jueves, diciembre 13, 2012

 

Refresquémosla

"Culpable no es el que comete el pecado, sino el que causa la oscuridad". Victor Hugo

Una de las peores consecuencias del mundo de privilegios en que viven los políticos mexicanos es la facilidad con la que toman medidas que dañan a los grupos más marginados de la sociedad. Uno de los ejemplos más recientes es la iniciativa de la Senadora panista Marcela Torres Peimbert que busca imponer un impuesto especial de 20 por ciento a los refrescos, el cual se sumaría al 16 por ciento de IVA que actualmente pagan. Al piramidar los dos impuestos, el gravamen total alcanza el 39 por ciento.

La Senadora panista, quien tiene asegurado un empleo bien pagado y sin demasiadas exigencias para los próximos seis años, dice que no quiere dañar a la industria refresquera o provocar la pérdida de empleos, sino combatir el sobrepeso y la obesidad en los niños. Pero ella misma señala que el impuesto busca disminuir el consumo en 26 por ciento.

La industria de los refrescos genera 135 mil empleos directos y un millón de indirectos. Sólo alguien que no entienda cómo funciona la economía puede pensar que una disminución de 26 por ciento en el consumo podría lograrse sin destruir decenas de miles de empleos.

La medida que promueve Torres Peimbert, apoyada por un grupo de legisladores del PRD, es injusta porque se concentra solamente en uno de los múltiples factores que provocan sobrepeso u obesidad. No servirá para realmente reducir estas condiciones, pero sí para castigar a una industria establecida y que paga impuestos. No se preocupa por las verdaderas raíces del problema o por las actividades de la creciente economía informal. La iniciativa gravaría los refrescos, pero no las gorditas, las garnachas, los taquitos y demás alimentos que producen obesidad, pero que se manejan en buena medida en puestos ambulantes.

La experiencia con los impuestos excesivos al "pecado" es bastante mala. El gravamen especial a las bebidas alcohólicas ha generado una enorme industria ilegal que genera riesgos a la salud en lugar de disminuirlos. Una de las razones por las que la industria del vino mexicano no ha logrado repuntar, a pesar del incremento evidente de su calidad, es la fuerte carga fiscal que le han puesto los legisladores. Debido a los impuestos, una botella de vino mexicano cuesta más en la Ciudad de México que en Estados Unidos.

Otras disposiciones moralistas, como la prohibición de vender cigarrillos individuales, simplemente han afectado a las tiendas formales. En cualquier puesto ambulante usted podrá encontrar cigarrillos individuales... que se venden incluso a menores de edad.

Los políticos miopes no quieren darse cuenta que una de las razones por las que el consumo de refrescos en México es tan alto es porque estas bebidas han sido una opción ante la provisión insalubre de agua en buena parte del País. Nadie ha calculado el incremento en las enfermedades gastrointestinales que podría generarse si efectivamente se eleva el precio de los refrescos para que los más pobres ya no los puedan comprar.

Si los legisladores realmente quisieran combatir el sobrepeso entre los niños buscarían atacar las causas del problema y no las consecuencias. El principal instrumento para ello es la educación. Los niños deben conocer las virtudes y defectos de los productos que consumen. Deben estar conscientes también de los beneficios de la actividad física. Es indispensable contar con parques e instalaciones donde puedan practicar deportes.

Pero cobrar un impuesto excesivo a un producto que no es más que una parte pequeña del problema es no querer solucionar el problema de verdad.

Encontrar dinero
Los Diputados "encontraron" 25 mil millones de pesos "adicionales" para el presupuesto de 2013. ¿Cómo? Aumentaron el cálculo del precio del petróleo y supusieron que el SAT podrá mejorar su cobranza más de lo que el mismo SAT prevé. Este "nuevo dinero" les permitirá a los Diputados aumentar el gasto para sus programas favoritos.

Sergio Sarmiento
www.sergiosarmiento.com

domingo, diciembre 09, 2012

 

La politización de todas las cosas

"Politizar" es una palabra relativamente nueva en castellano. No aparece en el Diccionario de la Real Academia Española (edición de 1970). Significa al menos tres cosas: una concentración excesiva en la política a expensas de las diversas zonas de la realidad, una concentración excesiva en los aspectos más superficiales de la propia política, y la primera acepción que consigna el mismo diccionario, en su edición vigente: "Dar orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas que, corrientemente, no lo tienen".

