martes, junio 10, 2008

 

Simplismo y engaño

Hay palabras, expresiones que embrujan, que atrapan sin que sepamos bien a bien por qué. "Pueblo" es una de ellas: haré lo que el pueblo decida; será el pueblo quien me guíe y otras igual de irresponsables.

"Pueblo" es uno de los términos más ambiguos de la teoría política. Hegel, que algo sabía de manejo conceptual, afirmó que el pueblo es esa parte del Estado que no sabe lo que quiere. Los que sí saben qué quieren deben estar organizados en partidos políticos, en asociaciones de todo tipo, en sindicatos, en cooperativas, en representaciones gremiales, empresariales, en iglesias, qué sé yo. Pero siempre habrá porciones de una nación que bien a bien no se han identificado a sí mismas dentro de una coalición mayor. ¿Qué rumbo tomarán, difícil predecirlo?

Una sociedad organizada, como lo advirtiera Alexis de Tocqueville, es mucho más estable. Las reivindicaciones de los ciudadanos aglutinados generan una presión que el ciudadano individual difícilmente obtendrá. Pero aun en este tipo de sociedades maduras los cambios son irrefrenables.

Los millones de campesinos que se opusieron al Código Napoleónico hoy simplemente ya no están allí. La producción agrícola de los países desarrollados descansa cada vez más en cada vez menos brazos. El gran proletariado que imaginaran Marx y Engels, esa superclase social, llegó a un techo de alrededor del 30 por ciento de la PEA y, después, con las nuevas tecnologías, empezó a decaer. Hoy en muchos países altamente industrializados ocupa menos del 20 por ciento de la PEA.

La clase de los sin clase, las clases medias, hoy predominan. Hay toda una corriente filosófica (Gilles Lipovetsky por ejemplo) que establece que los grandes aglutinadores tienden a desaparecer y que en su lugar surgen identificaciones mucho más particularizadas. Para el francés, ello supone una ampliación de la libertad.

De nuevo, cuál pueblo, el del norte, el del sur, el instruido, el pobre. Las subdivisiones son tantas como queramos, y las respuestas tan variadas como queramos. De ahí la necesidad de una ciencia, la demoscopia, que nos brinde cortes con validez estadística: del gran retrato de un país al color preferido de un dentífrico en un segmento de edad y nivel de consumo.

Saber preguntar es un arte, pero sobre todo es una ciencia. El ciudadano promedio tiende a saber más de sus predilecciones personales que de la vida pública. Esta última es, por naturaleza, compleja. Un alto porcentaje de los mexicanos no sabe que se celebra en el 2010. La porción mayor cree que es la Copa del Mundo. El desconocimiento sobre los derechos básicos de un ciudadano es inmenso. ¿Es bueno o malo el déficit fiscal? El ciudadano común no tiene la menor idea.

Por eso, en todas las democracias que se respeten existe la idea de una delegación de las decisiones en los representantes populares. Son ellos los que deberán estudiar al detalle los asuntos complejos de la vida pública y en función de los mejores intereses de sus representados, tomar las decisiones.

Las elecciones son precisamente para eso. Un ciudadano común no tiene por qué saber cómo opera un impuesto directo o indirecto, a quién beneficia y a quién perjudica, o las consecuencias sobre el crecimiento económico, sobre las inversiones, sobre los empleos, sobre el ingreso de las familias. ¿Es correcto o incorrecto el multimillonario subsidio a las gasolinas? No hay respuesta simple. Pretenderlo es engañar.

La palabra consulta es de esas palabras que confunden. Ser consultado suena muy bien. Pero, aunque sea políticamente incorrecto decirlo, en este momento la gran mayoría de la población no sabe, ni tiene por qué, cuál es la diferencia en la complejidad técnica entre la perforación en aguas someras y aguas profundas, por poner un ejemplo.

Suponiendo que el Gobierno federal y los partidos, con posiciones diferentes, organizaran una campaña de difusión intensiva y seria que llegara a los rincones más apartados del País, que no ha ocurrido con el famoso debate, aún así al final de tal jornada habría segmentos altamente desinformados. La campaña debe hacerse. Las encuestas muestran que la opinión cambia cuando hay información. Es sano, pero la decisión final debe recaer en los señores legisladores.

Consultar sólo a los municipios gobernados por el PRD es una afrenta al sentido común. ¿Qué piensan los otros 80 millones de mexicanos? Además no puede ser organizada por una autoridad local y la fórmula establecida en el 26 constitucional no tiene fuerza vinculatoria. La democracia representativa es la forma política vigente. Nuestros representantes, nos gusten o no, ya están allí. Ellos deberán tomar la decisión. La propuesta de Enrique Krauze es correcta: hagamos llegar nuestras opiniones a nuestros legisladores. Simplificar es engañar. Oponer una consulta amañada a los órganos de nuestra democracia es de nuevo atentar contra las instituciones.

Federico Reyes Heroles

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