martes, agosto 15, 2006

 

La factura

Pasan las horas, los días, las semanas -¿serán meses?- y el conflicto postelectoral desnuda la tragedia. Desde finales de los años 70, la apuesta de muchos ha sido la de lograr una izquierda democrática, liberal y moderna. Todos sabemos sin embargo que en ese barco navegan huestes con muy distinto troquel. Desde las mentes abiertas, articuladas y auténticamente críticas, hasta los radicales y arribistas que en su andanada están dispuestos a atropellar lo que sea: leyes, derechos de terceros, a su propio partido. Así nació el PRD a la vida institucional, pero podía cambiar. La esperanza no moría, a la larga la sensatez debía predominar. Las lecciones democráticas y aportaciones de la izquierda estaban allí, Cárdenas como símbolo de una lucha que triunfó.

Pero también desde hace tres décadas, en paralelo a los justos reclamos democráticos, a las exigencias valederas de apertura y justicia, se toleraron sucesos que nos hablaban de otra izquierda -quizá no tan izquierda-, que siempre coqueteaba con la idea de ruptura total, de subversión de las instituciones, de provocación como arma de lucha. Momentos definitorios hubo varios.

¿Qué hacer frente al EZLN, hasta dónde acompañar a un movimiento cuyas razones justicieras nadie ponía en duda, sí en cambio las armas de su lucha: el liderazgo mesiánico, la manipulación descarada y, por supuesto, la violencia? La causa indígena se impuso y sin embargo la irrefrenable ambición de Marcos, el dogmatismo y la miopía castraron el movimiento. Doce años después el personaje está convertido en un "clown indigenista", al que pocos ya le creen. Ojo. Otros episodios dolorosos surgieron por las luchas estudiantiles en la UNAM principalmente. De nuevo las causas podían ser atendibles, pero la violencia como método no debió ser aceptada. Gracias a esa "izquierda" la UNAM se tambaleó hace siete años, gracias a esa "izquierda" decenas de miles de estudiantes resultaron lesionados en sus trayectorias académicas, en sus vidas.

Esas dos izquierdas no pueden convivir sin caer en absurdos, en desfiguros, en atrocidades. La verdadera izquierda liberal, la que acepta las libertades políticas como parte del código de reivindicaciones propio, la que ha asumido la gran escuela de la izquierda liberal con Norberto Bobbio a la cabeza -por citar al gran abuelo del Siglo 20- no puede callar por conveniencia, por comodidad. Algo de corrupción en los principios merodea con el silencio cómplice. O se está de un lado o se está del otro. No se puede coquetear con las arbitrariedades, la ilegalidad, el atropello de los derechos ciudadanos dependiendo de la lucha. Hoy sí se vale, mañana no. Un mínimo de rigor intelectual, un mínimo de respeto a los compromisos básicos de la democracia son exigibles siempre. Ahora resulta que hay que cambiar todas las instituciones. Resulta que las propias leyes e instituciones generadas en parte por el PRD todas están al servicio de la oligarquía. Ya no importa el recuento. En el nuevo rumbo discursivo de AMLO todo siempre fue una farsa. Nada se salva.

La tónica de confrontación continúa: el plantón seguirá sin importar el atropello de los derechos ciudadanos; la calificación por parte del Tribunal será bajo amenaza de irrupción; el Informe Presidencial será ocasión para acentuar el acoso al "traidor de la democracia"; la ceremonia de "El Grito", que es de todos los mexicanos, estará secuestrada por el control "obradorista"; y, por si fuera poco, se pretende que las Fuerzas Armadas se cancelen a sí mismas su derecho y tradición de desfilar el 16 de septiembre, todo para abrir paso a una "Convención Nacional Democrática" que intenta subvertir en el imaginario colectivo el origen mismo de las instituciones que nos rigen. ¿Qué es esto?

Hoy queda claro que la izquierda radical, con López Obrador a la cabeza, ha secuestrado al PRD, a la capital de la República y pretende continuar con esa estrategia de colisión y ruptura. Sólo así se puede explicar la búsqueda de una confrontación con la propia ciudadanía en "El Grito" y con el Ejército al día siguiente. En el camino los radicales se pueden llevar a quien les parezca su mejor víctima, la UNAM, la UAM, el Politécnico, Chapingo, vieja ruta de refugios donde han sido capaces de imponerse por la fuerza. Los perredistas liberales, que también los hay, han ido cediendo, todo en aras de un triunfo que parece imposible. Quién lo diría, ya toleraron hasta la expulsión virtual de Cárdenas. La palabra "purificación" debía poner a todos los pelos de punta. ¿Por dónde comenzará, por el país que no está bajo su control o mejor en el propio PRD? El que disienta es un traidor, ésa es la tónica. Por eso todos callan. Porque el Mesías Tropical, como puntualmente lo ha denominado Krauze, no tolera la menor discrepancia.

A toda acción una reacción. El axioma de la física transita a los fenómenos sociales. En el 2006 la izquierda en México obtuvo su mayor triunfo histórico. Senadores, diputados federales y casi 15 millones de votos para la Presidencia. Pero la digestión del triunfo ha sido perversa: lo convirtieron en fracaso. Están quemando la cosecha. En semanas el radicalismo y capricho personal de AMLO está logrando sustituir la incipiente imagen de una izquierda racional que llevó años construir, por la de barbarie. Después del recuento queda claro que no hubo acción maquinada. El reclamo de fraude no es más que una exageración irresponsable y quizá algo más, un malévolo lance discursivo. Después del desfile de acciones de los radicales, muchos mexicanos se volverán a preguntar si la izquierda es confiable. Ésa será la gran derrota. Para el PRD habrá factura.

Federico Reyes Heroles, El Norte

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