domingo, octubre 27, 2019

 

Para entender al populismo

La retórica de la postverdad de aquellos líderes populistas que enarbolan una sarta de mentiras para llegar al poder o mantenerse en él es, a primera vista, caótica. Cada uno de esos líderes parece buscar soluciones propias a problemas diferentes.

 

En las últimas semanas, Trump trató de disfrazar como un triunfo diplomático uno de los peores errores de su Gobierno: el abandono de los kurdos -aliados tradicionales de Estados Unidos- a su suerte.

 

En Polonia, Jaroslaw Kaczynski, cabeza del partido populista Ley y Justicia, usó los muchos medios de comunicación que controla para convencer a los polacos de que la mayor amenaza para la supervivencia del país es la comunidad lésbico-gay.

 

En Gran Bretaña, el Gobierno de Boris Johnson se empeñó en disfrazar un acuerdo de última hora, lleno de huecos, con la Unión Europea como la receta perfecta para solucionar el dilema de Brexit.

 

Y en México, López Obrador ha adoptado, de plano, un "doble lenguaje" -el doublespeak orwelliano- donde las manifestaciones de oposición son "provocaciones", los ataques del crimen organizado son "lamentables accidentes", aplicar la ley es "represión", y la violencia legítima que el Estado debe usar para garantizar la seguridad de sus gobernados es una idea "conservadora".

 

En horas, convirtió un operativo militar fallido, que hundió a Culiacán en la violencia y culminó en el triunfo del narco sobre el Estado, en una "operación humanitaria".

 

El hecho de que el caos sea sólo aparente y que los líderes iliberales que pululan en el mundo usen los mismos medios y compartan aparentemente los mismos objetivos, ha puesto a pensar a muchos para descifrar los cómos y los para qué de esos movimientos populistas. Han descubierto que hay, en efecto, un patrón de acción política común.

 

La mentira es uno de sus cimientos. El modelo es una exportación rusa. Peter Pomerantsev, que conoce el fenómeno de cerca, escribió hace poco ("Rudy Giuliani...", NYT) que Rusia abandonó hace mucho la pretensión soviética de presentar sus enredados análisis ideológicos como factuales.

 

Uno de los estrategas de Putin antes de la elección del 2000 descubrió que las ideologías, en Oriente y Occidente, habían desaparecido y que los viejos roles sociales y las categorías políticas se habían vuelto cascarones vacíos. Su receta, que adoptarían los brexitistas y Trump en el 2016, fue fundir a grupos de interés diversos y resentidos y convencerlos, a través de la propaganda, que formaban parte de "una mayoría": un pueblo imaginario.

 

La manipulación de los medios que el Gobierno de Putin había tomado por asalto inventó una nueva y eficaz estrategia alternativa: no había que pretender nada. Lo único importante era sembrar la duda y la confusión. Bien sazonadas con una dosis de teorías conspiratorias y enemigos inasibles, pero poderosos, para crear un escenario tan oscuro que llevara a muchos a añorar (y votar, porque estos regímenes siguen convocando a elecciones), por un líder fuerte.

 

El modelo se sostiene también (Simon Kuper, "Sects, lies...", FT) porque muchos de los partidos de las democracias liberales se han vuelto sectas. Han sido tomados por grupos de creyentes, que se sienten elegidos y defienden a sus líderes y sus creencias irracionales por encima de la ley y de las instituciones democráticas a las que desprecian. Tienen, claro, sus "propios datos".

 

Los dos grandes partidos británicos, el republicano en Estados Unidos y Morena en México, no son organizaciones políticas democráticas, son sectas.

 

¿Qué buscan? Pocos lo han definido mejor que el gran escritor Simon Schama ("Who speaks...", FT). Lo que estos movimientos populistas quieren es cambiar el locus de la soberanía popular, de las instituciones representativas a una comunión intuitiva entre el líder carismático y los ciudadanos. Transformación orquestada en reuniones de los resentidos, el griterío que escenifican en las redes y en programas adulatorios y propagandísticos en los medios.

 

Han tenido más éxito en países pobres o aislados, con una cultura política autoritaria como Rusia, la Polonia rural y buena parte de México, pero muchos han empezado a resquebrajarse. No son invencibles.

 

Isabel Turrent


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