domingo, febrero 19, 2006
Con el Jesús en la boca
Enrique Krauze, El Norte
En la entrevista que sostuvo hace unas semanas con Joaquín López-Dóriga, Andrés Manuel López Obrador hizo una afirmación muy comentada. A la pregunta de López-Dóriga, condensada en la palabra "¿Religión?", el candidato del PRD respondió, de manera textual, lo siguiente:
"Soy católico, fundamentalmente cristiano, porque me apasiona la vida y la obra de Jesús; fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, y lo crucificaron".
Sorprendido, López-Dóriga reviró de inmediato: "Pero, vamos, ningún paralelismo, ¿no?"; a lo que López Obrador contestó: "No, para nada, lo estoy planteando porque a veces se olvida eso... se piensa que ser cristiano es nada más asistir a los templos o a las iglesias".
Lupa Ciudadana recogió 14 comentarios sobre este intercambio. Tres de ellos desmienten que AMLO se haya comparado con Jesús y piensan que esa interpretación muestra mala voluntad hacia el candidato. Los otros ocho son negativos: uno declara que la comparación es ofensiva, dos piensan que compararse con Cristo es un gesto de dictador, dos más creen que la comparación es síntoma de locura y los tres últimos declaran que miente para ganar votos.
Dudo que las palabras de López Obrador hayan sido tergiversadas por sus críticos, y tampoco creo que las haya pronunciado con calculado cinismo, ni que sean producto de un desvarío. Todo lo contrario: pienso que reflejan nítidamente, palabra por palabra, el concepto que López Obrador tiene de su vida: para él, hacer política es una misión religiosa.
A la escueta pregunta de López-Dóriga, López Obrador -que por haber sido el último entrevistado ya conocía, de manera aproximada, el cuestionario- pudo haber contestado, llanamente, con la palabra "católico" y pasar a otra cosa. En principio no lo hizo porque, como los jesuitas postconciliares con quienes tiene muchos puntos en común, le interesaba deslindarse del catolicismo tradicional. Para hacerlo aclaró que es "cristiano", pero matizando con un adverbio revelador, en estos días de fervor universal: "fundamentalmente". Él no "piensa que ser cristiano es nada más asistir a los templos o a las iglesias". Él va a los fundamentos. Y los fundamentos son -"lo digo porque a veces se olvida"- comprometerse con los pobres hasta ser perseguido por los poderosos. López Obrador no es "fundamentalmente cristiano" porque admire la doctrina de Amor de los Evangelios, porque crea en el perdón, la misericordia, la "paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". El suyo no es el Jesús cuyo reino no es de este mundo. Él es "fundamentalmente cristiano" porque (y la conjunción, que focaliza la respuesta, es decisiva) admira a Jesús en la justa medida en que la vida de Jesús se parece (sin ningún paralelismo, "no, para nada") a la suya propia. La fe rezandera y la caridad individual no son virtudes que lo conmuevan. Su virtud teologal, queda claro, es la esperanza, encarnada en él mismo, que se ha erigido como sabemos en un "rayo de esperanza". Por lo demás, la doble referencia a "su época" y "su tiempo" implica necesariamente la referencia tácita a nuestra época y a nuestro tiempo, donde otro rebelde, oriundo no de Belén, sino de Tepetitán, ha sido perseguido, espiado por los poderosos, y estuvo a punto de ser crucificado en el calvario del desafuero.
En sobremesas y discusiones de toda índole, la gente se pregunta si López Obrador es un Chávez o es otro Lula. Él tiene mucha razón en replicar que no se parece a ninguno: que él es el que es. Su liderazgo, en efecto, no tiene ribetes militares como el del comandante Chávez, ni proviene de luchas sindicales como Lula. El primero es una versión postmoderna del arquetípico tirano tropical. El segundo -como ha dicho el expresidente Sarney- "sabe el valor de un 10 por ciento"; es decir, Lula sabe que en política y economía lo sano y natural en las sociedades es negociar. Lo sabe por experiencia propia y lo sabe también por la experiencia histórica de su país, que no nació de una ruptura, sino de un pacto, y en cuya trayectoria lo habitual han sido las reformas y no las revoluciones. Brasil, es verdad, ha sido también cuna de complejos movimientos mesiánicos, pero en ningún momento Lula parece haber apelado a esa profunda vertiente religiosa en su pueblo.
