnegadas que se desviven al servicio de los demás. Pero sus beneficiarios pueden ser desconsiderados, creerse dignos de atención infinita. No tener límites para pedir, cuando descubren que les hacen caso. Pueden esclavizar al que les sirve desinteresadamente. Los padres de familia, maestros, médicos, religiosos, pueden ser explotados vilmente por sus hijos, pupilos, pacientes, feligreses, si se abandonan al deseo de servir.

 

Cuando aceptar el poder es sacrificarse de verdad, los elegibles corren a esconderse, como sucede en Alcaldías paupérrimas. En algunas, hay la costumbre mañosa de no faltar a la asamblea de elección, porque se nombra Alcalde al que no asiste. Si, por alguna afortunada anomalía, alguien tiene ambiciones de poder (cuando el poder no es más que servicio), hay que aplaudirlo, festejarlo y entregarle el poder rápidamente, antes de que se arrepienta.

 

El poder como saber profesional aparece tardíamente. Los guerreros empleaban a los letrados que, estando cerca del poder, llegaron a creerse capaces de gobernar. Confucio y Platón soñaron un Estado racional, dirigido por sabios como ellos.

 

Pero la racionalidad política no es tecnocrática, sino democrática: una conversación entre conciudadanos que deliberan públicamente y finalmente toman una decisión razonada.

 

Los especialistas deben ser escuchados, pero no mandar. En la práctica, los tecnócratas no son Platones ni Confucios. Ni siquiera son los técnicos más conocedores, sino los más políticos. Son especialmente hábiles para ocultar la realidad bajo razonamientos y estadísticas que les dan la razón. Su especialidad no es la administración del ramo equis, sino la administración de la verdad sobre el ramo equis.

 

Tener poder es tener razón. Lo que parece que está mal está bien; y, si algo sale mal, es por causas incontrolables o por culpa de administraciones anteriores (a las que no llaman a cuentas).

 

Eso sí: celebran ruidosamente el futuro de las sabias medidas que están tomando para superar los desastres de las sabias medidas anteriores.

 

El poder como negocio es una tradición lamentable. Pero las denuncias, noticias y escándalos destacan el modus operandi y lucro del abusivo, subestimando lo esencial, que es la mentira.

 

La tecnocracia y el poder como negocio dependen de la buena administración de la verdad. Muchas realidades del poder se mantienen secretas. La demagogia encubre lo que no se quiere publicar.

 

Esta doblez daña también al que la impone. En "La Paz Perpetua", Kant dice que el poder atrofia la razón. Lord Acton dijo algo parecido en una carta: El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.

 

¿De dónde surge la tendencia corruptora del poder? De la doble personalidad. La corrupción sólo puede existir cuando alguien está investido de una representación que lo convierte en otro: una personalidad simbólica, que no necesariamente coincide con sus propios intereses, gustos, deseos, opiniones. El poder empuja al exceso, el crimen, la locura, porque lleva a la confusión de identidades.

 

Lo que Max Weber llamó patrimonialismo (la indistinción entre el erario y el bolsillo de los hombres de Estado) es sólo una de las confusiones posibles. Antes de ser rapiña, irresponsabilidad, injusticia, la corrupción es una impostura. Puede ser mañosa. Puede ser cómica. También puede ser trágica, como en "El Gesticulador" de Rodolfo Usigli: la otra personalidad se apodera del poseso y lo arrastra a creerse lo que no es.

 

La corrupción degrada a los que abusan del poder por el abuso mismo, más que por los beneficios que reciben. Los degrada incluso cuando no se benefician, cuando abusan para salvar el país o la fe, que así destruyen.

 

Solón estableció el derecho de llamar a cuentas a las autoridades: algo bueno para ayudarles a conservar el sentido de la realidad. Montesquieu propuso la división de poderes. Kant, la transparencia del poder. Todos estos principios dicen lo mismo: No te aloques, no eres Dios. Te respetamos como persona y respetamos tu investidura, pero te vamos a ayudar a que no te creas lo que no eres.

 

En los viejos tiempos del PRI, la omnipotencia presidencial y el servilismo llegaron a extremos cómicos. El Presidente era el Creador de todas las cosas y el Verbo Encarnado que las definía en sus propios términos, como en aquel certero chiste. Pregunta a un ayudante obsequioso:

-¿Qué horas son?

