sábado, diciembre 28, 2019

 

Desconfianza

Se termina el 2019 con el País envuelto en desconfianza. Eso comentan algunos de mis lectores. Ya no hay en qué ni en quién creer.

 

Los partidos carecen de atractivo, los líderes brillan por su ausencia. Sólo nos queda el señor que ganó la Presidencia en una tormenta política perfecta. No ganaron las ideas, ganó la persistencia.

 

La confianza es como el cimiento de una nación y aquí estamos construyendo sobre arena. Todos temerosos de que una marea alta o una ola arrase lo poquito que hay de pie. El señor de Palacio Nacional está minando poco a poco las instituciones. Si de por sí el gradualismo nos costó, ahora vivimos otro gradualismo, pero de reversa.

 

El problema de la desconfianza es que no se manifiesta como un agravio fácil de identificar. Cuando nos robaban los votos era muy sencillo poner el dedo en la llaga y quejarse a los cuatro vientos. Cuando la confianza se pierde, no hay víctimas visibles. El culpable puede fácilmente lavarse las manos.

 

La desconfianza es como la humedad. Se va desparramando en todo el cuerpo social. Afecta el clima para las inversiones. Nadie quiere apostar a un juego cuyo final está en manos del arbitro. Y además nadie entiende las reglas porque éstas se van creando a medida que avanza el juego. Nadie puede negar que, por ejemplo, la CFE ha tomado la dirección contraria a la que en teoría se trazó en la reforma energética.

 

En el caso de Pemex, el Gobierno está proyectando resultados que nadie cree sean posibles. No hay confianza en los administradores, ni hay confianza en quien los puso. Pemex bien pudiera ser la roca atada con una cuerda a nuestro cuello.

 

Otro factor de desconfianza es el romance del Presidente con los líderes latinoamericanos que destacan por el manejo ruinoso de sus respectivos países. Cuando se pone a Cuba como ejemplo de nación, la confianza da un salto hacia atrás. Cuando se solidariza con los corruptísimos líderes venezolanos pasa lo mismo.

 

La desconfianza viene acompañada de un sentimiento de impotencia. No hay quien organice el poder ciudadano. El Gobierno compra voluntades al por mayor, pero es regalar pescados, no es enseñar a la gente a pescar. El Gobierno no es un facilitador, sino que actúa como una voluntad monolítica que hace como que consulta, pero termina imponiendo.

 

Desconfianza es tener una brújula, pero saber que está descompuesta. Sería mejor no tenerla. La mitad de la gente cree que funciona, la otra mitad sabe leer las estrellas y tiene bien ubicado dónde está el norte, sur, oriente y poniente.

 

¡Ah!, pero el dueño de la brújula no necesita saber, para él basta que un número suficiente de incautos le crea. Después de todo, para eso es el capitán del barco.

 

Otra manifestación es sentir que existe una gran confusión. Cada decisión se aparta de lo racional. Todo tiene un ángulo político, todo se relaciona con el pasado y genera promesas que siempre se cumplirán en el futuro. ¿Y qué si no se cumplen? Será demasiado tarde para armar otra solución. Estas dudas son las que alimentan la desconfianza.

 

Desconfianza es también cuando nadie puede explicar cuál es el plan ganador que el Gobierno debiera estar empujando. No hay claridad, no hay puntos de referencia, no hay mediciones claras ni metas precisas. Se pasó todo 2019 y la violencia creció. Declaraciones vemos, corazones no sabemos.

 

Quizá el mal nacional es sólo un reflejo fiel de millones de males individuales. La desconfianza nacional es la suma de mexicanos que no apuestan a ellos mismos. Pocos apuestan a la superación personal. La gran mayoría prefiere apostarle al falso profeta que regala chupaletas en vez de soluciones de fondo.

 

La desconfianza seguirá creciendo en 2020. No se ve algo o alguien que pueda revertir la tendencia. Claro, eso no impide que nos intercambiemos deseos de tener un próspero año nuevo.

 

Javier Livas


Comments: Publicar un comentario



<< Home

This page is powered by Blogger. Isn't yours?