martes, octubre 03, 2006

 

La ola populista se convirtió en marea a la baja

Uno de los argumentos de los que veían como inevitable el triunfo de López Obrador era que la ola de “izquierda” en América Latina avanzaba imparable: ahí estaban Hugo Chávez, Evo Morales, Luis Inácio Da Silva Lula, Néstor Kichner, Michelle Bachelet, Tabaré Vázquez y ahí venían Ollanta Humala, López Obrador y Daniel Ortega. Muchas veces dijimos que no era verdad y que, para empezar ese conglomerado de líderes expresaba cosas diferentes en lo político y en lo ideológico, incluso con intereses divergentes. Pero, además, la elección mexicana, con el triunfo de Felipe Calderón, mostró una tendencia que se venía manifestando desde meses atrás: la ola ha perdido fuerza o nunca existió. Y la confirmación llegó el domingo: Lula no ha logrado ganar la elección en la primera vuelta, ha regresado al nivel histórico del Partido de los Trabajadores, de aproximadamente el 45 por ciento y ha perdido los estados más importantes del país.

Lo ocurrido en Brasil es un dato muy importante: Lula es el personaje más popular de la política brasilera y un hombre que a lo largo de los años ha aprendido cómo manejarse en política. Pero el PT ha sido siempre un conglomerado de todo tipo de fuerzas, a partir de un lejano origen en el que se nutrió de militantes provenientes del trostkismo combinados con aquellos de formación social católica, muchos de ellos jesuitas. En el largo camino que implicó para Lula llegar a la presidencia, el PT se sustentó de todos los disidentes de alguna corriente que se le acercara, fuera o no de izquierda. Luego de varias derrotas sucesivas, Lula terminó haciendo acuerdos con corrientes de centro derecha, en particular del poderoso empresariado evangelista de Brasil e incluso colocó a uno de sus representantes en la vicepresidencia.

Lula planteó un ambicioso programa destinado a colocar en primer lugar a los pobres con políticas asistenciales de viejo y de nuevo cuño, pero sus éxitos en ese terreno fueron parciales; mantuvo una política económica relativamente ortodoxa que le permitió crecer y mantener la estabilidad económica pero ni pudo concretar las ambiciosas propuestas que presentó en la campaña electoral ni pudo cambiar el rostro a la política tradicional brasileña. Al contrario, desde la época de Collor de Mello, hace ya 20 años, nunca había habido tantos escándalos de corrupción, todos ocurridos en la periferia más cercana la propio presidente. Lula ha logrado, en parte, desligarse de los innumerables escándalos que van desde la compra de senadores hasta los acuerdos con grupos del hampa organizada, por su carisma personal entre los más pobres. Pero eso ya no alcanzó: Geraldo Alckim, el principal candidato de la oposición, socialdemócrata, apoyado entre otros por ese gran presidente que fue Fernando Henrique Cardoso, obtuvo casi el 42 por ciento de los votos y puede ganar el próximo 29 de octubre en la segunda vuelta, sobre todo si tomamos en cuenta que los estados más poderosos del país, como Sao Paulo y Minas Gerais fueron ganados con amplitud por los socialdemócratas. Cuando el viernes Felipe Calderón se encuentre con Lula no lo hará con el hombre que era la esperanza de buena parte de la izquierda latinoamericana, sino con uno que puede haber sido derrotado por los mismos virus de corrupción e intolerancia que han caracterizado a otros movimientos similares, incluyendo el de López obrador.

Pero decimos que la ola ya pasó, porque los datos se acumulan: primero fue el presidente de Colombia, Alvaro Uribe, un hombre del centro liberal, de mano dura, que logró reelegirse con un altísimo margen a pesar del narcotráfico, la guerrilla y el apoyo que brindó Hugo Chávez a sus opositores. En Costa Rica, se reeligió a otro hombre de un perfil similar, Oscar Arias. En Chile, la presidenta Bachelet nada tiene que ver con los excesos del chavismo. En Perú, Ollanta Humala fracasó pese al respaldo internacional que recibió. En Bolivia, Evo Morales, el discípulo más avanzado de Chávez no sabe cómo salir de las innumerables crisis que él mismo ha generado. En Argentina, sin duda, Kichner es un presidente popular, pero él mismo necesita reacomodarse y lo necesitará mucho más por la cercanía de las elecciones en su país y por los cambios políticos que se generarán en Brasil, con el que Argentina tiene una sociedad y una dependencia económica estrecha.

La famosa ola se ha quedado reducida a Venezuela, donde Hugo Chávez sigue revelando los secretos de ultratumba de sus plática con Fidel Castro, proclamándose nuevo líder de...vaya uno a saber qué y distribuyendo dinero, entre otros al candidato César Ojeda en Tabasco; y Evo Morales, involucrado en más crisis de las que puede manejar, incluyendo el enfrentamiento con las empresas de energía expropiadas, la mayoría de países que lo ayudaron a llegar al poder como Brasil y España.

No se trata de conspiraciones o golpes de estado como en los 70, el agotamiento de esa ola se debe a algo mucho más sencillo: los hombres y mujeres más sensatos de la izquierda han comprendido (o lo comprendían plenamente desde tiempo atrás, como la presidenta Bachelet) que en política la eficiencia a la hora de ejercer el poder se debe ir alejando de la palabrería hueca porque ella sirve, en ocasiones, para llegar al poder pero no para gobernar. Segundo, porque quienes han persistido desde el poder o la oposición con sus posturas nacionalistas-populistas, se han quedado sin nada que ofrecer: eran emperadores desnudos. Tercero, porque, al no estar basados en una ideología y un objetivo que fuera más allá de alcanzar el poder, y al rodearse de incondicionales de todos los colores, sus fuerzas han caído en las telarañas de la corrupción: le pasó a Lula, le pasó a Ullama, le pasa a Evo Morales, a Chávez, le pasa a López Obrador. La ola, aunque Lula finalmente gane el 29 de octubre, no existía, era una simple marea, que ahora está a la baja.

Por: Jorge Fernández Menéndez
Publicado en: Periódico Excelsior Fecha: Martes, 3 de Octubre de 2006

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