martes, mayo 02, 2006
Jugar con lumbre...
Independientemente de los colores partidarios, el 2 de julio del 2000 trajo muchos beneficios a México: la alternancia como demostración de la pluralidad llegó al más alto nivel de gobierno; se ratificó la vía pacífica en la modernización del país, las instituciones electorales comprobaron su madurez. Pero esa fecha también produjo una embriaguez peligrosa: la vida electoral no es representativa de la solidez del resto de las instituciones de la República, menos aun del avance de la cultura cívica y legal de México.
Mientras el IFE cuenta con el respaldo de casi el 70 por ciento de los ciudadanos y el TRIFE de un porcentaje muy cercano, los legisladores (diputados y senadores) y la Policía compiten por el desprecio de los mismos mexicanos. Un 53 por ciento considera que los legisladores sólo defienden los intereses de sus partidos y el 13 por ciento que pelean por sus propios intereses (ENCUP, I-II). No es de extrañar entonces que la primera opción ciudadana para manifestar inconformidad sea participar en marchas y plantones (40 por ciento) y que el voto sea una alternativa menos socorrida que hablar a un programa de radio. Si a ello se le agrega que el 81 por ciento no se siente representado por ningún partido o que para el 80 por ciento de los ciudadanos los políticos no toman en cuenta a la gente en sus decisiones, pues resulta que el panorama no es de relajamiento.
Las contrahechuras de la incipiente democracia mexicana son infinitas, casi el 30 por ciento de la población piensa que la democracia será peor en el futuro y el 60 por ciento se manifiesta inconforme con ella; el 31 por ciento piensa que la política impide el mejoramiento del nivel de vida; 60 por ciento cree que unos cuantos líderes decididos harían más por el país que todas las leyes juntas. Como remate, según los números de The Wall Street Journal, un 28 por ciento preferiría un régimen de "mano dura" a la democracia. En el basamento del problema se encuentra una muy débil cultura de la legalidad: tres de cada cuatro mexicanos consideran válido sólo respetar aquellas leyes con las cuales uno está de acuerdo y más de un 15 por ciento acepta la idea de hacerse justicia por propia mano.
El prestigio del IFE brega en contra de mares de desprestigio institucional, bajos niveles educativos y una enorme ignorancia. A la buena imagen del IFE se contrapone el resto que explica por ejemplo que el 70 por ciento de los abstencionistas -o como bien dice elconsejero electoral de Guerrero, el maestro Perez Molina, de los ausentes- del 2003 fueran jóvenes. Ése es el contexto del 2006, pero parece que algunos lo han olvidado. Sólo así se explica la irresponsabilidad de ciertos actores políticos, en particular el candidato del PRD y del presidente de ese partido, que parecieran haber incorporado en su discurso de campaña la estrategia de atacar al árbitro, al IFE, e invocar fantasmas para ocultar sus tropiezos.
Lo que era posible y probable ya ocurrió: las encuestas muestran un empate técnico entre López Obrador y Calderón cuando no una ventaja del candidato panista. Justo en ese momento los perredistas descubren un nuevo "compló": ahora las encuestas de Reforma no se levantan en el campo, son facturadas en Los Pinos. En las truculentas imaginerías de López Obrador y algunos de sus seguidores, el IFE es el centro de la conjura para impedir su inminente triunfo.
Si no fuera un asunto serio la inmadurez e incongruencia de López Obrador deberían provocar risa: se comporta como un niño malcriado, maleducado, que quiere que todo se haga a su modo. No asiste a las reuniones con los representantes del empresariado, no va al debate frente a decenas de millones de mexicanos, decide no contestar las concretas preguntas de Víctor Trujillo porque él es distinto, no está sujeto a las pruebas de sus terrenales competidores. En la profunda soberbia, en el autoritarismo latente, en la ignorancia de muchos temas y en las pueriles pataletas de López Obrador es donde se encuentran las explicaciones de su declinación, pero ése es asunto de ellos. Lo que sí nos incumbe es que la paranoia como discurso no afecte a las instituciones que tanto trabajo ha costado construir. ¿Qué pretende el señor Cota al insinuar que un gran fraude puede estarse fraguando? ¿Y las pruebas?
