lunes, marzo 03, 2008
Sobre el sectarismo
Por años, el país ha sufrido un embate de envenenamientos. Muchos han contribuido a la intoxicación. Resulta difícil rastrear los orígenes de este aire viciado, pero podría ubicarse en la Presidencia de Fox su impulso más decidido. Carente de proyecto, el panista se empeñó en hacer política desde y para el resentimiento. Su herencia fue un país detenido por un cruce de hostilidades. El Gobierno calderonista tendrá vicios importantes, pero no continúa el tren de inquinas. No se aprecia un decidido empuje reformista, pero el Gobierno federal ha dejado de ser fuente de provocaciones. Donde se percibe esa infusión de veneno es en la izquierda sectaria.
Ése puede ser uno de los efectos más lamentables de la elección del 2006: una izquierda que caminaba hacia la institucionalización adoptó desde entonces el rumbo del sectarismo. La batalla que hoy se libra dentro del PRD, la manera en que se encara el debate sobre una reforma energética expresa el fogoso resurgimiento de esa convicción política.
Tras las elecciones, el grupo más cercano a Andrés Manuel López Obrador adoptó una política que bien puede describirse como sectaria. El golpe que sufrieron fue severísimo y, sobre todo, inesperado. Estaban ya celebrado su victoria cuando el electorado aguafiestas les echó a perder el baile. La sobrevivencia de ese grupo incapaz de la autocrítica consistió en una fuga religiosa. Los ingredientes místicos del discurso lópezobradorista han estado siempre a la vista, pero después del revés electoral, ese componente se desenrolló a punto de devorar cualquier otro elemento.
Como cabeza de secta, López Obrador ha sido capaz de mantener la intensidad de sus respaldos más radicales y amenazar de manera creíble a sus enemigos de dentro y de fuera. A pesar de que su discurso haya perdido todo anclaje de realidad, ese sectarismo no es ninguna locura. Lo mantiene en el centro de la atención pública, con mando férreo sobre sus incondicionales y con significativo poder de intimidación.
El número más reciente de la revista Dissent incluye una reflexión muy pertinente sobre la tentación sectaria. Avishai Margalit, autor de una sugerente apuesta por la decencia -no como cuidado de las buenas maneras, sino como el deber de tratar a todo hombre como ser humano y no como una cosa o un animal- recuerda que Irving Howe le advirtió alguna vez que nunca cayera en el sectarismo. Formar una secta era abandonar la política y entregarse a una visión religiosa de la causa; era preparar la guerra y perder sentido de realidad.
Margalit piensa que nuestra imagen de la política está marcada por dos dibujos contrastantes. El primero retrata a la política como un mercado: el sitio donde se compran y venden servicios. Ahí todo es sustituible, nada es valioso en sí mismo. Todo puede ser negociado y puesto a subasta. El segundo trazo pinta la política como territorio sagrado. En la política se trata con lo divino y, en consecuencia, con aquello que no puede ser negociado. Lo sagrado no puede dividirse y, por lo tanto, no puede ser objeto de transacción. La imagen de la política como ámbito religioso enciende el dramatismo de la acción: para defender a los santos habrá que estar preparados para el sacrificio y el combate.
El sectarismo implica un rechazo a lo negociable: la política es religión y sólo religión. Por ello el sectario está convencido de que cualquier acuerdo está podrido. No hay pacto que valga porque cualquier negociación supone un desgaste de lo divino. Quienes sugieren negociar recomiendan la traición: son vendidos que han dejado de pertenecer a los nuestros. Margalit encuentra varias notas distintivas del temperamento sectario. Una de ellas es su desprecio por el número y el dato. La secta no busca ensancharse, lo que anhela es conservar la pureza absoluta de todos sus miembros. Que no quepa duda de que cada uno de los miembros de la secta es un puro, un sectario auténtico y orgulloso en quien no aparece ni el más leve soplido de duda.
