sábado, agosto 30, 2008
Quimeras
Felipe Calderón llegó a la Presidencia con una lección bien aprendida. Vicente Fox se había equivocado, primero, al fijar las prioridades de su gobierno y, segundo, al no entender que debía entablar negociaciones con los priistas para emprender las reformas necesarias. No sólo eso. Calderón emprendió contactos previos en el entendido de que AMLO tenía toda la intención de impedir su toma de posesión. El PRI se convirtió, a partir de ese momento, en el interlocutor obligado y comenzó a jugar su propio juego.
La estrategia funcionó. Calderón tomó posesión en medio de protestas, pero cumplió con lo que marcaba la Constitución. Luego vino la reforma del sistema de pensiones del ISSSTE. Los priistas decidieron ir para adelante y negociaron directamente con el Presidente de la República. Todo eso se hizo al margen del PRD y la reforma fue aprobada con los votos de priistas y panistas, incluyendo el visto bueno del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y del sindicato de los trabajadores del ISSSTE.
Después de un impasse de nueve años (los tres últimos del Gobierno de Zedillo y los seis de Vicente Fox), la reforma de las pensiones sorprendió a todos. Sus efectos inmediatos fueron positivos: se conjuró el riesgo de la quiebra del sistema de pensiones y mejoró la calificación financiera de México. Mejor, imposible. La estrategia funcionaba y funcionaba muy bien. Es más, parecía que se reeditaría el acuerdo de largo plazo que había prevalecido entre panistas y priistas durante el Gobierno de Salinas de Gortari. Las reformas y la modernización estaban al alcance de la mano.
Pero el sueño se desvaneció rápidamente. El Senador Beltrones tenía otras intenciones. Su apuesta no era por un acuerdo de largo plazo con el Gobierno de la República, sino por oscilar entre panistas y perredistas. La estrategia fijó las coordenadas en términos muy precisos: primero, no se tocaría el asunto del IVA en medicinas y alimentos porque dividiría a los priistas y tendría un alto costo político. Segundo, se condicionaría la aprobación de la reforma fiscal a que el Gobierno de la República aceptara la reforma electoral impulsada por priistas y perredistas.
De ese modo, el Senador Beltrones ganaba en todas las mesas: ajustaba cuentas con los consejeros electorales (en particular con Luis Carlos Ugalde, a quien consideraba un instrumento de Elba Esther Gordillo); minaba la autonomía del IFE y lo sometía a la férula de los partidos; eliminaba la exposición de los gobernadores en los medios de comunicación; y, por último, blindaba sus aspiraciones políticas con la ley mordaza que prohíbe las campañas negativas.
La decapitación de los consejeros del IFE era un regalo en bandeja de plata para el PRD y, en teoría, para López Obrador. Finalmente, eran ellos los que se habían quejado de irregularidades y denunciaban un fraude electoral. Fue, en otras palabras, la manera en que Beltrones cimentó el puente con los perredistas. Sentar y mantener al PRD en la mesa de negociaciones bien valía la cabeza de Ugalde y compañía.
Además, el programa de reformas podría seguir adelante. El compromiso era sacar adelante la reforma energética que figuraba entre las prioridades de Felipe Calderón. El procedimiento repetiría lo ocurrido con el régimen de pensiones. Pero fue ahí donde empezó una comedia de equivocaciones. El acuerdo del PRI con el PRD tronó con el nombramiento de los nuevos consejeros electorales. López Obrador descalificó a los nuevos integrantes y puso en cuestión la totalidad de la reforma. Todo eso era previsible. La estrategia de negociación es inaceptable para el rayito de esperanza y no hizo otra cosa que ahondar el enfrentamiento con el ala reformista del PRD.
¿Sobra señalar lo evidente? El presidente legítimo decidió colgarse de la oposición a la reforma de Pemex para revivir y dar una batalla frontal contra el Gobierno de la República. Se trata, en sentido estricto, de la crónica de una guerra anunciada. La toma de la tribuna en el Congreso, la exigencia de un foro de consulta organizado por el Senado y, finalmente, la consulta ciudadana organizada por López son pasos previos a la toma de aeropuertos, el bloqueo de calles y la exigencia de que el gobierno espurio renuncie. El guión fue escrito hace meses y será protagonizado muy pronto por el propio rayito de esperanza.
Se acercan, pues, tiempos de definiciones. El Senador Beltrones y los priistas no podrán seguir jugando un doble juego. La denuncia y el combate contra ellos serán muy virulentos. López no piensa dejar títere con cabeza. El contenido y la urgencia de la reforma no le preocupan en lo más mínimo. Su posición se resume en dos frases: a Pemex hay que salvarlo desde la Presidencia de la República; el movimiento soy yo. Así que una vez que avance el proceso legislativo comenzarán las movilizaciones y, por supuesto, la toma del Congreso. En el imaginario lopista ésa será la madre de todas las batallas.