López Obrador lleva años lanzando verdaderas afrentas a las principales instituciones del país: la Suprema Corte, el Congreso, el Banco de México y también contra grupos de la sociedad mexicana como fue el caso de considerar "parásitos" a los banqueros. En corto lanza que se trata de una estrategia de campaña, que no hay de qué preocuparse. Pero el hecho es que juega con lumbre, pues su discurso de carácter incendiario da por sentado que él -de nuevo la vanidad- sería capaz de reencauzar al país. Que arda Troya, yo traigo un extinguidor.
México no está para este jueguito. No puede haber concesiones. López Obrador y los líderes del PRD deben definirse como oposición leal, deben ratificar que han aceptado las reglas del juego. Bienvenidas las críticas, pero ya entrados en la contienda no tienen derecho a descalificar al árbitro cuando no les gusta el marcador. Tampoco se vale amenazar con movilizaciones como fórmula para negociar lo innegociable: unos resultados adversos.
Lo preocupante del síndrome es que se sustenta en una negación sistemática de la realidad. La realidad son los debates, son las preguntas incisivas, son las encuestas, las que agradan y las que no, son los resultados, favorables o adversos. Lo preocupante del síndrome es no mirar la sequedad de la pradera. Ya en el incendio nadie se salvaría, ni siquiera quien lo provocó.
Federico Reyes Heroles
opinion@elnorte.com
Mientras el IFE cuenta con el respaldo de casi el 70 por ciento de los ciudadanos y el TRIFE de un porcentaje muy cercano, los legisladores (diputados y senadores) y la Policía compiten por el desprecio de los mismos mexicanos. Un 53 por ciento considera que los legisladores sólo defienden los intereses de sus partidos y el 13 por ciento que pelean por sus propios intereses (ENCUP, I-II). No es de extrañar entonces que la primera opción ciudadana para manifestar inconformidad sea participar en marchas y plantones (40 por ciento) y que el voto sea una alternativa menos socorrida que hablar a un programa de radio. Si a ello se le agrega que el 81 por ciento no se siente representado por ningún partido o que para el 80 por ciento de los ciudadanos los políticos no toman en cuenta a la gente en sus decisiones, pues resulta que el panorama no es de relajamiento.
Las contrahechuras de la incipiente democracia mexicana son infinitas, casi el 30 por ciento de la población piensa que la democracia será peor en el futuro y el 60 por ciento se manifiesta inconforme con ella; el 31 por ciento piensa que la política impide el mejoramiento del nivel de vida; 60 por ciento cree que unos cuantos líderes decididos harían más por el país que todas las leyes juntas. Como remate, según los números de The Wall Street Journal, un 28 por ciento preferiría un régimen de "mano dura" a la democracia. En el basamento del problema se encuentra una muy débil cultura de la legalidad: tres de cada cuatro mexicanos consideran válido sólo respetar aquellas leyes con las cuales uno está de acuerdo y más de un 15 por ciento acepta la idea de hacerse justicia por propia mano.
El prestigio del IFE brega en contra de mares de desprestigio institucional, bajos niveles educativos y una enorme ignorancia. A la buena imagen del IFE se contrapone el resto que explica por ejemplo que el 70 por ciento de los abstencionistas -o como bien dice elconsejero electoral de Guerrero, el maestro Perez Molina, de los ausentes- del 2003 fueran jóvenes. Ése es el contexto del 2006, pero parece que algunos lo han olvidado. Sólo así se explica la irresponsabilidad de ciertos actores políticos, en particular el candidato del PRD y del presidente de ese partido, que parecieran haber incorporado en su discurso de campaña la estrategia de atacar al árbitro, al IFE, e invocar fantasmas para ocultar sus tropiezos.
Lo que era posible y probable ya ocurrió: las encuestas muestran un empate técnico entre López Obrador y Calderón cuando no una ventaja del candidato panista. Justo en ese momento los perredistas descubren un nuevo "compló": ahora las encuestas de Reforma no se levantan en el campo, son facturadas en Los Pinos. En las truculentas imaginerías de López Obrador y algunos de sus seguidores, el IFE es el centro de la conjura para impedir su inminente triunfo.