 

-¡Las que usted diga!, Señor Presidente.

 

Gabriel Zaid


domingo, abril 07, 2019

 

Antes de que cante un ganso

Al inicio de este siglo, Rusia se encontraba ante una encrucijada. El fin de la Guerra Fría había abierto ingentes oportunidades, pero su proceso de transición -de una economía controlada, centralizada y sin propiedad privada a una de mercado- había sido desastroso.

 

Para 1998 las contradicciones del proceso de privatización y ajuste habían resultado incontenibles, provocando una de esas crisis financieras que los mexicanos habíamos conocido. La resaca llevó al poder a Vladimir Putin, quien con gran habilidad reconcentró el poder y sometió a los llamados oligarcas.

 

Putin restableció la estabilidad económica, ganándose con ello el apoyo popular. Siguieron grandes cambios en su intento por alejar la de su (casi) única fuente de riqueza, el petróleo.

 

Años después, quien fuera su Primer Ministro, Viktor Chernomyrdin, evaluó lo logrado: "Esperábamos lo mejor, pero las cosas resultaron como siempre". ¿Acabará igual la "cuarta transformación"?

 

El punto de partida para el Gobierno de AMLO es que todo lo que se hizo de los 80 para acá está mal. Todo es corrupto, nada sirve y quienes lo condujeron son unos traidores. Los nombres varían, pero la tonada es la misma: el País estaba mejor cuando estaba peor.

 

Un cartel fuera de un restaurante lo resume de manera impecable e implacable: "Estamos peor, pero estamos mejor porque antes estábamos bien, pero era mentira; no como ahora que estamos mal, pero es verdad".

 

El gran plan del Gobierno es fácil de discernir: concentrar el poder, echar para atrás todas las reformas -hasta lo posible- que se avanzaron a partir de 1982 y, con ello, recrear el nirvana que existía en los 70 para, quizá, que el Presidente se pueda reelegir.

 

No es un plan complicado, aunque el manejo político con que se conduce lo aparente. El objetivo es claro y avanza paso a paso.

 

Lo relevante es que una amplia porción de la población está convencida de que el proyecto vale la pena y que el Presidente lo está conduciendo sin conflictos de intereses y sin miramiento.

 

El que la economía vaya de bajada, el consumo se esté estancando (o disminuyendo) y las finanzas públicas puedan experimentar problemas en el futuro mediato a nadie parece importar. La mayoría de la población está hipnotizada, creyendo que es posible lograr lo que uno quiere sin tener que trabajar o construirlo. El Presidente está convencido de que con sólo desearlo se consumará.

 

Si algo camina mal, todo se resuelve o ataja con el ungüento de más transferencias a clientelas y la identificación de culpables en calidad de chivos expiatorios.

 

Dado que los causantes del desastre que evidencia la pujanza de la clase media (y de un país que, con todos sus defectos, avanzaba) son aquellos que tuvieron alguna participación en la función pública en los últimos 30 años, la cantera de potenciales conservadores, fifís y traidores es literalmente infinita.

 

Si a eso se agregan todas las empresas, y sus empleados, que son cada vez más productivas y exitosas, el potencial para identificar a los causantes de ese desastre nacional del que tan orgullosos estamos tantos (y que es el sustento de la economía) es doblemente infinito.

 

No cabe ni la menor duda de que el País padece de muchos males y que la suma de un cambio tecnológico incontenible con una economía global (casi) totalmente integrada hace muy difícil resolver todos los problemas de un tajo.

 

Igual de cierto es que la solución no radica -no es posible- en la concentración del poder o la revitalización del cadáver de Pemex, pues el problema está en el rechazo al futuro que se manifiesta en la incapacidad del gobierno, de éste y todos los anteriores desde hace medio siglo, para llevar a cabo una reforma educativa que privilegie el aprendizaje en la era digital sobre el chantaje sindical.

 

El proyecto político es transparente, pero la diferencia entre los 60 y el presente es que la economía está abierta y eso altera todas las premisas.

 

Dice un querido amigo que en lugar de consensos "el Gobierno privilegia la discordia y la polarización, armas estratégicas en su arsenal de destrucción del presente... Lo que sí seremos en breve -en menos de lo que canta un ganso- es un país menos civilizado, menos desarrollado, más salvaje, más injusto, más polarizado, con más encono y menos deseable".