No se agotan allí las torpezas y los errores. La reforma que será aprobada es una minirreforma. Felipe Calderón envió un proyecto muy modesto atendiendo a los pronunciamientos del senador Beltrones: no habrá reforma constitucional ni contratos de riesgo. Es más, para no enturbiar el agua ni complicar las negociaciones con el PRI los funcionarios del Gobierno federal no dieron la batalla en los medios de comunicación. Ese vacío fue aprovechado con gran habilidad por López para difundir su propaganda: no a la privatización. Y hay que reconocer que en ese campo ganó la contienda porque un sector importante de la población se ha creído la gran mentira.
El panorama no puede ser más absurdo. Vamos a un enfrentamiento por una reforma que tiene un valor mínimo. Y tiene alcances nimios porque se hizo hasta lo imposible para no provocar a López o darle argumentos para denunciar la supuesta privatización. Pero al final del día el enfrentamiento tendrá la misma intensidad y virulencia que si se tratara de una reforma a fondo y de gran calado. El PRI está atrapado entre un cálculo político, que ya resultó mal, y los fantasmas y prejuicios del pasado.
Calderón, por su parte, se equivocó al creer que en materia energética se podría confiar y avanzar con los priistas. Pero lo más grave es que negoció aspectos fundamentales del andamiaje democrático a cambio de una quimera: sentar y mantener al PRD (López incluido) en la mesa de negociaciones.
Jaime Sánchez Susarrey
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Ahí anda el rumor de que habrá toma de aeropuertos, carreteras y edificios públicos. Yo creo que AMLO y su movimiento ya se desinflaron. Sin duda hay un 10 o 15% de la población que lo apoyan, pero realmente sólo un 1 o 2% son los más radicales que saldrían a las calles a intentar paralizar al país. Estamos hablando de 1 millón de personas. Nada despreciable, pero que en en su gran mayoría (75 u 80%) están concentrados en el DF.
Estoy convencido de que si lo intentarán, pero eso hundirá más al PRD en las preferencias electorales rumbo al 2009. Eso lo saben el grupo de los "chuchos" en el PRD y por eso quieren negociar la reforma a PEMEX y evitar el desastre eloctoral de su partido. Pero AMLO y sus más cercanos seguidores (casi todos ex-priístas) apuestan por lo contrario. Ya veremos.
La estrategia funcionó. Calderón tomó posesión en medio de protestas, pero cumplió con lo que marcaba la Constitución. Luego vino la reforma del sistema de pensiones del ISSSTE. Los priistas decidieron ir para adelante y negociaron directamente con el Presidente de la República. Todo eso se hizo al margen del PRD y la reforma fue aprobada con los votos de priistas y panistas, incluyendo el visto bueno del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y del sindicato de los trabajadores del ISSSTE.
Después de un impasse de nueve años (los tres últimos del Gobierno de Zedillo y los seis de Vicente Fox), la reforma de las pensiones sorprendió a todos. Sus efectos inmediatos fueron positivos: se conjuró el riesgo de la quiebra del sistema de pensiones y mejoró la calificación financiera de México. Mejor, imposible. La estrategia funcionaba y funcionaba muy bien. Es más, parecía que se reeditaría el acuerdo de largo plazo que había prevalecido entre panistas y priistas durante el Gobierno de Salinas de Gortari. Las reformas y la modernización estaban al alcance de la mano.
Pero el sueño se desvaneció rápidamente. El Senador Beltrones tenía otras intenciones. Su apuesta no era por un acuerdo de largo plazo con el Gobierno de la República, sino por oscilar entre panistas y perredistas. La estrategia fijó las coordenadas en términos muy precisos: primero, no se tocaría el asunto del IVA en medicinas y alimentos porque dividiría a los priistas y tendría un alto costo político. Segundo, se condicionaría la aprobación de la reforma fiscal a que el Gobierno de la República aceptara la reforma electoral impulsada por priistas y perredistas.
De ese modo, el Senador Beltrones ganaba en todas las mesas: ajustaba cuentas con los consejeros electorales (en particular con Luis Carlos Ugalde, a quien consideraba un instrumento de Elba Esther Gordillo); minaba la autonomía del IFE y lo sometía a la férula de los partidos; eliminaba la exposición de los gobernadores en los medios de comunicación; y, por último, blindaba sus aspiraciones políticas con la ley mordaza que prohíbe las campañas negativas.