Si no fuera un asunto serio la inmadurez e incongruencia de López Obrador deberían provocar risa: se comporta como un niño malcriado, maleducado, que quiere que todo se haga a su modo. No asiste a las reuniones con los representantes del empresariado, no va al debate frente a decenas de millones de mexicanos, decide no contestar las concretas preguntas de Víctor Trujillo porque él es distinto, no está sujeto a las pruebas de sus terrenales competidores. En la profunda soberbia, en el autoritarismo latente, en la ignorancia de muchos temas y en las pueriles pataletas de López Obrador es donde se encuentran las explicaciones de su declinación, pero ése es asunto de ellos. Lo que sí nos incumbe es que la paranoia como discurso no afecte a las instituciones que tanto trabajo ha costado construir. ¿Qué pretende el señor Cota al insinuar que un gran fraude puede estarse fraguando? ¿Y las pruebas?
López Obrador lleva años lanzando verdaderas afrentas a las principales instituciones del país: la Suprema Corte, el Congreso, el Banco de México y también contra grupos de la sociedad mexicana como fue el caso de considerar "parásitos" a los banqueros. En corto lanza que se trata de una estrategia de campaña, que no hay de qué preocuparse. Pero el hecho es que juega con lumbre, pues su discurso de carácter incendiario da por sentado que él -de nuevo la vanidad- sería capaz de reencauzar al país. Que arda Troya, yo traigo un extinguidor.
México no está para este jueguito. No puede haber concesiones. López Obrador y los líderes del PRD deben definirse como oposición leal, deben ratificar que han aceptado las reglas del juego. Bienvenidas las críticas, pero ya entrados en la contienda no tienen derecho a descalificar al árbitro cuando no les gusta el marcador. Tampoco se vale amenazar con movilizaciones como fórmula para negociar lo innegociable: unos resultados adversos.
Lo preocupante del síndrome es que se sustenta en una negación sistemática de la realidad. La realidad son los debates, son las preguntas incisivas, son las encuestas, las que agradan y las que no, son los resultados, favorables o adversos. Lo preocupante del síndrome es no mirar la sequedad de la pradera. Ya en el incendio nadie se salvaría, ni siquiera quien lo provocó.
Federico Reyes Heroles
opinion@elnorte.com
---------------------------------------
Si asi es como candidato, soberbio, intransigente, intolerante, infantil, ¿como será como presidente?
Hoy se publico la encuesta de Maria de las Heras, en Milenio, para que no digan que son de un periodico "de la derecha", o que fue pagada, fabricadas, desde Los Pinos.
AMLO ya esta en 2o lugar. No es definitivo, todavia faltan 2 meses y un debate. Ojala siga con la misma estrategia para que no se recupere. El PG por la boca muere.
RAZONA TU VOTO!!
Dany Osiel Portales Castro
Monterrey, NL, México
Comments:
<< Home
Están desesperadas las huestes pro-M.A.L.O. atascando cuanto programa y foro critica a su mesías, en el programa de hoy Martes de Víctor Trujillo hubo más de ¡12,000! llamadas cuando normalmente no llega ni a las 2,000, esto con relación a la pregunta que se hizo ahí de "¿porqué M.A.L.O. bajó en las encuestas?" y por supuesto casi el 90% de esas llamadas fue para votar por la opción "no ha habido baja", jajaja!, se ve que tienen en chinga a sus "redes de respuesta rápida ciudadana" tratando de minimizar lo que ya es obvio: a M.A.L.O ya se le cayó el teatríto... a menos que como se rumora opten por la "estrategia" del AUTO-ATENTADO como ya se lo sugirió su lamebotas Federico Arreola, sólo eso le funcionaría para volver a ubicarse como "víctima" y de paso sería buen pretéxto para no asistir al próximo debate que yo apuesto a que M.A.L.O. no irá, ¿tú qué opinas?, muy buen sitio por cierto, saludos!
Aquí te copio un excelente artículo de Xavir Velasco publicado ayer en Milenio, si te late ponlo en tu página:
Pronóstico del clímax
Xavier Velasco
(1-Mayo-06, Milenio diario)
La izquierda y el derechazo:
Tradicionalmente, ser de izquierda implicaba oponerse a la intolerancia, la censura y el totalitarismo: armas también de izquierda, en ciertos casos.
