domingo, agosto 13, 2006

 

Golpismo "democrático"

Para entender el peculiar concepto "democrático" de AMLO viene a cuento una anécdota de Alemania del Este durante la dominación soviética. Se la debo, una vez más, al filósofo Leszek Kolakowski, experto en la disección de mentalidades totalitarias. En los magros estantes de sus ciudades había dos clases de mantequilla: una era, propiamente, mantequilla; otra tenía la marca "verdadera mantequilla". Los compradores sabían muy bien que el producto con la palabra "mantequilla" realmente contenía mantequilla; mientras que el llamado "verdadera mantequilla", contenía una falsa mantequilla.

Una tergiversación similar cunde en México, pero muchos no se han dado cuenta. Un caudillo carismático ha logrado persuadir a un sector de la sociedad de que la democracia no es la democracia: que la democracia es la "verdadera democracia", según él la decreta en "asambleas informativas" que suplantan al Congreso de la Unión, en votaciones plebiscitarias de decenas de miles que suplantan la voluntad de millones, en atentados a la libertad perpetrados en nombre de la libertad.

Lo cierto es que la democracia mexicana (la genuina, sin adjetivos) está viviendo su tercera oportunidad histórica. La primera fue la República Restaurada, remoto experimento de legalidad constitucional que duró un decenio y culminó con el golpe de Estado de Porfirio Díaz. La segunda fue el episodio aun más fugaz del maderismo, en el que por quince meses México trató de vivir respetando al pie de la letra las leyes e instituciones republicanas: el orden federal, la división de poderes, la autonomía del Poder Judicial y todas las libertades, sobre todo la de asociación, expresión y elección. Ese gobierno terminó en el golpe de Estado de Victoriano Huerta (apoyado, hay que recordarlo, por buena parte de la clase intelectual). Desde 1997 vivimos nuestra tercera oportunidad, que puede muy bien ser "la vencida", porque el peligro de que la historia se repita y la democracia se pierda es real.

Porfirio Díaz no disfrazó su golpe de Estado con una fraseología democrática. Sabía que su dominación era ilegítima y por eso convocó a elecciones inmediatas para darle (inútilmente) ese carácter. Victoriano Huerta tampoco justificó su atentado con razones democráticas. En cambio AMLO intenta llegar al poder utilizando una retórica democrática, pero desvirtuando la esencia misma de la democracia: la efectividad del sufragio, el mandato de las urnas, el respeto a las libertades, las leyes y las instituciones, la cultura de la tolerancia. En pleno frenesí, ha hecho creer a sus simpatizantes que la "verdadera democracia" está en peligro y hay que defenderla con lo que él llama "resistencia civil pacífica", que en realidad constituye ya una "revolución blanda" en proceso de endurecerse.

El propio AMLO, que tanto se queja del miedo infundido en contra suya, ha sido el primero en infundir el miedo específicamente al trazar (en su artículo en The New York Times del 11 de agosto) el paralelo explícito de nuestra circunstancia con "la elección de 1910 que encendió la revolución". No es ésa la única referencia amenazante que ha utilizado. Como todo mesianismo, el de AMLO requiere de un evangelio y el suyo proviene de su propia (desvariada) interpretación de la historia mexicana, en la que él (modestamente) encarna a Hidalgo, Morelos, Juárez, Zapata y Villa, y sus adversarios representan el régimen colonial, el imperio de Maximiliano, el porfiriato. En todos esos casos, la remoción del viejo régimen se dio por la violencia. La misma actitud está presente también en su programa ("purificador" de todas las instituciones), en el contenido polarizante y el tono "ad terrorem" de su discurso (gestos desafiantes, admoniciones, anatemas, puños cerrados, dedos flamígeros), en la obediencia de sus huestes (que por momentos recuerdan las "turbas divinas" del sandinismo) y en su desdén por el Derecho (arma burguesa en contra de los pobres).

Si en los próximos días el recuento del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no lo favorece, AMLO procederá, como siempre, a redoblar sus apuestas y radicalizará su movimiento. Tomará instalaciones federales, anunciará tal vez un "gobierno paralelo", y podrá dar inicio a una huelga de hambre. Los ánimos se crisparán, quizá hasta el estallido.

En 1928 -tras una revolución que costó un millón de muertos, en medio de la guerra cristera (que mató a 70,000 personas) y luego del asesinato de Obregón-, Plutarco Elías Calles declaró que México pasaba de "la era de los caudillos a la de las instituciones". Sería una tragedia que casi ochenta años después México viviera una espantosa regresión y pasara de "la era de las instituciones a la de los caudillos" o, peor aun, a "la era del caudillo". Sería una desgracia que, dando la espalda a la democracia, nuestro país volviera al "México bronco" de los años veinte y de allí derivara irremisiblemente hacia una violencia revolucionaria que la inmensa mayoría no quiere. Frente a ese amago, a los ciudadanos no nos queda más que enfrentar lo que venga con valentía y prudencia: la única resistencia civil es la nuestra.

Enrique Krauze, El Norte

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