sábado, julio 14, 2007

 

Coincidencias

El enemigo de mi enemigo es mi amigo, reza un proverbio árabe. Y en efecto, las alianzas en política se tejen no sólo por convergencias, sino también por animadversiones. Mao Tse Tung establecía diferencias entre las contradicciones fundamentales (burguesía vs. proletariado) y las principales (imperialismo vs. fuerzas nacionalistas).

En las luchas de liberación nacional podían y debían coincidir los polos opuestos. La burguesía nacional, las clases medias, los campesinos y los obreros contra las fuerzas colonialistas. Los frentes populares que impulsaron los comunistas, después de la ruptura del pacto Stalin-Hitler, respondían a una lógica similar. Con tal de detener el avance del nazismo todo se valía, incluso un entendimiento con las potencias imperialistas (Estados Unidos y Gran Bretaña).

La tesis viene a colación por las coincidencias que hoy se están produciendo en México. El comunicado en que el Ejército Popular Revolucionario (EPR) asume la responsabilidad de los ataques contra Pemex contiene la siguiente frase: "la campaña nacional de hostigamiento contra los intereses de la oligarquía y de este gobierno ilegítimo ha sido puesta en marcha".

Dos meses antes, el EPR señalaba -en otro comunicado fechado en Chiapas- que "con la imposición fraudulenta de Calderón y el apuntalamiento de este gobierno ilegítimo por las fuerzas represivas, el país está viviendo un capítulo oscuro donde se pretende imponer una dictadura policiaco-militar". Los términos claves en ambos comunicados son: oligarquía, gobierno ilegítimo e imposición fraudulenta.

Ninguno de ellos forma parte de la retórica tradicional del EPR. La guerrilla jamás había puesto el énfasis en la imposición fraudulenta porque la vía electoral le parece en sí misma condenable. La crítica contra la izquierda reformista se centra justamente en que se apega ingenuamente o de mala fe a la legalidad burguesa.

Desde una perspectiva radical, importa poco si un gobierno burgués fue electo ilegalmente. Fox no era mejor o peor que Calderón. Ambos representan los intereses de la clase dominante. Por eso sorprende, también, el uso del término "oligarquía". Su sola mención indica que el enemigo a vencer son unos pocos y no la clase dominante en su conjunto. Extraña coincidencia, pero cierta: mafia (oligarquía), gobierno ilegítimo e imposición fraudulenta eran referentes del "Rayito de esperanza" y de nadie más.

En el seno del Partido de la Revolución Democrática también están ocurriendo cambios. Camilo Valenzuela, presidente del Consejo Nacional del PRD, presentó recientemente un documento para su discusión. La tesis central es que el fraude del 2 de julio canceló la vía electoral como opción de lucha, toda vez que en los nuevos comicios se pueden repetir los ilícitos.

La apuesta, en consecuencia, debe ser por la movilización y la consolidación de las organizaciones sociales. La idea de Valenzuela es sin duda radical y se explica por su biografía política. Se trata, al fin, de un ex militante de la guerrilla de los 70.

Pero ésa, en realidad, es sólo una parte de la explicación. La otra parte, la más importante, tiene que ver con López Obrador. Su insistencia en que hubo fraude, el desconocimiento del Gobierno de Calderón, su condena de las instituciones, su autodesignación como presidente legítimo, han generado una radicalización en amplios sectores del perredismo. El último manotazo lo dio el domingo 1 de julio en el Zócalo: "Cero, lo repito, cero negociación con quienes sostienen una política contraria al pueblo y entregan la soberanía nacional al extranjero... Nosotros estamos por hacer una nueva política, nada de negociaciones con la derecha, que lo deshumaniza todo".

El tiro, finalmente, le salió por la culata. Inmediatamente se levantaron voces contra la línea que pretendía imponer y, luego, el Consejo Nacional del PRD instruyó a sus legisladores para que entraran en las negociaciones de la reforma fiscal. Peor imposible. Pero más allá del ridículo en que quedó AMLO, lo que se percibe es una polarización. La elección de los mil 100 delegados que participarán en el Congreso Nacional del PRD será el próximo campo de batalla. El resultado de lo que ocurra mañana domingo será crucial para la disputa por la dirección nacional en marzo del año entrante.

El enfrentamiento entre AMLO y el ala moderada, encabezada por Jesús Ortega, entre otros, es de pronóstico reservado. Las estrategias y los objetivos son diferentes. López Obrador ya está en campaña para el 2012. El PRD y las negociaciones no sólo le resultan indiferentes, le dan náuseas. Su convicción es una: la salvación de este país depende de que él llegue a la Presidencia. Nada se puede componer o mejorar mientras eso no ocurra. Se trata de un juego de suma cero: lo que pierda Calderón lo gana él y viceversa. Por eso festina, aplaude e impulsa todo lo que pueda funcionar como un obstáculo o provocar el tropiezo del gobierno ilegítimo.

Los moderados, en cambio, tienen la mirada puesta en el 2009. Su preocupación es que el PRD no se hunda. El radicalismo y los plantones no concitan la simpatía ni el apoyo de los ciudadanos. Las encuestas propias y ajenas se los confirman. Pero además su memoria no es corta. En 1997 se convirtieron en la segunda fuerza política y en el 2000 se desplomaron hasta el tercer lugar. La gente les perdió la confianza. La probabilidad de que esto suceda es muy alta. Sobre todo en el contexto que hoy se vive. El apoyo que tiene el Presidente de la República es efecto, en buena medida, de que el pueblo entiende la gravedad y lo complicado del escenario nacional.

Paradojas de la vida. El gran salto que dio la izquierda hace años fue su compromiso con la vía electoral y con las reformas paulatinas. Hubo tropiezos serios y accidentes mayores, pero por allí iba.

Hoy, bajo el liderazgo de López, un sector importante de los perredistas podría terminar confundido con movimientos radicales como la APPO, la sección 22 del SNTE, los frentes Pancho Villa, y cercano, en los hechos, a organizaciones como el EPR. Malos augurios y lamentables convergencias. La izquierda que el País necesita no es ésa.


Jaime Sánchez Susarrey

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