 

Al día de hoy, más del 70 por ciento de la ciudadanía le da a AMLO el beneficio de la duda. La experiencia del último medio siglo es menos generosa: cuando se rompen los equilibrios fiscales, políticos y de la civilización, las crisis no tardan en llegar.

 

Luis Rubio

www.cidac.org  


 

Nueva biografía del poder

"¿Cómo titulará su libro?", me dijo Octavio Paz una plácida tarde, en su departamento de Paseo de la Reforma. "Aún no lo sé", le respondí. "En México, por desgracia, la psicología presidencial se vuelve destino nacional. Nuestra historia es, ¿cómo decirlo...? Una biografía del poder". "¡Ahí está!", dijimos ambos. Así encontré el título del libro.

 

La edición definitiva en español (Planeta, 2017) engloba bajo ese título tres obras escritas a lo largo de 15 años: "Siglo de Caudillos (sobre el siglo 19), "Biografía del Poder" (sobre los caudillos y jefes revolucionarios) y "La Presidencia Imperial" (sobre los césares mexicanos de 1940 a 1997).

 

No incluí la segunda parte del sexenio de Ernesto Zedillo, que abrió claramente la transición democrática en México. Tampoco los sexenios de Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto porque, con todos sus errores (que fueron inmensos), el poder que acumularon esos Presidentes no fue absoluto. Por ello, no podía hablarse ya de una "biografía del poder".

 

En el epílogo a esa edición comparaba los últimos 20 años con la era del PRI, que creía superada. Recojo algunos puntos: "En el México de la Presidencia imperial, el Presidente tenía inmensos poderes (políticos, económicos, militares, diplomáticos) que detentaba constitucionalmente.

 

"Los poderes formales (Congreso, Suprema Corte, los Gobernadores, los Presidentes Municipales) dependían del Presidente.

 

"Los burócratas, buena parte de los obreros sindicalizados y las uniones campesinas congregadas en el PRI se subordinaban al Presidente.

 

"Los empresarios y la Iglesia seguían las directrices del presidente. Las empresas descentralizadas y paraestatales obedecían los lineamientos del Presidente. La Hacienda Pública y el Banco de México se manejaban discrecionalmente desde Los Pinos.

 

"Los medios de comunicación masiva eran soldados del Presidente. Sólo algunos periódicos, revistas y casas editoriales eran independientes".

 

¿Cuál es la situación actual? Si bien la independencia del Banco de México se sostiene, lo mismo que la frágil autonomía de la Suprema Corte, con uno que otro matiz, la vuelta al pasado es casi completa.

 

A continuación señalaba: "México ha cambiado porque adoptó los valores y principios de la democracia liberal. La Presidencia Imperial ha desaparecido. El Presidente sólo puede hacer uso (bueno o malo) de sus poderes constitucionales. Hay genuina división de poderes: el Congreso es independiente y la Suprema Corte es autónoma.

 

"El Federalismo se ha vuelto real: los Gobernadores son sus propios dueños y, si hacen un uso 'imperial', corrupto e impune de su poder local, corren el riesgo (que no ocurría antes) de que la prensa los denuncie y la justicia los llame a cuentas.

 

"Los grupos empresariales gozan de una autonomía que no tenían entonces, la Iglesia actúa sin ataduras, lo mismo que los medios masivos".

 

¿Cuál es la situación actual? El marco republicano y federal se ha desdibujado tanto como la autonomía de los grupos u organizaciones. Con un agravante: en el siglo 20 los Presidentes no eran dueños de su partido ni actuaban como caudillos. López Obrador es dueño de Morena y apela a un liderazgo carismático.

 

En aquel epílogo (que releo con nostalgia) agregaba: "Ahora un instituto ciudadano autónomo (no el Gobierno) maneja las elecciones. Más de un millón de personas intervienen en el conteo y la supervisión del proceso. La Oposición es mayoritaria. La ejercen el PAN, Morena, el PRD y otros partidos. Y la ejercen revistas, periódicos, estaciones de radio, comunicadores, periodistas, académicos, intelectuales, grupos de la sociedad civil y las redes sociales, ese ejército creciente, multitudinario, anárquico, muchas veces intolerante, que sin embargo sirve a la libertad.

 

"Y ya no sólo la Oposición se ha vuelto cosa de todos los días: también la crítica, que está en todas las conversaciones y es elemento esencial de cualquier democracia".

