sábado, septiembre 11, 2010

 

Construir y compartir

¿Quién sería yo sin México? Es la pregunta que me planteo en el Bicentenario de la Independencia y en el Centenario de la Revolución.

No sería quien soy. Es la respuesta a la que llego. Porque casi todo lo que soy tiene qué ver con las personas, el lugar y el momento en el que nací y en el que vivo.

Soy quien soy -en forma esencial- por la familia en la que me formé, por los maestros y por los compañeros con los que me eduqué, por los colegas con los que trabajo y por los amigos con los que descanso.

Soy quien soy por la ciudad en la que nací, por el estado en el que habito y por el país en el que moro.

Soy quien soy por la época en la que vivo y por el periodo en el que me desenvuelvo.

Yo soy como soy, de modo fundamental, porque soy parte de México. Por ello las fiestas jubilares son, para mí, motivos de celebración.

¿Que la situación del País es grave? Sin duda. ¿Que las condiciones de la Ciudad son críticas? Desde luego.

¿Pero quién puede creer que los panoramas eran halagadores en 1810 y en 1910? Nadie.

¿Quién puede pensar que los entornos eran positivos al inicio de los siglos 19 y 20? Nadie.

Las mujeres y los hombres del pasado no se formaron ni se educaron, no trabajaron ni descansaron, no nacieron ni vivieron en la tranquilidad y en la prosperidad.

Las crónicas íntimas de numerosas familias mexicanas recogen testimonios de seres humanos que no sólo fueron capaces de enfrentar con entereza situaciones críticas del País, sino que defendieron con valentía sus ideales y su nación.

Todas y todos conocemos historias o anécdotas protagonizadas por personas que nos antecedieron. Van algunas.

El chozno Irineo, capitán, peleó al frente de las milicias regiomontanas para romper los vínculos con la Península.

El tatarabuelo Miguel, bibliotecario, tomó las armas en La Ciudadela para luchar contra el ejército invasor norteamericano. El tatarabuelo Trinidad, jurista liberal, estuvo preso en Monterrey por defender a la República y fue detenido en la Ciudad de México junto con el Presidente Juárez por enarbolar la Constitución.

El bisabuelo Andrés, simpatizante zapatista, asesinado a balazos en la puerta de su hogar de Amanalco en razón de su agrarismo. El bisabuelo Eugenio, abogado y minero, privado de su libertad por expresar su opinión para proteger su patrimonio y despojado de su casa para que habitara en ella el Presidente Carranza.

El abuelo Federico, periodista, hecho prisionero y condenado al paredón por ejercer la libertad de prensa con criterio independiente.

Por no hablar de la tatarabuela Juana y de la bisabuela Teresa, quienes enfrentaron, con gallardía, a oficiales franceses y a oficiosos carrancistas en Nuevo León.

Por no referirme a la abuela Ernestina, quien, después de la quema de su casa, se refugió con su familia en la sierra de Valle de Bravo.

Ellos y ellas, como muchos otros individuos en muchos otros sitios, no sólo lograron sortear la adversidad, sino que supieron ser auténticos hombres y mujeres de su tiempo, porque lucharon por sus principios y por su nación.

Dichos testimonios, junto con otros episodios de las tradiciones familiares de los hogares mexicanos, deben impulsarnos a festejar este septiembre, y sobre todo inspirarnos a seguir trabajando por un país libre, próspero y justo. Ésa sería la mejor forma de celebrar.

¿Quiénes seríamos usted y yo sin México? No seríamos quienes somos. Al conmemorar la Independencia y la Revolución en épocas complicadas, recordemos que las etapas delicadas del presente -como aquéllas del pasado- demandan mujeres y hombres de una sola pieza. Mucho nos ha dado nuestra Patria. Tiempo es de construir y compartir.

Gerardo Puertas 
gerardopuertas@prodigy.net.mx
 
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¿En verdad no hay nada que festejar? ¿Estamos peor que en 1810? ¿Sería mejor seguir siendo colonia de un país extranjero?
Sin duda faltan muchas cosas por hacer, vamos retrasados comparados con otros países. Pero de eso a decir que no hay nada que festejar, que estamos peor que hace 200 años, hay una diferencia infinita.
 
Simplemente yo si me siento orgulloso de ser mexicano, de mi Patria. No estoy orgulloso de sus gobiernos, ni de sus políticos, ni del crimen organizado, ni de la corrupción. Pero México, mi Patria, no es el gobierno ni los políticos. Festejar que existe mi país porque hace 200 años unos patriotas tuvieron la visión de formar una nueva nación no tiene nada que ver con el desempeño de los gobiernos o de los políticos. Pensar así es pensar en chiquito.
 

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