miércoles, enero 10, 2007
No al populismo de los precios controlados
¿Qué hacer con el precio de la tortilla?
De repente han surgido de nuevo afanes controladores que piden detener a como dé lugar el alza de la tortilla.
El alza al precio de la tortilla no es de esta semana y no se va a detener. De repente pareciera que algunos se dieron cuenta de que ya no existía precio controlado y que costaba cada vez más caro el kilo.
Y también han surgido las voces que dicen que hay que regresar al esquema de controles. El razonamiento parece muy simple. Si la tortilla es un producto que consumen los sectores con menores ingresos y hay que evitar el deterioro del poder adquisitivo de estos grupos, pues simplemente hay que ponerle un freno a su precio con un decreto y asunto arreglado.
El problema es que esa forma de gestionar la economía dio lugar a quiebras, desabastos, mercados negros y enorme corrupción.
Pero el pasado no está tan distante. La propuesta de Ley de Precios Competitivos que planteó el "gobierno legítimo" de AMLO disfraza el regreso del control de precios con el lenguaje de la competitividad.
Un sistema de precios es simplemente un sistema de información en el organismo económico. Cuando se controlan los precios, generalmente lo que se hace es impedir que ese sistema de información funcione y se le reemplaza por las decisiones burocráticas que toman los que definen los precios controlados.
Esto no quiere decir que los gobiernos deban renunciar a las políticas sociales. Pero es mucho más sensato, por ejemplo, operar un sistema como el de Oportunidades o como el de los "viejitos" en la Ciudad de México, por citar dos de gobiernos y tendencias diferentes, que un esquema de control de precios.
Cuando el subsidio se da directamente al consumidor y se le entrega en efectivo, es seguro que él pueda asignar de mejor manera los recursos que si el subsidio se opera a través de los controles de precios.
Voy a ser impopular con esta afirmación, pero el peso específico que tienen las tortillas en el gasto de los hogares es mucho menos de lo que usualmente se piensa. En el total de los hogares mexicanos, el gasto en tortilla es el 1.37 por ciento del total.
En el segmento de los hogares más pobres, la proporción del gasto que se destina a tortillas es de 0.4 por ciento mientras que el 10 por ciento de más ingresos gasta el 1.8 por ciento en este producto. Los ricos comen más tortillas.
El problema de fondo no lo podemos ocultar con ningún control de precios. Lo que está ocurriendo es que en los últimos meses se ha dado un uso alterno al maíz, específicamente en la producción de etanol y biodiesel. Esto ha incrementado la demanda y la oferta no se ha movido al mismo ritmo.
La consecuencia es que el maíz se está encareciendo en casi todo el mundo y que el precio de la tortilla ya se había incrementado en 13.6 por ciento el año pasado y había sumado un 30 por ciento en los últimos 3 años.
No hay que engañarse, mientras no haya un fuerte incremento de la oferta a nivel mundial, lo más probable es que en los siguientes meses, el precio del maíz y con él, también el de la tortilla, sigan para arriba.
Voy a ser reiterativo deliberadamente, pero el camino para que esto no impacte en el poder adquisitivo de los grupos de menores ingresos, no es el control.
Las vías para minimizar el impacto son dos.
La más importante de ambas es el crecimiento y el empleo. Una economía en el que hay un crecimiento que es a su vez generador de empleos y de ingresos estables va a dar a las familias el margen para que este aumento de precios no sea relevante.
La segunda vía es que mientras que los sectores más pobres no puedan incorporarse al empleo, debe haber recursos del Estado que se entreguen directamente a los consumidores. Puede ser a través del pago de efectivo o de entrega en especie, en los lugares en los que haya deficientes sistemas de distribución.
El alza de la tortilla tiene otra cara que casi nunca se ve, la oportunidad que representa para los productores rurales.
De hecho, el uso del maíz como combustible puede abrir una opción a los productores del campo para que puedan generar ingresos en los sectores más pobres de las áreas rurales si se sabe aprovechar adecuadamente y se promueven programas de desarrollo.
Ya hay muy pocos que se acuerden -uno empieza a sentirse viejo por recordar estos hechos-, pero el desarrollo estabilizador que tanto enorgulleció al País en los 60 no se quebró sólo por obra y gracia de Echeverría, sino por los controles de precios a los productos agropecuarios.
Se logró mantener la inflación baja, es cierto, pero a costa de descapitalizar el campo y propiciar una masiva importación de mercancías. Al final, el déficit agroalimentario fue una de las causas de que la estabilidad ya no pudiera sostenerse y todo reventara finalmente con la devaluación de 1976.
Ojalá haya quedado bien asimilada la lección.
