martes, febrero 07, 2006

 

¿Siglo 19 o siglo 21?

Ya que concluyó la tregua que impuso el IFE a los candidatos a la Presidencia, estos personajes han comenzado sus campañas políticas peregrinando a lo largo y ancho del País para ver quién es el que llena más plazas públicas (aunque sea a costa del tradicional acarreo), haciendo propuestas de lo que sería su política económica, social, exterior o interior y atacando a los adversarios electorales.

En la parte de las propuestas, hasta el momento no es muy alentadora la información que nos han hecho llegar para ganarse nuestro voto. Las planteamientos que nos han presentado y los debates que se han desatado alrededor de estas propuestas, están en realidad confundiendo a los ciudadanos, ya que no sabemos si lo que nos proponen es regresarnos al siglo 19 o, en el mejor de los casos, a principios del 21, cuando lo que necesitamos son ideas que nos permitan avanzar relativamente con respecto a otros países.

Para lograrlo, las propuestas que esperamos son puntos muy sencillos que han permitido que países que estaban atrasados se hayan convertido en naciones de gran crecimiento económico y prosperidad social. Y no se busca una receta nueva y mágica. Podemos encontrar ejemplos en la historia de hace más de 500 años, o bien, ejemplos de países que han avanzado más rápido que nosotros en los últimos 40 años.

Si nos regresáramos cinco siglos en la historia e hiciéramos un análisis de cuáles serían los países o regiones más exitosos y que dominarían el Planeta, tomando como base de información su población, riquezas naturales, ejércitos y armadas navales, avances tecnológicos y un sistema político férreo y autocrático, sin duda en el estudio estaríamos apostando a China; en ese momento estaba dominada por la dinastía Ming, con 300 millones de habitantes, notable cultura, el uso del papel moneda, gran industria del hierro y el gran dominio que tenían del mar que les permitió ampliar el comercio ultramarino.

O bien el Imperio Otomano, que puso en jaque al mundo cristiano en Europa por varios siglos y llegó a conquistar infinidad de territorios, gracias a la expansión de su poder naval y militar. En el siglo 16 el mundo del islam había sido cultural y tecnológicamente más avanzado que Europa. Sus ciudades eran más grandes, iluminadas, tenían alcantarillas, universidades, bibliotecas. Tenían el liderazgo en matemáticas, cartografía, medicina, entre muchas otras ciencias.

En el caso de Europa, lo que observaríamos sería una gran cantidad de pueblos dispersos, poco sofisticados, sin enormes planicies ni fértiles zonas ribereñas, con cadenas montañosas, grandes bosques que separaban a los centros de población, rodeadas por hielo en el norte, agua al oeste y sur y un constante asedio militar en el este. Además no había un control político y militar unificado y el poder se encontraba descentralizado en reinos locales y señoríos.

Después de 500 años, lo cierto es que nuestro análisis hubiera sido incorrecto, ya que lo que finalmente sucedió fue que Europa entró en un proceso imparable de desarrollo económico y tecnológico que la convertiría en el líder comercial, político y militar del mundo.

Como comenta Paul Kennedy en su libro "Auge y caída de las grandes potencias", de la editorial De Bolsillo, los gobernantes de ciertas sociedades de Europa Occidental reconocían que "para sacar a un Estado de la barbarie y llevarlo a la mayor opulencia apenas se necesita algo más que paz, impuestos razonables y una administración de justicia tolerablemente buena".

Estos gobernantes reconocían la importancia del comercio y la industria, como generadores de riqueza y detonantes del progreso tecnológico, que los llevó no sólo a producir armas más avanzadas y armadas más poderosas, sino también a innovar los procesos productivos y comerciales, que terminaron colocando a Europa como el líder mundial indiscutible, por lo menos hasta la Segunda Guerra Mundial. Una parte importante de este avance se debió a que se buscó no frenar el desarrollo de la iniciativa privada, evitando gravarlos con impuestos y contribuciones excesivas.

En cambio, China y el Imperio Otomano tomaron la decisión de limitar su comercio ultramarino y cerrar sus fronteras, ya que veían con desconfianza el papel de los comerciantes, a los que imponían excesivas contribuciones y en ocasiones confiscaban sus propiedades. Lo anterior, agregado a un poder centralizado, autocrático, con un fuerte componente religioso e ideológico, provocó que no avanzaran al mismo ritmo que los europeos, rezagándose en el mapa económico y político mundial.

Estas sencillas reglas han sido puestas en marcha en los últimos 40 años por países que han avanzado más rápido que nosotros: España, el caso más sorprendente y exitoso; Corea del Sur es otro buen ejemplo a seguir; Irlanda debería ser sujeto de un análisis serio por parte de México; y en el Continente Americano, el caso chileno.

Sin embargo, en las propuestas de los candidatos no vemos plasmados estos sencillos postulados de crecimiento. En cambio, escuchamos propuestas como la de hacer carreteras sólo con mano de obra, es decir, sin maquinaria. Hay que alejarnos del siglo 19 y entender que ya estamos entrados en el 21.

Abel Hibert, El Norte
ahibert@att.net.mx

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