La secta lanza a sus miembros constantes pruebas de lealtad. Todos los días hay que demostrar fidelidad a la causa. Cualquier diferencia, por mínima y absurda que parezca al extraño, se convierte en diploma de pertenencia o en razón de excomunión. Siempre en guardia, la secta tiende a escindirse, a separar lo distinto y a expulsar aquello que pudiera parecer peligroso. De ahí que su metabolismo reclame purgas y divisiones. De ahí que, para el sectario, el debate sea un terreno minado.
El ámbito de lo indiscutible es inmenso. Todos los miembros del grupo saben bien que hay una larga lista de temas que no pueden ser abordados, que hay otra lista de personas con quienes jamás se puede entrar en contacto y que, en consecuencia, la tarea consiste en repetir las confiables cantaletas de la identidad. En ese mundo clausurado a la discusión, el examen de la realidad ha sido definitivamente proscrito.
La izquierda sectaria quiere declararle guerra al país. México está partido en dos: uno es el México de los patriotas; el otro es el antiMéxico de los traidores. Quienes duden de esta división son ya parte de la conjura contra la patria. No es necesario hacer sumas, ni disponerse al estudio de los problemas por muy técnicos que puedan parecer. Es pecado la simple sugerencia de una posible negociación para una mínima reforma. Dicen que quien negocia se prostituye. Se encargan de fomentar odios y purgas adentro de sus filas, enfatizando que la verdadera política no admite más que a los puros. Estamos en tiempos de definición, dicen los sectarios: se está con México o se está con lo intereses extranjeros. Punto. Y si hay que quemar al país para purificarlo, adelante.
Jesús Silva-Herzog Márquez
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com
Ése puede ser uno de los efectos más lamentables de la elección del 2006: una izquierda que caminaba hacia la institucionalización adoptó desde entonces el rumbo del sectarismo. La batalla que hoy se libra dentro del PRD, la manera en que se encara el debate sobre una reforma energética expresa el fogoso resurgimiento de esa convicción política.
Tras las elecciones, el grupo más cercano a Andrés Manuel López Obrador adoptó una política que bien puede describirse como sectaria. El golpe que sufrieron fue severísimo y, sobre todo, inesperado. Estaban ya celebrado su victoria cuando el electorado aguafiestas les echó a perder el baile. La sobrevivencia de ese grupo incapaz de la autocrítica consistió en una fuga religiosa. Los ingredientes místicos del discurso lópezobradorista han estado siempre a la vista, pero después del revés electoral, ese componente se desenrolló a punto de devorar cualquier otro elemento.
Como cabeza de secta, López Obrador ha sido capaz de mantener la intensidad de sus respaldos más radicales y amenazar de manera creíble a sus enemigos de dentro y de fuera. A pesar de que su discurso haya perdido todo anclaje de realidad, ese sectarismo no es ninguna locura. Lo mantiene en el centro de la atención pública, con mando férreo sobre sus incondicionales y con significativo poder de intimidación.
El número más reciente de la revista Dissent incluye una reflexión muy pertinente sobre la tentación sectaria. Avishai Margalit, autor de una sugerente apuesta por la decencia -no como cuidado de las buenas maneras, sino como el deber de tratar a todo hombre como ser humano y no como una cosa o un animal- recuerda que Irving Howe le advirtió alguna vez que nunca cayera en el sectarismo. Formar una secta era abandonar la política y entregarse a una visión religiosa de la causa; era preparar la guerra y perder sentido de realidad.
Margalit piensa que nuestra imagen de la política está marcada por dos dibujos contrastantes. El primero retrata a la política como un mercado: el sitio donde se compran y venden servicios. Ahí todo es sustituible, nada es valioso en sí mismo. Todo puede ser negociado y puesto a subasta. El segundo trazo pinta la política como territorio sagrado. En la política se trata con lo divino y, en consecuencia, con aquello que no puede ser negociado. Lo sagrado no puede dividirse y, por lo tanto, no puede ser objeto de transacción. La imagen de la política como ámbito religioso enciende el dramatismo de la acción: para defender a los santos habrá que estar preparados para el sacrificio y el combate.
