miércoles, agosto 16, 2006

 

Tabasco, Chiapas, Oaxaca: el separatismo

Uno de los aspectos más perversos de la estrategia de López Obrador es la lógica de la división nacional en todos sus sentidos: social (ricos contra pobres, empresarios contra trabajadores); racial (los “oscuros” contra los “blanquitos”); pseudo religiosas (buenos contra malos) y también geográfica (el sur contra el norte, las colonias pobres de la ciudad contra la ricas), con un simplismo que sería hasta cómico sino estuviera basado en la lógica, a través de esas simplificaciones, no de competir políticamente, sino de hacerse a través de un golpe insurreccional con el poder, como lo señaló su firme seguidor Juan Enriquez Cabot días atrás en Reforma, o siquiera con una parte de él.

Hace ya tiempo que señalamos que la lógica de López Obrador no es la de un demócrata con el que se puede estar de acuerdo o no, sino la de un golpista, incluso por ello su intención de acicatear particularmente al ejército, porque busca provocar, también allí, una división y lograr lo que no ha logrado hasta hoy: el apoyo de siquiera un grupo minoritario de oficiales que le dé sustento a esa lógica golpista. No es nuevo, es lo que hicieron Hugo Chávez en Venezuela o Lucio Gutiérrez en Ecuador, lo que logró con un grupo de militares afines Evo Morales en Bolivia: ejercer la suficiente presión sobre el centro del poder, porque, en su lógica, se debe presionar directamente allí para hacerlo tambalear: es una suerte de “foquismo insureccional”. Pero en esa lógica de división también parece insertarse otro capítulo que no debe ser ignorado: el separatismo.

Desde hace años, sobre todo después del levantamiento zapatista, un fantasma recorre las mentes de distintas corrientes que se creen de izquierda: la de una región autónoma que comprenda, básicamente, los estados de Tabasco, Chiapas y Oaxaca. Allí pueden concentrarse desde el discurso racista disfrazado de indigenismo hasta las reivindicaciones sobre las riquezas naturales (petróleo, agua) pasando por la revancha social de un norte próspero que explota a un sur pobre. No es un invento, es una realidad que puede ser sacada adelante con audacia y que ha sido alimentada por demasiados gobiernos omisos y corruptos. Es parte de un interesante juego geopolítico de poder: allí se concentra el petróleo, buena parte del gas, de los recursos hidráulicos, madereros, turísticos del país, incluso de las remesas que se envían desde Estados Unidos. Si no se pudo, si no alcanzó para llegar al poder por vía electoral, se puede jugar al separatismo. En última instancia es la estrategia que siempre siguieron los grupos armados, desde el viejo Procup hasta el actual EPR y que sobre todo desarrolló ideológicamente Marcos con el EZLN. Ahora lo retoma el lopezobradorismo con mayores posibilidades que el casi desaparecido subcomandante.

Las lógicas polarizadoras, las que generan la ruptura y el separatismo, siempre han sido nefastas para el futuro de una región o un país. Las elecciones chiapanecas de este domingo y las de Tabasco en octubre, lo mismo que el conflicto político en Oaxaca, se enmarcan en la lógica anterior. Por supuesto que se trata, como hemos señalado aquí, de procesos, sobre todo el chiapaneco, con un fuerte componente local, pero ellos han sido absorbidos por esa fuerte lógica geopolítica de carácter estratégico. Si el lopezobradorismo gana Chiapas y Tabasco, si consigue desestabilizar completamente a Oaxaca, en los hechos se quedará con el control de toda esa región, la única, por cierto que conoce y asume como propia López Obrador. En Chiapas, por ejemplo, el candidato de la alianza por el bien de todos, Juan Sabines o el gobernador Pablo Salazar, no están en esa lógica separatista, están defendiendo intereses políticos, personales y de grupo, legítimos, pero han tenido que recargarse en López Obrador y éste, como ya hizo antes con el propio PRD, los ha cooptado: hoy, aunque no lo quieran, están a su servicio. En Oaxaca, la fuerza política importante de la alianza por el bien de todos, no es el PRD, ni siquiera López Obrador: pasa por Convergencia Democrática, por Gabino Cué, por Jesús Martínez Alvarez y otros grupos políticos, que como en Chiapas con Sabines y Salazar, son en realidad desprendimientos del PRI. El peligro es que ellos se están viendo rebasados por un movimiento que no pueden controlar: la Asamblea Popular del Pueblo Oaxaqueño, que ha quedado bajo el mando de dirigentes ligados de una u otra manera al EPR, comenzando por el profesor Felipe Martínez Soriano, que ya han expresado que su lucha va más allá de la caída del gobernador Ulises Ruiz sino que está de la mano con causa de López Obrador. Por eso también, el distanciamiento de Convergencia Democrática con el más duro lopezobradorismo será en el futuro próximo prácticamente inevitable, ya que sus dirigentes saben que no pueden entrar en un juego separatista donde no tienen nada que ganar y sí mucho que perder.

La respuesta de las otras fuerzas políticas ha sido relativamente inteligente pero debe ir más allá. En Chiapas, el PAN aceptó la declinación a su candidato Francisco Rojas para apoyar al priista José Antonio Aguilar Bodegas. Algo similar, si el experimento chiapaneco tiene éxito, podría producirse en Tabasco. En Oaxaca, el PAN y el PRI ya han anunciado que no respaldarán la demanda de la renuncia de Ulises Ruiz. Es una respuesta lógica, pero debe ir más allá, no debe ser una respuesta de resistencia sino superadora: si se da una alianza del PRI y el PAN, no debe ser no para mantener las cosas como están sino para superarlas, para demostrar que la vía democrática es mejor, más benéfica para todos que la rupturista, que un México unido y fuerte es mejor para todos que las locuras separatistas, que la riqueza y la pobreza pueden disminuir la distancia con una economía sana y abierta. Se debe ofrecer y concretar, en lo local y nacional, un futuro mejor.

Por: Jorge Fernández Menéndez
Publicado en: Periódico Excelsior
Fecha: Miércoles, 16 de Agosto de 2006
http://www.mexicoconfidencial.com/

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