domingo, julio 11, 2010
¿Error del PRI?
Viendo los resultados electorales recientes, cualquiera pensaría que el PRI -o algún ex priista- va en caballo de hacienda. La gran pregunta es hacia dónde va. No es ésta una pregunta ociosa: el PRI forjó a los mejores operadores políticos que existen en el País, pero el récord de su desempeño deja mucho que desear. En estos días demostraron que pueden ganar elecciones independientemente del partido que los postule, pero no han demostrado que entienden cómo cambió el mundo y que, por lo tanto, son capaces de gobernar en esta era.
El partido y su cultura fueron creados para mantener a una minoría elitista en control y se distinguió por estabilizar al País y crear una base de orden y crecimiento económico que duró casi cuarenta años. Sin embargo, a mediados de los 60 los gobiernos priistas perdieron el rumbo y nunca lo recuperaron. Las crisis que ha vivido el México desde entonces, incluyendo la falta de visión para conducir una transición política robusta, se le deben enteramente a esa cultura, que hoy no se limita sólo al PRI. A dos años de la próxima elección presidencial, los priistas harían bien en considerar para qué quieren regresar.
Las elecciones recientes sugieren que gobernará al País un priista, pero no necesariamente uno del PRI. Unos priistas, los de las formas faraónicas, están demasiado preocupados con retornar para pensar en el contenido; los ex priistas que ascienden en la jerarquía de otros partidos y sus alianzas son más flexibles y entienden la dinámica de la competencia, pero tampoco muestran una comprensión de los retos que experimenta la Nación.
Cualquiera que sea su color partidista, el priismo está "ensoberbecido" porque, por fin, comienza a vislumbrar una sonrisa en la famosa rueda de la fortuna. Menos obvio es que esté preparado para hacer una diferencia: les pasa un poco lo que decía Louis Ferdinand Céline, un literato francés, cuando afirmaba que "todos son culpables menos yo". El problema del priismo ascendiente no es el envalentonamiento que surge del panorama nacional, sino el haber optado por ignorar su propia realidad e historia. La verdad es que las dos administraciones panistas le han hecho muy simple su trabajo, quizá demasiado fácil.
En lugar de confrontar las razones de su derrota en 2000, el priismo ha venido navegando de muertito, confiando que la marea tarde o temprano comience a cambiar.
En su trabajo legislativo, los priistas -en el PRI, PAN o PRD- se han destacado por su insistencia en soluciones estatistas. Por ejemplo, mientras que el mundo se mueve hacia la promoción de los llamados start ups, empresas tecnológicas susceptibles de crear riqueza y desarrollo en formas desconocidas bajo el viejo paradigma industrial, los priistas se concentran en la promoción de un "consejo económico y social", un ente elefantiásico en el que se reunirían los viejos sindicatos, empresarios y Gobierno para asegurar que se preserve la economía vieja, esa que no tiene ninguna posibilidad de generar riqueza futura. Sus propuestas para modificar el marco regulatorio, comenzando por el de la competencia, se reducen a crear un nuevo espacio de control, ahora sobre las grandes empresas. El paradigma del control sigue tan vivo como si estuviéramos en la era cardenista y el mundo se encontrara en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
El problema con los priistas no es, como dijera Talleyrand respecto a la nobleza francesa luego de la Revolución, que "no han aprendido nada ni olvidado nada", sino que no se han preparado para el tipo de país al que retornarían. Su paso por la oposición los ha envalentonado mas no los ha preparado para el país en que México se ha convertido. Su desempeño en el poder legislativo y a nivel estatal los muestra enclaustrados en sus mismas formas, ideas y soluciones; prácticamente ninguno repara en el hecho de que perdieron porque la población estaba harta de sus fracasos, excesos y derroches, pero sobre todo por el estancamiento que vive el México desde hace casi cinco décadas. La noción de que todo se resuelve volviendo a hacer lo que ya fracasó una y otra vez es risible, por decir lo menos.
