jueves, octubre 05, 2006
La fuerza de las instituciones
Los jefes delegacionales del Distrito Federal ya tomaron posesión de sus cargos. Los diputados y senadores también. Las comisiones de ambas Cámaras ya se han integrado y por supuesto se han nombrado a sus respectivos presidentes. El jefe de gobierno del DF ya recibió su constancia de mayoría y el 5 de diciembre asumirá formalmente su responsabilidad. El PRD, el PT y Convergencia han integrado un Frente en términos de la ley. El Cofipe dice: "Los partidos... podrán constituir frentes, para alcanzar objetivos políticos y sociales compartidos de índole no electoral, mediante acciones y estrategias específicas y comunes" (Art. 56), y el convenio entre los partidos debe presentarse ante el IFE (Art. 57), lo cual ya sucedió. Es más, hasta donde recuerdo, es la primera vez que algunos partidos exploran y explotan esa figura de la ley que hasta ahora se encontraba sólo como una posibilidad.
Es decir, el PRD y sus aliados están trabajando en el marco de las instituciones y no podía ser de otra manera. Nadie les ha regalado esos espacios de representación. Los han ganado desplegando sus capacidades y fuerza, tejiendo redes de relaciones, construyendo una base de apoyo, elaborando promesas y debatiendo con sus adversarios, en suma, haciendo política. Y me imagino que nadie ha pensado en renunciar a los mismos porque desde ellos mucho se puede hacer.
Esa constatación -similar a la de descubrir el Mar Mediterráneo hoy- viene a cuento porque en el discurso y la práctica del PRD coexisten dos almas no necesariamente excluyentes, aunque en ocasiones altamente tensionadas: la que aprecia y sabe que el PRD ha sido motor y beneficiario de los cambios institucionales que se han producido en los últimos años y que por ello está comprometida con un quehacer político legal y democrático, y la que de vez en vez, deslumbrada por las movilizaciones sociales, quisiera dar la espalda al mundo institucional. Volver a los gloriosos años en los que desde la marginalidad y la exclusión se "desenmascaraba" al Estado autoritario y represivo. No obstante, es tanto lo que el PRD ha acumulado en las instituciones (gobernadores, presidentes municipales, senadores, diputados federales y locales, regidores, síndicos, funcionarios de todos los niveles), que difícilmente renunciará a ese espacio.
De hecho, la gran novedad del espacio institucional público en México es que ha sido colonizado por la pluralidad política hace apenas unos cuantos años. Todavía a fines de los 80 era en lo fundamental un ámbito monocolor. Eso lo sabe la izquierda mexicana y también sabe apreciarlo.
Nadie abandona un barco a la mitad del océano y en movimiento (aunque sus motores sean lentos, su tripulación insufrible y sus camarotes calurosos) para lanzarse al agua. De igual forma la inmensa mayoría de los cuadros del PRD saben que es mucho lo que es necesario reformar, cambiar, modificar, pero que sería una tontería política de enormes dimensiones dejar el barco.
Ese barco es el de todos y a todos nos transporta. Es el que permite -con todas sus contrahechuras- la convivencia de la diversidad; en el que se atienden -bien o mal o regular- necesidades y reclamos de diferente orden; el que ofrece cauces -algunos azolvados- para la resolución de conflictos; el que hace posible que una sociedad marcadamente desigual no viva bajo la ley de la selva -donde contra toda utopía ingenua (¿será un pleonasmo?), son los fuertes los que someten a los débiles-; en suma, son las instituciones un cauce para procesar y atender los múltiples problemas que aquejan al país.
Es más, gracias al grado de desarrollo de las relaciones democráticas entre nosotros resulta excéntrico pensar en un Estado (y sus instituciones) habitado por una sola fuerza política, por un solo ideario, por una sola sensibilidad, de tal suerte que la fórmula para pensar e imaginar la presencia de una determinada corriente política en ese espacio es siempre acompañada, en mayor o menor medida, por otras. En ese sentido se puede hablar de avances y retrocesos, de triunfos y derrotas, pero siempre de manera relativa y en buena medida provisionales.