El uso primero es evidente en la prensa, los medios y las redes. Después de un siglo en que la política fue el coto privado de los políticos, es natural que lleve años ocupando amplios espacios de la atención nacional. Frente a la política, se desvanecen las otras esferas de la vida: los problemas sociales, los temas de la salud y la enfermedad, la ecología y la naturaleza, las cuestiones de religión y fe, las manifestaciones del arte, las letras y el pensamiento, las finanzas y los negocios, las iniciativas ciudadanas, la ciencia y la tecnología, las migraciones, el mundo exterior... casi todo salvo el deporte y la "cultura del espectáculo". El fenómeno empobrece a quienes lo ejercen y lo consumen: día con día hay hechos ajenos a la política, más importantes, influyentes o trascendentes que los hechos políticos.

Una derivada de esta politización puede hallarse en las columnas y comentarios menudos que siguen los gestos, los rumores, los chismes y -sobre todo- las declaraciones de los políticos de todos los niveles. Es casi un deporte en el que se pierde el contexto social, la perspectiva histórica, la discusión de ideas, la valoración ética, el análisis lógico. En una palabra, el estudio de fondo -estructurado, fundamentado, estadístico, comparativo- de la política. En esa variante de la politización, la opinión desplaza al hecho, la ocurrencia al análisis, la política permanece en la espuma de los días, la politización se disuelve en politiquería.

El tercer significado es más interesante y complejo. El propio Diccionario lo recoge en una segunda acepción: "Inculcar a alguien una formación o conciencia política". Se trata de un uso positivo, por ejemplo en el caso de una sociedad apática o inconsciente de sus derechos. Politizarla es contribuir a su autonomía y madurez. Pero el uso puede tener también una cara negativa. Ocurre cuando se da una "orientación y contenido político a acciones, pensamientos o personas" cuya naturaleza es, o debería ser, esencialmente ajena a la política.

Entendida así, la politización es un fenómeno antiguo. En la historiografía inglesa, por ejemplo, se practicó por mucho tiempo la llamada interpretación Whig, que leía los hechos históricos bajo los patrones y valores políticos que favorecían la larga permanencia del partido Whig. En la historia mexicana (tanto la liberal como la conservadora y la revolucionaria) hay buenos ejemplos de este uso distorsionado del saber para legitimar al poder.

En la esfera de la cultura, la politización puede desembocar en lo que Jean Paul Sartre llamó "la militarización de la cultura". A un libro, una obra de arte, un descubrimiento científico o un producto cultural de cualquier índole, no se le juzga -si se le juzga- por su calidad o su valor intrínseco, sino por la real o supuesta filiación política de sus creadores. Si es "amigo", la obra es "buena"; si es "enemigo", la obra es "mala" o, finalmente, no existe. Con la "politización de todas las cosas" se pierde el sentido mismo de la creación y el saber. Por eso preocupa tanto que cunda en medios universitarios.

Una forma particularmente insidiosa y obsesiva de esta politización es la teoría conspiratoria. Quienes incurren en ella no preguntan sobre la verdad objetiva de los hechos, sino por el "poder" que adivinan o imaginan -sin probarlo nunca- "detrás" de ellos. El poder elevado a categoría explicativa absoluta. No abundaré sobre esta patología intelectual y moral, tan presente en la retórica populista latinoamericana de estos años.

La politización de todas las cosas ha tenido efectos devastadores sobre las relaciones personales. En su tratado de la amistad, Cicerón apunta que la política es causa fundamental de la discordia entre amigos. En el México de estos años, la politización extrema (esa forma intolerante de acercarse a la política o de practicarla) no sólo ha sembrado división entre amigos, sino entre hermanos. Familias enteras comienzan a considerar, apenas ahora, los costos del encono ideológico.

Criticar la politización de todas las cosas no significa llamar a la despolitización. No se trata de dejar la política sólo en manos de los políticos. Mucho menos ahora que el PRI ha vuelto al poder. Se trata de alentar la buena politización ciudadana (participativa, matizada, informada, inteligente, alerta) y desalentar la mala politización (ideologizada, fanática, trivial). Se trata de enriquecer la vida política elevando la calidad del análisis político, del debate político y la crítica política. La "politización de todas las cosas" no contribuye a ese enriquecimiento. Paradójicamente, por la confusión intelectual que implica, contribuye a la despolitización.

Por lo demás, la democracia no requiere que empeñemos todo el tiempo -desayuno, comida y cena- en la política. Un buen propósito para el 2013 sería devolver su riqueza y diversidad a la vida nacional. Cuando no todas las primeras planas sean políticas, cuando las distintas esferas de la vida alcancen las primeras planas, tendremos la certeza de vivir en una sociedad mejor.
 
Enrique Krauze

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