La derrota del PRI -ahora también en Puebla y Oaxaca- cambió al País en al menos un sentido fundamental: hizo posible la transición de los mexicanos de súbditos a ciudadanos. Se dice fácil, pero el fin de los controles priistas transformó al País de una manera mucho más profunda de lo que parecería a primera vista. Un futuro gobierno encabezado por un priista seguro trataría de restablecer la red de controles y de re centralizar el poder una vez más pero, a menos de que contrate al señor Pinochet como operador, no le será fácil. El cambio es profundo y real. Los gobiernos panistas podrán haber sido limitados e incompetentes, pero estaban lidiando con un animal muy distinto: una ciudadanía liberada y un marco carente de instituciones funcionales. Lo primero se le debe a la población, la ausencia de estas últimas se le debe enteramente al PRI.
Con pequeños momentos de excepción, si algo ha caracterizado al PRI y al priismo como gobierno y como oposición, desde que la Nación entró en la serie de interminables crisis a partir de la caída de las exportaciones de maíz en 1965, es su extraordinaria constancia: siempre ha estado fijamente orientado al pasado. La excepción temporal fue el Gobierno de Salinas, que forzó al País a ver hacia afuera y hacia adelante, pero las contradicciones que surgieron entre su proyecto de desarrollo y sus intereses familiares fortalecieron y regeneraron al viejo PRI.
De intentar perseverar por la misma senda, un potencial Gobierno de corte priista en el 2012 muy rápido se encontraría con la cruel realidad: ya no es posible controlarlo todo y las soluciones no se encuentran en el pasado. A México le urge una estrategia de desarrollo que sea consistente con nuestra realidad geopolítica, con el cambio en las estructuras productivas del mundo y con las necesidades y aspiraciones de los mexicanos.
Lo que el priismo sí trae a la mesa es una excepcional capacidad de operación política. Si quieren sus integrantes reiniciar una era de gobiernos tipo priista, tendrían que emplear esas dotes para un proyecto de futuro porque el del pasado ya se murió.
El partido y su cultura fueron creados para mantener a una minoría elitista en control y se distinguió por estabilizar al País y crear una base de orden y crecimiento económico que duró casi cuarenta años. Sin embargo, a mediados de los 60 los gobiernos priistas perdieron el rumbo y nunca lo recuperaron. Las crisis que ha vivido el México desde entonces, incluyendo la falta de visión para conducir una transición política robusta, se le deben enteramente a esa cultura, que hoy no se limita sólo al PRI. A dos años de la próxima elección presidencial, los priistas harían bien en considerar para qué quieren regresar.
Las elecciones recientes sugieren que gobernará al País un priista, pero no necesariamente uno del PRI. Unos priistas, los de las formas faraónicas, están demasiado preocupados con retornar para pensar en el contenido; los ex priistas que ascienden en la jerarquía de otros partidos y sus alianzas son más flexibles y entienden la dinámica de la competencia, pero tampoco muestran una comprensión de los retos que experimenta la Nación.
Cualquiera que sea su color partidista, el priismo está "ensoberbecido" porque, por fin, comienza a vislumbrar una sonrisa en la famosa rueda de la fortuna. Menos obvio es que esté preparado para hacer una diferencia: les pasa un poco lo que decía Louis Ferdinand Céline, un literato francés, cuando afirmaba que "todos son culpables menos yo". El problema del priismo ascendiente no es el envalentonamiento que surge del panorama nacional, sino el haber optado por ignorar su propia realidad e historia. La verdad es que las dos administraciones panistas le han hecho muy simple su trabajo, quizá demasiado fácil.
En lugar de confrontar las razones de su derrota en 2000, el priismo ha venido navegando de muertito, confiando que la marea tarde o temprano comience a cambiar.