 

¿Cuál es la situación actual? El Instituto Nacional Electoral se mantiene, lo mismo que ciertas instituciones, medios y voces independientes. En las redes hay una creciente presencia crítica. Pero todos están en la mira del poder -de sus redes y medios-, que actúa como una Santa Inquisición. La libertad, ese valor absoluto, está amenazada.

 

Finalmente, advertía el peligro de entregar nuestro destino a una persona, dotándola de un poder absoluto. El desenlace ocurrió. En las urnas, el ciudadano decidió contra sí mismo. Vivimos una nueva biografía del poder.

 

Enrique Krauze


sábado, abril 06, 2019

 

Autocracia

Lamentable y preocupante el desenlace de la muy controvertida historia de la Comisión Reguladora de Energía (CRE), aunque nada sorpresivo.

 

Todas las señales apuntaban desde el principio a una simulación, a una designación de incondicionales del Presidente Andrés Manuel López Obrador, que siempre desestimó criterios profesionales y técnicos y la opinión de los Senadores.

 

Como era de esperarse, luego de que no se obtuvo la mayoría calificada para votar los perfiles enviados por el representante del Ejecutivo federal, el Presidente designó a sus cuatro comisionados, por los que desde el principio apostó Morena, por órdenes de su jefe máximo.

 

Es cierto que hay procesos de amparo ante la maniobra de López Obrador promovidos desde el Senado, pero la historia parece haberse consumado, con graves consecuencias para el sector energético, pero también causando un daño muy grande a la vida democrática, al respeto a los Poderes, a los órganos autónomos, y en general a las instituciones del País.

 

El perfil de los designados por el Presidente no requiere mayor explicación. Simplemente son personas que no tienen los conocimientos, la capacidad y la experiencia para desempañar la responsabilidad que se les ha confiado. Por momentos parece que estamos ante una película cómica, en la que caben toda clase de disparates, pero el problema es que es una realidad, misma que en verdad ofende a la inteligencia.

 

El hecho en sí mismo es muy grave, como lo es el discurso con el que López Obrador justifica el secuestro que ha hecho de la CRE. "La verdad es revolucionaria y transformadora y la mentira es conservadora", dijo, y agregó que valora mucho que en el Senado haya existido discrepancia con su propuesta, y en contraste con la ignorancia exhibida por sus "gallos", ratifica que son profesionales y capaces, pero sobre todo gente honrada, no achichincles.

 

Fiel a su afán de promover la división y encono entre los mexicanos, el Presidente mencionó que no se requiere ser egresado de una universidad de prestigio para convertirse en alguien capaz, lo que en estricto sentido es cierto, pero en su narrativa lo que pretende es seguir alimentando el resentimiento social, estigmatizando como fifí y conservador a todo aquel que cuestiona sus decisiones.

 

Desde una lectura política, lo ocurrido en torno a la CRE significa premiar la incondicionalidad y buscar tener control absoluto de todas las ramificaciones del poder, a todos los niveles, pero el proceder del Presidente trasciende el pragmatismo político, y responde más bien a la lógica de un "iluminado" que asume que la realidad se construye a partir de lo que existe en su cabeza.

 

A López Obrador no le importan las valoraciones técnicas, los indicadores objetivos, la opinión de las calificadoras, la reacción de los mercados, la opinión de los especialistas, el consejo de sus asesores y la creciente crítica a sus planteamientos en el ámbito internacional.

 

No le importa la realidad misma, él piensa que la construye, no le importan las leyes, sino que él convierte en leyes sus propias decisiones; no dialoga, sino que escenifica un monólogo permanente basado en un guion escrito por él mismo; no gobierna, impone una nueva religión política; no actúa con principios éticos, sino que construye su propia "moral", y como un juez todopoderoso, define quién es bueno y quién es malo, y asume que los malos dejarán de serlo por decreto.

 

Lo de la CRE es sólo una muestra más de la ruta del deterioro de las instituciones que se avecina, consecuencia de un mesianismo autoritario que va en aumento, con un enorme poder, y realmente sin contrapesos.

 

Estamos en un escenario muy crítico en el que se mezclan ignorancia, soberbia y arrogancia. Cada vez dependemos más de la decisión de un solo hombre, que ha impuesto e impondrá su voluntad sin matices, aunque lo anterior contravenga incluso la realidad.

 

Guillermo Velasco Barrera

 


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