1 Pago por ver
“Imaginar la nada, o creer que se gobierna la nada, es una de las formas, acaso la más segura, de volverse loco”. Si pusiéramos esta línea de Carlos Fuentes bocabajo, y en lugar de “la nada” dijéramos “el todo”, su mecanismo funcionaría de idéntica manera: diría una verdad no menos contundente. No es, pues, casualidad que los totalitarios hagan tan buenas migas con los nihilistas. Unos y otros, al fin, aliados del espejo. No es difícil, incluso, que tras mucho espejearse los nihilistas se hagan totalitarios, y también viceversa. ¿No es mediante el espejo que los adolescentes se reconcilian con sus nuevas facciones? Como pasa con las personas muy queridas, cuyas imperfecciones se vuelven familiares y de hecho atractivas, la imagen del espejo se nos hace primero soportable, después normal, luego simpática y al final quién lo sabe, puede uno despertar queriéndolo todo de todos y a toda hora.
La solución somos todos, rezaba la propaganda electoral de José López Portillo, quien de todas maneras no tuvo contrincante en las urnas. Fue solo en la carrera, y puede que ello explique la manía de quererlos a todos detrás de él, como en un musical donde el público entero termina canturreando. Previamente elegido por un antecesor totalitario y pintoresco, López Portillo consiguió compensar su nihilismo de apostador compulsivo —en su momento acreditado por Gabriel Zaid— con un golpe totalitario que le hizo de inmediato popular: quedarse con la banca cuando se le agotaban las fichas. López Portillo vislumbró, auxiliado por innumerables lambiscones dispuestos a espejearlo el día entero, que la gente recordaría antes al patriarca que al tahúr, y que el postrer viraje hacia la izquierda —oportunista, histriónico, tramposo— lo dejaría para siempre congraciado con sus representantes más conspicuos. En esto último, por lo visto, su olfato de fullero no se equivocó. A veinticuatro años de sus últimas apuestas, José López Portillo es todavía prócer y modelo de una parte importante de la izquierda local. Como ellos dicen, “por el bien de todos”.
2 Todos ponen, toma todo
“Vamos por todo”, afirman asimismo, como chicos golosos ante la piñata. Y como todo es Todo y más allá no queda sino la nada, cualquier forma de crítica les escuece, y por esa razón ordenan a sus batallones de scouts que respondan a todo cuestionamiento público a su candidato con aludes de llamadas, de acuerdo a un instructivo previamente entregado para el efecto. Tácticas comprensibles en cruzados, cuyos oídos y ojos son sensibles a toda presunta herejía, ¿pero en gente de izquierda, que si un orgullo tiene es el de pensar por cuenta propia y no obedecer órdenes gaznápiras? Heberto Castillo tenía un calificativo muy simpático para esta variedad de apóstoles: marxistas guadalupanos.
Imaginemos a los etiquetados como derechistas exigiendo a sus huestes que ataquen frontalmente a la libertad de expresión, siguiendo un catecismo específico. ¿Qué diríamos de tan vigorosa iniciativa, potencialmente útil para orquestar pogromos y linchamientos? ¿Qué opinaríamos de estas personas si se apoyaran en la infraestructura oficial para asestarle un putsch al Congreso? Les diríamos kukluxklanes, macarthistas, nacional-socialistas, cuando menos. Pero como resulta que dicen ser de izquierda, es preciso reconocerles el monopolio del sermón, junto al de la protesta y el de la censura. Lo dijeron bien claro: van por todo. Su solución somos todos.
3 Soy totalmente disléxico
Pese a todo, a uno le gustaría votar por la izquierda. Pero una izquierda que no excomulgue, ni canonice. Que sea lo suficientemente crítica para dejar, y aún estimular, la crítica puntual de propios y extraños. Una izquierda que no hable en nombre de todos, ni lo ambicione todo, ni crea siempre que todo lo sabe. Que admita sus errores sin culpar al de enfrente. Que no se lance contra las opiniones del enemigo tan sólo porque son del enemigo, y que de hecho no use la palabra enemigo. Que no se vea a sí misma como un ejército ni pretenda que sus simpatizantes son soldados. Una izquierda que no admire ni menos condecore a un tirano con casi medio siglo en el poder. Que no siga el ejemplo del Opus Dei, ni cobije y exculpe a sus malandros como el clero a sus pederastas. Una izquierda menos afecta a las denuncias y al cultivo selecto de los presos políticos.