Porque gracias a los avances democráticos el Estado empieza a dejar de ser sectario e instrumental, para ser un espacio en el que convive la diversidad política. Y en ese mismo sentido las instituciones merecen ser evaluadas y criticadas para eventualmente ser reformadas, no desdeñadas. Porque las instituciones no son invento ni patrimonio exclusivo de un grupo, una corriente y menos de una persona. Las instituciones son construcciones históricas que por supuesto pueden ser opacas o transparentes, eficientes o ineficientes, corruptas o impolutas, etc., pero que a estas alturas no pueden ser exorcizadas porque tienen un grado de sofisticación, pertinencia y arraigo que nadie puede (debe) desconocer.
A lo único que hay que temer, entonces, es a algunos comportamientos: al que viajando en el barco, por ejemplo, intenta hundirlo. Lo que me hace recordar aquella historia narrada por Orson Welles: un alacrán le solicita a una rana que lo ayude a cruzar un charco. La rana -con buen sentido- le contesta que no se atreve porque teme que en el trayecto le clave el aguijón. "¿Pero cómo crees?", le responde el alacrán, "si yo te pico, tú mueres, pero yo también me ahogo". El argumento resulta tan contundente que la rana accede a transportar al alacrán en su espalda. No obstante, a la mitad del camino la rana siente el piquete mortal. "¡¿Pero qué hiciste?!", grita la rana, "¡voy a morir... y tú conmigo!". "Disculpa", contesta el alacrán, "me ganó el carácter".
Es decir, el PRD y sus aliados están trabajando en el marco de las instituciones y no podía ser de otra manera. Nadie les ha regalado esos espacios de representación. Los han ganado desplegando sus capacidades y fuerza, tejiendo redes de relaciones, construyendo una base de apoyo, elaborando promesas y debatiendo con sus adversarios, en suma, haciendo política. Y me imagino que nadie ha pensado en renunciar a los mismos porque desde ellos mucho se puede hacer.
Esa constatación -similar a la de descubrir el Mar Mediterráneo hoy- viene a cuento porque en el discurso y la práctica del PRD coexisten dos almas no necesariamente excluyentes, aunque en ocasiones altamente tensionadas: la que aprecia y sabe que el PRD ha sido motor y beneficiario de los cambios institucionales que se han producido en los últimos años y que por ello está comprometida con un quehacer político legal y democrático, y la que de vez en vez, deslumbrada por las movilizaciones sociales, quisiera dar la espalda al mundo institucional. Volver a los gloriosos años en los que desde la marginalidad y la exclusión se "desenmascaraba" al Estado autoritario y represivo. No obstante, es tanto lo que el PRD ha acumulado en las instituciones (gobernadores, presidentes municipales, senadores, diputados federales y locales, regidores, síndicos, funcionarios de todos los niveles), que difícilmente renunciará a ese espacio.
De hecho, la gran novedad del espacio institucional público en México es que ha sido colonizado por la pluralidad política hace apenas unos cuantos años. Todavía a fines de los 80 era en lo fundamental un ámbito monocolor. Eso lo sabe la izquierda mexicana y también sabe apreciarlo.
Nadie abandona un barco a la mitad del océano y en movimiento (aunque sus motores sean lentos, su tripulación insufrible y sus camarotes calurosos) para lanzarse al agua. De igual forma la inmensa mayoría de los cuadros del PRD saben que es mucho lo que es necesario reformar, cambiar, modificar, pero que sería una tontería política de enormes dimensiones dejar el barco.
Ese barco es el de todos y a todos nos transporta. Es el que permite -con todas sus contrahechuras- la convivencia de la diversidad; en el que se atienden -bien o mal o regular- necesidades y reclamos de diferente orden; el que ofrece cauces -algunos azolvados- para la resolución de conflictos; el que hace posible que una sociedad marcadamente desigual no viva bajo la ley de la selva -donde contra toda utopía ingenua (¿será un pleonasmo?), son los fuertes los que someten a los débiles-; en suma, son las instituciones un cauce para procesar y atender los múltiples problemas que aquejan al país.