La decapitación de los consejeros del IFE era un regalo en bandeja de plata para el PRD y, en teoría, para López Obrador. Finalmente, eran ellos los que se habían quejado de irregularidades y denunciaban un fraude electoral. Fue, en otras palabras, la manera en que Beltrones cimentó el puente con los perredistas. Sentar y mantener al PRD en la mesa de negociaciones bien valía la cabeza de Ugalde y compañía.
Además, el programa de reformas podría seguir adelante. El compromiso era sacar adelante la reforma energética que figuraba entre las prioridades de Felipe Calderón. El procedimiento repetiría lo ocurrido con el régimen de pensiones. Pero fue ahí donde empezó una comedia de equivocaciones. El acuerdo del PRI con el PRD tronó con el nombramiento de los nuevos consejeros electorales. López Obrador descalificó a los nuevos integrantes y puso en cuestión la totalidad de la reforma. Todo eso era previsible. La estrategia de negociación es inaceptable para el rayito de esperanza y no hizo otra cosa que ahondar el enfrentamiento con el ala reformista del PRD.
¿Sobra señalar lo evidente? El presidente legítimo decidió colgarse de la oposición a la reforma de Pemex para revivir y dar una batalla frontal contra el Gobierno de la República. Se trata, en sentido estricto, de la crónica de una guerra anunciada. La toma de la tribuna en el Congreso, la exigencia de un foro de consulta organizado por el Senado y, finalmente, la consulta ciudadana organizada por López son pasos previos a la toma de aeropuertos, el bloqueo de calles y la exigencia de que el gobierno espurio renuncie. El guión fue escrito hace meses y será protagonizado muy pronto por el propio rayito de esperanza.
Se acercan, pues, tiempos de definiciones. El Senador Beltrones y los priistas no podrán seguir jugando un doble juego. La denuncia y el combate contra ellos serán muy virulentos. López no piensa dejar títere con cabeza. El contenido y la urgencia de la reforma no le preocupan en lo más mínimo. Su posición se resume en dos frases: a Pemex hay que salvarlo desde la Presidencia de la República; el movimiento soy yo. Así que una vez que avance el proceso legislativo comenzarán las movilizaciones y, por supuesto, la toma del Congreso. En el imaginario lopista ésa será la madre de todas las batallas.
No se agotan allí las torpezas y los errores. La reforma que será aprobada es una minirreforma. Felipe Calderón envió un proyecto muy modesto atendiendo a los pronunciamientos del senador Beltrones: no habrá reforma constitucional ni contratos de riesgo. Es más, para no enturbiar el agua ni complicar las negociaciones con el PRI los funcionarios del Gobierno federal no dieron la batalla en los medios de comunicación. Ese vacío fue aprovechado con gran habilidad por López para difundir su propaganda: no a la privatización. Y hay que reconocer que en ese campo ganó la contienda porque un sector importante de la población se ha creído la gran mentira.
El panorama no puede ser más absurdo. Vamos a un enfrentamiento por una reforma que tiene un valor mínimo. Y tiene alcances nimios porque se hizo hasta lo imposible para no provocar a López o darle argumentos para denunciar la supuesta privatización. Pero al final del día el enfrentamiento tendrá la misma intensidad y virulencia que si se tratara de una reforma a fondo y de gran calado. El PRI está atrapado entre un cálculo político, que ya resultó mal, y los fantasmas y prejuicios del pasado.
Calderón, por su parte, se equivocó al creer que en materia energética se podría confiar y avanzar con los priistas. Pero lo más grave es que negoció aspectos fundamentales del andamiaje democrático a cambio de una quimera: sentar y mantener al PRD (López incluido) en la mesa de negociaciones.
Jaime Sánchez Susarrey
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Ahí anda el rumor de que habrá toma de aeropuertos, carreteras y edificios públicos. Yo creo que AMLO y su movimiento ya se desinflaron. Sin duda hay un 10 o 15% de la población que lo apoyan, pero realmente sólo un 1 o 2% son los más radicales que saldrían a las calles a intentar paralizar al país. Estamos hablando de 1 millón de personas. Nada despreciable, pero que en en su gran mayoría (75 u 80%) están concentrados en el DF.
Estoy convencido de que si lo intentarán, pero eso hundirá más al PRD en las preferencias electorales rumbo al 2009. Eso lo saben el grupo de los "chuchos" en el PRD y por eso quieren negociar la reforma a PEMEX y evitar el desastre eloctoral de su partido. Pero AMLO y sus más cercanos seguidores (casi todos ex-priístas) apuestan por lo contrario. Ya veremos.
Etiquetas: AMLO, demagogia, IFE, impuestos, IVA, populismo, PRD, reformas