martes, septiembre 18, 2007

 

Bombas, pantallas y barricadas

Los ductos vuelan en pedazos. Miles de mexicanos tienen que abandonar sus hogares. Infinidad de empresas se ven afectadas. Indirectamente, decenas de miles de trabajadores son tocados por los actos. Fuera máscaras: México enfrenta una vez más actos terroristas. Siempre se ha tratado de negar esa realidad. Para un gobernante nunca será una buena noticia admitir los hechos. Pero no hay forma de negarlo. ¿Qué demandan, qué exigen? ¿Existen los presos, dónde están? ¿O una vez más se trata de coartadas para vestir de política lo que es terrorismo puro? Pero si el terrorismo no es novedad, sí lo es la debilidad de la condena pública. El silencio es gravoso. Es tal la confusión nacional que ya ni siquiera podemos distinguir el daño que nos es común.

El país quedó tan envenenado después de la imprudente gestión de Fox y de la polarizada elección del 2006 que ese territorio común que es la nación hoy se desvanece. Los que quieren que a Calderón le vaya mal están dispuestos a que la nación pague un precio. Que le reviente Pemex, así llegamos nosotros a salvarlo. Que fracasen las reformas fiscal y política, para que tenga menos centavos y haya más enojo. Al final del día toda nación se asienta en creencias y en sueños compartidos, Tocqueville lo leyó con gran claridad. Toda nación comparte un espacio simbólico. Los símbolos no son un asunto menor. Varios de los principales actores políticos, en sus siempre complicados cálculos, han permitido la destrucción sistemática de la simbología de la nación. Hoy, todos pagamos los costos.

La agresión lleva ya décadas, en 2006 fue particularmente severa. Ya nadie se espanta de pancartas y gritos; son parte, decimos, de los "tiempos democráticos", pero también hemos visto caballos en la sala de plenos de la Cámara de Diputados, manifestantes desnudarse o tomar la tribuna para dormir una siesta. Hemos sido testigos del avance lento, pero sistemático, de la destrucción de la simbología nacional. Se acabó el día del Presidente festejan algunos, perfecto, pero qué lo va a sustituir. Se acabaron los espacios copados por el oficialismo, el Zócalo, la Plaza Mayor de la capital es de todos, perfecto, pero de todos es de todos.

La amenaza merodeó el año pasado al propio desfile militar. Recapitulemos la lista de fechas bajo amenaza: primero, 15 y 16 de septiembre y 1 de diciembre, toma de posesión. Por supuesto 1 de mayo y también el 5, por qué no. Las principales fechas de conmemoración nacional han sido trastocadas. Ya lograron que el Presidente informe a los ciudadanos a través de los medios y no frente a los legisladores. Una vez más el Zócalo es territorio en disputa, por lo menos se dio la recuperación mínima del acto. En lugar de que el diálogo y los argumentos prosperen, ahora fueron los watts de potencia las armas utilizadas. La pluralidad no necesariamente está deviniendo en una mejor convivencia. La pluralidad se inserta en una simbología nacional a la cual se subsumen los intereses personales y partidarios. La guerra simbólica ocurre con frecuencia, ver caer la estatua de Hussein hacía sentido para muchos. Pero cuál es el límite, ¿no es acaso la guerra simbólica una salida falsa que niega la historia? ¿Qué hacer con Lenin en la Plaza Roja o con Díaz enterrado en París?

Terrorismo, guerra simbólica, la semana pasada mostró los contrahechuras de una nación dividida. Sin reforma electoral no habría reforma fiscal. ¿Por qué? La fiscal la tendrían que sacar PAN y PRI y así fue. En la electoral, la intención de montar al PRD supuso cesiones. La electoral tiene varios méritos importantes, ya los hemos señalado: reducción de tiempos de campaña; reducción de costos; uso de los tiempos oficiales; renovación escalonada de los consejeros; mayores facultades de fiscalización para el IFE. Pero también tiene malformaciones: la dedicatoria ad hominen de una norma para cortar cabezas; la intención reguladora de las campañas negativas; la creación de un órgano de fiscalización que depende del Consejo General que depende, más ahora, de los propios partidos. Las ausencias son varias: no a la controversia constitucional; no abrir las candidaturas independientes; no a la reelección. Es una reforma que tenía dos enemigos identificados de antemano: los consejeros y los medios.

Sobra decir que los excesos de costos en medios en un país con tantas carencias no tienen defensa. Ése era el extremo del cual debíamos salir. Pero la prohibición total es el otro extremo y ése también puede tener otras consecuencias. Carlos Puig y Héctor Aguilar han señalado algunas. Puede tener un efecto concentrador de la imagen que lacere a nuevas figuras locales. Los candidatos contrarios a las televisoras o que escapen a sus simpatías, simplemente no tendrán cómo aparecer. Quedarán a merced de ellas. El espacio regulado difícilmente satisfará la necesidad de espacios de radio y pantalla, por lo cual los noticiarios y los programas políticos serán altamente cotizados. La disminución de la injerencia de los medios da más poder político a las organizaciones y gremios. El incentivo para los dineros ocultos, sobre todo en radiodifusoras locales, incrementa su atractivo. Y, finalmente, regresaremos a las frases breves que quepan en pendones y suenen bien.

Esto es lo que debió haberse discutido. La reacción histérica de los medios no ganó nada, por el contrario, exhibió falta de argumentos en un asunto que pudieron haber estudiado desde hace años. La alta carga emocional del asunto agravará la división nacional. Ya salieron las reformas, por lo menos hay movimiento. Aquí estamos, entre bombas, pantallas y barricadas.


Federico Reyes Heroles



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Comments:
Un libro: Revolución y Contrarrevolución, Carlos Marx.

Blog de Contr@Cienci@S:
http://contraciencia.blogspot.com/
 
...polarizada elección del 2006... y van a estar peor porque ahora con lo que quieren hacer con la Reforma Electoral el IFE va a dejar de ser autónomo y cada partido va a tener su coto de poder en él. ¿Esto es verdadera representatividad? Pura partidocracia. Un sistema de gobierno dedicado a defender y enriquecer a los partidos, no a servir a la gente.

Bueno, esa es mi opinión
Melinda Juárez
 
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