Es más, gracias al grado de desarrollo de las relaciones democráticas entre nosotros resulta excéntrico pensar en un Estado (y sus instituciones) habitado por una sola fuerza política, por un solo ideario, por una sola sensibilidad, de tal suerte que la fórmula para pensar e imaginar la presencia de una determinada corriente política en ese espacio es siempre acompañada, en mayor o menor medida, por otras. En ese sentido se puede hablar de avances y retrocesos, de triunfos y derrotas, pero siempre de manera relativa y en buena medida provisionales.
Porque gracias a los avances democráticos el Estado empieza a dejar de ser sectario e instrumental, para ser un espacio en el que convive la diversidad política. Y en ese mismo sentido las instituciones merecen ser evaluadas y criticadas para eventualmente ser reformadas, no desdeñadas. Porque las instituciones no son invento ni patrimonio exclusivo de un grupo, una corriente y menos de una persona. Las instituciones son construcciones históricas que por supuesto pueden ser opacas o transparentes, eficientes o ineficientes, corruptas o impolutas, etc., pero que a estas alturas no pueden ser exorcizadas porque tienen un grado de sofisticación, pertinencia y arraigo que nadie puede (debe) desconocer.
A lo único que hay que temer, entonces, es a algunos comportamientos: al que viajando en el barco, por ejemplo, intenta hundirlo. Lo que me hace recordar aquella historia narrada por Orson Welles: un alacrán le solicita a una rana que lo ayude a cruzar un charco. La rana -con buen sentido- le contesta que no se atreve porque teme que en el trayecto le clave el aguijón. "¿Pero cómo crees?", le responde el alacrán, "si yo te pico, tú mueres, pero yo también me ahogo". El argumento resulta tan contundente que la rana accede a transportar al alacrán en su espalda. No obstante, a la mitad del camino la rana siente el piquete mortal. "¡¿Pero qué hiciste?!", grita la rana, "¡voy a morir... y tú conmigo!". "Disculpa", contesta el alacrán, "me ganó el carácter".
José Woldenberg, El Norte, 5 de octubre 2006
------------------------------------------
No hay duda, a AMLO le ganó su carácter. Muchos ya sabíamos que así pasaría, y lo denunciamos a su tiempo. Pero muchos otros no lo creyeron así. Y aún hay otros que no lo creen todavía. Si dejamos que el alacrán pique a la rana, nos vamos a hundir todos. Al tiempo.
Comments:
<< Home
Una pregunta sin afán de ofender... ¿alguna vez escribes? Me gustaría saber tu opinión más allá de la opinión de los editorialistas que aquí seleccionas para publicar.
Saludos
Saludos
Hola Reva!
No, no es ofensa.
Y claro que escribo. No tan frecuentemente como quisiera, por falta de tiempo, pero si tengo mi propia opinion.
http://editorial-danyportales.blogspot.com
saludos
No, no es ofensa.
Y claro que escribo. No tan frecuentemente como quisiera, por falta de tiempo, pero si tengo mi propia opinion.
http://editorial-danyportales.blogspot.com
saludos
El peje es un tipo tan desequilibrado que, eso de que es un peligro para México no es ninguna exageración.
Y si me dieran a escoger entre el peje y Roberto Madrazo, sin ninguna duda prefiero a Roberto Madrazo, con todo y su mala fama.
Y si me dieran a escoger entre el peje y Roberto Madrazo, sin ninguna duda prefiero a Roberto Madrazo, con todo y su mala fama.
Agradezco tu respuesta y tu búsqueda hasta mi blog. Mi nombre es Ricardo Dany, mucho gusto. Te leeré con interés.
Saludos!
Saludos!
Agradezco tu respuesta y tu búsqueda hasta mi blog. Mi nombre es Ricardo Dany, mucho gusto. Te leeré con interés.
Saludos!
Publicar un comentario
Saludos!
<< Home