¿Dónde encuentro una izquierda que elija la educación por encima del adoctrinamiento, que no nos considere estúpidos, ni nos quiera obedientes, ni nos soporte en plan de lambiscones? ¿Hay por ahí una izquierda sin himnos ni capataces, sin listas y acarreados, sin clientes y peleles? ¿Una que sea más afecta a la materia de los árboles que a la dialéctica del concreto? Solicito una izquierda que no venga a venderme virtudes teologales, y que se atenga en lo posible a las cardinales. Una izquierda sin mandamientos, ni sacramentos, ni ese viejo chantaje de la Tierra Prometida. Una izquierda que a todos los vea, los oiga y los nombre; que no culpe de todo a los neoliberales ni reivindique a tantos neolaborales. Una izquierda que crea, con Camus, que los medios tendrían que justificar al fin. Que no amenace, ni calumnie, ni haga trampas, y llegada la hora sepa perder. Que se mire lo menos posible en el espejo donde se acicalaban los derechistas y totalitarios de hace treinta años, que a estas alturas tendrían que estar extintos. Una izquierda que, en suma, procure no situarse a la derecha de sus oponentes...
Y en fin, que no la encuentro, y acabaré votando por quien haga posible el crecimiento de esa izquierda sin ambiciones chuecas ni revanchas pendientes que haría tanto bien con o sin el poder, y que en ningún sentido necesita ir por todo. Quiero votar, al fin, en contra de José López Portillo, de Luis Echeverría y lo que de ellos quede, como esa vieja maña de defender a “todos” y pasar por encima de cada uno.
Xavier Velasco
Pronóstico del clímax
Xavier Velasco
(1-Mayo-06, Milenio diario)
La izquierda y el derechazo:
Tradicionalmente, ser de izquierda implicaba oponerse a la intolerancia, la censura y el totalitarismo: armas también de izquierda, en ciertos casos.
1 Pago por ver
“Imaginar la nada, o creer que se gobierna la nada, es una de las formas, acaso la más segura, de volverse loco”. Si pusiéramos esta línea de Carlos Fuentes bocabajo, y en lugar de “la nada” dijéramos “el todo”, su mecanismo funcionaría de idéntica manera: diría una verdad no menos contundente. No es, pues, casualidad que los totalitarios hagan tan buenas migas con los nihilistas. Unos y otros, al fin, aliados del espejo. No es difícil, incluso, que tras mucho espejearse los nihilistas se hagan totalitarios, y también viceversa. ¿No es mediante el espejo que los adolescentes se reconcilian con sus nuevas facciones? Como pasa con las personas muy queridas, cuyas imperfecciones se vuelven familiares y de hecho atractivas, la imagen del espejo se nos hace primero soportable, después normal, luego simpática y al final quién lo sabe, puede uno despertar queriéndolo todo de todos y a toda hora.
La solución somos todos, rezaba la propaganda electoral de José López Portillo, quien de todas maneras no tuvo contrincante en las urnas. Fue solo en la carrera, y puede que ello explique la manía de quererlos a todos detrás de él, como en un musical donde el público entero termina canturreando. Previamente elegido por un antecesor totalitario y pintoresco, López Portillo consiguió compensar su nihilismo de apostador compulsivo —en su momento acreditado por Gabriel Zaid— con un golpe totalitario que le hizo de inmediato popular: quedarse con la banca cuando se le agotaban las fichas. López Portillo vislumbró, auxiliado por innumerables lambiscones dispuestos a espejearlo el día entero, que la gente recordaría antes al patriarca que al tahúr, y que el postrer viraje hacia la izquierda —oportunista, histriónico, tramposo— lo dejaría para siempre congraciado con sus representantes más conspicuos. En esto último, por lo visto, su olfato de fullero no se equivocó. A veinticuatro años de sus últimas apuestas, José López Portillo es todavía prócer y modelo de una parte importante de la izquierda local. Como ellos dicen, “por el bien de todos”.