Enrique Quintana, El Norte, 10 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com
De repente han surgido de nuevo afanes controladores que piden detener a como dé lugar el alza de la tortilla.
El alza al precio de la tortilla no es de esta semana y no se va a detener. De repente pareciera que algunos se dieron cuenta de que ya no existía precio controlado y que costaba cada vez más caro el kilo.
Y también han surgido las voces que dicen que hay que regresar al esquema de controles. El razonamiento parece muy simple. Si la tortilla es un producto que consumen los sectores con menores ingresos y hay que evitar el deterioro del poder adquisitivo de estos grupos, pues simplemente hay que ponerle un freno a su precio con un decreto y asunto arreglado.
El problema es que esa forma de gestionar la economía dio lugar a quiebras, desabastos, mercados negros y enorme corrupción.
Pero el pasado no está tan distante. La propuesta de Ley de Precios Competitivos que planteó el "gobierno legítimo" de AMLO disfraza el regreso del control de precios con el lenguaje de la competitividad.
Un sistema de precios es simplemente un sistema de información en el organismo económico. Cuando se controlan los precios, generalmente lo que se hace es impedir que ese sistema de información funcione y se le reemplaza por las decisiones burocráticas que toman los que definen los precios controlados.
Esto no quiere decir que los gobiernos deban renunciar a las políticas sociales. Pero es mucho más sensato, por ejemplo, operar un sistema como el de Oportunidades o como el de los "viejitos" en la Ciudad de México, por citar dos de gobiernos y tendencias diferentes, que un esquema de control de precios.
Cuando el subsidio se da directamente al consumidor y se le entrega en efectivo, es seguro que él pueda asignar de mejor manera los recursos que si el subsidio se opera a través de los controles de precios.
Voy a ser impopular con esta afirmación, pero el peso específico que tienen las tortillas en el gasto de los hogares es mucho menos de lo que usualmente se piensa. En el total de los hogares mexicanos, el gasto en tortilla es el 1.37 por ciento del total.
En el segmento de los hogares más pobres, la proporción del gasto que se destina a tortillas es de 0.4 por ciento mientras que el 10 por ciento de más ingresos gasta el 1.8 por ciento en este producto. Los ricos comen más tortillas.
El problema de fondo no lo podemos ocultar con ningún control de precios. Lo que está ocurriendo es que en los últimos meses se ha dado un uso alterno al maíz, específicamente en la producción de etanol y biodiesel. Esto ha incrementado la demanda y la oferta no se ha movido al mismo ritmo.
La consecuencia es que el maíz se está encareciendo en casi todo el mundo y que el precio de la tortilla ya se había incrementado en 13.6 por ciento el año pasado y había sumado un 30 por ciento en los últimos 3 años.
No hay que engañarse, mientras no haya un fuerte incremento de la oferta a nivel mundial, lo más probable es que en los siguientes meses, el precio del maíz y con él, también el de la tortilla, sigan para arriba.
Voy a ser reiterativo deliberadamente, pero el camino para que esto no impacte en el poder adquisitivo de los grupos de menores ingresos, no es el control.
Las vías para minimizar el impacto son dos.
La más importante de ambas es el crecimiento y el empleo. Una economía en el que hay un crecimiento que es a su vez generador de empleos y de ingresos estables va a dar a las familias el margen para que este aumento de precios no sea relevante.
La segunda vía es que mientras que los sectores más pobres no puedan incorporarse al empleo, debe haber recursos del Estado que se entreguen directamente a los consumidores. Puede ser a través del pago de efectivo o de entrega en especie, en los lugares en los que haya deficientes sistemas de distribución.
El alza de la tortilla tiene otra cara que casi nunca se ve, la oportunidad que representa para los productores rurales.
De hecho, el uso del maíz como combustible puede abrir una opción a los productores del campo para que puedan generar ingresos en los sectores más pobres de las áreas rurales si se sabe aprovechar adecuadamente y se promueven programas de desarrollo.
Ya hay muy pocos que se acuerden -uno empieza a sentirse viejo por recordar estos hechos-, pero el desarrollo estabilizador que tanto enorgulleció al País en los 60 no se quebró sólo por obra y gracia de Echeverría, sino por los controles de precios a los productos agropecuarios.
Se logró mantener la inflación baja, es cierto, pero a costa de descapitalizar el campo y propiciar una masiva importación de mercancías. Al final, el déficit agroalimentario fue una de las causas de que la estabilidad ya no pudiera sostenerse y todo reventara finalmente con la devaluación de 1976.
Ojalá haya quedado bien asimilada la lección.
Enrique Quintana, El Norte, 10 de enero 2007
enrique.quintana@reforma.com
Etiquetas: economia, etanol, maiz, precios, subsidios, tortilla