En su trabajo legislativo, los priistas -en el PRI, PAN o PRD- se han destacado por su insistencia en soluciones estatistas. Por ejemplo, mientras que el mundo se mueve hacia la promoción de los llamados start ups, empresas tecnológicas susceptibles de crear riqueza y desarrollo en formas desconocidas bajo el viejo paradigma industrial, los priistas se concentran en la promoción de un "consejo económico y social", un ente elefantiásico en el que se reunirían los viejos sindicatos, empresarios y Gobierno para asegurar que se preserve la economía vieja, esa que no tiene ninguna posibilidad de generar riqueza futura. Sus propuestas para modificar el marco regulatorio, comenzando por el de la competencia, se reducen a crear un nuevo espacio de control, ahora sobre las grandes empresas. El paradigma del control sigue tan vivo como si estuviéramos en la era cardenista y el mundo se encontrara en la antesala de la Segunda Guerra Mundial.
El problema con los priistas no es, como dijera Talleyrand respecto a la nobleza francesa luego de la Revolución, que "no han aprendido nada ni olvidado nada", sino que no se han preparado para el tipo de país al que retornarían. Su paso por la oposición los ha envalentonado mas no los ha preparado para el país en que México se ha convertido. Su desempeño en el poder legislativo y a nivel estatal los muestra enclaustrados en sus mismas formas, ideas y soluciones; prácticamente ninguno repara en el hecho de que perdieron porque la población estaba harta de sus fracasos, excesos y derroches, pero sobre todo por el estancamiento que vive el México desde hace casi cinco décadas. La noción de que todo se resuelve volviendo a hacer lo que ya fracasó una y otra vez es risible, por decir lo menos.
La derrota del PRI -ahora también en Puebla y Oaxaca- cambió al País en al menos un sentido fundamental: hizo posible la transición de los mexicanos de súbditos a ciudadanos. Se dice fácil, pero el fin de los controles priistas transformó al País de una manera mucho más profunda de lo que parecería a primera vista. Un futuro gobierno encabezado por un priista seguro trataría de restablecer la red de controles y de re centralizar el poder una vez más pero, a menos de que contrate al señor Pinochet como operador, no le será fácil. El cambio es profundo y real. Los gobiernos panistas podrán haber sido limitados e incompetentes, pero estaban lidiando con un animal muy distinto: una ciudadanía liberada y un marco carente de instituciones funcionales. Lo primero se le debe a la población, la ausencia de estas últimas se le debe enteramente al PRI.
Con pequeños momentos de excepción, si algo ha caracterizado al PRI y al priismo como gobierno y como oposición, desde que la Nación entró en la serie de interminables crisis a partir de la caída de las exportaciones de maíz en 1965, es su extraordinaria constancia: siempre ha estado fijamente orientado al pasado. La excepción temporal fue el Gobierno de Salinas, que forzó al País a ver hacia afuera y hacia adelante, pero las contradicciones que surgieron entre su proyecto de desarrollo y sus intereses familiares fortalecieron y regeneraron al viejo PRI.
De intentar perseverar por la misma senda, un potencial Gobierno de corte priista en el 2012 muy rápido se encontraría con la cruel realidad: ya no es posible controlarlo todo y las soluciones no se encuentran en el pasado. A México le urge una estrategia de desarrollo que sea consistente con nuestra realidad geopolítica, con el cambio en las estructuras productivas del mundo y con las necesidades y aspiraciones de los mexicanos.
Lo que el priismo sí trae a la mesa es una excepcional capacidad de operación política. Si quieren sus integrantes reiniciar una era de gobiernos tipo priista, tendrían que emplear esas dotes para un proyecto de futuro porque el del pasado ya se murió.
Luis Rubio
www.cidac.org
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Tengo mis dudas de que el PRI, una vez de regreso en Los Pinos, se de cuenta y quiera realizar los cambios que el país requiere. A su interior mantiene muchas estructuras, redes clientelares, que le dan fuerza y cohesión. Esas redes dependen de canongías y cotos de poder que tendrían que eliminarse si realmente se quiere un cambio de fondo en el país. Dudo que los priístas se hagan harakiri por el bien del país. Son muchos los intereses, mucho el dinero que reciben del Erario, del status quo, que no dejarán tan fácilmente esa mina de oro. Al tiempo.