Andrés Manuel López Obrador sí apela a ella porque es -aunque él mismo no lo reconozca, y se sienta incómodo con el adjetivo- un líder mesiánico. Ha dicho que quiere "purificar a México". El llamado a la pureza no es casual y tiene mil ramificaciones que convendrá explorar en su momento. La vocación de pureza, por ejemplo, le veda el acceso a los símbolos (por fuerza impuros) de bienestar material. La idea de la pureza propia le hace ver enemigos y malquerientes (impuros todos) allí donde sólo hay opiniones distintas; y le permite salvar a quienes, con un pasado priista (como el suyo), se han purificado acercándose a él. Y hay un hecho más que se explica mejor en términos de la pureza: su querella con ese otro líder mesiánico que ahora recorre el País en motocicleta con un mensaje de utopismo revolucionario.
Andrés Manuel y Marcos se parecen mucho. Pertenecen a la misma generación post-68. Fueron discípulos formales (Marcos) o conversos informales (AMLO) de los jesuitas postconciliares, y pasaron por las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas, donde el marxismo era un nuevo catecismo. Ambos se arraigaron en el sureste (Chiapas y Tabasco) y ambos han desdeñado salir al mundo exterior. Ambos han trabajado con indígenas (Marcos, predicando entre tzeltales y tzotziles, con las letras y las armas, el evangelio de la revolución social; López Obrador haciendo una obra práctica, en verdad admirable, entre los chontales). El paralelo entre ambos se me reveló hace unos años en el pequeño y austero despacho adjunto a la oficina de López Obrador en el Palacio de Gobierno del DF, donde un par de ocasiones conversé con él. Entre las pocas fotos que advertí, había una suya con Marcos. "Yo le expliqué -me dijo entonces López Obrador- que un líder social metido a la política tiene que aceptar que no puede todo, que tiene que moderar por fuerza sus aspiraciones". Por el tono que utilizó, la implicación me pareció clara: el guerrillero, el soñador, era más puro, pero menos eficaz. Hoy el guerrillero predica por los caminos de Dios la impureza del líder social y hasta insulta a sus seguidores. Y el líder social no lo rebate. ¿Cómo podría? "Buscamos lo mismo -ha dicho- por distintos métodos".
¿De cuál de los dos líderes mesiánicos será el reino terrenal de la pureza? ¿Del guerrillero o del luchador social? Una cosa está clara: si López Obrador no se atreve a ver con ojos críticos su propia actitud mesiánica, si insiste en concebir la política como una misión religiosa y no como un quehacer cívico y republicano frente a cuya natural impureza sólo cabe el respeto a las leyes y las instituciones creadas por los hombres, los mexicanos viviremos pronto (gane o pierda) tiempos de zozobra, "con el Jesús en la boca".
En la entrevista que sostuvo hace unas semanas con Joaquín López-Dóriga, Andrés Manuel López Obrador hizo una afirmación muy comentada. A la pregunta de López-Dóriga, condensada en la palabra "¿Religión?", el candidato del PRD respondió, de manera textual, lo siguiente:
"Soy católico, fundamentalmente cristiano, porque me apasiona la vida y la obra de Jesús; fue perseguido en su tiempo, espiado por los poderosos de su época, y lo crucificaron".
Sorprendido, López-Dóriga reviró de inmediato: "Pero, vamos, ningún paralelismo, ¿no?"; a lo que López Obrador contestó: "No, para nada, lo estoy planteando porque a veces se olvida eso... se piensa que ser cristiano es nada más asistir a los templos o a las iglesias".
Lupa Ciudadana recogió 14 comentarios sobre este intercambio. Tres de ellos desmienten que AMLO se haya comparado con Jesús y piensan que esa interpretación muestra mala voluntad hacia el candidato. Los otros ocho son negativos: uno declara que la comparación es ofensiva, dos piensan que compararse con Cristo es un gesto de dictador, dos más creen que la comparación es síntoma de locura y los tres últimos declaran que miente para ganar votos.
Dudo que las palabras de López Obrador hayan sido tergiversadas por sus críticos, y tampoco creo que las haya pronunciado con calculado cinismo, ni que sean producto de un desvarío. Todo lo contrario: pienso que reflejan nítidamente, palabra por palabra, el concepto que López Obrador tiene de su vida: para él, hacer política es una misión religiosa.