2 Todos ponen, toma todo
“Vamos por todo”, afirman asimismo, como chicos golosos ante la piñata. Y como todo es Todo y más allá no queda sino la nada, cualquier forma de crítica les escuece, y por esa razón ordenan a sus batallones de scouts que respondan a todo cuestionamiento público a su candidato con aludes de llamadas, de acuerdo a un instructivo previamente entregado para el efecto. Tácticas comprensibles en cruzados, cuyos oídos y ojos son sensibles a toda presunta herejía, ¿pero en gente de izquierda, que si un orgullo tiene es el de pensar por cuenta propia y no obedecer órdenes gaznápiras? Heberto Castillo tenía un calificativo muy simpático para esta variedad de apóstoles: marxistas guadalupanos.
Imaginemos a los etiquetados como derechistas exigiendo a sus huestes que ataquen frontalmente a la libertad de expresión, siguiendo un catecismo específico. ¿Qué diríamos de tan vigorosa iniciativa, potencialmente útil para orquestar pogromos y linchamientos? ¿Qué opinaríamos de estas personas si se apoyaran en la infraestructura oficial para asestarle un putsch al Congreso? Les diríamos kukluxklanes, macarthistas, nacional-socialistas, cuando menos. Pero como resulta que dicen ser de izquierda, es preciso reconocerles el monopolio del sermón, junto al de la protesta y el de la censura. Lo dijeron bien claro: van por todo. Su solución somos todos.
3 Soy totalmente disléxico
Pese a todo, a uno le gustaría votar por la izquierda. Pero una izquierda que no excomulgue, ni canonice. Que sea lo suficientemente crítica para dejar, y aún estimular, la crítica puntual de propios y extraños. Una izquierda que no hable en nombre de todos, ni lo ambicione todo, ni crea siempre que todo lo sabe. Que admita sus errores sin culpar al de enfrente. Que no se lance contra las opiniones del enemigo tan sólo porque son del enemigo, y que de hecho no use la palabra enemigo. Que no se vea a sí misma como un ejército ni pretenda que sus simpatizantes son soldados. Una izquierda que no admire ni menos condecore a un tirano con casi medio siglo en el poder. Que no siga el ejemplo del Opus Dei, ni cobije y exculpe a sus malandros como el clero a sus pederastas. Una izquierda menos afecta a las denuncias y al cultivo selecto de los presos políticos.
¿Dónde encuentro una izquierda que elija la educación por encima del adoctrinamiento, que no nos considere estúpidos, ni nos quiera obedientes, ni nos soporte en plan de lambiscones? ¿Hay por ahí una izquierda sin himnos ni capataces, sin listas y acarreados, sin clientes y peleles? ¿Una que sea más afecta a la materia de los árboles que a la dialéctica del concreto? Solicito una izquierda que no venga a venderme virtudes teologales, y que se atenga en lo posible a las cardinales. Una izquierda sin mandamientos, ni sacramentos, ni ese viejo chantaje de la Tierra Prometida. Una izquierda que a todos los vea, los oiga y los nombre; que no culpe de todo a los neoliberales ni reivindique a tantos neolaborales. Una izquierda que crea, con Camus, que los medios tendrían que justificar al fin. Que no amenace, ni calumnie, ni haga trampas, y llegada la hora sepa perder. Que se mire lo menos posible en el espejo donde se acicalaban los derechistas y totalitarios de hace treinta años, que a estas alturas tendrían que estar extintos. Una izquierda que, en suma, procure no situarse a la derecha de sus oponentes...
Y en fin, que no la encuentro, y acabaré votando por quien haga posible el crecimiento de esa izquierda sin ambiciones chuecas ni revanchas pendientes que haría tanto bien con o sin el poder, y que en ningún sentido necesita ir por todo. Quiero votar, al fin, en contra de José López Portillo, de Luis Echeverría y lo que de ellos quede, como esa vieja maña de defender a “todos” y pasar por encima de cada uno.
Xavier Velasco
Gracias por los comentarios.
Si, solo algo asi, como un autoatentado, lo volveria a poner como victima.
Pero mientras sigan negando la realidad, sigan con su soberbia y violencia verbal, pues su campaña no levantara, seguira bajando.
saludos
Publicar un comentario
Si, solo algo asi, como un autoatentado, lo volveria a poner como victima.
Pero mientras sigan negando la realidad, sigan con su soberbia y violencia verbal, pues su campaña no levantara, seguira bajando.
saludos
<< Home