viernes, enero 19, 2007

 

La reforma fiscal o el idioma de Babel

Aunque se ha desatado el optimismo por la posible reforma fiscal, creo que todavía hay muchas razones para ser escéptico.

El lunes por la noche, los coordinadores parlamentarios del PRI, PAN y PRD se reunieron con el Secretario de Hacienda para empezar el camino hacia la reforma fiscal que presuntamente debe quedar lista en el primer semestre del año.

Aquí le hemos hablado varias veces de que Agustín Carstens es mil veces mejor negociador que el ex Secretario Gil Díaz y que ese solo hecho incrementa la posibilidad de que la reforma salga adelante.

Pero también debe reconocerse que los primeros indicios hacen pensar que el camino va a estar lleno de piedritas y... de rocas, y que no va a ser suficiente la habilidad negociadora de Carstens.

De acuerdo con lo que trascendió de la reunión referida, otra vez se quiere hacer una revisión integral del sistema tributario mexicano y se quiere resucitar parte de lo que se fraguó en ese gran circo que se llamó "Convención Nacional Hacendaria".

Pero también se pondrán sobre la mesa los temas de la elusión, la evasión, la economía informal, la competitividad, la simplicidad, el trato discriminatorio, los impuestos locales y la mayor recaudación. Nada más para abrir boca.

Si la pretensión es reinventar el sistema tributario mexicano, le apuesto a que al final de este año vamos a estar explicando por qué falló nuevamente "la reforma fiscal integral".

La posición del Ejecutivo es que van a dejar que las iniciativas se gesten en los propios legisladores y sólo van a ayudar a dar coherencia a las propuestas.

Si le habla de reforma fiscal a la Secretaría de Hacienda, sin embargo, lo que no puede estar ausente es el incremento de la captación de impuestos. Se haga lo que se haga, para el gobierno la reforma fiscal va a tener sentido si lleva más dinero a las arcas públicas, pues se visualiza el riesgo de déficit a la vuelta de unos cuantos años.

Si le pregunta a los gobernadores o secretarios de finanzas de los Estados, le van a decir que la reforma fiscal es pertinente, siempre y cuando aumenten las transferencias de recursos a los estados y municipios.

Si es a los líderes empresariales a quienes les pregunta, le van a responder que la única forma de entender la reforma fiscal es poniendo en México impuestos más competitivos, simplificando el pago y dando seguridad jurídica.

Si es a los profesionistas independientes, lo que van a demandar es que los esquemas de deducciones fiscales de México se parezcan a los de Estados Unidos, ya que nos queremos parecer a ellos en otras cosas.

Si le pregunta a los contribuyentes cautivos, le van a decir que la reforma lo que requiere es meter en cintura a los informales que usan los servicios públicos pero no contribuyen a su financiamiento.

Si el cuestionamiento es a los asalariados de clase media que pagan tasas hasta del 20 por ciento o más, entonces van a decir que lo que se requiere es que bajen las tasas de impuestos tan elevadas que merman su quincena.

Cada sector entiende de manera diferente el significado de la reforma fiscal y siempre hay el riesgo de que a la hora de entrar en los detalles y dejar de lado los grandes propósitos, la discusión se convierta en un laberinto del cual no hay manera de salir... o en una Torre de Babel.

Si en el plazo de las próximas semanas no se define un mínimo común denominador entre los diferentes sectores, aunque el resultado no implique la gran reforma, sino algunos cambios que le den orden al sistema, entonces lo más probable es que de nuevo nos atoremos.

Hay algunos elementos que pueden formar parte de ese denominador común.

Muy pocos pueden estar en contra de simplificar el pago de impuestos. Quizá se opongan algunos contadores que viven de las complicaciones de los contribuyentes o algunos funcionarios que han encontrado en la complejidad de los impuestos su razón de ser o que hacen en ella su agosto. Pero la mayoría va a estar a favor.

Son pocos los que podrían estar en contra de que haya más contribuyentes. Bueno, toda la economía informal estaría en contra de pagar, pero me parece que no habría que preguntarles su opinión, sino diseñar castigos fuertes para quienes no paguen e incentivos buenos para quienes lo hagan.

La mayoría también estará a favor de que el manejo de los impuestos sea más transparente. Y, si en este caso algunos funcionarios se oponen, pues tampoco a ellos habría que preguntarles su opinión.

Que los estados dependan menos de la federación y se hagan cargo en mayor grado de sus propios ingresos no debe ser tampoco un tema que encuentre demasiada oposición.

Con que hubiera reformas sustantivas y no cosméticas en los puntos anteriores, tendríamos una verdadera revolución fiscal.

Ojalá me equivoque, pero creo que vamos camino a Babel.

Enrique Quintana, El Norte, 18 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com

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Ojalá en ésta ocasión no ganen los populistas y si se logre una reforma fiscal integral. Los populistas son buenos para exigir que todo este subsidiado, que se aumenten los salarios, que el gobierno "invierta" más en gasto social, etc. Pero son ellos quienes se han opuesto a una reforma fiscal que podría darle recursos al Estado para precisamente tener mayor gasto social. Tiene que ser una reforma fiscal que promueva la generación de la riqueza, mayor inversión productiva. Si le aumentan los impuestos a los ricos, bajo la consigna de Robin Hood, lo único que se causará será mayor pobreza. Los ricos dejarán de invertir, se llevarán su dinero a otro país (TELMEX, CEMEX, Bimbo, Maseca, Femsa, y un largo etcétera) y seguiremos igual. El mejor impuesto que se les puede cobrar a los dueños del capital es por medio de los salarios de sus trabajadores, es decir, al crear empleos, generar valor agregado, los ricos ponen a trabajar su capital y la pobreza disminuye. ¿Lo entenderán los populistas?

Dany Osiel Portales Castro


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