A la escueta pregunta de López-Dóriga, López Obrador -que por haber sido el último entrevistado ya conocía, de manera aproximada, el cuestionario- pudo haber contestado, llanamente, con la palabra "católico" y pasar a otra cosa. En principio no lo hizo porque, como los jesuitas postconciliares con quienes tiene muchos puntos en común, le interesaba deslindarse del catolicismo tradicional. Para hacerlo aclaró que es "cristiano", pero matizando con un adverbio revelador, en estos días de fervor universal: "fundamentalmente". Él no "piensa que ser cristiano es nada más asistir a los templos o a las iglesias". Él va a los fundamentos. Y los fundamentos son -"lo digo porque a veces se olvida"- comprometerse con los pobres hasta ser perseguido por los poderosos. López Obrador no es "fundamentalmente cristiano" porque admire la doctrina de Amor de los Evangelios, porque crea en el perdón, la misericordia, la "paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". El suyo no es el Jesús cuyo reino no es de este mundo. Él es "fundamentalmente cristiano" porque (y la conjunción, que focaliza la respuesta, es decisiva) admira a Jesús en la justa medida en que la vida de Jesús se parece (sin ningún paralelismo, "no, para nada") a la suya propia. La fe rezandera y la caridad individual no son virtudes que lo conmuevan. Su virtud teologal, queda claro, es la esperanza, encarnada en él mismo, que se ha erigido como sabemos en un "rayo de esperanza". Por lo demás, la doble referencia a "su época" y "su tiempo" implica necesariamente la referencia tácita a nuestra época y a nuestro tiempo, donde otro rebelde, oriundo no de Belén, sino de Tepetitán, ha sido perseguido, espiado por los poderosos, y estuvo a punto de ser crucificado en el calvario del desafuero.
En sobremesas y discusiones de toda índole, la gente se pregunta si López Obrador es un Chávez o es otro Lula. Él tiene mucha razón en replicar que no se parece a ninguno: que él es el que es. Su liderazgo, en efecto, no tiene ribetes militares como el del comandante Chávez, ni proviene de luchas sindicales como Lula. El primero es una versión postmoderna del arquetípico tirano tropical. El segundo -como ha dicho el expresidente Sarney- "sabe el valor de un 10 por ciento"; es decir, Lula sabe que en política y economía lo sano y natural en las sociedades es negociar. Lo sabe por experiencia propia y lo sabe también por la experiencia histórica de su país, que no nació de una ruptura, sino de un pacto, y en cuya trayectoria lo habitual han sido las reformas y no las revoluciones. Brasil, es verdad, ha sido también cuna de complejos movimientos mesiánicos, pero en ningún momento Lula parece haber apelado a esa profunda vertiente religiosa en su pueblo.
Andrés Manuel López Obrador sí apela a ella porque es -aunque él mismo no lo reconozca, y se sienta incómodo con el adjetivo- un líder mesiánico. Ha dicho que quiere "purificar a México". El llamado a la pureza no es casual y tiene mil ramificaciones que convendrá explorar en su momento. La vocación de pureza, por ejemplo, le veda el acceso a los símbolos (por fuerza impuros) de bienestar material. La idea de la pureza propia le hace ver enemigos y malquerientes (impuros todos) allí donde sólo hay opiniones distintas; y le permite salvar a quienes, con un pasado priista (como el suyo), se han purificado acercándose a él. Y hay un hecho más que se explica mejor en términos de la pureza: su querella con ese otro líder mesiánico que ahora recorre el País en motocicleta con un mensaje de utopismo revolucionario.
Andrés Manuel y Marcos se parecen mucho. Pertenecen a la misma generación post-68. Fueron discípulos formales (Marcos) o conversos informales (AMLO) de los jesuitas postconciliares, y pasaron por las aulas de la Facultad de Ciencias Políticas, donde el marxismo era un nuevo catecismo. Ambos se arraigaron en el sureste (Chiapas y Tabasco) y ambos han desdeñado salir al mundo exterior. Ambos han trabajado con indígenas (Marcos, predicando entre tzeltales y tzotziles, con las letras y las armas, el evangelio de la revolución social; López Obrador haciendo una obra práctica, en verdad admirable, entre los chontales). El paralelo entre ambos se me reveló hace unos años en el pequeño y austero despacho adjunto a la oficina de López Obrador en el Palacio de Gobierno del DF, donde un par de ocasiones conversé con él. Entre las pocas fotos que advertí, había una suya con Marcos. "Yo le expliqué -me dijo entonces López Obrador- que un líder social metido a la política tiene que aceptar que no puede todo, que tiene que moderar por fuerza sus aspiraciones". Por el tono que utilizó, la implicación me pareció clara: el guerrillero, el soñador, era más puro, pero menos eficaz. Hoy el guerrillero predica por los caminos de Dios la impureza del líder social y hasta insulta a sus seguidores. Y el líder social no lo rebate. ¿Cómo podría? "Buscamos lo mismo -ha dicho- por distintos métodos".
¿De cuál de los dos líderes mesiánicos será el reino terrenal de la pureza? ¿Del guerrillero o del luchador social? Una cosa está clara: si López Obrador no se atreve a ver con ojos críticos su propia actitud mesiánica, si insiste en concebir la política como una misión religiosa y no como un quehacer cívico y republicano frente a cuya natural impureza sólo cabe el respeto a las leyes y las instituciones creadas por los hombres, los mexicanos viviremos pronto (gane o pierda) tiempos de zozobra, "con el Jesús en la boca".