El sectarismo implica un rechazo a lo negociable: la política es religión y sólo religión. Por ello el sectario está convencido de que cualquier acuerdo está podrido. No hay pacto que valga porque cualquier negociación supone un desgaste de lo divino. Quienes sugieren negociar recomiendan la traición: son vendidos que han dejado de pertenecer a los nuestros. Margalit encuentra varias notas distintivas del temperamento sectario. Una de ellas es su desprecio por el número y el dato. La secta no busca ensancharse, lo que anhela es conservar la pureza absoluta de todos sus miembros. Que no quepa duda de que cada uno de los miembros de la secta es un puro, un sectario auténtico y orgulloso en quien no aparece ni el más leve soplido de duda.
La secta lanza a sus miembros constantes pruebas de lealtad. Todos los días hay que demostrar fidelidad a la causa. Cualquier diferencia, por mínima y absurda que parezca al extraño, se convierte en diploma de pertenencia o en razón de excomunión. Siempre en guardia, la secta tiende a escindirse, a separar lo distinto y a expulsar aquello que pudiera parecer peligroso. De ahí que su metabolismo reclame purgas y divisiones. De ahí que, para el sectario, el debate sea un terreno minado.
El ámbito de lo indiscutible es inmenso. Todos los miembros del grupo saben bien que hay una larga lista de temas que no pueden ser abordados, que hay otra lista de personas con quienes jamás se puede entrar en contacto y que, en consecuencia, la tarea consiste en repetir las confiables cantaletas de la identidad. En ese mundo clausurado a la discusión, el examen de la realidad ha sido definitivamente proscrito.
La izquierda sectaria quiere declararle guerra al país. México está partido en dos: uno es el México de los patriotas; el otro es el antiMéxico de los traidores. Quienes duden de esta división son ya parte de la conjura contra la patria. No es necesario hacer sumas, ni disponerse al estudio de los problemas por muy técnicos que puedan parecer. Es pecado la simple sugerencia de una posible negociación para una mínima reforma. Dicen que quien negocia se prostituye. Se encargan de fomentar odios y purgas adentro de sus filas, enfatizando que la verdadera política no admite más que a los puros. Estamos en tiempos de definición, dicen los sectarios: se está con México o se está con lo intereses extranjeros. Punto. Y si hay que quemar al país para purificarlo, adelante.
Jesús Silva-Herzog Márquez
http://blogjesussilvaherzogm.typepad.com
Etiquetas: AMLO, demagogia, fanatismo, fascismo, Fox, izquierda, mesianismo, populismo, PRD, sectarismo
Comments:
<< Home
Haciendo un severo analisis, sin tomar partido, muy dificil de encontrar en estos dias de periodismo militante, la disyuntiva entre la Biblia de los Radicales (La Jornada) y el Expiatorio de los Modositos (El Universal y otros) no basta.
Agudo en mi analisis y seguro en mi sintesis:
Creo que AMLO no es o se siente mesiánico, el que ''va a purificar la vida nacional y traer la redencion a los abnegados'' (como muchos de sus contras lo describen), si no mas bien lo contrario: no poca gente cree que LO, es el que va a traer la redencion y toda esa cantaleta de buenos deseos (como muchos de sus contras lo describen).
Y LO, como agudo observador y con el colmillo largo pues toma ventaja, se para sobre y se mueve alrededor de esa premisa. Y le doy la razon pues: ¿Que clase de grandísimo (pero grandísimo) imbécil no tomaria ventaja de ello?
¿Tu?, ¿yo?
Publicar un comentario
Agudo en mi analisis y seguro en mi sintesis:
Creo que AMLO no es o se siente mesiánico, el que ''va a purificar la vida nacional y traer la redencion a los abnegados'' (como muchos de sus contras lo describen), si no mas bien lo contrario: no poca gente cree que LO, es el que va a traer la redencion y toda esa cantaleta de buenos deseos (como muchos de sus contras lo describen).
Y LO, como agudo observador y con el colmillo largo pues toma ventaja, se para sobre y se mueve alrededor de esa premisa. Y le doy la razon pues: ¿Que clase de grandísimo (pero grandísimo) imbécil no tomaria ventaja de ello?
¿Tu?, ¿yo?
<< Home