viernes, abril 20, 2007

 

La reforma fiscal y el IVA tan temido

Hace algunas semanas le preguntamos al presidente Calderón cómo saltar de la seguridad, con sus secuelas de violencia, de la lucha contra el narcotráfico a la política-política, a la instrumentación de políticas públicas de amplio espectro, lo que terminaría modificando las percepciones de la sociedad sobre el tema. En aquella entrevista, realizada a unas horas del inicio de la cumbre en Mérida con el presidente Bush, Calderón fue enfático en que no modificaría los principios de la lucha contra el narcotráfico, pero que en el plano político era trabajar en consolidar una suerte de nueva mayoría: el objetivo inmediato, presentar la reforma a la Ley del ISSSTE, con un nuevo esquema de consensos que esperaba que fuera exitoso y sin duda lo fue, viendo lo que sucedió después; siguiendo la misma línea de llegar a acuerdos que garantizaran una mayoría legislativa antes de enviar la iniciativa al Congreso, vendría la propuesta de reforma fiscal y, finalmente, más adelante, dijo, porque esa reforma requería aún mayor trabajo político, la energética.

El cronograma se ha cumplido y viene, ahora, el debate sobre la reforma fiscal. Lo que sabemos de ella es que no será, muy probablemente, la de fondo que algunos esperaban. Hay, con todo, señales alentadoras: los diputados que estuvieron en las reuniones de trabajo en París con los especialistas de la OCDE pudieron encontrarse con un panorama global que demuestra que en el tema no se puede inventar demasiado, que los esquemas fiscales que funcionan en los países miembros de la organización son muy similares y se debe elegir entre un abanico de opciones amplio, en un sentido, a la hora de la implementación, pero bastante preciso en términos de principios y objetivos.

Hay muchos capítulos importantes en la reforma de la hacienda pública, que van desde el acuerdo fiscal entre la Federación y los estados hasta la simplificación de los métodos de recaudación (una verdadera tortura para quienes somos contribuyentes), pero uno de esos capítulos que no se deberían soslayar es el del IVA. El impuesto al valor agregado tiene mala fama en nuestro país (consecuencia de la forma y el momento en que debió ser abruptamente incrementado en plena crisis del 95), pero es una pieza insustituible en cualquier sistema fiscal moderno: en todos los países que viven en una economía de mercado más o menos consolidada, la tendencia es a gravar el consumo, porque es la forma más sencilla de recaudar, la más generalizada y de las más justas. Hoy, en México, nos hemos confundido tanto en el tema que se han tenido que crear cataratas de impuestos, regímenes especiales y mecanismos complejísimos, para no abordar el tema del IVA.

Como se dijo en los encuentros de la OCDE y según comienzan a reconocerlo algunos de los partidos, no tiene sentido dejar libre del IVA y con regímenes de excepción a todos los alimentos y medicinas. El impuesto al consumo se debe generalizar estableciendo las medidas que sean necesarias para paliar los efectos perjudiciales que puede contener. La propuesta más sensata, tampoco nueva, es establecer una canasta básica de alimentos y medicinas de amplio consumo popular exentos del pago de IVA, para no afectar con ello a las familias de menores recursos, pero no tiene sentido mantener en ese régimen de excepción a todos los alimentos, incluidos los más lujosos y caros o las medicinas de uso cosmético o de última generación que no se encuentran siquiera en el cuadro básico. La verdad no es tan difícil de hacer y ello establecería mecanismos mucho más sencillos y eficaces para mejorar la recaudación.

Por supuesto, ésta tampoco mejorará si los mecanismos recaudatarios no avanzan. De poco va a servir cobrar el IVA a ciertos productos, si luego no hay forma de verificar y ampliar la capacidad de cobro. No es ningún secreto: para que un sistema funcione debe ser simple, comprensible, de muy amplia cobertura e igual capacidad de verificación. Cuanto menores son las excepciones, menores también las filtraciones. Cuanto más sencillo es pagar impuestos, más eficaz la verificación. Cuanto más extendido, más justo. No hay mucho más que eso. No parece ser posible hacer una gran reforma que pretenda, en ese campo, solucionar los innumerables problemas que arrastramos desde hace décadas.

Pero sí parece posible establecer mecanismos serios, eficaces, modernos, que no nos alejen de lo que se está haciendo en todos los países de un cierto nivel de desarrollo y que han demostrado ser relativamente exitosos. Cuando se discutía la Ley del ISSSTE, el director de ese instituto, Miguel Ángel Yunes, decía que no estaban descubriendo nada nuevo en la reforma al sistema de pensiones, que sólo había que "mexicanizar" algunos de los términos del acuerdo, para adaptarlos a nuestros tiempos y nuestra realidad, sin que perdieran su esencia. Así se hizo y esa reforma fue exitosa, un paso adelante. No debería ser distinto en lo fiscal: no somos tan diferentes a Chile, Brasil, Argentina, Colombia y Costa Rica, en lo político y lo social. No tenemos por qué estar tratando de descubrir el hilo negro de la política fiscal. Adaptemos a nuestra realidad lo que ha funcionado en el mundo y vayamos avanzando, aunque sea paso por paso.

Con ello se podrá sobrepasar el capítulo de la violencia y la inseguridad, mismas que no disminuirán por lo menos en todo 2007 (pensar otra cosa es imaginar a un adversario de otra dimensión o no querer enfrentarlo), pero sí permitirán sentar bases con el fin de avanzar en ese capítulo, con mayores recursos, pero también para que la economía tenga mayores inversiones y la gente pueda vivir mejor. Por allí pasa el salto de la política de seguridad a las grandes políticas públicas.

Jorge Fernández Menéndez, Excelsior, 20 de abril 2007

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